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Capítulo 16

Estoy sentada sobre el borde del escritorio, con mis piernas cruzadas a la altura de los tobillos por detrás de su cadera.

Mierda. ¿Cómo fue que pasamos de un abrazo reconfortante a sexo rápido sobre su escritorio? Bien, supongo que no podíamos resistir la tentación al estar tan cerca el uno del otro.

Mi pantalón tirado sobre el piso de su cuarto de descanso es la única prenda que estorba, porque mi ropa interior cuelga de una de mis piernas y se balancea con el movimiento de su cuerpo contra el mío.

No podemos hacer ruido, no puedo gemir su nombre con libertad y muchos menos jadear agitada por la falta de aire. La sensación de peligro por la situación indebida me excita más de lo que debería.

Escucho su respiración agitada contra la piel de mi cuello, que muerde con fuerza para evitar gemir cuando se acerca a su liberación. Sus embestidas aumentan en ritmo y fuerza, por lo que tengo que bajar de mis manos que sujetaba su cuello para aferrarme al escritorio.

Levanto la cabeza para mirar el reloj de la pared y por un momento me preocupa que papá despierte y no me encuentre. Christian vuelve a gruñir junto a mi oído haciendo que mi atención vuelva a él y al estallido de placer que me recorre.

— Oh... — Jadeo lo más bajo que puedo.

— ¿Estás bien? — Pregunta mirándome.

— Lo mejor que podría estar, te lo aseguro.

Siento el calor de mi cuerpo subir a mis mejillas, por lo bajo del escritorio para ir a asearme y refrescarme. Dios, espero que nadie nos haya escuchado y sobre todo, debemos ser discretos al salir de aquí.

— Iré primero — Digo cuando salgo del baño.

Christian termina de acomodar su camisa dentro del pantalón y endereza la corbata marrón que combina con su saco. Asiente con una sonrisa que finjo no ver para evitar sonrojarme.

Dios mío, ¿Podríamos ser más descarados? Miro a ambos lados del pasillo antes de salir y vuelvo a detenerme en el siguiente cruce con el ascensor. Ninguna enfermera a la vista.

Y sobre todo, no más enfermera Edna juzgándome.

Cuando entro en la habitación de papá, ya está despierto y sentado en su cama mirándome.

— Fui por café — Digo lo primero que se me ocurre.

— ¿Y dónde está? — Arquea su gruesa ceja.

— ¿Quién?

— El café, Annie, seguro tomaste una de esas mierdas de vainilla que solo te adormecen. Debiste tomar uno muy cargado para que despiertes completamente.

— Estoy despierta — Me defiendo.

Cansada pero despierta, eso es lo que cuenta ¿No? Me siento en la silla junto a su cama porque la señora de la cocina trae su almuerzo y sé que va a quejarse como de costumbre.

Miro por encima de mi hombro un par de veces antes de reconocer los pasos que provienen del pasillo, tan firmes y confiados que sonrío sin poder evitarlo.

— Buenos días, señor Steele — Saluda con su profunda voz — Ana.

— Doctor Grey — Papá aparta la bandeja de su regazo.

No me atrevo a mirarlo cuando comienza a explicarle a Ray los resultados del examen, o las próximas acciones a seguir en su tratamiento.

Papá también permanece en silencio. Su vista fija en Christian como si estuviera escuchando el resultado de un juego donde perdieron los Mariners. Y supongo que el hombre de los ojos grises lo nota, porque pregunta.

— ¿Escuchó lo que dije, Raymond? — Papá asiente — ¿Tiene alguna duda al respecto?

Niega con la cabeza levemente y su vista se fija en un punto de la pared con tanta fuerza que pareciera que quiere derribarla. Incluso Christian se remueve incómodo.

— Voy a darle unos minutos para procesar las cosas y enviaré a la enfermera con algunas modificaciones en sus medicamentos. No tiene que preocuparse por nada, y avíseme si tiene alguna duda.

Papá sigue sin moverse, así que Christian gira sobre sus talones para salir de la habitación. Le toma casi una hora dejar de mirar la pared para volver a centrarse en mi.

— Hagamos esto.

— ¿Estás seguro? Es decir, sabes que haremos lo que sea mejor para ti, pero quiero asegurarme que estás de acuerdo con todo.

— Si, ¿Por qué no? — Se rasca la espesa barba que le ha crecido estos días — ¿Confías en él?

— Si.

Respondo sin pensarlo porque es la verdad. A nadie le confiaría la vida de mi padre más que a Christian, y no lo digo solo por lo que tenemos. Es un especialista preparado que da lo mejor por sus pacientes y me disculpo si alguna vez dudé de él.

— Entonces sigamos con esto. De todas formas no creo que vayas a dejarme ir a casa sin tratamiento.

— ¡Por supuesto que no! Así que recuéstate, descansa y haz lo que el doctor dice.

Papá refunfuña algo sobre estar demasiado aburrido para seguir aquí, así que dejo caer mi cabeza y cierro los ojos. Estoy exhausta. No, muerta. Bostezo el resto de la mañana pero soy incapaz de volver a dormir.

— Ve a casa y duerme — Gruñe Ray cuando me reacomodo por décima vez sobre la silla — De todas formas no puedo escapar de aquí, no tienes que vigilarme.

— No quiero irme — Contesto sin mirarlo.

No solo es que no quiero irme, es el hecho de que no tengo a dónde ir. ¿A la casa de José? ¡No mientras pueda evitarlo! ¿Rentar una habitación en algún hotel cercano? Si, tal vez esa sea una opción.

Acerco la silla hasta el borde de la cama para apoyar los brazos sobre la sábana y dejar caer mi cabeza. Supongo que la posición es lo suficientemente cómoda porque me quedo dormida al instante.

Y luego tengo un extraño sueño: La voz de una mujer quejándose, Papá diciéndole que se calle, un dolor en mi cuello y finalmente unos brazos cálidos que me hacen flotar en una nube. De alguna forma, todo se vuelve una pesadilla.

La voz de la doctora Travelyan resuena en mi cabeza y aunque no distingo sus palabras, suena molesta. Luego la voz grave de Christian le pide que se calme y yo sonrío solo de escucharlo.

Mi sueño es cortado de forma abrupta por el azote de una puerta y salto sobre la silla por la sorpresa. Solo que no estoy en la silla... Ni en la habitación de papá.

— ¿Cómo llegué aquí? — Balbuceo confundida en la habitación de descanso.

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