Hijos de Yrgland
Decidí partir al amanecer, uniéndome a una caravana de campesinos que se dirigía hacia el reino vecino. Monté mi caballo y me mezclé entre ellos, disfrazado como un campesino más. Durante el viaje, dejé que mis pensamientos divagaran y volaran más alto que las aves, me dormí pensando en ella, emocionado por encontrarme con aquella persona que había capturado mi corazón. Aunque sabía poco sobre ella, la idea de aventurarme fuera de las comodidades del castillo era emocionante y algo intimidante.
Exogia quedaba lejos, pero aún era temprano. Mientras avanzábamos por los caminos polvorientos, contemplaba el paisaje que se extendía a mi alrededor. En la lejanía, las montañas de Orlyx se alzaban imponentes, su paisaje rojizo y árido era hogar de criaturas misteriosas y peligrosas, a lo lejos se observaba la fortaleza del lord de estas tierras, la casa del emblema rojo, los Revenhort. En medio de aquel territorio, divisé una pequeña y llamativa flor de fuego, cuyo resplandor me recordó a los retratos de la persona a la que me dirigía. Su belleza y misterio me llenaban de expectativas sobre lo que encontraría en Exogia: magia, amor y libertad.
Al llegar a una pequeña aldea en las fronteras de Orlyx, la caravana se detuvo para descansar y reabastecerse. El bullicio del lugar era evidencia de la diversidad de criaturas que habitaban la región. Entre artesanos, tejedores y ganaderos me encontré con lady Haeny, una buena amiga del reino vecino. Nos saludamos entre risas y complicidades, compartiendo el secreto de nuestras identidades ocultas bajo disfraces improvisados huyendo de la carga de ser de noble cuna.
El calor sofocante envolvía el ambiente, y los gritos de los pasajeros resonaban en mis oídos. Abrí los ojos con pesadez, buscando a mi amiga entre la confusión y el caos que reinaba en la caravana. Sin embargo, ella ya no estaba a mi lado. Los artesanos y demás campesinos me ayudaron a levantarme, murmurando algo sobre el trágico incidente que había ocurrido delante de nuestra caravana. Los campesinos que me rodeaban, con rostros de preocupación, me explicaron que una cría de dragón se había atascado en el camino de la caravana, causando el caos y la destrucción a su paso. Me quedé un momento sin habla, ¿un dragón?, Orlyx era famoso por ser el lugar donde esas criaturas vivían, sin embargo, se decía que habían migrado a otro lugar hacía muchas lunas...
El calor se hizo insoportable mientras la cría de dragón gemía de miedo, atrapada dentro de la caravana; el cochero, valiente pero temerario, intentó sacar a la bestia del camino. Pero pronto, los aleteos poderosos de una criatura mucho más grande resonaron en la distancia, seguidos de un rugido profundo y amenazante: la madre de la cría había llegado. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver la furia desatada de la madre dragón, que golpeaba el tren con ferocidad en un intento desesperado por salvar a su cría. El techo del vehículo fue arrancado por las garras de la enorme criatura alada, quien lo arrojó sobre nosotros, para rugir una vez más, se le vió inhalar profundamente con intensiones de quemarnos vivos. Uno de los campesinos, más ágil que los demás, me tomó en sus brazos y me cargó como si fuera un saco de patatas, junto con otro compañero, evitando más tragedias. Nos ocultamos tras otra caravana, vi como la madre se alejaba de nosotros hacia donde su cría se encontraba.
La enorme y enfurecida madre dragón comenzó a golpear la caravana con ferocidad, intentando sacar a su cría atrapada. Su fuerza era tan descomunal que la estructura de madera empezó a desmoronarse bajo sus garras.
A pesar del caos que se desataba a mi alrededor, mi determinación por encontrar a mi amiga no menguaba. Ignorando el estruendo de la madre dragón y el crujido de la caravana despedazada, dirigí mi mirada hacia los campesino que compartían nuestro improvisado refugio. Sus rostros tensos y nerviosos no dejaban lugar a dudas: sabían más de lo que estaban dispuestos a decir. Sin embargo, antes de que pudiera presionarlos con más preguntas, la situación tomó un giro aún más peligroso. La madre muy enojada empezó a disparar ráfagas de fuego incandescente por la frustración de no poder sacar a su cría de la caravana. Con el peligro inminente, mi semblante frío y blanco como una hoja de papel, uno de los campesinos en un movimiento rápido me levantó y me colocó sobre su espalda. Por suerte, el rápido accionar de los campesinos nos salvó nuevamente.
