Capítulo nueve: todo duele
No podía escuchar nada, sentía todo mi cuerpo pesado haciendo que no pudiera moverme.
Varios ruidos se escuchaban a los lejos y algunas voces que trataba de identificar.
Alguien tocó mi mano con delicadeza, sentí que la acariciaba con cariño. Algunos minutos después, la persona se sentó a mi lado en la cama, tocándome el cabello.
La respiración iba lenta, era como si por fin pudiera estar en paz, con tranquilidad.
—Megan ¿estás despierta?—preguntó mi hermano dándome un beso en la frente.
Empecé a parpadear acostumbrándome a la luz que entraba por la enorme ventana que tenía en mi habitación.
Traté de sonreírle girándome a él para abrazarlo, obligándole que se acostara a mi lado, cuando lo hice no lo solté y cerré los ojos. Sintiéndome protegida.
No podía dormir, pero era demasiada la tranquilidad que sentía, no deseaba levantarme de esa comodidad.
Mantenía los ojos cerrados, algunas veces los abría para encontrarme el pecho de mi hermano que subía y bajaba despacio.
La noche no tardó en hacerse presente, vi un poco por la ventana que ese día el cielo estaba lleno de estrellas.
—¿Vamos afuera?—dije a Chris, bajo la cabeza para verme.
Tenía una mirada suplicante, quería tanto salir de ese lugar asfixiante, se dio cuenta y accedió.
Nos levantamos de la cama con la mirada de Hunter siguiéndonos.
Christopher le dijo algo al odio a lo que él negaba con la cabeza varías veces, no quería acceder.
Estaba deprimida, solo quería ir al jardín para poder sentir un poco el césped en mi piel al igual que el aire. No quería que me mantuvieran encerrada en la recámara todos los días solo por lo que sucedió. Tal vez no me matarían, pero la pequeña felicidad que aún tenía se desaparecería.
Al final Liam aceptó no muy convencido.
Salimos de la habitación con tres guardaespaldas con nosotros, estaba segura que habían más, pero trataban de que no los viera.
El hombre que iba al frente junto a Liam metió la llave en la cerradura de la puerta para poder abrirla. Salieron ellos primero y luego los demás.
Al ver todo quise correr, mi mirada se quedó en el gran árbol que tenía muchos años de estar plantado.
Caminé agarrada de la mano con Chris y nos sentamos en el suelo recargando la espalda en la fuente que ahora se encontraba apagada.
La tristeza invadía la mansión, no importaba a que lugar de la casa fuera, nada era igual. Todos en un silencio extremo haciendo sus deberes, con la mirada cabizbaja, sin atreverse a mirar a la familia Stone.
Solo provocaba que una depresión creciera en mí.
Los buenos recuerdos invadían mi mente, cuando los cuatro éramos felices, sin aparentar nada.
Extrañaba todo.
En cuanto enviaron a mi hermano lejos de nuestro alcance supe que nada volvería a ser lo mismo.
Me distancié de todos, no quería a nadie junto a mí.
Lo peor fue cuando mi padre se metió a la elecciones aunque le supliqué que no lo hiciera, sabía que todo eso traería consecuencias terribles y desde ese entonces mis padres escondían algo, solo a mí.
Las lágrimas empezaron a salir resbalándose por mis mejillas, recibiendo un abrazo de la única persona que estaba sentado a mi lado.
—La extrañó demasiado, aunque nunca fui muy buena con ella...—La voz se me quebró del llanto y un fuerte dolor en el pecho.
—Megan, nadie es perfecto—susurró en mi oído tratando de tranquilizarme—. Mamá nos amaba, todo lo que han hecho nuestros papás es por nuestro bien.
Guardé silencio procesando sus palabras.
—Lo sé muy bien, pero nada está bien en esta casa—Lo miré separándome de él—, lo que sucedió ayer en la noche, en el baile... Me protegen de algo, y no sé de que es.
—Eres la chica más inteligente que conozco—Dio una pequeña sonrisa quitándose unas lágrimas—, es cierto, pero por tu bien no debes saberlo.
Me quedé muda al escuchar a mi hermano afirmándomelo.
—Averiguaré que es Christopher—afirmé, puse mi cabeza en su hombro dando por terminada esa conversación.
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