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LII

—Bien... No es un plan complicado, pero tampoco es como que quiera tener contacto con ese niño —expresó Lillian un tanto molesta y risueña—. ¿No es más fácil el terminarlo?

—¡NO!

De inmediato, el especialista corrigió su error y reguló su tono de voz.

—D-digo... No. Eso sería provocarle un trauma más grande y es lo que menos quiero —explicó el castaño oscuro.

—Bueno sí, Miguel está bastante enamorado de ti.

—Tengo que hablar con sus padres para que me ayuden en esto.

—Entenderán que lo haces por su bien —sonrió ella para él y le brindó confianza.

—¿V-vamos de una vez? —cuestionó Ari, nervioso.

—¿Seguro?

—Pues por eso te pregunto a ti —indicó, subiendo un poco el tono de voz.

—Mira, Ari, mientras más rápido hagas esto, será mejor para ambos. Créeme.

El de ojos bicolor dudaba seriamente si presentarse a sus suegros nuevamente, ya que la última vez que los visitó, terminó en un conflicto serio y él herido.

—No te preocupes; yo voy contigo si lo necesitas, Ari —animó su amiga con unas palmadas algo fuertes en la espalda del contrario.

—Gracias, Lillian.

El psicólogo le sonrió a su compañera y esta le regresó la sonrisa. Después, Ari tomó aire para armarse de valor y finalmente salir de su hogar.

Los dos entraron en el auto rojo del especialista y se pusieron en marcha, en dirección a la casa del Sr. Bernal.

[...]

Frente al antiguo hogar de su pareja, el pelicastaño hizo resonar el timbre de la casa y no pasaron más de 3 minutos antes de que la Sra. Montes abriera la puerta, sorprendiéndose al ver a la visita.

—¿S-señor Ari? —titubeó la rubia—. ¿Qué lo trae por aquí?

—Quería hablar con ustedes acerca de Miguel; su hijo —informó el psicólogo con sus manos detrás de su espalda.

—Oh, ¿Qué le pasó? ¿Está bien? —interrogó empezando a alterarse.

—Sí, sí, todo bien con él, pero necesito una pequeña ayuda por su parte. ¿Está su esposo? —inquirió asomándose a la casa.

Paula dudó en dejarlo entrar, pero tratándose de su hijo, los tutores tendrían que saber cualquier cosa.

—Claro —afirmó también con su cabeza y se hizo a un lado para dejarlo pasar—. En un momento lo llamo.

—Gracias.

El menor ingresó a la casa, seguido de la Sra. Montes y ella se retiró para buscar a su marido.

Por su parte, desde el auto de su amigo, Lillian festejaba que todo había salido bien por el momento.

Nuevamente en el hogar, la rubia regresó a la sala con su cónyuge tomados de las manos.
En cuanto hubo contacto visual entre el Sr. Bernal y Ari, se formó una tensión bastante incómoda; el especialista se puso a temblar.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó el rubio mayor, molesto.

—Cariño, solo quiere hablar con nosotros de Mike —explicó Paula.

—Creí que él ya no se acordaría de su familia.

—Sí lo hace, pero esta vez quiero hablar sobre algo que le está pasando... Desde el punto de vista profesional que perdí por idiota —se culpaba el de ojos heterocromáticos.

—No se diga así, señor —insistía la señora.

—Tengo razón y eso no se puede cambiar.

—Agh, ¿Qué es lo que quiere decirnos de Miguel? —interrumpió Esteban.

—Creó una dependencia —avisó el menor de ellos.

—¿Una dependencia a qué?

—A mí, prácticamente —contestó otra vez el psicólogo.

—¿A usted? ¿Eso se puede? —habló la mayor.

—Sí. Normalmente una persona que tiene dependencia a otra, es porque encontró algo que le faltaba y para aquel es difícil despegarse —objetó.

—¿Y eso en qué nos involucra a nosotros? ¿No se supone que usted es el psicólogo? —alegó el Sr. Bernal.

—Sí, pero comprenderá que esta situación no la puedo manejar solo, dado que él se queda en mi casa y no favorece a la terapia que se le brindará.

—¿No le dará la terapia usted? —preguntó la rubia.

—Lamentablemente no. Yo ya no le sirvo para esas actividades.

—Mmm, ¿Y q-quién lo ayudará?

—Una amiga que tengo también es psicóloga, ella se ofreció a hacerme este favor.

—Aún no contesta mi pregunta. ¿Nosotros de qué manera estamos involucrados? —exigió saber el mayor de ojos grises.

Ari suspiró.

—Quiero que Mike vuelva a vivir en su casa en lo que las sesiones se llevan a cabo —mencionó finalmente.

—¿¡Vivir aquí otra vez!? —gritó el rubio medianamente sorprendido y enojado.

—¡Oye! ¡Es tu hijo, Esteban! No puedes abandonarlo y después no apoyarlo —reclamó su esposa—. ¡Miguel está mal y ahora que su psicólogo nos está informando y brindando soluciones, te echas para atrás! ¿No era lo que querías?

—Miguel escogió a su psicólogo en lugar de nosotros...

—Eso fue porque TÚ le diste la espalda cuando él te extendió su mano —interrumpió y remarcó—. Él buscaba tu apoyo, tu aceptación.

La manipulación de la Sra. Montes era realmente efectiva contra su cónyuge, así que este terminó por acceder y sonreír levemente hacia ella.

—De acuerdo.

—Una cosa más —enunció el de ojos bicolor—. Todos tenemos que hablar con Miguel sobre esto y él llega a mi casa, así que...

