El Bosque Mágico
Todo estaba tranquilo, demasiado para ser honesta, no había ni un rastro de magia oscura en el aire. Podría ir hacia el pozo de los sueños y buscar alguna fantasía que soñé a los 2 días de vida, regresar y comer algo en casa sin problema; pero pese a esta tranquilidad no podíamos bajar la guardia ni por un segundo, la profecía de las viejas hadas sabias de la luz se cumpliría aquella tarde y estábamos listas.
La profecía dictaminaba que cuando cayera la noche número 1485 del segundo año de la cobra de 3 cabezas, los doce hechiceros del clan Salwan atravesarían el bosque de Exogia y liberarían el mal que las puertas que Yrgland protegía bajo 9 hechizos antiguos. Solo era cuestión de tiempo; las millones de hadas de las diferentes aldeas del boque estábamos listas para pelear.
¿Dónde dejé mi educación?, me llamo Silphied, pertenezco al clan de las hadas del viento, soy la más pequeña de la aldea, pero estoy decidida a usar todo mi poder para defender mi hogar. Sé que suena loco, pero soy de una raza casi extinta de hadas muy antigua, después de que casi toda la magia se desvaneciera tras una antigua guerra que ocurrió hace muchísimos eclipses fuimos relegadas a vivir en el bosque de Exogia, el único lugar que conserva magia.
Nadie sabe quienes son exactamente los hechiceros, solo sabemos su aspecto gracias a la profecía, largos dientes, alas negras y ojos color carmesí, además de portar túnicas, y ser criaturas sin un rostro definido, no sabemos de donde vienen, solo que ellos quieren desatar el caos y muerte, entre la verde tierra y el hogar de los dragones. A lo largo de las eras, cada rey ideó distintas formas de contener a los hechiceros. Sin embargo, Yrgland se convirtió en el lugar perfecto para confinarlos. Es una zona peligrosa, casi completamente desconocida para la mayoría de las criaturas. Aquellos que han sido desterrados y llegan allí, jamás regresan. Este lugar fue creado utilizando la magia negra extraída de los propios prisioneros: los hechiceros mayores de los distintos clanes que habitaban fuera de Yrgland que alguna vez cometieron faltas a los antiguos grimorios. Hace miles de años, estos hechiceros fueron capturados, pero su verdadero poder salió a la luz cuando se rebelaron, sembrando caos y destrucción en reinos y casas nobles por igual. Fue entonces cuando las barreras se alzaron, sellando su amenaza en lo profundo de Yrgland.
***
Antes de que la primera sombra de los hechiceros se asomara en el horizonte, en la Sala de Cristal del castillo de Bangi, estaban reunidos tres monarcas inesperados, el Rey Eryon de las Hadas, el Rey Lyssander Heartwornd de Bangi y el joven rey de Exogia Kebsien Wardntower, mantenían una tensa conversación. Las paredes resonaban con el eco de sus voces, una mezcla de autoridad y preocupación.
—Te lo aseguro, Kebsien—dijo Eryon, su voz grave pero firme—. Mis guerreros están listos. Hemos reforzado cada sendero hacia el bosque con nuestras mejores tropas y desplegado hechizos protectores en las rutas más vulnerables. No permitiré que estos monstruos lleguen a las puertas de Yrgland.
—Espero que así sea— dijo el joven rey —Pero recuerda, esta no es una lucha común —respondió Eryon, su mirada clavada en el mapa que proyectaba el bosque de Exogia en detalle —Los hechiceros del clan Salwan no conocen la piedad ni la tregua. Si caemos, Exogia entera será su siguiente objetivo, y... luego Bangi— dijo el rey de las hadas mirando a Lyssander con temor.
El rey de Bangi asintió, cruzando los brazos. —Entiendo lo que está en juego. Mis maestros del grimorio van a sellar cada clan de las hadas, para que sus poderes estén reforzados con el poder arcano de las estrellas. Pero necesito que me asegure que las hadas completarán el ritual del ancestral.
