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Capítulo 1

—¡Hablaremos sobre esto después, jovencita!

Lena soltó un rugido de enfado mientras cerraba la puerta del coche con fuerza, haciendo que su madre le gritara más todavía. La había vuelto a pillar fumando en su habitación y, por eso, se había ganado un viaje a su nuevo instituto lleno de gritos.

—Tsk, estúpida mujer... Qué más dará, solo es un cigarrillo de nada...

Al entrar al instituto recordó lo que la directora le había comentado durante su primera reunión privada:

—Ven a buscarme cuando llegues, terminaremos de arreglar tus papeles para que puedas convertirte en una estudiante oficial del Sweet Amoris. Será un placer tenerte entre nosotros, Lena.

"Sí, claro. A ver cuánto tarda en echarme, señora", pensó Lena en ese momento.

Tras diez minutos de búsqueda, encontró el despacho de la directora Shermansky. Abrió la puerta sin avisar y se encontró con la anciana directora agachada bajo su escritorio, como si quisiera encontrar algo.

—¿Dónde están?¿Dónde están?

Lena carraspeó para llamar su atención. La mujer la miró con sorpresa, sentándose en su silla y alisándose la ropa mientras formaba una sonrisa en su rostro:

—¡Lena, querida, pasa! Ya no me acordaba que venías, ¿el viaje ha ido bien?

—Teniendo en cuenta que vivo a unos diez minutos en coche, sí, bien —mintió Lena. No quería contar mucho sobre su vida privada, mucho menos a la directora.

—Me alegro, me alegro... Verás, ahora mismo me pillas en un mal momento. ¿Puedes ir a buscar al delegado principal para que termine de ayudarte con el papeleo? Puedes entregármelo luego sin problema. Estará en la sala de delegados, pero no tardaría mucho en ir, las clases están a punto de empezar...

—Sí, claro, sin problema. Vuelvo en un rato.

La directora le agradeció enérgicamente y, cuando Lena se dio la espalda, pudo oír el sonido de su ropa arrugándose mientras se agachaba de nuevo. Al cerrar la puerta, sonrió y susurró:

—Ahora, a evitar esa sala de delegados. Necesito un cigarro, ¿dónde debería esconderme?

Como era tradición, se pasó la siguiente media hora recorriendo el instituto en busca de un escondite en el que poder escaquearse de las clases y fumar tranquilamente, entre otras cosas. Encontró una biblioteca, una especie de laboratorio, una cafetería y...

—Unas llaves —dijo tras soltar un largo silbido—. Me pregunto para qué serán.

Tardó unos pocos segundos en fijarse en unas escaleras que llevaban a una puerta. Sin pensarlo dos veces, Lena probó a abrirla con una de las pocas llaves que recientemente había adquirido. Inmediatamente, esta cedió, dando paso a un amplio y oscuro sótano.

—Esto me gusta, es mucho mejor que la habitación del conserje en el anterior instituto.

Cerró la puerta y sacó su paquete de cigarros. Encendió uno y se lo acercó a sus labios. Le dio una calada antes de soltar el humo por la nariz. Ya llevaba sentada ahí unos minutos cuando un chico pelirrojo entró silbando alegremente a su nuevo escondite.

—Por fin paz y tranquilidad... ¿Quién narices eres tú, tabla de planchar? —comentó el intruso, enfadado.

Lena sintió como su cara echaba humo. Ella sabía que era muy atractiva; aunque le costase reconocerlo, la había sacado de su madre. No tenía nada que envidiar a las otras chicas, pero sus pechos era de lo que más orgullosa estaba y no iba a permitir que un pelirrojo con cara de amargado los insultase.

—¿A quién llamas tú tabla de planchar, imbécil? —se acercó a él, amenazante.

—Pues a la única que veo en esta habitación.

Lena soltó un bufido con el cigarro aún en la boca y cogió una de las manos del chico. La puso en uno de sus pechos, procurando que los notase bien. Sonriendo orgullosa, preguntó:

—¿Te sigo pareciendo una tabla?

