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CAPITULO 3 MI QUERIDO DEMONIO

Mis pies tropezaban torpes entre sí. Llevaba una desesperada carrera entre la multitud. Mi respiración era entrecortada y sentía el pecho apretado. Las manos me temblaban pero aún así se aferraban al teléfono de mi amiga como si fuera un ancla de salvación. El corazón me latía con mucha fuerza. Una y otra vez tropezaba con las personas y sus ridículos y horribles disfraces. Me daban pánico y me quejaba apartándolos bruscamente.

La gente me miraba con desprecio como a una desquiciada, y así parecía, mi cara estaba desencajada, el reflejo que me devolvió la superficie de una de las atracciones me lo confirmó y sentí un escalofrío. Pasé mi mano por mi frente sudorosa para quitarme el pelo pegado a ella. Respiré profundo para intentar que no me venciera el vértigo de mi ansiedad pero el aire en mis pulmones me dolió. Decidí seguir, mis amigos estarían como locos buscándome y si me encontraban nos iríamos enseguida estaba segura. Y no podía ahora, necesitaba encontrar a la estrafalaria pitonisa.

Doble una esquina y al fin tope con su carpa roja. Aún estaba sentada afuera, junto a la mesa decorada con el misticismo característico de esos personajes. Parecía dormida con las manos sobre la inmensa bola de cristal. La primera vez que la encontramos me dio miedo, tenía los ojos blancos vencidos por una catarata horrible y la cara arrugada como si fuera una momia de mil años. Su voz fue suave pero no impidió que me atemorizara cuando te miraba con aquella vista vacía.

Entendí que toda aquella parafernalia no hacía más que aumentar la efectividad de su manipulación sobre sus clientes pero en ella era diferente, podía sentir la energía a su alrededor y me espantaba. Suspiré para expulsar todos esos pensamientos y trate de ignorar el miedo que me dolía en el pecho cuando por fin di los pasos para llegar hasta ella. Indiscutiblemente aquella mujer estaba en la foto mirando directamente a lo que fuera esa cosa detrás de nosotros y no creí que fuera una casualidad, no era yo la única que lo veía. Tenía que preguntarle, tenía que encontrar algo que me explicara porque esa noche, todo se había vuelto un infierno para mí.

Cuando me detuve frente a ella abrió los ojos y me miró, aunque estaban blancos y vacios me estaban mirando. Por un instante no supe que hacer no sabía ni que era lo que quería preguntarle, sentí que me mareaba. Entonces la señora estiró sus manos huesudas y agarro las mías. Me estremecí eran muy frías. Abrió la boca de una forma grotesca pero no salió de ella ninguna palabra, solo sonidos guturales como los que escuche en casa del señor Perking, provenientes del sillón de orejeras. Sentí pánico y comencé a llorar como una cría asustada.

— Está aquí, ha venido por ti, la puerta roja la ha dejado pasar, vino por ti. — dijo como en un eco.

Aquellas palabras se colaron en mi cabeza pero estuve segura que no salieron por la oscuridad de aquella boca horrible. Sentí que inminentemente me desmayaría pero de pronto un estruendo enorme me hizo reaccionar. Solté las manos que me apretaban. Sentí los oídos palpitarme. El estruendo se repitió y entonces caí en cuenta que había comenzado la presentación de fuegos artificiales que se había anunciado.

El cielo se iluminaba con multicolores reflejos. Me alejé de la pitonisa sin decir nada más. Ella se quedo mirándome con sus vacíos ojos blancos. Me estremecí y apure el paso. La gente reía y caminaba de prisa hacia la exposición. Yo seguía sintiendo una opresión en mi pecho y la falta de aire era asfixiante. Las palabras de la anciana mujer retumbaban en mi vente. « ¿A qué se refería?» me repetía una y otra vez. Otro estruendo me sobresaltó. Me detuve sin darme cuenta. Quedé mirando hipnóticamente el cielo iluminado de formas y colores.

