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CAPITULO 2 LA PUERTA ROJA

Cuando toque la puerta descubrí que estaba abierta. El escalofrío ahora fue como un golpe helado en mi sien. No sé de donde saqué el valor para empujar la puerta pero creí que era mi deber saber que ocurría. Tal vez el señor Perking se sentía mal y debía brindarle ayuda.

Cuando entré un olor fétido me golpeó de lleno y tuve que controlar una arqueada. El recibidor estaba en penumbras, dos pequeñas lámparas apliques en la pared casi no brindaban luz, el halo me alcanzaba solo para guiarme. El piso de madera degastada crujía con cada una de mis pisadas. Cuando llegue al final del pasillo un arco inmenso daba paso a la sala y a la cocina. El olor a humedad y pesadumbre se hacía más denso. La iluminación seguía siendo escasa por lo que no distinguía mucho más allá de la silueta de los muebles antiguos.

— ¿Señor Perking? — Le llamé y me sorprendí del hilo de voz temblorosa que salió de mi boca.

Determiné que aquella casa me daba muy mala energía así que decidí salir inmediatamente. Me acerque a la mesa rodeada de sillas macabras para dejar el regalo de mi madre. Si el señor Perking estaba en su recamara en algún momento se levantaría y vería la cena, no tendría porque esperarle, quería escapar lo antes posible de aquel entorno de desconsuelo. La mesa de madera estaba tan llena de cosas que tuve que correr algunos bultos de revistas viejas y papeles para poder colocar la fuente. Todo estaba lleno de polvo y suciedad.

Hice una mueca y sacudí mis manos pero me quedé quieta porque algo llamó mi atención. Mas al centro de la mesa había una especie de tablero de madera que tenía dibujados varios caracteres chinos y en el encabezado tenía pintado un arco rojo, una especie de puerta con dos pilares y de innegable estilo asiático, con las puntas de pagoda. Aquella puerta roja la había visto alguna vez en algún que otro artículo estaba segura, pero no podía recordarlo. El tablero se veía gastado por el uso y los años. Me quedé mirando un segundo los trazos envejecidos de los caracteres chinos, siempre me habían llamado mucho la tención esa forma de escritura.

Recordé que la señora Yang a veces escribía así, trataba de mantener sus tradiciones. Tal vez aquel extraño cartel o no sé qué, le pertenecía. Sacudí mi cabeza para desprenderme de la inmovilidad y me dispuse a marcharme cuando de pronto un ruido gutural me hizo sobresaltar espantada y me di vuelta. Tropecé de espaldas con la mesa y apoyé mis manos sobre el misterioso tablero para evitar caerme. Noté entonces que algo pegajoso lo embarraba en una de sus esquinas. Levanté la mano como si me hubiese quemado y asqueada la limpié en mis pantalones. Noté que cerca del dibujo de aquella puerta roja había rastros de la cera de una vela negra ya gastada. Supuse que era eso lo que había tocado pero de igual manera el pánico y el asco no me abandonaban y empezaban a crearme un nudo de ansiedad en mi garganta. No sé qué diablos hacía el señor Perking pero no lo iba a averiguar.

Forcé mis músculos tensos y paralizados por un frío terror y me dispuse casi a salir corriendo, pero de nuevo el sonido me hizo detenerme. Se repitió la especie de quejido como si viniera de un pozo muy hondo. Respiré profundo para que los latidos de mi corazón que martillaban en mis oídos no me desorientaran. Entonces divisé por el rabillo del ojo un sutil movimiento en un inmenso butacón de orejeras altas que descansaba en una esquina de la sala. El asiento me daba la espalda así que no podía ver quien lo ocupaba pero estaba segura que alguien estaba sentado allí. Muy cerca había una lámpara de pie y su luz mortecina parecía dar sombra a alguna silueta, o era mi mente ya atiborrada de horror que me hacía ver cosas donde no las había. De pronto noté que no se sentía el más mínimo sonido, había un silencio sepulcral que me hizo sentir un peso en el pecho casi asfixiante.

— ¿Señor Perking? — pregunté casi susurrando y me descubrí temblando casi compulsivamente.

Volví a envolverme en la chaqueta a modo de sentirme más segura y di dos pasos hacia la esquina dominada por el butacón. Mis piernas parecían resistirse a avanzar.