El chico sonrió lascivamente, afianzando aún más el roce.

—He de reconocer que están bien.

Lena ensanchó su sonrisa y se alejó de él. Pensaba que el chico se iría, pero, por el contrario, se sentó a su lado. Apoyó su espalda en la pared, estirando sus largas piernas y posando sus manos en su estómago.

—¿Qué fumas? —le preguntó.

—Algo que niños vírgenes como tú no soportarían —respondió con una sonrisa.

—Vamos a comprobarlo.

El chico cogió el cigarro de la boca de Lena y le dio una calada. Soltó el humo delante de la cara de Lena, quien se sonrojó de la rabia.

—Parece que puedo soportarlo...

Lena cogió el cigarrillo con rabia y lo apagó en el suelo.

—He pasado un buen rato, pero tienes que irte. Este lugar es mío —dijo el chico, divertido, mientras observaba la pequeña rabieta de Lena.

—Muy gracioso. No veo tu nombre escrito por ninguna parte, ¿sabes?

—Oh, es normal, no te lo he dicho.

El chico sonrió triunfante al ver la cara que Lena hacía al darse cuenta de que había caído en su trampa.

—Pues dímelo —replicó la chica.

—Castiel. ¿Y el tuyo, meloncitos?

—¿Meloncitos?

—Claro, ya que no puedes ser una tabla de planchar, puedes ser un par de meloncitos. Pega con tu pelo —respondió Castiel cogiendo uno de los mechones verdes de su cabello.

Lena se lo apartó de un manotazo.

—Lena, ese es mi nombre.

—Perfecto, Lena. Ahora, ¿harías el favor de salir de mi sótano?

—Sigo sin ver tu nombre en él.

El chico resopló y se levantó del suelo. Se estiró, mirando fijamente a Lena.

—Ya veo que seguirás insistiendo —dijo.

—Ahora este es también mi escondite. No te preocupes, con mi historial no creo que tarde mucho en ser expulsada. Es solo cuestión de tiempo que alguna niñata se enfade conmigo y tenga que ponerla en su lugar —explicó al ver la duda en los ojos de Castiel.

—Así que eres nueva. ¿Ya le has dado la foto al rubito?

—¿Rubito?

—Nathaniel. No sé cómo lo hacen, pero siempre pierden las fotos. Ayer le pasó lo mismo a una chica nueva, Sucrette creo que era.

—Ah, por eso quería esa vieja que fuera a ver al delegado. Tienes suerte, pelo menstruación, tengo que ir a ver al tal Nathaniel.

Lena se levantó del suelo con pocas ganas. Se sacudió el polvo de la parte trasera de sus pantalones y se fijó mejor en la camiseta de Castiel.

—Eh, que nos acabamos de conocer, ¿quieres llevarme a la cama tan rápido? —comentó el chico.

—Muy gracioso. Me fijaba en el logo de Winged Skull, buen gusto musical.

Antes de que Castiel pudiese responderle, Lena salió del sótano, triunfante. Tras alejarse un poco, empezó a reír suavemente.

-Será una pena separarme de él cuando me expulsen...

Encontró la sala de delegados rápidamente, tenía un gran letrero en la puerta que indicaba que ese era su destino. Dentro, un chico rubio estaba bastante ocupado organizando unos papeles. Tan ocupado estaba que le hizo esperar unos minutos antes de darse cuenta de su presencia:

—¡Oh, perdona!¿Eres Lena? —le preguntó.

—La misma que viste y calza.

—Genial, me faltará una foto tuya... Vienes preparada, perfecto. —comentó al ver que entregaba lo que pedía—. En fin, bienvenida al Sweet Amoris, Lena Castillo.

—Agradecería que no usases mi apellido. Lo odio.

—Está bien...