Estaba prácticamente sola en aquel espacio todos se habían ido al lugar de la exhibición buscando mejores vistas. Sentí como mi interior se agitaba entre desasosiego y tristeza. Pensé en mis amigos, quizás andaban buscándome desesperadamente o tal vez estaban tan entretenidos en los fuegos artificiales que se habían olvidado de mí. Al final todos se olvidaban de mí, me dejaban sola. Ella no. Ella estaría allí ahora. Podía imaginarla a la perfección.

Di un respingo y salí de mi trance. Algo en mi mente despertó de pronto, una idea, una deducción, una corazonada. No traté de buscarle explicación a mis actos solo seguí mi instinto. Volví a abrir el móvil de Katleen. La imagen congelada del selfie con la pitonisa inundó la pantalla. La pasé inmediatamente con un escalofrío. Continué pasando fotos y fotos hasta llegar a la última, la que Katleen sacó cuando estábamos sentados esperando por los helados.

La foto mostraba una iluminación extraña. Alcé la vista, ante mi estaba el mismo lugar, quería verificar si alguna farola o algo pudo haber producido aquel efecto demasiado lumínico. El banco vacío se mostraba impasible, alumbrado por los focos de la carpa más próxima, no había nada fuera de lo normal. Detrás estaba la oscuridad absoluta del antiguo casino, su jardín olvidado y su verja roída.

Volví a la vista a la foto, tal vez la luz que desenfocaba nuestros rostros de forma lúgubre era solo el flash. Amplié la foto con las yemas de mis dedos con la esperanza de no encontrarlo, pero mi esperanza se rompió en pedazos enseguida. Allí estaba. Detrás de mí, siempre detrás de mí. Su larga túnica negra y su máscara de diablo rojo y dientes filosos. Sentí que el terror volvía a darme unas ganas enormes de llorar. Esta vez sus manos huesudas estaban sobre mis hombros. Un escalofrío me recorrió la espalda. Apagué el teléfono, angustiada. Levanté la vista nuevamente y fue entonces que descubrí la escalofriante coincidencia.

Detrás del banco vacio donde nos sacamos aquella última foto estaba el arco. La puerta roja a tamaño natural daba entrada a los jardines del antiguo casino. Estaba descolorida por el paso del tiempo pero imponente. « ¿Cómo no me había percatado antes?» Una brisa gélida me golpeó la cara. Sin poderlo evitar me acerqué a aquel símbolo que en esta noche me había revolcado tanto mi mundo. El Torii era inmenso. Toqué la superficie de la madera y resultó ardiente, repelé inmediatamente. Hacia el otro lado la oscuridad era casi absoluta, prácticamente no se distinguía las siluetas de los setos ni del edificio abandonado. Me asustaba pero sentí que inevitablemente tenía que pasar. El ancestral símbolo espiritual se había convertido aquella noche en algo más que una sombría coincidencia.

Atravesé el arco y todo comenzó a dar vueltas a mí alrededor de forma desenfrenada. Sentí que perdía el equilibrio así que cerré los ojos y caí de rodillas. De pronto sentí otra explosión de fuegos artificiales que me hizo reabrir los ojos. Cuando divisé mi entorno me levanté del suelo como un resorte. Estaba en otro lugar. « ¿¡Cómo rayos había llegado allí!?» Sentí que me desmayaría. La opresión en mi pecho era insoportable y la cabeza quería explotarme de dolor. Estaba aterrorizada.

Cuando intenté concentrarme en mi desesperada respiración para lograr calmarme caí en cuentas del lugar donde me encontraba. Era justo el final de la avenida que conducía a la casa de Mathew, el antiguo chico guapo del insti. La misma esquina donde me detuve hacía un año cuando salí de la fiesta del Halloween. Vi la casa al final, las luces y los ruidos sordos de la fiesta. Me sorprendí un poco no sabía que este año había fiesta, Mathew había ingresado ya a la universidad y raramente se le veía por la ciudad. Todo era tan confuso.

Entonces lo que sucedió a continuación hizo que mi sangre se helara de puro terror. Comprendí que estaba loca, que todo aquello era fruto de una esquizofrenia despertada de tanto sufrir o que se yo. O tal vez estaba en una especie de trance espiritual que me regresaba en el tiempo, lo cual sonaba aún más descabellado.

