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Capítulo 10

La casa de José es tan grande como imaginé. Un barrio elegante, edificios de ladrillo y autos costosos en las entradas, supongo que el arte en esta zona es un buen negocio.

Una mujer mayor abre la puerta al instante, sus rasgos y sus ojos oscuros me resultan familiares. ¿Es la madre de José?

— Nina, te presento a mi esposa Ana — La mujer estira su mano para estrechar la mía — Ana, ella es Nina, mi tía y ama de llaves.

— Mucho gusto.

Ella asiente con la cabeza y se aleja por el pasillo que supongo es la cocina. Permanezco inmóvil en medio de la sala, la decoración es tan cargada que siento como si estuviera asfixiándome.

— Sígueme — Tira de mi muñeca para llevarnos a las escaleras.

— ¿Podría come algo ahora?

— No.

— ¿Puedo tomar un baño? — Insisto.

— No.

— ¿Por qué no? — Chillo molesta.

— Sabes lo que quiero y vas a dármelo de una jodida vez. Luego de eso podrás tejer margaritas si así lo deseas.

Me arrastra hasta la última habitación del pasillo y cierra la puerta con seguro. Luego se toma su tiempo quitándose el saco, los gemelos de la camisa y acomodando todo sobre una silla.

— Desnúdate.

Me ordena porque sigo de pie junto a la puerta, envuelta en mis brazos. No quiero hacer esto, no quiero.

Cierro los ojos un instante, pero la presión de sus labios sobre los míos me hace abrirlos de nuevo. Está besándome pero no siento nada, no provoca en mi ningún tipo de emoción o reacción. No como Christian.

Christian.

El sentimiento de culpa por haber entregado mi virginidad a otro hombre desaparece en el momento en que José desliza su lengua en mi boca con un movimiento brusco. Dios, ni siquiera trata de ser cariñoso.

Aparta mis manos con un gruñido y comienza a sacar mi ropa hasta que solo quedo en sostén y bragas. Me empuja hacia la cama para terminar de quitarse el pantalón, sus costosos boxers de marca y su reloj de oro es lo único que deja.

No seas cobarde Ana, solo cierra los ojos y piensa en Christian.

Intento animarme, pero es imposible. El terror me recorre el cuerpo causándome un escalofrío y me veo obligada a envolverme en la sábana.

José apoya su peso sobre mi, haciéndome retroceder sobre mi espalda. Contengo el aire dentro de mis pulmones en un gesto de resignación, cuando de pronto el sonido de una canción invade la silenciosa habitación.

— ¿Qué mierdas es eso? — Gruñe en mi cara.

— ¡Es mío! ¡Mi teléfono!

Exhalo aliviada tratando de alcanzarlo en el suelo dentro del bolsillo de mis pantalones. José gruñe una vez más, sus ojos oscuros fijos en mi.

— Ignóralo.

— ¡No! Podría ser del hospital, tengo que contestar — Frunzo el ceño para que vea que no estoy bromeando — Apártate.

La llamada se corta antes de que pueda alcanzarla, pero el móvil vibra una vez más con una llamada entrante: un número local de Seattle.

— ¿Si?

— Señora Rodríguez, le estoy llamando del Hospital Regional, es sobre su padre — Dice y la sangre abandona mi rostro — Necesitamos que autorice un estudio de urgencia, ¿Podría venir aquí?

— ¡Si! ¡Por supuesto! Voy para allá, pero ¿Está bien?

— El doctor le explicará cuando venga, señora Rodríguez.

— Si, bien. Voy para allá.

Cuelgo la llamada y me apresuro a recoger mi ropa del piso para vestirme. José no tarda en levantarse de la cama para venir hacia mi.

— ¿Qué paso?

— Era del hospital, algo sobre papá y un estudio que deben realizarle. Tengo que irme.

— No.

— No estoy preguntando, José — Lo miro furiosa — Es sobre mi padre y no puedes detenerme.

— ¡Claro que puedo! ¡Eres mi esposa!

— ¡Solo cuando te conviene! — le grito sintiéndome igual de hipócrita — ¡Solo te interesa que cumpla mis responsabilidades de esposa!, pero ¿Cuando vas a cumplir tú con tus responsabilidades de esposo?

— ¡Cuando me dé la jodida gana! ¡Ven aquí, Ana! ¡No me hagas traerte a la fuerza!

Termino de vestirme a toda prisa, no hay forma de que yo permanezca un momento más cerca de él.

— ¡Inténtalo y llamaré a la policía! ¡No puedes forzarme a nada! ¡Soy tu esposa, no tu puta!

Destrabo la puerta y salgo dándole un azote tan fuerte que retumban los vidrios de las ventanas. La tía de José me observa en silencio pero no me detiene, así que salgo directo hasta la calle.

Creí que iba a seguirme, pero no lo hace. Mucho menos se ofrece a llevarme de vuelta al hospital, por lo que detengo un taxi en la otra cuadra para que me lleve.

Mi mente da vueltas por todos los posibles escenarios que podrían estar ocurriendo: papá enfermo, con una recaída, alguna alteración, incluso su estado de ánimo. Dios mío, que esté bien.

El taxi estaciona en la entrada de urgencias y pago antes de bajar corriendo por el pasillo. Mis manos frías y la palidez de mi rostro reflejan el miedo punzante en mi interior.

— ¡Papá! — Chillo cuando entro en su habitación — ¿Estás bien?

— ¿Annie? — Gruñe Ray cubriendo sus ojos con la manta — Deja de gritar hija, intentamos dormir.

Se gira sobre su costado y vuelve a dormir en segundos. ¿Pero qué pasó? ¿Le ocurrió algo mientras no estuve?

Todo luce igual a cuando me fui, así que salgo al pasillo a buscar a la enfermera del turno nocturno para que me aclare la situación. Todo está en absoluto silencio.

Camino por el otro pasillo cuando una puerta se abre levemente y alguien tira de mi muñeca para meterme a la habitación. Antes de que pueda gritar, su mano se apoya en mis labios.

— ¿Te tocó?

— ¿Qué? — Balbuceo cuando aparto su mano — ¿De qué hablas?

— De tu maldito esposo, ¿Te tocó?

— No, Christian. Recibí una llamada de una enfermera y... — Me detengo un momento, ¿Esto es lo que creo que es? — ¡Tú me llamaste!

— No, no fui yo — Una sonrisa divertida se estira en sus labios — La enfermera lo hizo, yo solo pedí un estudio para primera hora de la mañana.

— ¡Pero ella! ¡Pero tú! — Ahora yo también sonrío — ¡Gracias Christian!

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