Eryon guardó silencio por un momento, observando las estrellas que titilaban a través del techo de cristal. Finalmente, habló:
—Que así sea. Entonces la profecía no será nuestra sentencia, sino el nacimiento de una nueva era de luz... O eso espero.
Con un firme apretón de manos, los tres reyes sellaron su alianza en esa última tregua antes de la tormenta. Afuera, el aire ya comenzaba a cargarse con una energía oscura y espesa. La calma estaba por llegar a su fin.
***
De vuelta en el bosque de Exogia, todos estábamos preparados, cada uno en su posición. Sin previo aviso, una negra y espesa niebla comenzó a invadir cada rincón. Las flores murieron al instante, los pequeños animales y criaturas mágicas se ocultaron, y nubarrones oscuros plagaron el cielo. Eran ellos, no cabía duda: los temibles hechiceros estaban parados en la entrada del bosque, tan aterradores y amenazantes como la profecía los había descrito. Las hadas sabían que estos seres no se detendrían ante nada con tal de cumplir su misión.
El rey Eryon no perdió tiempo y envió la señal a toda Exogia. Cada hada sabía exactamente cuál era su tarea, y se esperaba que cumplieran su deber sin vacilación. Había llegado la hora de luchar. Defender la paz con sus vidas era un precio que estaban dispuestas a pagar; el caos, la oscuridad y la maldad no podían ser permitidos.
Los hechiceros avanzaron hacia el bosque con pasos implacables. Al final de este se encontraban las puertas de Yrgland, su objetivo final. Atravesaron la espesura hasta llegar a la primera aldea, donde un inmenso ejército de hadas los esperaba. Estas portaban un artefacto mágico, un contenedor sellado con hechizos protectores de Bangi. Sin dudarlo, lo abrieron, liberando enormes ráfagas de luz pura que se arremolinaron como una tormenta cegadora. Los hechiceros, sorprendidos por la velocidad del ataque, no tuvieron tiempo de reaccionar. La luz, impregnada de magia buena, actuó como un veneno mortal que se dirigió directo a sus corazones oscuros.
Las hadas comenzaron a celebrar al ver a los hechiceros retorciéndose de dolor en el suelo. Sin embargo, uno de ellos, aparentemente el líder, alzó la voz desde las sombras:
—No canten victoria tan pronto.
Con movimientos fluidos, el hechicero se incorporó, dejando atrás cualquier signo de debilidad. Al descubrir su rostro, lo que vieron no fue la imagen grotesca de la profecía, sino un semblante dulce e hipnótico. Movió los labios con delicadeza, dejando escapar una melodía etérea que, poco a poco, fue envolviendo a las hadas como una red invisible. Una a una, comenzaron a volar hacia él, incapaces de resistir, como polillas atraídas a la llama.
Cuando las hadas estuvieron a pocos metros de distancia, el hechicero extendió las palmas. De ellas emergió una ráfaga de luz oscura que, en un abrir y cerrar de ojos, fulminó a las criaturas aladas. Sus ojos, abiertos en espanto, fueron consumidos por el color de la oscuridad. Ahora, esas hadas no eran más que marionetas de los hechiceros, agentes de su maldad.
El avance continuó. Los hechiceros atravesaron cada rincón del bosque, hasta que se encontraron con una comunidad de hadas guerreras. Estas, ágiles y rápidas, conjuraron un encantamiento que tomó control de uno de los hechiceros, obligándolo a usar su telequinesis contra sus propios compañeros. Los hechiceros, desconcertados, entendieron que estas eran hadas psíquicas, entre las más peligrosas. Sin embargo, su resistencia no duró mucho. Uno de los hechiceros invocó los "21 Truenos Negros del Infierno", un hechizo devastador que desató un trueno gigantesco desde el cielo, cargado con electricidad maligna.
Las pequeñas hadas psíquicas no pudieron soportar el impacto. Sus mentes, forzadas a procesar la energía del trueno, colapsaron, explotando en una reacción violenta. La amenaza psíquica fue erradicada con brutal eficacia.
