Capítulo 7
Intento mantener la calma, pero me resulta imposible cuando Christian pasa por un lado sin mirarme. ¿Está molesto?
— Gracias — Digo para que se detenga.
— ¿Por qué? ¿Por no decirle a tu papá?
Se detiene en el pasillo para mirarme, el enojo reflejado en su expresión.
— Si.
— Es asunto tuyo, solo creí que no eras de ese tipo de chicas.
Intenta alejarse, pero ahora soy yo quien está molesta y necesita respuestas.
— ¿Cuál tipo de chicas?
— De las que se dejan maltratar por su pareja.
— En primer lugar, no me dejo maltratar por él. No podía apartarlo, que es diferente — Lo señalo con el dedo — Y en segunda, no tienes derecho a cuestionarme, no sabes mis motivos para hacer lo que hice.
— Excusas... — Gruñe lentamente.
— ¿Sabes qué? ¡Ni siquiera sé por qué me molesto en hablar contigo!
— ¡Tienes razón! ¡Vete a tu casa con tu marido!
— ¡Bien! — Chillo furiosa.
Se da la vuelta para alejarse pero esta vez no lo detengo. Lo veo alejarse por el pasillo hasta perderse por las puertas del ascensor ante algunas miradas curiosas.
En el fondo, sé que tiene algo de razón, pero no puedo perder la compostura y dejar a José, no hasta que tenga los medios propios para garantizar la atención que papá necesita.
El resto de la mañana evito los cuestionamientos de Ray, que prefiere leer la misma página del periódico antes de dirigirme la palabra. Sé que preguntará cuando esté listo, solo tengo que ser paciente.
La tarde llega pronto y luego la oscuridad de la noche. A estas horas los pasillos son tranquilo porque las enfermeras se van para el cambio de turno.
Creí que José dejaría pasar su amenaza para dejarme quedar con Ray, tontamente creí que entraría en razón. Por eso me sorprende cuando entra a la habitación agitando las llaves en sus manos.
— ¿Lista para irnos, cariño?
— No.
— Ana — Intenta ser amable porque Ray lo observa — Quedamos en qué esta noche vendrías a casa conmigo, necesitas descansar.
— Estoy bien, puedo dormir aquí — Señalo la silla acolchada en la que estoy sentada.
— Pero necesitas una buena cena, una ducha caliente y descansar un poco, estoy seguro que tu padre entenderá.
Ray lo mira fijamente y al instante sé que no confía en él. ¿Pretendía lanzarme a los brazos del doctor Grey, pero se niega a conocer mejor a mi esposo?
— José, no.
— Annie — Su tono de voz me causa escalofrío — Ven a casa.
Sujeta mi muñeca para tirar de ella, pero el ruido del pasillo lo detiene justo a tiempo. De nueva cuenta, el doctor Grey aparece para interrumpir un momento incómodo.
— ¿Señor Steele? ¿Cómo se siente hoy?
Pasa por un lado ignorándonos a José y a mi. Coloca un termómetro bajo el brazo de Ray y revisa su presión arterial con absoluta tranquilidad.
— Me duele la cabeza — Se queja papá.
— Claro que le duele, tiene el cráneo abierto — Se ríe.
— ¿Puede darme algo para el dolor?
— Solo algo muy suave y tendré que mantenerlo bajo vigilancia esta noche. No quiero que el dolor incremente la presión porque eso podría complicar las cosas. ¿Señora Rodríguez?
— Hmm, ¿Si?
— La enfermera traerá el medicamento, pero necesito que vigile si el dolor aumenta. Si es así, deberá pedirle a la enfermera que me llame.
Asiento hacia él, que sigue sin mirarme. Revisa con cuidado la vía del suero de papá, hace anotaciones en su carpeta y consulta la hora en su reloj.
— Usted siempre está por aquí, ¿No, doc? — José gruñe molesto.
— Aquí trabajo — Responde sin mirarlo.
— ¿Las 24 horas? Creí verlo llegar está mañana, ya sabe, cuando nos saludamos.
— Oh, si. Me gusta tanto mi trabajo que no puedo irme a casa aunque quisiera.
— ¿Le gusta el trabajo? ¿O los familiares de sus pacientes?
Dice con una sonrisa que me causa escalofríos, su insinuación y la provocación en su tono no es nada amigable. Por fortuna, Christian sigue ignorándolo.
— Soy un excelente doctor, un especialista de hecho, señor Rodríguez. Ahora si me disculpa, tengo que revisar a otros pacientes.
Sale de la habitación y le da instrucciones a una de las enfermeras, que no puede dejar de batir las pestañas con coquetería. Él nos señala antes de alejarse por el pasillo.
— ¿Y ya? ¿Eso significa que no vienes a casa conmigo?
— No puedo ir, José. Tengo que vigilar a papá, ya escuchaste lo que dijo el doctor.
— El doctor, el doctor... — Dice con fastidio — ¡Todo lo que quiere el maldito doctor es meterse en tus bragas!
— ¡José! — Chillo ofendida.
— Señor Rodríguez, será mejor que se retire ahora.
Las palabras fuertes y claras de Ray nos toman por sorpresa, sobre todo a mi porque creí que no me querría cerca. La enfermera entra a la habitación con una ampolleta en la mano.
— No voy a irme sin Ana.
— Señor Rodríguez, no me haga levantarme de ésta maldita cama. Usted está alterado y yo también, así que mejor vaya a su casa y mañana platicaremos de este asunto.
José resopla ruidosamente antes de salir por fin de la habitación. La enfermera luce bastante sorprendida, pero no hace ningún comentario mientras pone el medicamento en el suero de Ray.
— Catástrofe evitada — Susurro — ¿Estás bien? ¿Te duele la cabeza?
— Estoy bien — Se recuesta de nuevo en el colchón — La verdad es que no me siento mal.
— ¿Qué?
— Lo que me da dolor de cabeza es el idiota de tu esposo, Annie. ¿No podría haber elegido a alguien más? ¿Creíste que moriría y por eso te casaste con el primer idiota que se cruzó en tu camino?
— ¡Papá! ¡No es así!
— ¿Entonces?
¿Que digo? ¿Que me casé por conveniencia? ¿Que debería estar agradecido con José por darnos los recursos para su tratamiento?
Supongo que mi respuesta es más complicada de lo que creí, porque vuelvo a mirar a Ray aún sin saber qué decir... Pero él ya está dormido.
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