Capítulo 18
La tía Marissa fue la primera que salió en su encuentro. Jul sonrió al verla mejor que la última vez. Se había arreglado el cabello y el color caoba, se hallaba ya sin canas. Los recibió con un fuerte abrazo, que mostraba lo mucho que los extrañaba.
-Que linda estás, tía. Te echábamos de menos.-las dos se hallaban tomadas de las manos, sonrientes.-Mamá quería venir pero...-la mujer asintió comprendiendo.
-No te preocupes. Entiendo. Creo que ni siquiera el vivir en un pequeño pueblo, alejado de la ciudad, nos permite estar del todo tranquilos. Cada uno debe aprender a vivir con sus locuras, Jul.-sonrió cálidamente hacia ambos-Yo tengo las mías, así que la entiendo muy bien.
-¿Y cómo se las han arreglado? ¿Mejor?-preguntó Gerard.
-Ah...se podría decir que si. Matthew está ayudando con lo máximo que puede, pero se le complica un poco con la universidad y todo eso. Quiso abandonar, pero no pude permitírselo, ya saben, es su futuro.-Marissa suspiró de forma cansina. Se notaba lo cansada que estaba, con todos esos trabajos y gastos por pagar.-En fin, pasen. Ya quería verlos. Traigan sus cosas.
Gerard tomó la mochila que habían traído y los tres se dirigieron adentro. Muffin los siguió, moviendo su cola, feliz de sentir esos aromas tan familiares. La casa estaba igual que antes. La madera blanca de algunas paredes, y el papel tapiz floreado de las otras. Los sofá tapizados con almohadas a juego con las paredes. Lo único que faltaba era el ambiente de alegría que se vivía cuando estaba su tio. Ese hombre contaba los mejores chistes, esos que te hacen meter en la historia y luego te destornillan de la risa. Jul vio con tristeza, las fotografías familiares. Se hallaban descuidadas, con los marcos sucios y los cristales grises del polvo.
-Bueno tía, hay que ponernos manos a la obra.-dijo la chica, rompiendo el triste silencio.-¿Por qué no me pones música? Algo animado. Limpiar con un buen ritmo siempre es mejor.
-Yo me encargaré de la pintura.-añadió Gerard.-Las caballerizas están descuidadas, ¿te parece? Con unas manitas de pintura volverán a ser las mismas.-ambos estaban hablando animadamente, intentando contagiarla. Sin embargo, ella lucía cada vez más apagada. Se sentó en el sofá que tenía justo atrás de ella, y sin más, comenzó a llorar.
-Perdónenme, queridos. Esto se me estaba haciendo insoportable.-los dos se sentaron a su lado. Gerard abrazó a su hermana y ella sollozó.-Todo esto ya no vale la pena. Lo vendimos.
Los dos que no sabían nada al respecto, se quedaron con los ojos bien abiertos. ¿Habían vendido la propiedad? De pronto comprendieron el incansable dolor de Marissa. No solo había perdido a su esposo, sino que también la mayoría de sus recuerdos. Incluso a ellos les dolía no poder volver a ese lugar, donde los niños prácticamente se habían criado. Jul recordaba esas infinitas tardes calurosas, corriendo junto a su primo mayor, Matt, ya que la pequeña Madelein aún no existía.Se tiraban globos de agua y gritaban hasta que sus madres salían a regañarles. Muffin era tan solo una cachorra, y los perseguía incansable.
-Oh, Mari...-suspiró Gerard-Si tan solo hubiéramos sabido, quizás...-su hermana lo interrumpió, chasqueando la lengua.
-No había nada por hacer. Mi Matthew se irá luego, en un par de años, y yo me quedaré sola. ¿Quién mantendría este lugar? Yo no podría, de eso estoy segura. Además, es una casa muy grande, que ya no se necesita. Creo que es momento de sanar. Tal vez el no estarlo recordando en cada cosa que haga o vea, me sea un poco de ayuda.-su voz era demasiado triste y suave, parecía que se quebraría en mil pedazos. Quería convencerse de algo que ella sabía, no olvidaría fácilmente.
-Nunca lo olvidarás, pero quizá si puedas sanar un poco más rápido. De eso no estoy seguro, lo que si sé querida, es pero no estarás sola. Nos tienes a todos nosotros, y a tus dos hijos, ellos te aseguro que lo que más quieren es verte bien.-dijo él, mientras Marissa asentía, sin parar de llorar. Vio a Jul limpiarse una lagrima y no pudo más que suspirar, renovando el aire de sus pulmones.-¿Ya tienen una casa?