El auto descapotable lleno de estúpidos y ebrios universitarios pasó cerca de mí. El del asiento del copiloto me grito “Tortillera” secundado por la risa estridente y burlona de sus acompañantes. Sentí la misma rabia y humillación que aquella noche cuando había pasado exactamente lo mismo. Estaba reviviendo cada instante tal y cual fue. Miré la piedra enorme que estaba junto a la bombilla que alumbraba la esquina. Esta vez no tenía por qué tomarla, sabía de antemano que no se las lanzaría.

Lo sabía por qué ya lo había vivido. Hace un año atrás lo hice y no me dio tiempo lanzársela a los imbéciles. Aunque estaba convencida de que fue mejor así ¿o no? No estaba segura, todo a continuación era solo oscuridad en mi mente, no podía recordar nada hasta que desperté la siguiente mañana en mi cama, sudorosa y llena de fango. Pensar en ello me remontó con un flashazo a como me vi en la feria, las manos llenas de tierra mojada y mi ropa también. Gemí y la visión desapareció. Empecé a llorar agitada. Era torturante aquella lucha interna contra mis tormentosos recuerdos o alucinantes visiones.

Tome la piedra enorme impulsada tal vez por la idea de que aquel extraño trance me develara lo que mi subconsciente bloqueaba. Como la primera vez todo sucedió igual. Cuando me di vuelta ya el auto arrastraba rueda hacia la izquierda y se alejaba a toda velocidad. Suspiré, me volví otra vez y allí estaba. Verónica Holmes estaba parada frente a mí. Sentí un estremecimiento que me recorrió de pies a cabeza. Unas ganas enormes de abrazarla inundaron todo mi ser. Gemí en mi llanto llena de una emoción que hacía saltar lágrimas de mis ojos. El impulso de apretarla en mis brazos, de la añoranza que me pesaba en el corazón, me hacía temblar. Pero Vero me miraba muy seria, tenía los brazos cruzados sobre el pecho, estaba enojada. Fui a decir algo pero no pude, las palabras se trabaron en mi garganta era como si no pudiera controlar mi cuerpo, estaba destinado a repetir lo mismo que había sucedido, fuese lo que fuese, y nada podía hacer más que presenciarlo.

Fue ella entonces la que rompió el silencio. Primero me pidió disculpas, pero sentí que no eran del todo sentidas porque seguidamente comenzó a desestimarme. Me cuestionó que insistiera en marcharnos, que no tenía porque mandarla siempre que en verdad parecía que era algo más para mí y eso no podía ser, que todos iban a pensar mal y no quería por nada del mundo que la asociaran a una lesbiana.

Sentía sus palabras como afiladas dagas de traición, ella me había hecho quedar en ridículo por algo que ni siquiera era cierto del todo y aún así seguía echándome mierda. Donde estaba nuestra amistad que consideraba más valiosa que nada en el mundo. La furia y el dolor de la confianza quebrada me quemaba por dentro. Sentía que la vista se me nublaba sin control. Verónica no paraba, cada dos palabras había un insulto disfrazado, como todo aquella noche, donde los seres humanos se cubren su verdadera naturaleza con máscaras, no para espantar los malos espíritus como cuenta la leyenda de Halloween, si no para dejar libres sus peores fantasmas.

No comprendí si era la bebida pero Vero no hacía más que sacarme en cara los más disimiles errores que hubiera cometido. No le rebatí nada pero cada frase de su boca era el combustible que hacía que una ira incontrolable me ardiera en las entrañas sin poderlo evitar. Entonces algo se atravesó en mi campo de visión. Detrás de ella apareció la presencia demoniaca que me perseguía en las fotos. Me estremecí, no recordaba su presencia, no sabía si todo aquel trance era un juego alucinógeno o eran puros recuerdos que por alguna turbia razón había dejado enterrados. Ella seguía diciendo excusas estúpidas mientras manoteaba, ignorando por completo a aquel ser. Pero aquella máscara horrenda me miraba, solo a mí. Sus ojos vidriosos y falsos me hicieron sentir una especie de oscura maldad.