— ¿Señor Perking? — susurré casi ininteligible. Me daba la impresión que romper ese extraño silencio era un terrible acto. Cuando estaba a escasos pasos del alto espaldar del butacón me di cuenta que en la pared del frente era donde descansaban las lúgubres y horrendas máscaras que tanto me asustaban. La contraluz les creaba sombras macabras sobre los dibujos espantosos de sus ojos y las fauces sombrías. Me detuve, ya temblaba visiblemente y sentí que mi vejiga apretaba. Me di cuenta de lo aterrorizada que estaba.

Todo aquel ambiente no hacía más que empeorarlo. El corazón salía de mi pecho y sentí un ligero mareo. El grito no se hizo esperar cuando un movimiento violentó el silencio. Una mano calló sin ganas sobre el brazo del mullido butacón y quedo como desgarbada con los largos dedos hacia abajo. Grité muy alto hasta que raspe mis cuerdas vocales, tal vez ahora vendrían todos por mi espaviento y volvía a ser vergonzoso, pero aquel lugar me espantaba demasiado.

Me tapé la boca sin moverme, apretando fuerte para que no escapara otro aullido. La huesuda mano se movió otra vez hacia la parte interna del sillón. Ahora volvía a quedar todo oculto de mí por el alto espaldar. No podía moverme y sentí el sabor metálico de la sangre, me había mordido la lengua involuntariamente por el terror que me paralizaba. Escuché sonidos bajos que provenían de aquel asiento endemoniado. Parecía una conversación entre susurros. La mano volvió a moverse y apareció otra vez sobre el brazo del sillón. Parecía moverse guiada por hilos, era como una torpe marioneta oscura y tenebrosa. Cuando agudicé los ojos me di cuenta que la mano esta vez sostenía una máscara entre los dedos.

La recordaba muy bien. Era la máscara que mas me aterraba de la colección del señor Perking y la señora Yang. La máscara tenía la cara de un diablo rojo con grandes colmillos y pelos negros y su color rojo brillaba como la sangre. Además no tenía los ojos vacíos como las demás, al contrario, poseía ojos vidriosos que parecían mirarte con un brillo del infierno. Aunque ahora la oscuridad no me permitía detallarla sabía en mis adentros que me estaba mirando. El señor Perking o lo que fuera eso detrás de la butaca se movió. Sentí que el corazón se me detenía. Entonces aquel tétrico señor Perking me habló con una voz que parecía estar muy lejana, como en un hueco profundo.

 La… puerta… ella viene a través… del arco. Lleva la… máscara… tómala…— balbuceó.

La máscara calló con un sonido sordo sobre el tabloncillo y la luz de la lámpara le dio de lleno. Aquel demonio rojo me miraba fijamente, estaba segura de ello. Otro susurro grotesco salió de aquel señor Perking y yo no pude aguantarme más. No sé como mis paralizadas piernas se movieron y me llevaron en una carrera hacia el exterior. No me detuve hasta que caí sobre el pavimento de la calle y gemí quejándome del golpe en mi rodilla. Me dio la sensación de que algo me perseguía, ese extraño sentimiento de estar en medio de una pesadilla muy vívida en donde algo siniestro se abalanzaba sobre mí, creí incluso sentir  su respiración acosándome. Me enrosqué haciéndome un ovillo y me abracé a mis rodillas gimoteando y llorando como una niña pequeña. Sentí un dolor en el pecho sabía que ese algo intangible ya me alcanzaría, lloré con más dolor cuando sentí el toque cálido sobre mi hombro. Grité y apreté los ojos llenos de lágrimas mientras azotaba al aire desenfrenadamente para defenderme.

De pronto mis manos fueron sujetadas por las muñecas y sometidas. Entonces escuche la voz pausada de mi amigo Lennon.

Basta, Beth, te harás daño. Tranquila somos nosotros. —

Todavía me sostenía por mis muñecas cuando abrí los ojos y divisé su rostro pálido y preocupado. Pestañee varias veces para que mis ojos empañados por el llanto me permitieran ver más claramente. Lennon estaba arrodillado frente a mí, angustiado. Detrás pude ver a Asia, Tomas y Katleen. Me miraban con asombro y temor. Katleen tenía la mano sobre la boca y los ojos muy abiertos. Moví mis manos para que Lennon me soltara y lo hizo suavemente pero no se movió de su lugar. Me quedé muy quieta sentada frente a él, ninguno de ellos tampoco se movió. Entonces rompí en llanto y Lennon me abrazó. Hundí mi cara en su pecho y me sentí con un poco de paz. Pasó solo un minuto cuando sentí los cálidos cuerpos del resto de mis amigos hundiéndose en un maravilloso abrazo grupal.

