“No sé de dónde saliste pero quédate, en mis días buenos y en los malos, debajo de mi almohada y arribita del contacto de la pared de mi cuarto, en mi buró y en las esferas de navidad que nunca me gustaron, en el sonido del ventilador y en la farola que alumbra mi callejón.
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Quédate en el café de la mañana y ahí escóndele un par de besos para cuando te vayas, quédate en mis sonrisas espontáneas, en mi pensamiento gris en medio del tráfico y en los semáforos en rojo, quédate con mis prisas y enséñame a ir a paso lento entre beso y beso.
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Quédate detrás de mis orejas y en lo ancho de mi espalda, en las curvas de mis mejillas, en el arco de mis cejas y en mi nariz que anda un poco chueca, quédate en entrelineas de cada poema que te dedico y en las canciones que me recuerdan tu cara.
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Quédate para cuando me recueste sobre el pasto a ver las nubes o a la sombra de un árbol a contarte los lunares y morirnos de risa con mis historias, quédate para borrarme las tristezas, para saborear la victoria mordiéndote los labios, quédate para hablarle de ti a los cráteres de la Luna.
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Quédate en el sonido de la copiadora, en las gavetas, en el escritorio donde siento que la vida se me va y me doy cuenta que no nací para esto de ser serio, quédate en el camino de vuelta a casa, en las caminatas a media noche, en mis ganas de escaparme a una cabañita en medio del bosque, quédate porque ahí te verías perfecta.
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Quédate con mis fuerzas, con mi lado romántico, con mi lado travieso, quédate en la cima de mis sueños y ayúdame a hacer unos planes en donde volemos en barcos de papel y el sentido se nos pierda, quédate, que te ves bien guapa con mi futuro de fondo”.

Quédate.

Por favor mi Amor.
Quédate.
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