Mientras la madre dragón se alejaba, el ruido ensordecedor de sus aleteos resonaba en el aire, llenándome de temor. Palidecí sobre la espalda del campesino que me había rescatado, consciente de que aún debíamos enfrentar el peligro que representaban esas criaturas enormes. El campesino me bajó con cuidado al encontrar un terreno más seguro, pero mi mente seguía preocupada por el destino de mi amiga, preguntándome si había sobrevivido a la furia de la madre.
Nos refugiamos con los demás campesinos mientras los demás escapaban, observando impotentes cómo la enorme madre soltaba el techo sobre la casi vacía caravana, que se hundió en la tierra desértica en cuestión de minutos, convirtiéndose en escombros. Mi corazón se apretó al pensar en mi amiga, atrapada en aquel terrible destino. Sin tiempo para lamentaciones, sabía que necesitaba actuar con rapidez si quería sobrevivir.
Reuniéndonos con los pocos sobrevivientes, contamos apenas con una décima parte de los que habíamos sido antes del desastre. Sin criaturas mágicas a excepción de los dragones, entre nosotros, emprendimos el camino hacia Exogia. La incertidumbre y el temor se mezclaban en el aire, mientras seguíamos al campesino que parecía conocer el terreno. Una vez más, me encontré exhausto y lleno de preguntas sin respuesta sobre lo que nos deparaba el futuro en aquel territorio impredecible.
***
Pasó el tiempo, no tengo idea de cuanto, no sé si es de día o de noche, todo es oscuridad y silencio, pensé que los campesinos me llevarían a alguna caverna para pasar la noche, pero estaba equivocado, mi vista se acostumbró a la oscuridad, estaba en un lugar muy extraño, completamente cerrado.
Quise moverme pero tenía las manos y pies atados, había sangre por todas partes, solo atiné a gritar por ayuda, no hubo respuesta, solo algunos quejidos de dolor provenientes de las esquinas del lugar, y pude escuchar un "no hagas ruido", pero seguí gritando hasta que de pronto apareció una llamarada blanca y al desvanecerse vi 5 hombres extraños y aterradores.
En el oscuro y gélido lugar que parece ser un calabozo, permanecí encadenado. Las piedras de la pared, húmedas y cubiertas de musgo, palpitaban con vida propia, y el frío calaba hasta mis huesos. Cada crujido y eco del lugar resonaba como un susurro de la muerte que se acercaba. A lo lejos, el sonido de gotas cayendo en charcos se mezclaba con un murmullo de voces inentendibles, como si el mismo ambiente conspirara para atormentar mi mente, hasta que el silecio se rompió.
-Parece que la realeza es bastante ruidosa- Exclamó uno de los hombres que lentamente se fue acercando a mí y con un movimiento rápido de manos me levantó a su altura, eran increíblemente altos y delgados.
Abrí mucho mis ojos, tras pensar mucho en la situación, no sabía que hacer, no sabían quien era, preferí callar, pero estaba muy asustado...
-Nunca antes había pasado por Yrgland mi príncipe, ¿verdad?, pero estamos felices de que por fin llegara- replicó uno de los hombres después de escuchar las risas burlonas de los demás.
-No entiendo de qué hablan, ¿Yrgland? No, no, yo estaba en Exogia, ¿Qué es esto?- dije pálido de miedo, pero firme.
El hombre que estaba más atrás se acercó y con una mueca burlona -Veo que la realeza no sale del palacio muy seguido, si va a ser rey, debería conocer mejor su reino, Yrgland es el nombre de este pequeño lugar entre Exogia y Orlyx- rió al ver mi expresión asustada, suspiró después de mirar a los demás hombres -El rugido de la gran Tylxs nos dio curiosidad, e intuímos que se trataba de nuestro querido y amado príncipe Reynard, y acertamos JAJAJAJAJA- sacó de su manga uno de los muchos retratos que recibí y lo lanzó hacia mi pecho, lo levantaron con su magia extraña y lo volvieron cenizas.