De pronto y como un rayo me abalance sobre Verónica y le golpee fuertemente en la sien con la piedra que tenía en la mano. Pasó tan rápido que no reaccione a más nada mientras la vi caer y convulsionar en el pavimento. No sentí nada más que un frío helado meterse hasta mis huesos. Solté la piedra como una autómata y me acerqué a ella. Boqueaba extrañamente y sus ojos me miraron llenos de lágrimas. La sangre pastosa le brotaba sin piedad y manchaba su cabello dorado. Dentro de mi ser sentía aún ganas de abrazarla, de llorar, de gritar. « ¿¡Qué había hecho por dios!?» No podía ser, me negaba a creer que el monstro fuera yo. Yo era el demonio y había matado a mi querido ángel. Tanto la amaba que fui capaz de hacer el acto más egoísta. Era esa la causa por la que involuntariamente había bloqueado el recuerdo. Quería abrazarla, quería con un desespero enloquecedor que me quemaba las entrañas. Pero la Beth de un año atrás solo la miraba. Estaba ida de sí, abandonada en el shock.

Cuando la observé expirar y sus pupilas azules se enchanzaron y se quedaron sin su luz cotidiana me acerque. Mi interior libraba la enorme batalla por hacer algo pero el escenario era un bucle indestructible. La alcé sobre el hombro, no me explicaba de donde saqué las fuerzas, debía ser mi estado de shock. Emprendí camino por las oscuras calles llenas solo de luces y decoraciones del maldito Halloween.

Cuando me di cuenta estaba entrando en la calle de mi casa. « ¿¡Dios santo, que hago, que hice!?» El corazón me latía tan fuerte que pensé que moriría. Estaba asqueada y me odiaba a mí misma con todo mí ser. Quería gritar, llorar, quitarme la vida, pero el peor castigo ya lo estaba viviendo. Recordar lo que cobardemente enterré en mi memoria era la venganza más cruel. Me volvería loca, jamás superaría aquella pesadilla. Y ese oscuro y tenebroso ser lo sabía, tal vez había venido a eso. Porque allí estaba, aparecía y desaparecía en los rincones más oscuros de mi camino. Me seguía desde las sombras y vigilaba mi penitencia. Tal vez ahora comprendía todos los sinuosos mensajes que había recibido aquella noche. «Ha venido a por ti» Era tal vez la razón de toda la locura.

Mi agonía no cedía ni un momento. El nudo en mi garganta y la revoltura de mi estomagó me hacían sentir desfallecer. Pero aquella Beth continuaba. « ¿A dónde rayos iba con el cuerpo de mi mejor amiga sobre mi hombro?» Lo único que recordaba es que había despertado al siguiente día en mi alcoba llena de fango y cansada. No entendí en aquel entonces, ahora lo comprendía todo. Pero ahora, en aquella pesadilla a donde iba. Otro escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando me detuve frente a la verja del señor Perking. No me puse a pensar pero dentro de mi mente sentí que todo tenía un macabro sentido. Entré al jardín sabía que el señor Perking y su esposa estaban haciendo reformas así que seguí decidida hasta el costado de la casa. Los constructores habían dejado abiertos enormes huecos en la tierra húmeda para al siguiente día de las festividades fundir los cimientos del nuevo cobertizo. Sin esperar un segundo, me vi lanzando el cuerpo del amor de mi vida hacia uno de aquellos cuadrados profundos. La vi caer al fondo en una posición antinatural como una tétrica muñeca de trapo. «¡¡ No!!» Grité sin voz mientras mis manos se enterraban en la tierra apilada en un costado y a puñados la lanzaba sobre mi ángel querido.

No sé explicarlo pero sentí crujir mi corazón. Los latidos desenfrenados que me martillaban los oídos comenzaron a detenerse. Se sentía el eco en toda la oscuridad del patio del señor Perking. Caí de rodillas sobre la tierra húmeda. Había comenzado a llover. Comencé a llorar, llorar profundamente. Los sollozos me ahogaban mientras el sonido cada vez más lento de mi corazón seguía retumbando. Lloré por Vero, grité desconsolada, pedí perdón metiendo mis manos en la tierra. No sé cuánto tiempo grite y me arrastré desalentada sobre el borde del inmenso hueco que ocultaría en su fondo para siempre a mi mejor amiga. A mí querido ángel.

«Mi querido demonio» Escuché la frase de su voz suave. Me incorporé despacio, sentía que las fuerzas me flaqueaban, era como si estuviese muriendo poco a poco y tal vez era eso lo que hacía. Me quedé de rodillas, mi cara llena de fango y mis ojos llenos de lágrimas. Mi interior lleno de dolor lacerante. Lo vi entonces, frente a mí, en la otra orilla del cuadrado infernal. El ser de larga túnica y la máscara de diablo rojo.

— He venido a por ti, mi querido demonio. — Repitió.

Parpadee varias veces. No había dudas, era su voz. Estaba sorprendida pero en el fondo no tenía dudas. Entonces el ser se llevó las manos a su máscara y se la quitó. Volví a estremecerme violentamente. Mi desvalido corazón dio un vuelco. El rostro perfecto de Verónica se descubrió. Ya no tenía color, era marmóreo y violáceo. Su pelo no tenía brillo. Uno de los lados de su cara estaba putrefacto justo donde la herida había dejado un hueco espeluznante.

Gemí, de terror y dolor. Verónica me miraba con sus ojos claros demasiado blancos. Movió la cabeza a ambos lados de forma siniestra. Estaba paralizada ante aquella escena, no tenía ni fuerzas ni valor siquiera para pedirle perdón. Estuve segura que después de todo, no me perdonaría. Miré detrás de ella, algo se había movido. Entonces descubrí el horrendo butacón de orejeras. Está vez estaba de frente y me mostraba un cadavérico señor Perking, deforme y putrefacto.

— Le debo todo al señor Perking y su devotísimo amor hacía su esposa. Espero la noche perfecta, la víspera de Halloween, cuando las fronteras con el más allá son muy débiles. Usó el viejo tablero para contactar con ella, pero el alma en pena más cercana, ¿adivina quién era? No dudé en cruzar el extraño arco que apareció en mi limbo y de pronto ya estaba de este lado. Lo siento por él, en verdad lo siento. Pero atravesé con tanto odio retenido que le corté el cuello con el propio cristal del juego. Al fin podía verte y olerte. Comencé a seguirte desde esa madrugada. Sufrí tanto todo este año, esperando a poder venir a por ti maldita perra. Tu falso dolor me daba grima y rabia — Soltó y podía sentir el rencor en cada una de sus palabras

El discurso de Verónica me atenazaba las entrañas, era como si aquella melodiosa tertulia fueran más que palabras y vinieran con el agonizante dolor del infierno. Traté de hablar pero algo se atragantó en mi faringe. Una ola de arqueadas me dominó y la tos era feroz. Ahogada vi como aquella Verónica se acercaba a mí, mirándome con una expresión malévola. Llegó junto a mí y no pude moverme. Una mueca parecida a una espeluznante sonrisa se dibujó en sus negros labios. Metió dos dedos en mi boca mientras yo me revolvía entre arqueadas asfixiantes y un horror monstruoso. Podía sentir sus dedos por mi traquea. Mis ojos clavados en los suyos, en su rostro aterrorizante. Sentí que perdía el conocimiento cuando su mano salía otra vez. Al liberarme el vómito no se hizo esperar con una arqueada atroz. Un charco de sangre pegajosa se creó ante mí. La sentí en mi lengua, en toda mi boca, chorreaba por mis comisuras. Levanté la vista otra vez, mis ojos se me cerraban llenos de lágrimas. Verónica me miraba triunfal y mantenía su mano alzada. Cuando detalle en ella me horrorice. Entre sus dedos un corazón sanguinolento emitía sus últimos latidos. Trate de balbucear pero solo buches de sangre se atragantaban en mi garganta.

— No te preocupes mi amor, al final de cuentas tu corazón siempre fue mío. — dijo sarcásticamente y soltó una carcajada que se quedó perenne en mi mente mientras caía sin conocimiento.

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