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Mis amigos me rescataron y nos fuimos casi corriendo hasta la feria. Ninguno de los cinco se disfrazó, juramos no hacerlo cuando perdimos a Vero. En el trayecto me tranquilice un poco. Los predios de la feria estaban abarrotados de gente y de puestos multicolores. Las luces contrastaban con la mole oscura que era la construcción del antiguo casino. Los detalles arquitectónicos de estilo asiático antiguo le daban un aire de templo sintoísta, pero estaba segura que la espiritualidad fue lo último que podrías haber encontrado allí en sus tiempos de gloria. Se contaba que una mafia japonesa fue su autora unos 100 años atrás y que en sus días de esplendor fue una gran atracción en toda la región pero hacía mucho que estaba cerrado y prácticamente en ruinas. No por ello la alcandía dejaba desaprovechar la oportunidad de usar sus amplios jardines para la feria de Halloween y otras festividades. Por supuesto que del muro divisorio hacia la escalinata de la entrada no se podía pasar, técnicamente estaba en peligro de derrumbe y aparte de ello aterrorizaba en todo su conjunto ruinoso.

Obviando el oscuro edificio la feria se llenaba de derroche y diversión. Mis amigos me arrastraban de puesto en puesto y me hacían jugar cada juego. Las risas me contagiaron y comencé a sentirme aliviada. El horror que me había hecho doler hasta los huesos ya casi era como una borrasca en mi cerebro. Ninguno había insistido en averiguar qué había pasado y yo fui creando un bloqueo de lo sucedido como medida de seguridad de mi subconsciente. Me estaba dejando ganar por la juerga y las risas y no iba a dejar de hacerlo. Caminamos hasta un banco de madera para tomar un descanso.

Deberíamos de ir por helados, tengo hambre. — soltó Tomas mientras se acariciaba la barriga. Todos asentimos y entonces se dirigió a por los conos.

Saquémonos un selfie — gritó Katleen y sin esperar tomó su móvil y se colocó de forma en que los demás quedáramos en el cuadro.

Cada cual hizo su mueca sensual y el flash anunció la foto. Nos reímos mucho, era como el selfie número mil que sacaba esa noche. Lennon sentado a mi lado me tomó la mano y nos miramos. Sabía que estaba preocupado pero le regale una media sonrisa tranquilizadora. Lennon tenía adoración por mí y en este último año se acrecentó, a veces sentía pena por él, creo que estaba enamorado de mí, yo: la peor persona para estarlo. Evitaba pensar en ello, no quería perder a un buen amigo por mi aflicción incurable. De pronto vimos a Tomas hacernos señas desde el puesto de los helados.

Me sostienes el móvil Beth, creo que alguien está pidiendo auxilio. — me dijo sonriente mientras indicaba con la barbilla a Tomas que seguía insistiendo desde la distancia.

Lennon se puso de pie y se fue con ella no sin antes esperar a que le asegurara que estaba bien. Lo hice sonriendo. Me quede sentada al lado de Asia. Un momento de silencio nos inundó. Asia era la última que se había unido a nuestro grupo de amigos. Había llegado al insti poco más que un año atrás. Sus padres se habían trasladado desde Japón por trabajo. En verdad no se llamaba Asia, era un apodo que le pusieron en el colegio por obvias razones. Pero no le importó y al final se integró, eso sí, al peor grupo de inadaptados. Al principio le costó pero poco a poco fue tomando confianza en nosotros y nosotros en ella. Era muy inteligente y podías hablar de los más disímiles temas con ella, además divertía su acento y su lenguaje enredado.

La miré y me di cuenta que las dos mirábamos la luna en silencio.

Qué lástima que esos nubarrones tapen la luna, está preciosa hoy.— solté el comentario más idiota que se me ocurrió pero que más se podría esperar de mi con todo lo que me había pasado. Ella me sonrió.

Está así porque han pasado muchos muertos a este mundo esta noche — dijo pausadamente. Sus palabras sonaron profundas y no pude evitar sentir un escalofrío recorrerme la espalda.

Al parecer Asia notó que me había asustado o tal vez mi cara pálida se lo hizo saber porque me sonrió de forma condescendiente.

Eso es lo que sucede en Halloween, ¿No es así? Es la noche para que los portales que separan el mundo de los muertos del de los vivos se abra. — dijo nuevamente con esa forma tan despreocupada que siempre tenía.

Yo seguí sin decir nada, de hecho sentí como se secaba mi garganta sin saber porque aquellas palabras me ponían la piel de gallina. Volvimos al silencio pero por dentro quedé inquieta. De pronto volvieron a mi cabeza retazos del extraño suceso en la casa del señor Perking. Me moví inquieta y Asia volvió a mirarme, inducía que quería hablarle de algo así que sonrió no sé si para mostrarme su amabilidad y no lo pensé más.