En ese momento sonó el timbre de clases y Nathaniel salió de la habitación, no sin antes informar a Lena sobre sus clases y su localización. Esta, al ver que le tocaba Matemáticas, decidió pasar un rato en el jardín. Se tumbó en un banco y cerró los ojos, preparada para dormir. Sin embargo, nada más cerrarlos, sintió un peso en su estómago. Abrió los ojos sobresaltada para ver a un pelirrojo sentado sobre su barriga.

—¡¿Pero qué narices estás haciendo?! —le gritó.

—Eso mismo podría decirte yo. Primero me robas el sótano y ahora el banco.

—¿No deberías estar en clase? —le replicó apoyándose sobre sus codos.

—¿Y tú?

—Touché. Ahora, sal de encima de mi abdomen.

Castiel obedeció y Lena se sentó correctamente, dejándole espacio al chico. Este se limitó a poner sus brazos detrás de su cabeza y mirar de soslayo a Lena.

—Así que te gusta Winged Skull...

—¿Algún problema con eso?

—Ninguno, es más bien al contrario. Conozco pocas chicas que les guste el género, mucho menos el grupo —confesó Castiel.

—Bueno, no suelo escuchar música, pero suelen estar en mi playlist cuando me la pongo.

Castiel rio, mirando al cielo:

—¿Qué clase de monstruo no escucha música?

—¿A quién estás llamando monstruo?

Castiel la miró, dando así su respuesta. Lena, con una sonrisa vacilona, puso sus piernas sobre el regazo de Castiel, recostándose en el reposabrazos del banco.

—¿Y esto? —preguntó el chico.

—Me has ofendido dos veces en lo que llevamos de mañana. Como venganza, deberás ser mi reposapiés personal. Tienes suerte de que no te pida masajes.

—Lo cierto es que no me molestaría...

Aunque lo susurró, Lena pudo oír perfectamente la voz de Castiel. Tras terminar de hablar, retiró una de sus manos de su cabeza y la puso en una de las piernas de Lena, acariciándola suavemente.

—Asumo, entonces, que te gusta el rock —se aventuró Lena después de unos minutos de silencio.

—Cerrad las puertas, se nos escapa un genio. Era broma, era broma, no me mires así. Es prácticamente lo único que escucho y a lo que me dedico.

—¿Como que a lo que te dedicas?¿Tocas en una banda?

Antes de que pudiese responder, la campana del instituto sonó, dando final a la clase y comienzo al recreo. A su pesar, Lena retiró sus piernas del regazo de Castiel y se levantó del banco.

—Voy a retirarme un rato, no me gustaría encontrarme con mucha gente.

Aunque dijo eso, no tardó mucho en encontrarse con una agradable pelirroja, que se presentó como Iris y que le deseaba un buen comienzo de curso. Lena simplemente asintió, sin darle mucha importancia. Esperó encontrar tranquilidad después de ese encuentro, pero se vio frente una disputa entre tres chicas, aparentemente presumidas, y una castaña con cara de cansada.

—¿Cómo tengo que decirte que te alejes de mi hermano, bicho? —decía la rubia.

—¿Cómo tengo que decirte que no me interesa tu hermano, Ámber? —respondía la castaña.

Lena se acercó a la rubia por detrás y le cogió del pelo. La tiró para atrás para luego levantarla del suelo ligeramente. La chica empezó a agitar las piernas mientras alargaba sus manos hasta la suya.

—Hola, ¿te estaba molestando? —le preguntó a la castaña.

—Lo tenía controlado —le respondió esta mientras hacía un puchero.

Lena sonrió y miró a Ámber, quien gritaba:

—¡Suéltame, perra!¡Li, Charlotte, id a buscar ayuda!

—Oh, yo de vosotras no lo haría. ¿Sabéis que le rompí cada una de sus diez uñas a una chica no muy diferente a vosotras? Y no me refiero al acrílico, no sé si sabéis de lo que estoy hablando.