-¿Como es que ustedes?... ¿Qué le hicieron a ella? ¿Qué tiene que ver con ustedes?- dije asustado, al borde de las lágrimas al ver el retrato quemarse y oír sus burlas.
Entonces uno de los hombres avanzó, descubrió su rostro tras recitar ininteligiblemente varias palabras extrañas, era en efecto la mujer del retrato, se acercó y sacó todas mis cartas de su túnica. Me miró con la dulce mirada que se reflejaba en los relatos, mis ojos se abrieron y se llenaron de enojo mezclado con tristeza, su expresión cambió a una llena de lascivia, burla, quebrando la imagen que tenía de mi amada.
-¿Mi príncipe creyó que tendría una historia de amor con una plebeya?, que ingenuo verdad- dijo entre carcajadas mirando a los demás hombres, su encantamiento se desvaneció y vi el horrible rostro del hombre, luego volteó hacia las esquinas donde se seguían escuchando gemidos de dolor, exclamó -Dije, que ingenuo ¿VERDAD?- gritó golpeando la pared, de pronto se encendieron unas antorchas colgadas en lo más alto del lugar, pude divisar 4 personas más, colgadas y ensangrentadas, 2 esqueletos de duendes y 5 elfos, a quienes obligó a reír débilmente junto con ellos. Volvió a mirarme burlón.
Incrédulo lo miré nuevamente y dije -¿Quienes son ustedes?- estaba asustado, pero más que nada herido.
-Tenemos diferentes nombres, pero la corona de Bangi nos bautizó como los Wamisalas- dijo el hombre mirándome muy fijamente, habían muchísimos, sus figuras emergían de las sombras, envueltos en capas oscuras que parecían hechas de humo y pieles olvidadas. Sus ojos brillaban en la penumbra con un tono rojizo, y sus labios delgados se estiraban en sonrisas torcidas, mostrando colmillos que parecían afilarse al contacto con el aire. Sus risas resonaban como ecos lejanos, profundos y cargados de maldad. Podía sentir el olor metálico de la sangre en el ambiente cada vez que alguno reía fuertemente al mirarme.
Me puse a pensar un segundo, parecía conocido ese nombre, recordé a mi madre, pero no entendí más nada, hasta que vino a mi cabeza uno de los episodios más negros de mi vida.
-Así que son ustedes... los parásitos que devoran a otras criaturas y beben su sangre... -murmuré, con un temblor en la voz al observar las marcas profundas en los cuellos de los cuerpos suspendidos, sus rostros congelados en una expresión de desesperanza absoluta. Sus ojos, vidriosos y abiertos, parecían seguirme, como si aún intentaran advertirme de un destino peor que la muerte. Y entonces, comprendí: en este lugar, la vida no se extinguía; simplemente, se consumía lentamente, dejando almas atrapadas en una oscuridad eterna.-Esos mismos su alteza- dijo burlón haciendo una reverencia fingida y riendo a carcajadas, para después decir -Claro que nos conoce, después de todo, lord Revenscroft fue un gran banquete- dijo relamiéndose y mirando a los demás hombres con una expresión de victoria.
Mis ojos comenzaron a humedecerse mientras la realidad se deslizaba lentamente hacia un abismo de desesperación. Ellos sabían quién era, conocían mis miedos más profundos. Un suspiro pesado escapó de mis labios, y, en un último intento por mostrar valor, pregunté, con una voz temblorosa, -¿Entonces qué? ¿Van a comerme?- Miré a cada uno de ellos, desafiándolos con la fragilidad que me quedaba, consciente de que mi desafío era solo una máscara para ocultar el terror que me invadía.
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier respuesta. Sus rostros, iluminados por la tenue luz de las antorchas, parecían disfrutar de mi angustia. La risa burlona de la plebeya resonó en mis oídos como un eco macabro. -Adelante, cómanme- dije, sintiendo cómo las palabras se transformaban en un grito ahogado en mi garganta. La desesperación se apoderaba de mí, como si estuviera siendo absorbido por una oscuridad implacable.