Asia, ¿qué significa este dibujo? — pregunté algo ansiosa mientras tomaba de sus manos una papeleta gastada que aún conservaba y sacando veloz un boli que siempre llevaba en mi bolsillo, dibuje como pude los rasgos de la puerta roja que noté en el tablero de la casa del señor Perking.

Asia miraba atenta mis trazos pero sin decir una palabra. Tampoco la noté asustada, ni siquiera sorprendida, cuando terminé y le devolví el trozo de papel.

Es un Torii. — dijo inmediatamente de forma muy natural.

La miré sin comprender nada y entonces comenzó a contarme sobre la historia de los Torii, una especie de arco o puerta roja tradicional japonesa que simboliza la transición hacia el mundo espiritual. Le revelé donde lo había visto y porque me llamó la atención y entonces me comentó que el raro tablero seguramente era un kokkuri-san o la Ouija japonesa. El símbolo se dibujaba siempre en esos tableros para permitir que los difuntos entraran a través de él.

Las palabras de Asia sonaban tranquilas pero yo comencé a sentir una exaltación por dentro. Los recuerdos de la extraña situación en la casa del señor Perking volvieron a atormentarme ahora más nítidamente. « ¿Qué rayos pasó? ¿Qué hacía un objeto como ese en la casa del señor Perking? ¿Sería de su esposa? Pero, ¿para qué lo necesitaría? Y todo aquella aterradora presencia… y las máscaras… ¿Puerta? ¿Muertos?» Las preguntas y el terror se agolpaban en mi mente y comencé a respirar con dificultad. Estaba segura que me daría un ataque de ansiedad. Sentía el pecho apretado y unos deseos horribles de vomitar. Cuando Asia tomó mis manos en las suyas di un salto en el banco tan exagerado que tuvo que sostenerme por el brazo para no caer. Escuché vagamente como me preguntaba si estaba bien, en su rostro se podía ver claramente que la asustaba. Imagine que mi semblante debía estar horrible.

Sí, estoy bien, no te preocupes. — le dije, al parecer sin convencerla, porque apretó más mis manos entre las suyas. Las sienes me palpitaban arrebatadoramente. No quería que me preguntara, en verdad no quería pero lo hizo.

 Beth, ¿qué sucedió esta noche? — soltó

Retiré las manos de entre las suyas bruscamente, como si me hubiese herido. No supe explicar de dónde me salió la rabia que sentí. Exactamente esa fue la pregunta que me hicieron todos, la noche de Halloween, hace un año atrás. La pregunta retumbó en mi cabeza por una semana, no cesaban de hacerla. No quería volverla a escuchar. Me golpee las sienes con desesperación y cerré los ojos. Al abrirlos descubrí a Asia mirándome con los ojos muy abiertos, estaba realmente asustada. Miré mis manos y estaban cubiertas de fango, me aterroricé y comencé a restregarlas con ímpetu y exasperación. Me paré del banco impulsivamente mientras gemía impaciente al ver que toda la tierra mojada que tenía en mis manos estaba también en mi ropa inexplicablemente empapada. « ¡Qué diablos!» Comencé a golpearme los brazos, el abdomen, hasta que escuche mi nombre en un grito ahogado de Asia mientras me zarandeaba. Cuando salí de mi trance noté a todos mis amigos mirándome entre atónitos y asustados. Respiré con rapidez y me observe a mí misma, no estaba mojada ni llena de tierra. « ¿Fue una alucinación? ¿Un recuerdo?» No podía darle una explicación. Fue demasiado vívido que no sé de donde mi subconsciente lo desenterraba, no se a que se atribuía y todo aquello me desquiciaba aún más. Me sentí desorientada y tuve que volver a sentarme. Todos se acercaron a mí preocupados e insistieron en que tal vez deberíamos irnos. Yo protesté con un hilo de voz, el cuerpo me temblaba y mi interior era un desasosiego total pero no quería estropearles la noche, no más de lo que ya lo había hecho. Aunque sinceramente sería mejor que me marchara, estaba muy ansiosa y todos los sucesos acontecidos me tenían los pelos de punta. Tal vez sola en mi habitación podría enfrentar mejor mis miedos, mi incomprensible comportamiento, con la ayuda incondicional de alguno de los ansiolíticos de mi madre. La maldita noche de Halloween me estaba volviendo loca.