Después de restaurar a su compañero utilizando un antídoto poderoso, los hechiceros continuaron avanzando. Tomaron un camino serpenteante lleno de árboles enormes, que los llevó a la segunda aldea. Apenas uno de ellos pisó una rama seca de sauce en el sendero, la ninfa Aelith emergió del río encantado. Su figura, etérea y majestuosa, se erigió como la última línea de defensa de la aldea del agua.
El mayor de los hechiceros, al verla, comenzó a susurrar palabras en Muspel, la antigua lengua de la magia oscura. Con un movimiento de sus manos, las aguas inmaculadas y cristalinas del río se transformaron en un bloque gélido de color turquesa. La ninfa, atrapada en el hielo, no tuvo oportunidad de escapar. En cuestión de segundos, el río y su guardiana fueron destruidos, dejando a la aldea completamente indefensa ante la amenaza de los hechiceros.
Se adentraron en la aldea, y el mismo hechicero de poderes gélidos convirtió a cada hadita en minúsculos copos de nieve, que se esparcieron en el aire mientras los hechiceros avanzaban en dirección al sendero.
Todo quedó sumido en un silencio inquietante, interrumpido únicamente por el susurro del viento. Pero entonces, un copo de nieve se elevó con un movimiento extraño, flotando hacia ellos. Un frío más intenso que el del Niflheim comenzó a envolver el ambiente. De pronto, un rugido estremecedor resonó en el valle. Frente a ellos apareció un colosal monstruo de hielo y nieve, con ojos de un azul helado y una presencia que hacía temblar hasta el suelo. Habían llegado a la tercera aldea: la aldea del Invierno Eterno, protegida por aquella criatura ancestral.
El monstruo, de un solo rugido, lanzó una ráfaga de viento helado que desplazó a dos de los doce hechiceros, forzándolos a extender sus negras alas para evitar ser arrastrados hacia un fatídico destino.
Ante esta amenaza, uno de los hechiceros más poderosos, portador de las 61 lenguas de fuego, se adelantó. Pronunció un conjuro en Muspel, invocando llamas abrasadoras que danzaban como serpientes vivas. El fuego, incontenible, envolvió al monstruo en un torbellino ardiente. El coloso de hielo rugió una última vez antes de desmoronarse en una lluvia de fragmentos cristalinos. Sin su protector, la aldea quedó sumida en un desequilibrio térmico.
Los hechiceros continuaron su marcha. El interior de la aldea estaba plagado de hadas, que se alzaron al unísono contra los intrusos. Con velocidad asombrosa, lanzaron ataques directos hacia tres hechiceros, elevándolos con su magia dos metros en el aire. En un acto de venganza, las hadas congelaron a los hechiceros al instante y los dejaron caer sobre el hielo, donde sus cuerpos se rompieron en miles de fragmentos, como si fueran cristales.
—¡Hermanos...! —susurró el líder, apretando los puños con furia.
—¡NO LOS PERDONAREMOS! —gritaron todos al unísono, llenos de odio y determinación.
El líder, el portador del poder de las aguas, alzó sus manos y desató un torrente gigantesco que envolvió a las hadas en un frío abrasador. Sus alas, empapadas, comenzaron a congelarse rápidamente hasta quebrarse en pedazos. Una a una, cayeron inmóviles sobre el hielo.
—¡FUEGO! ¡AHORA! —bramó el líder, dirigiéndose a su compañero.
El hechicero maestro del fuego volvió a invocar el poder de Muspel. De sus manos surgió una llama que, al separarse de su cuerpo, tomó la forma de un dragón inmenso, envuelto en un aura de calor incandescente. La criatura avanzó con un rugido ensordecedor, devorando todo a su paso. El dragón de fuego arrasó con las hadas restantes y redujo la aldea entera a cenizas, dejando atrás solo desolación y muerte.