Pero el terror no solo provenía de la inminente fatalidad. Era el entendimiento de que no solo buscaban alimentarse de mi carne, sino que también deseaban devorar mi esencia, mi voluntad de luchar. Cada mirada que lanzaban, cada gesto, parecía un ritual, un sacrificio destinado a quebrantarme. Sentí cómo el frío de la muerte se acercaba, su aliento helado susurrando promesas de sufrimiento eterno.
El que parecía el líder se echó a reír, una risa escalofriante que reverberaba en las paredes de la oscuridad. -Alteza, ¿tan ansioso por encontrar la muerte? Es un poco pronto para eso -dijo, su voz acariciando el aire como un susurro helado -Su familia aún no ha venido a buscarlo. Sería un desperdicio dejar toda esa sangre azul sin saborear...- Mientras hablaba, su sonrisa macabra se amplió, revelando unos dientes afilados como cuchillas, brillando con la promesa de un dolor inimaginable.
Antes de que pudiera reaccionar, una magia oscura me envolvió, elevándome y arrojándome sobre una mesa enorme, su superficie fría y dura me devolvió a la cruda realidad. Mis extremidades fueron inmovilizadas por un aura opresiva, como si mil manos invisibles me retuvieran en un abrazo mortal. La risa de los demás resonaba en mis oídos, un canto de victoria ante mi impotencia.
El líder se acercó, su aliento cálido y nauseabundo me envolvió mientras tocaba mi rostro con dedos que parecían llenos de veneno. -Nos divertiremos con usted -dijo, su voz un susurro venenoso -Hasta que toda la familia real descanse en nuestras entrañas-. Con un movimiento rápido, cortó una de mis orejas. El dolor fue instantáneo, como si un rayo atravesara mi cabeza, y el grito que se formó en mi garganta se convirtió en un eco ahogado, ahogado por la realidad de lo que sucedía.
Con una sonrisa satisfecha, el líder le entregó mi oreja a uno de sus hombres, quien desapareció en una llamarada oscura, llevándose consigo un fragmento de mi ser. La ausencia del dolor fue rápidamente reemplazada por un nuevo horror cuando el líder, con una actitud de desprecio, acercó copas de un material desconocido a la herida aún pulsante de mi cabeza.
La sangre brotaba, brillante y roja, manando como un río de desesperación. Ellos, los seres grotescos que me rodeaban, comenzaron a beberla con avidez, sus rostros distorsionados por una mezcla de placer y sadismo. Cada sorbo que tomaban era un recordatorio de mi sufrimiento, cada trago una celebración de mi agonía.
El sonido del líquido siendo absorbido, el resuello de sus gargantas, se convertía en un canto siniestro, una sinfonía macabra que resonaba en mis oídos. Ellos se deleitaban, engullendo no solo mi sangre, sino también la esencia de mi dignidad, de mi vida.
Mientras el dolor se intensificaba y la oscuridad comenzaba a envolverme, su risa se convirtió en un eco distante, un recordatorio de que no era solo un banquete. Era un sacrificio. Y yo, un juguete en sus manos, un trofeo que pronto se convertiría en un mero recuerdo.
Los miré fijamente, sintiendo que la risa burbujeaba en mi pecho como un veneno. -Yo soy Lord Reygard Revenscroft de Rot- susurré, mi voz temblorosa-, no soy de sangre real-. La confusión se apoderó de los hombres; sus miradas se cruzaron antes de que estallaran en risas estruendosas, un eco grotesco que resonó en las paredes de mi prisión. Palidecí, el miedo en mis venas se transformó en un frío helado, y de pronto, una extraña sensación de semiinconsciencia me envolvió. Me vi atrapado en una espiral de pesadillas, un laberinto oscuro del que no podía escapar.
En una de esas ilusiones, el calabozo que me rodeaba se transformó en mi hogar, el suelo bajo mis pies se volvía cálido y familiar, evocando recuerdos que había olvidado. Pero esa sensación de seguridad fue efímera; de repente, todo se oscureció, y las paredes comenzaron a desmoronarse, como si se derritieran, fundiéndose en sombras inquietantes. Las figuras de mis seres queridos emergieron de la penumbra, pero sus rostros estaban distorsionados, sus ojos vacíos, vacíos como el abismo, observándome sin compasión.
