EPÍLOGO
Está a punto de cumplirse un año de mi desaparición. No ha habido ni una noticia en todo este tiempo. Aquella noche de Halloween fue terrible. Mis amigos encontraron el móvil de Katleen frente a la puerta del jardín del viejo casino y dieron parte inmediato a la policía. Las autoridades peinaron todo el inmenso mole constructivo y más allá sin ningún resultado. La alcandía decidió no celebrar nunca más una feria en Halloween. Demasiadas familias estaban destrozadas aún y mi pequeña ciudad no se sobreponía.
Yo los miraba pasar a cada uno con sus vidas. Mi madre al siguiente día después de aquella maldita noche no solo tuvo que lidiar con la horrible noticia de mi desaparición, también tuvo que atender a la policía cuando le pidió que se encargara del señor Perking. Habían allanado su casa por el terrible olor putrefacto y lo habían encontrado muerto. Mis padres se encargaron de su entierro. Al menos a él le darían un final. Yo me quedé en su casa, deambulo entre el moho y la suciedad.
Tengo la esperanza de que mi madre un día decida limpiarla y encuentre el tablero. Si lo usa tal vez pueda decirle cuanto la amo. La observo desde la ventana del señor Perking, cada noche llora inconsolablemente en mi cama junto a una foto mía. Me rompe el corazón mirarla. Bueno, no sé si tengo corazón, Verónica se lo llevó aquella noche, jamás ha vuelto a aparecer. Es mejor así. Al fin de cuentas, su infierno no es el mismo que el mío.
“Yo te quiero matar, y no lo sabe nadie,
No lo sabe nadie, te quiero matar… de amor.”
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