3. El origen de mi agonía
‹‹ Lo bueno de la esquizofrenia es que nunca estás solo ››
‹‹El problema no son las alucinaciones, sino saber que los recuerdos y los momentos más felices jamás existieron, es una confusión de la que ninguna persona con problemas mentales puede escapar. Es un verdadero infierno››
Lo recuerdo. Cómo comenzó todo, ni siquiera sabía que ese sería el inicio de mi agonía. La inocencia de un niño puede llegar a extremos inimaginables, ¿Qué tanto podemos protegerlos?
Sería mucho más fácil entenderlos que juzgarlos, desgraciadamente se nos hace más fácil criticar a los demás en lugar de ayudarlos.
Conforme pasa el tiempo tienes que aprender a vivir sin ayuda de nadie, pues la que te ofrecen no es mas que por lástima esperando el momento preciso para cobrártela.
Un recuerdo, lo recuerdo,
Entre mis mejores amigos,
Ahí estaban.
Sus ojos me veían,
Sus corazones no latían,
Pero finalmente los sentía,
Vivos o no,
Eran mi familia.
Corría tratando de superar a Bobby, el perro color café capuchino con pequeños mechones blancos que combinaban perfecto con las bellas flores que adornaban el camino hasta el pequeño vivero, donde yacían las flores que tanto me encantaba ver, era algo corto pero a la vez largo, cada camino esconde algo en él, y las piedras perfectamente bien alineadas escondían colores brillantes que salían a la luz con el rayo del sol, era inevitable no mirar esa hermosa vista cada vez que venía aquí, un camino de ensueño lleno de magia solía creer yo.
Las risas saliendo de mi llamaban siempre la atención de mi abuelo, logrando que se levantara de esa silla de donde jamás se movía desde que había fallecido la abuela, me partía verlo ahí sentado esperando la muerte, hundido en una inmensa depresión del cual era preso, pero a fin de cuentas, conseguía hacer que apartara la vista de la ventana vieja de la habitación que daba al jardín para que saliera conmigo a jugar, y una vez que regresaba a casa, él volvía a sentarse, día tras día lo mismo, me sorprende que mis tíos no consiguieran hacer que el ánimo volviera a él.
(...)
Sin poderme alcanzar llegaba tarde pero temprano a ver a la pequeña niña traviesa e imperactiva que venía a jugar cada fin de semana con su única compañía metida entre tantas plantas que la superaban en tamaño.
- ¡Corre abuelo! - gritaba desde adentro mirando cómo se acercaba a paso lento con su bastón café brillante, y en el mango decorado con un hermoso caballo plateado lo hacía elegante - ¡Ya crecieron! - saltaba de emoción
Brincoteaba a su llegada, me encantaba ver cómo abrían los capullos de las flores dejando ver lo hermosa que es la naturaleza, adoraba la jardinería, siempre me gustaba regar las plantas a tan sólo esta edad de seis años.
Al fijar mi vista nuevamente al perro que venía conmigo me di cuenta que ya no estaba, y así solía ser la mayoría de las veces, terminaba perdiendo a mi competencia para correr, pero siempre terminaba encontrándolo, nunca se quedaba quieto, excepto cuando se trata de mi abuelo.
Todavía recuerdo las veces en que íbamos a comer al campo, siempre olvidaba su sombrero junto al tronco del árbol más grande donde siempre nos sentábamos a la sombra, mirando el cielo adivinando la forma de las nubes.
Aquella vez nos fuimos olvidando a Bobby, era obvio porque se había ido a explorar y no llegó a la hora de irnos, cuando regresamos esa tarde, estaba ahí, esperando a mi abuelo en aquél árbol junto a su sombrero.
Entré para buscarlo, caminaba apartando grandes hojas de la hierba que había por los alrededores, cerca de grandes árboles de diversos colores con flores brillantes
— ¡Bobby! — lo llamaba curiosa
— "Por aquí"
Escuché unas voces al unísono llamándome, me acerqué guiándome por el sonido de su llamado llegando a unas pequeñas bancas, un niño con pelo negro corto algo largo y dos hombres de mediana edad se encontraban sentados ahí sin explicación alguna, por alguna razón me daban mala espina pero me gustaba hacer amigos y quería conocerlos para poder jugar, adoro los juegos, simplemente me encantan.
— Hola — saludé ingenua — ¿Qué hacen en el jardín de mi abuelito?
Todos sonrieron extrañamente. Les devolví la sonrisa y fui hasta ellos
—"¿Quieres jugar?"
Los miré detenidamente y detuve mis pasos, tenía que reconocer que algo no andaba bien, su silueta algo deforme y distorsionada me confundía un poco, mi sonrisa fue desapareciendo poco a poco debido al miedo que comenzaba a sentir en cuanto ellos sonrieron, retrocedí un paso dando un grito de susto al sentir unas manos tomándome de los hombros, pero todo eso desapareció al ver el rostro de mi abuelo, inmediatamente me abalancé sobre él abrazándolo de las piernas.
— ¿Qué pasa Lía? — preguntó con su voz calmada al mismo tiempo que añadía cierta preocupación — ¿Te asusté?
Negué con la cabeza: — ¿Quiénes son ellos? — señalé a donde estaban pero para mi sorpresa no había nadie
— ¿Quiénes?
— El niño y...los señores — hablaba confundida —, estaban aquí — miré a mi abuelo desconcertada
Miró fijamente a donde le señalaba, su cara mostraba inconformidad, su mano se posó sobre mi hombro avanzando hasta sentarse ahí, hizo un ademán para que me sentara junto a él, me acerqué confundida sin saber lo que pasaba, no podían haberse ido tan rápido, los hubiera visto alejarse, y la cara de mi abuelo me preocupaba aún más porque no me decía nada, sólo apoyaba sus manos sobre el mango del bastón clavando su vista al piso
— ¿Viste algo Lía?
Asustada, acentí, me senté a su lado esperando a que me dijera lo que pasaba, podrían ser nuevos visitantes, o tal vez eran amigos suyos y no quería que me acercara a ellos
— No debes tener miedo pequeña — habló tranquilo — ¿Los ves ahora? — preguntó haciendo que me levantara asustada
Esa pregunta me hizo sentir triste, es como si dudara de lo que había dicho, ¿los veo ahora? Era una pregunta que me hacía sentir como si mis palabras no tuvieran ninguna validez, es como si...estuviera loca como para decir que veo cosas que no pueden ver los demás
— No
— Escucha, solía tener a unos amigos — levantó la vista —. Les gustaban mucho los juegos
— ¿A qué jugaban?
Talló sus ojos dejando ver pequeñas lágrimas escurriendo por ellos
— No hija, no me gustaban sus juegos, y si en un futuro ellos te invitan a jugar, no se los permitas — dijo angustiado —. Sé más astuta, y acude con personas que puedan alejarte de ellos — acarició mi mejilla
— ¿Son los que estaban aquí sentados?
Negó con la cabeza triste pero de una manera algo aliviada: — No, ellos... — hizo una pausa para mirarme —. Son tus amigos
(...)
Mis amigos. Era verdad, mi abuelo tenía a sus amigos y yo tenía a los míos, así eran las cosas. Científicamente, la esquizofrenia puede ser hereditaria, no me atrevo a odiar a mi abuelo por esto, en lo absoluto, no es su culpa, antes al contrario, le doy las gracias porque me sigue enseñando a luchar contra mis demonios.
Todas las personas viven en constantes luchas consigo mismos, pero eso no nos hace diferentes, somos iguales, la única diferencia es que nosotros vemos las cosas más claras, viéndolos de frente.
Si de algo estoy segura, es que entre más le demostremos a la vida que podemos enfrentar los retos más podremos soportarlos.
Sólo espero que la vida no me ponga piedras más grandes por superar, estoy demasiado cansada
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