Regresé de aquel trance, temblando, y mis ojos se encontraron con dos destellos amarillos que me miraban fijamente. Allí estaba el enorme dragón que había visto en la caverna, su presencia se cernía sobre mí como una tormenta inminente. Su mirada era un abismo de odio, un fuego helado que consumía todo a su paso.
-Si yo fuera usted, no diría cosas como esas- roncó, su voz un eco aterrador que reverberaba en el calabozo -Como heredero de Bangi, su sangre es la más valiosa. Pobre rey Lyssander, su yerno no quiere a su pequeña zorra -su risa resonó, una cacofonía de burlas y desdén, un sonido que rasgaba la tela de mi cordura.
Sutilmente, entendí que su conocimiento era un arma. Sabían perfectamente la situación, mis sentimientos respecto a la corona, mis nulos deseos de ser rey, mi amor por una mujer inexistente, estaba perdido.
Siguieron cortando mi cuerpo, empezaron con pequeñas partes, me torturaron a su antojo durante mucho tiempo, no sé qué ha sucedido fuera de este lugar, solo sé que cada día regresan con mucha energía, estoy seguro que no saben realmente qué hacer conmigo, el dragón me ronda normalmente, estoy callado la mayor parte del tiempo, los otros prisioneros murieron tras ser devorados o por intentar escapar, no he visto a los elfos, solo sé que hay una cabeza cercenada con orejas puntiagudas sobre la mesa y hay una suerte de elfos con alas negras muertos por algunos rincones del lugar.
Ya perdí toda esperanza en salir, me quedan pocas extremidades, mi cabeza da vueltas, solo sé que un día me comerán o el dragón me quemará hasta que no quede nada de mi cuerpo, me pregunto cuando será.
Escuché la puerta del lugar abrirse y alcé la vista, el aire estaba cargado de una tensión eléctrica. No eran los hombres; no podía distinguir sus sombras, pero sí escuché el rugir de la dragona, un sonido que resonaba como un eco de promesas rotas. Mi visión se nubló, y una ola de libertad, fresca y aterradora, me envolvió. Con las pocas fuerzas que me quedaban, me arrastré hacia la salida, sintiendo la calidez del sol acariciar mi piel por primera vez en tanto tiempo.
De repente, la criatura apareció, inmensa y majestuosa. Sus garras me tomaron con una fuerza que parecía tanto un salvoconducto como una sentencia. Voló rápidamente, llevándome hacia lo desconocido. Cerré los ojos, dejándome llevar por la refrescante brisa que soplaba como un susurro de esperanza, un atisbo de un futuro fuera de la oscuridad.
Pero, mientras ascendíamos, la euforia se tornó en inquietud. ¿Qué era lo que realmente me esperaba con ella? ¿Me comerá, como habían prometido los hombres? ¿Me llevará a su guarida, alimentando con mi carne a otros dragones? La posibilidad de ser un mero festín para estas criaturas me atravesó como un rayo.
No lo sé. No espero vivir. En mi mente, el pequeño Percival ocupa el trono que nunca ocuparé. La imagen de su joven rostro, ajeno a los horrores que lo rodean, me trae un breve consuelo. Mientras la dragona se eleva, mis pensamientos se oscurecen, y un escalofrío me recorre la espalda.
El viento, ahora frío, parece susurrar secretos de aquellos que se han atrevido a soñar con la libertad solo para encontrar la muerte. Las nubes se arremolinan a nuestro alrededor, envolviéndonos en una bruma espesa, como un manto de incertidumbre. Al final, el destino se cierne sobre mí como una sombra inquietante: un futuro incierto que se desliza entre los dedos, y en el fondo, la pregunta persiste ¿acaso seré libre, o estoy simplemente cambiando una prisión por otra, más grande y más aterradora?
No lo sé, solo queda la risa sutil de la dragona resonando en el aire, un eco que se mezcla con la neblina y que se aleja, dejando una estela de dudas sobre lo que está por venir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro