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Capítulo 11

— ¿Segura que él no vendrá a buscarte?

Christian enciende el apagador junto a la puerta, dejándome ver el interior de su departamento. Las paredes son blancas, sin cuadros o adornos que la hagan lucir cálida. Los pocos muebles que se ubican en la sala comedor llevan el mismo tono color gris acero, pulcro y limpio.

— Parece un hospital — Balbuceo mirando desde la sala.

— Lo sé, yo... Crecí en ese hospital, así que me hace sentir cómodo y en casa.

— Ya veo por qué pasas tanto tiempo ahí — Agrego con una sonrisa — Y tu mamá debe estar realmente contenta por tenerte cerca.

— Al contrario — Se rasca la nuca con algo de timidez — Ella intenta sacarme cada vez que puede, dice que me aíslo mucho.

Deja la mochila sobre el sofá antes de ir a la pequeña cocina por un vaso de agua, me hace una seña para que lo siga.

— ¿Puedo ofrecerte algo?

— ¿Qué tienes? — Lanzo una mirada curiosa a la encimera, sin nada a la vista.

— Jugo, y agua. Lo siento, como ya he dicho, paso mucho tiempo en el hospital.

— Agua está bien — Sonrío — Si quieres podría preparar la cena.

— Bueno... No creo que haya mucho en el estante, mejor pedimos algo.

Su mirada vacila un poco sobre los estantes de la cocina y la sala, luego me mira con un poco más de seriedad.

— ¿Te duele? — Sus ojos grises se clavan en mi vientre.

— No, pero es una sensación extraña. Tal vez con el tiempo...

Balbuceo avergonzada, ¿Que debería decir? ¿La próxima vez que me hagas el amor? ¿No es esa la razón por la que estamos aquí?

— ¿Cuál es tu habitación? — Miro hacia las dos puertas del fondo.

Una expresión de sorpresa cruza rápidamente su rostro, pero cambia por una gran sonrisa. Se acerca para tomar mi mano y llevarme en silencio hasta la puerta de la izquierda.

— ¿Segura que...?

— Si — Lo interrumpo — No voy a arrepentirme, lo juro.

Sé que quiere preguntarme algo más porque mantiene esa expresión seria de doctor que le he visto en el hospital, pero finalmente cierra la puerta detrás de si.

— ¿Podría tomar una ducha rápida primero?

— ¿Qué? — Se ríe — Claro, es la otra puerta en el pasillo.

Sintiéndome cómoda y feliz, tomo una relajante ducha caliente, me envuelvo en la toalla y voy hasta la habitación de Christian.

— ¿Mejor? — Pregunta desde su posición, sentado en la cama.

— Si, gracias.

— Pediré algo para la cena, ¿Comida china está bien?

— Claro — Digo pero lo que hago es sentarme en su regazo — Tal vez después.

— ¿Después?

Sonríe, pero me arrastra con él a la cama. Mi cabello húmedo por la ducha escurre gotas sobre mis hombros y pechos, que él siendo tan atento limpia con sus labios.

— Dios...

— Es Christian — Se ríe sin dejar de besar mi piel.

— Gracioso — Reclamo, pero un escalofrío recorre mi piel cuando aparta la toalla de mi cuerpo.

El frío de su habitación me eriza la piel, pero no detiene su camino. Solo cuando va a quitarse la ropa es que se aparta ligeramente.

— ¿Segura? — Pregunta mirándome a los ojos.

— Segura y sin arrepentimientos.

Una sonrisa se estira en sus labios y lo próximo que sé es que su cuerpo cálido se cierne sobre mi, pero está vez quiero el control. Lo empujo para que su espalda toque el colchón y me siento a horcajadas sobre su cadera.

Y me resulta increíble pensar en mi situación. Hace dos horas estaba aterrada sobre la cama de José, y justo ahora me siento plena y feliz con Christian, aunque nuestro encuentro sea incorrecto.

— ¿Ana? — Jadea con las manos apoyadas sobre mis muslos — No dejes que te toque.

— ¿José? — Niego enérgicamente — Haré lo posible por evitarlo.

Pero eso... ¿Qué significa? ¿Que siente algo por mi? ¿Quiere estar conmigo? ¿O solo soy un capricho? Él está con la doctora Lincoln, ¿O no?

Y quiero preguntarle, pero no es el momento indicado. Las sensaciones de mi cuerpo alejan todos los pensamientos, así que vuelvo a quedarme con la duda.

Me recuesto sobre su pecho, exhausta y agitada. Su respiración también es acelerada, pero se toma su tiempo acariciando mi espalda desnuda. Si cierro los ojos un momento, seguro me quedo dormida.

— Deberías comer algo antes de dormir — Dice como si hubiera leído mis pensamientos.

— Comida no, dormir. Solo dormir.

Me aferro a su cuerpo, pero mi estómago traicionero protesta por la falta de alimento. ¡Bien! Una cena ligera. Christian se pone un pantalón gris de chandal y me pasa una camiseta blanca que me queda un poco larga.

— Pediré la cena — Sale de la habitación mientras me trenzo el cabello húmedo.

Curioseo por su habitación un poco, entre el aroma de su colonia, su espuma de afeitar y una crema humectante de coco. Pero nada realmente embarazoso.

Regreso a la sala mientras él pone dos vasos de jugo sobre la mesita y en un par de minutos más llega la comida china que ordenó.

— ¿Pollo a la naranja? — Abre el recipiente plástico.

— ¡Mi favorito!

Se sienta frente a mi y nos disponemos a cenar en absoluta tranquilidad, como si hiciéramos esto todos los días. Aún quiero preguntarle sobre lo que quiso decir hace un rato, pero no quiero ahuyentar su buen humor.

— Está delicioso — Digo en cambio — ¿Eres cliente frecuente de la comida china?

— Si, el señor Chen tiene mi foto en su pared como cliente distinguido — Se ríe.

— Entonces pasas mucho tiempo solo, ¿No?

Pregunto inocente, pero su mirada se desvía hacia un costado y la chispa de los celos se enciende en mi interior. ¿Quién lo visita? ¿La doctora rubia?

— Olvídalo, no quiero saberlo — Gruño.

— Ana...

— No, de verdad. No lo digas.

No quiero que hable de ella, y ciertamente no quiero hablar de José. Las circunstancias que me llevaron a unirme a él siguen aquí y soy consciente que no puedo huir de él por mucho tiempo.

— ¿Cuándo darán de alta a mi papá?

— No lo sé, eso depende de lo que ella diga — Y sé que se refiere a su estúpida novia.

— Ojalá sea pronto, Ray no es fanático de estar acostado sin hacer nada.

Y justo ahí termina nuestra tranquila velada clandestina.

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