El sendero seguía, prontamente se encontraron con la última, en la cual vivíamos las poseedoras del poder los vientos. Las expertas voladoras comenzaron a crear vientos huracanados que desembocaron en un gran remolino, el cual hacía que los hechiceros chocaran unos contra otros, dejándolos atontados, era imposible que pudieran escapar de ello con sus alas, el viento era muy fuerte. Por otro lado, las hadas que permanecían en tierra, poseedoras de poderes bondadosos, lanzaron poderosísimos rayos cargados de amor y mucha magia blanca.
Los rayos, como látigos de luz divina, atravesaban los cuerpos de los hechiceros, provocándoles quemaduras y hemorragias. Ni siquiera su magia era capaz de contrarrestar el poder del amor y la bondad, fuerzas que ellos desconocían por completo.
—Este será su fin —declaró el rey con voz firme—. No permitiremos que lleguen a Yrgland vivos.
Las hadas intensificaron el poder de los rayos, empeñadas en detener a los malvados de una vez por todas. Pero algo extraño ocurrió: los hechiceros se miraron entre ellos y, con solemne determinación, tomaron sus manos formando un círculo. Comenzaron a pronunciar palabras en un idioma arcano y desconocido, un lenguaje que resonaba con ecos sombríos.
De repente, los ojos del hechicero que ocupaba el centro del círculo se volvieron completamente blancos, como si canalizara un poder ancestral. Las hadas, alarmadas pero decididas, incrementaron aún más la fuerza del rayo. Sin embargo, su esfuerzo fue inútil. Los hechiceros continuaron pronunciando aquel cántico extraño hasta que, con un grito final, el líder invocó una palabra en el misterioso idioma. En un abrir y cerrar de ojos, todos desaparecieron.
El desconcierto se apoderó de las hadas, que buscaban frenéticamente a sus enemigos. Pero antes de que pudieran reaccionar, los hechiceros reaparecieron detrás de ellas, con una estrategia letal ya en marcha. Sin darles tiempo a defenderse, el hechicero maestro de los truenos invocó una tormenta eléctrica devastadora. Las hadas del viento, que eran las más rápidas y ágiles, se encontraron atrapadas en su propio remolino, ahora controlado por los truenos del hechicero. La tormenta, cargada de energía maligna, las destruyó sin piedad, dejando caer sus pequeños cuerpos calcinados en forma de polvos mágicos sobre el suelo.
Aunque los hechiceros lograron escapar del combate, lo hicieron con dificultad. La teletransportación les había drenado casi toda su energía, y el enfrentamiento los había dejado al borde del colapso. Aun así, la proximidad de Yrgland, visible ya entre la bruma, les devolvió las fuerzas. Cada paso hacia su objetivo les llenaba de una oscura determinación. Sabían que estaban a punto de desatar el caos y la oscuridad sobre toda la dimensión.
Finalmente, se encontraron frente a las imponentes puertas de Yrgland. Estas eran enormes y majestuosas, talladas con runas antiguas que brillaban tenuemente con un resplandor dorado. Sin vacilar, el hechicero poseedor de una fuerza descomunal se adelantó. Juntó sus manos, cerrando los ojos mientras canalizaba todo su poder. De su espalda emergieron dos brazos colosales, de un tono morado translúcido, que se movían con una fuerza titánica.
Con un rugido que resonó como un trueno, el hechicero hundió sus manos etéreas en el terreno donde reposaban las puertas. Con un esfuerzo asombroso, las arrancó de la tierra, levantándolas como si fueran de papel. El acceso a Yrgland, protegido por siglos, había sido destruido.
Una enorme nube oscura se expandió, cubriendo cada rincón del reino. Las pocas hadas que lograron sobrevivir se lamentaban en silencio, sus corazones llenos de desesperanza. La función apenas estaba por comenzar, y ellas, junto con las demás criaturas, estaban destinadas a convertirse en el entretenimiento cruel de los malvados.
Volé tan rápido como pude, intentando escapar, pero fue inútil. El hechicero maestro de los vientos me atrapó con una facilidad aterradora. Sus dedos, largos y huesudos, se cerraron alrededor de mis alas como si yo no fuera más que un insecto.