—Entendemos —suspiró el mayor—. Iremos a su casa, doctor.

Todo estaba arreglado.
Ahora esperaban que el susodicho¹ igualmente accediera a la terapia que se le daría por su propio bien.

[...]

La gente ya estaba reunida en la casa de Ari. El propietario observaba por la ventana, nervioso de que en unos momentos su pareja pasaría por delante para ingresar al hogar.

Por otro lado, Lillian se presentaba con los tutores de Miguel.

—Es un gusto conocerlos, señores Bernal —saludaba con cortesía—. Yo seré la persona que trate a su hijo.

—Y... ¿Podemos confiar en usted? —aún reprochaba Esteban lo que pasó con el primer psicólogo.

—Je, claro que sí. Aunque mi compañero cometió un error, ahora está buscando como repararlo.

—Sí, corazón; ya déjalos en paz —calmó Paula.

—Vale.

El castaño oscuro se alejó del cristal y volvió con los demás.

—Miguel está afuera.

—Abre tú, Ari —dijo la pelirroja—. Será menos raro para él, al menos por el momento.

—Está bien.

El especialista regresó a la puerta y la abrió, recibiendo al menor antes de que tocara el timbre.

—¡Ari! —replicó en voz alta Mike, lanzándose al mayor y rodeando cintura ajena con sus piernas—. Te extrañé —expresó como si hubieran pasado años desde la última vez que vió al otro.

—Jaja, y-yo también lo hice, rayito de sol —correspondió el agarre para que no cayera.

No pasó mucho y el menor de ojos grises se dió cuenta de que su familia estaba ahí, al igual que una vieja amiga.

—¿Ellos qué hacen aquí? Sobre todo mi padre —inquirió enojado.

Lillian dió la señal a Ari de que debía continuar con lo anteriormente acordado.

—Mike... Tenemos que hablar contigo, todos —destacó el psicólogo y bajó al rubio.

—¿De qué? ¿Qué hice o qué pasó?

—Miguel... Ari te ha diagnosticado una dependencia a él —informó la psicóloga— y quiere que te ayudemos.

—¿Dependencia? ¿En serio? ¿¡Dependencia a qué!?

—A tu pareja.

Ese era el chiste más malo que le habían contando en años.

—Jaja, jajaja, jajaja —no paraba de reír—, d-debes de estar jugando, jaja... Y-yo no tengo ningún tipo d-de dependencia a él, jaja.

—¿A no? ¿Y qué me dices del viaje sin pedirle permiso? ¿Y de la vez que él se fue a trabajar? El berrinche que le armaste.

—¿C-cómo sabes? ¿¡Tú le dijiste!? —rechistó hacia su pareja.

—Tenía que hacerlo; estás mal —contestó él.

—¡YO NO ESTOY MAL! ¡ELLOS SÍ PORQUE ME QUIEREN SEPARAR DE TI! —continuó alegando.

—¡Miguel, date cuenta ya! —regañó Esteban—.¡Necesitas ayuda! Y es algo que nunca pensé decirte.

—NO NECESITO AYUDA, NECESITO QUE YA ME DEJEN EN PAZ.

—Por favor —suplicó la pareja del rubio y lo abrazó—, acepta, Mike. Y-yo solo quiero que estés bien. Sabes que nunca haría algo para dañarte.

Mike correspondió ese abrazo, pues las lágrimas comenzaban a salir y necesitaba un consuelo de la persona que más amaba.

—¿Q-qué pasará si acepto? —quiso saber el de ojos grises.

—Tendrás que volver con tus padres a su casa y aprenderás a vivir sin mí mientras Lillian te trata —se dió la explicación.

La pareja se separó.

—¿P-puedo ir afuera un momento? —pidió Miguel.

—Claro.

Todos estuvieron de acuerdo en que el paciente tuviera un rato para él, pues el que lo separaran de Ari, estaba resultando muy difícil.

[...]

15 minutos pasaron y Mike estaba en el carro de sus padres, buscando en la cajuela algo que le sirviera.

Al encontrarlo, lo tomó en sus manos, se dirigió al capó², lo abrió y comenzó a revisar lo que era el motor del vehículo.

—Algo de aquí puedo romper para que no me lleven, porque claro, no nos subiríamos en el auto de Ari.

Luego de un rato analizando, picó un contenedor y un líquido se tiró por debajo del coche; no sabía lo que era, pero tenía una suposición.

—Creo que eso era el anticongelante³ —sonrió y cerró el capó—. Si el motor no enfría, el auto no arranca.

Orgulloso, dejó la herramienta de su fechoría en la cajuela otra vez y regresó dentro de su hogar, muy feliz por lo que había hecho.

_____________________________________

[N/A]

-Vocabulario-

¹ Que ha sido citado o mencionado con anterioridad en el mismo texto.

² El capó es la tapa que cubre el motor. Es una cubierta con bisagras que permite el acceso al compartimento del motor para su mantenimiento o reparaciones.

³ El líquido refrigerante, también conocido como anticongelante, cumple con funciones importantes como: Proteger el motor aumentando el punto de ebullición y bajando el punto de congelación. Proteger el sistema de enfriamiento del motor contra la oxidación o la corrosión. Prevenir la formación de espuma.

[...]

[🖤🥀] Aquí ya no hay justificación para lo que hace Mike, ¿Ven por qué ocupa terapia? (⁠.⁠ ⁠❛⁠ ⁠ᴗ⁠ ⁠❛⁠.⁠)

¡¡¡Bye!!!

-AshleyHgoRdz

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