Cerré los ojos para que se me pasara el vértigo. Escuche como Lennon decía que me acompañaría a casa. Mientras él, Tomas y Asia discutían si marcharnos todos o solo nosotros, mi móvil vibró dentro del bolsillo de mi jeans. Lo ignoré un segundo, si mis únicos amigos estaban delante de mí hablando entre todos, el mensaje solo podía provenir a esa hora de mi madre y no estaba en el mejor momento para sermones. Me estremecí cuando volvió a vibrar. Lo saqué al fin y vi que el mensaje provenía de un número desconocido. Me asusté pero la curiosidad fue mayor. Miré de reojo a mis compañeros que continuaban poniéndose de acuerdo. Aproveché que me ignoraban y volví la vista al móvil. «Salimos hermosas en la foto, otra vez juntas. V» Arrugué la frente cuando leí el mensaje, no entendía bien que era todo aquello, « ¿acaso era una broma?»

En ese momento todos se acercaron a mí y me sacaron de mis confusas cavilaciones. Me comentaron que se marcharían conmigo si me sentía mal. Insistí en que no era necesario que me acompañaran, no quería que se perdieran la noche por mi culpa. No me convenció ninguna de sus protestas y como tregua entonces acordaron acompañarme cuando terminara la exhibición de fuegos artificiales que se anunciaba con alboroto por toda la feria. Accedí, era bastante justo para todos, Katleen terminaría de tomar los selfie (nunca suficientes) y yo luego de ello podría marcharme. El pensamiento despertó un clip en mí y recordé el misterioso mensaje. Le pedí inmediatamente el móvil a Katleen justificándome con que quería ver las fotos de la noche mientras caminábamos hacia otras atracciones de la festividad pero inconscientemente solo quería dar una lógica a aquel mensaje.

Katleen no demoró en entregármelo y siguió la animada conversación que llevaba con los demás. Íbamos caminando muy compactos pero sin darme cuenta me quedé rezagada inmersa en las tantas fotos de la galería. Fui pasándolas con la yema de mi dedo lo suficientemente rápido para verlas pero sin perder tiempo. No sabía exactamente que buscaba entre las muecas y risas que aparecían en pantalla, ni en la luminosidad y las capturas de momentos, no sabía en absoluto que buscaba pero tenía la sensación de que inusitadamente iba a darme cuenta. Y así fue. La foto apareció frente a mí en la pantalla del móvil y el escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Sentí la punzada de terror atenazarse en mi pecho y volvió el vértigo. Una de las fotos nos mostraba a espaldas de un puesto de algodón de azúcar pero lo extraño y escalofriante resultó ser la presencia que salía en el cuadro. En una esquina aparecía una persona vestida como con una túnica negra larga hasta los pies y una horrible máscara de diablo rojo, la misma máscara que me aterrorizaba en la casa del señor Perking.

Tapé mi boca para evitar gritar del susto. Aunque pudiera parecer casualidad de alguien disfrazado que salió sin querer en la foto, enseguida comprobé que no era así. Ese ser enmascarado miraba al foco como todos nosotros, posó solo a unos pasos y ninguno lo notó. Pensé enseguida que algún gracioso intervino en el ángulo para fastidiar, quería a toda costa encontrar alguna explicación que me diera consuelo pero presentía que no serviría de nada. Era demasiada casualidad. Seguí pasando los dedos por los incontables selfie y fotos de la noche, no me había dado cuenta que me había detenido. Ya ni siquiera me percataba de mí alrededor pero noté que me había quedado en un espacio donde no llegaban las luces de la feria con la misma intensidad porque tuve que agudizar la vista.

No sé cuánto tiempo pasó cuando comencé a desistir de aquella frenética visualización de la galería de mi amiga. Trataba de negarle importancia me sentía tan sugestionada que podía estar viendo cosas donde no las había. Pero la pesadilla estaba lejos de terminar. Una nueva foto apareció ante mí. Era la ocasión en que nos fotografiamos junto a una anciana pitonisa que le leyó el futuro a Katleen en su gigante bola de cristal azul. La foto estaba sutilmente desenfocada pero la presencia con la máscara volvía a aparecer esta vez pegada a mí, casi encima de mi hombro. Me paralicé. El horror oprimía mis entrañas. Aunque todo mi ser era un amasijo de nervios traté de mirar más detenidamente la foto, era tal vez la forma de darle sentido a todo aquello, pero el resultado fue peor. Me di cuenta enseguida que la anciana de la bola de cristal no miró hacia la cámara, su vista vacía miraba directamente a aquel ser detrás de mí.

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