Te cuento esta historia porque aún sigo viva... apenas. Estoy prisionera en un frasco pequeño, con una tapa que tiene cuatro diminutos agujeros por donde apenas entra el aire. La tapa está sellada con algo extraño, un símbolo que brilla tenuemente y que me impide siquiera intentar abrirla o volar. No sé qué planea hacer conmigo este hechicero, pero por ahora me mantiene con vida.
A veces, lo escucho contar historias, y aunque no lo creas, son fascinantes. Hay algo en su voz, en la forma en que narra, que me hace olvidar, aunque sea por un momento, mi prisión. Sin embargo, siempre me oculta de sus hermanos. La última vez que vinieron, casi me encuentran. Fue aterrador.
Siento que en cualquier momento algo terrible ocurrirá. ¿Me comerán? ¿Me usará para algún ritual oscuro? No lo sé. Solo espero que no sea hoy, ni mañana... con suerte, nunca.
Si descubro algo nuevo sobre el mundo exterior desde este frasco, prometo contártelo. Por ahora, esto es todo lo que puedo compartir desde mi pequeña cárcel de cristal.
***
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en lo que parecía una eternidad. Mi único contacto con el mundo exterior era la luz tenue que se filtraba por los agujeros de la tapa del frasco y las historias que el hechicero contaba con su voz grave y cautivadora. Aunque no podía confiar en él, una parte de mí se aferraba a la extraña humanidad que mostraba cuando hablaba conmigo. Era casi como si, en su corazón oscuro, hubiera un destello de algo que se acercaba a la compasión.
Pero esa noche, algo cambió. Sentí el aire cargado de tensión, diferente, casi electrificado. El hechicero estaba más inquieto de lo habitual, como si una fuerza oscura se hubiera apoderado de él. "Hoy es el día", murmuré para mí misma, observando la intensidad en sus ojos carmesí. Sus ojos brillaban con una emoción que no podía comprender completamente, pero que me llenaba de miedo. Me levantó del estante donde solía mantenerme escondida y me miró como si me estuviera viendo por primera vez.
—Es el final del camino, hadita —dijo con una sonrisa fría—. Tomaré tu magia y seré el más poderoso.
Sus palabras me helaron el alma. ¿Tomarla? ¿Qué significaba eso? Estaba a punto de ser el fin, lo sabía. Pero algo dentro de mí comenzó a despertar, un impulso primal que no comprendía. Mientras el hechicero comenzaba a invocar el poder que tanto había ansiado, sentí como si una fuerza invisible me envolviera. Su hechizo comenzó a tomar forma, pero algo dentro de mí también se rebeló.
En un abrir y cerrar de ojos, el sello en la tapa comenzó a brillar intensamente, como si el poder de la luz se estuviera liberando de dentro de mí. No provenía del frasco ni de él, sino de mí. Algo antiguo y profundo, algo que ni siquiera sabía que poseía. Mi cuerpo comenzó a brillar con la intensidad de mil estrellas. La luz me envolvió por completo, transformándome en algo completamente diferente.
Cuando los destellos de magia desaparecieron, me vi ante él. Ya no era la diminuta criatura atrapada en el frasco, sino una figura gigante envuelta en luz pura. Mis ojos, antes de un verde suave, ahora reflejaban el cielo más profundo, y mi cabello dorado caía como un río de fuego. Garras afiladas reemplazaron mis manos diminutas, y mi boca ahora mostraba dientes afilados como espadas. Mi ser irradiaba bondad, pero mi forma era aterradora, como la de una criatura de leyenda.
El hechicero retrocedió un paso, sus ojos rojos se agrandaron al ver mi transformación. Podía sentir su miedo, una emoción extraña en él. Sus dientes largos comenzaron a salir, y sus alas negras se desplegaron como las sombras de la muerte.
—Este es el final del camino —dije con una voz que resonó como un trueno.
Sin esperar más, levanté una mano, y el aire a mi alrededor se tornó en un torbellino de luz y magia. El hechicero levantó las manos, preparando su último ataque, pero ya no estaba tan seguro de su victoria.
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