-No, aun seguimos buscando una. Matt vio más departamentos en la ciudad, pero me rehúso a vivir allí. Creo que ya estoy bastante loca como para empeorarme.-sonrió apenas.
-Tía, no estás loca. Enfrentas una perdida muy grande, y apenas que pasaron cinco meses.-dijo la chica, tomando su mano.
-Ahora que lo pienso bien, hay una casa en el pueblo, pero está un poco estropeada.-Gerard se puso pensativo-Los dueños la abandonaron, cuando se volvieron ricos de forma repentina. Ni siquiera les importó rentarla. De hecho, no tendrías que pagar nada por ella. Bueno, con los materiales para arreglarla sería una suma, pero...-Marissa dio una sonrisa muy alegre, que iluminó a los Thompson.
-Pagaron bastante bien por la propiedad, no estoy mal con el dinero.-se la veía muchísimo más animada. Jul pegó un gritito de emoción.-Y presiento que a los chicos les gustará la idea. Madie morirá de felicidad si sabe que estará cerca de ti, Jul.-la joven sonrió feliz, aunque luego se preguntó porqué la niñita no había aparecido aún.
-¡Acaba de llegar!-la castaña salió corriendo a su encuentro, feliz por la posible mudanza de sus parientes más queridos.-¡Se mudarán a dos cuadras de casa!-bueno, quizás ella ya lo había dado por hecho.
La chica saltó encima del pobre Matt y lo abrazó con todas sus fuerzas. Él tampoco sabía que su prima vendría. La abrazó un poco confundido, pero feliz de verla. Por la puerta de la casa, salió una niñita castaña completamente dormida, aun con su pijama de Barbie. Se frotaba los ojos y miraba la situación somnolienta. Había escuchado el 4x4 y se levantó de manera rápida para recibir a su hermano.
-¡Se van a mudar a dos cuadras de mi casa!-para esa última exclamación, Gerard y Marissa habían salido también a la entrada y observaban la situación divertidos. Ninguno de ellos había confirmado nada, y ella ya lo daba por hecho. Madie levantó la mirada y miró a su tío Gerard con el ceño fruncido, molesta porque ni siquiera la había notado.
-Mamá, tío Gerard no me ha visto. Te lo dije, ser tan pequeña no me gusta.-dijo, sonando molesta. El hombre bajó la mirada confundido y abrió la boca al verla ahí. Se apresuró a levantarla en brazos y Marissa sonrió divertida.
-Ya vas a crecer cariño, no tiene nada de malo estar chiquita. Tienes cinco, a los seis serás un poquito más alta.-la niñita suspiró y miró hacia Jul, queriendo ir con ella. Gerard caminó hacia ellos.
-Mira quien quiere que la saludes.-Jul volteó y vio a su primita extendiendo los brazos para que la tomara. La abrazó fuertemente y dejó un besito en su frente.
A Juliette le encantaban los niños, pero ella nunca había podido tener hermanos. Siempre había querido tener esa compañía, esa complicidad, aunque fuera de un niñito más pequeño. Sin embargo, había encontrado eso en sus primos. Matt le brindaba esa comprensión y complicidad, aunque siempre se pudieran presentar peleas entre ellos. Madie, por su parte, le daba todo el amor que una niñita de su edad pudiera ofrecerle.
-No sabía que vendrían.-dijo el joven sonriente, saludando a todos. Había unas compras de comestibles en el asiento del copiloto, que Matt bajó enseguida, mientras se encaminaba adentro.-¿Qué me dijiste como una completa loca?-preguntó hacia Jul, que seguía con Madelein en brazos.
-¡Que hay muchas probabilidades de que se muden al pueblo!-exclamó rebosando de felicidad. La niña la miró y comenzó a moverse, intentando dar saltitos, Jul la sostuvo más fuerte.
-¡Apretujaré a Simón todos los días!-su prima comenzó a saltar y ambas reían de felicidad. Marissa, Gerard y Matt observaban la situación divertidos. Sin embargo, sabían que era algo bastante serio.
-Bueno si, pero no quiero que te pongas así, cariño.-su padre se acercó a ella con una sonrisa de lado-Ellos tienen que pensarlo bien antes de tomar una decisión. Es algo que no debería tomarse a la ligera.-Jul asintió como una niña pequeña. Él tenía razón, pero se le hacía difícil no ilusionarse. Ellos eran su segunda familia y en cariño, tenían la misma importancia que sus padres.
-Miren la cara de Muffin, ella también quiere. Aunque ya no tiene cuello. Que lastima, ¿no? Está muy gordita.-la pobre perrita los miraba con la cabeza ladeada, no entendiendo que hablaban de su no atlético cuerpo.
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