Li y Charlotte se fueron corriendo mientras Ámber las maldecía. Lena bajó a la rubia, pero aún la sujetaba del pelo.

—Bien, ¿vas a pedirle perdón?

—¿A este bicho que coquetea con mi hermano?¡Ni en un millón de años!

Lena suspiró y rebuscó en su bolsillo. Sacó unas tijeras y las puso delante de la cara Ámber, haciendo que esta se pusiera pálida.

—El pelo largo está sobrevalorado, ¿qué tal si hacemos una pequeña donación?

—¡Está bien, está bien!¡Perdón, Sucrette!¡Ahora suéltame!

Lena guardó las tijeras y soltó a la chica, quien salió huyendo. Lena observó a la tal Sucrette, que la miraba con algo de miedo.

—Tranquila, ya guardo las tijeras. No deberías dejar que te hable así. En fin, ¿tú eres Sucrette, no?

—S-Sí...

—Encantada, yo también soy nueva. Así que te gusta el rubito encantador que va pidiendo fotos de carnet por ahí.

Sucrette apoyó su espalda en una pared, suspirando profundamente.

—Qué va. Es un chico majo y agradable, pero no me gusta. Ni siquiera tengo pensado encontrar a alguien que me guste, suficiente tengo con aguantar a Ken... Un chico de mi antiguo instituto a quien parece que le gusto lo suficiente como para que pida un traslado a este centro al mismo tiempo que yo —explicó rápidamente al ver la mirada de desconcierto en el rostro de Lena.

—Qué yuyu.

—Ni que lo digas. Solo quiero estudiar y hacer amigos, ya está.

—Te entiendo. A mí me expulsaron de mi antiguo instituto. De hecho, me han expulsado ya de unos cuantos. Dudo que me quede alguno más en la ciudad. En fin, no te incordio más, parece que la siguiente clase está a punto de empezar.

—¡Es verdad, tenemos Lengua!¿Vienes?

Sin pensarlo dos veces, la chica se levantó, dispuesta a seguir a su nueva amiga. Aún así, al llegar a clase, Sucrette se sentó al lado de Iris, dándole la oportunidad a Lena de sentarse al final de la clase. Mientras descansaba su cabeza en la mesa, notó cómo alguien se sentaba a su lado. Al abrir los ojos, se encontró con los grises de Castiel.

—No sé si te has dado cuenta, pero aquí me siento yo —le dijo, cansada.

—Tú me has robado la mitad de mis sitios, no pasará nada por compartir uno.

Lena resopló, resignada. Se incorporó en el asiento y comentó:

—Pensaba que solo te interesaba el rock.

—Y también me interesas tú. Veamos qué te parece interesante de Lengua.

Lena rio suavemente y sacó un libro. No era de texto, sino un libro de lectura. Castiel silbó al ver la cantidad de páginas que tenía y lo cogió para observarlo mejor.

—Esto me interesa. Me encanta la literatura y me gustaría dedicarme a ella, sea en el ámbito que sea.

—Nunca habría dicho que eras una de esas ratas de biblioteca que solo saben leer y estudiar sin parar.

—Tampoco es eso, imbécil. Es simplemente un buen modo de entretenerse. Además, tiene muchos beneficios.

—Ya... Seguro que con ese peloteo te ganas al profe.

Lena, sabiendo lo que iba a decir, se acercó al chico, sonriendo con pillería:

—¿Celoso?

Castiel la miró, entendiendo al instante lo que pretendía. Sin acobardarse, mantuvo la distancia, respondiendo a la provocación de la chica:

—No te lo creas tanto, niñita, tampoco eres nada del otro mundo.

Lena, decepcionada por el fallo en su táctica, abrió el libro y se puso a leer. Castiel la observaba fijamente, bajando su mirada desde sus ojos hasta sus piernas. Tras unos minutos de silencio, el chico carraspeó para llamar la atención de Lena.

—Lo que ha pasado en el banco, ya sabes, tus piernas...

Lena, emocionada por su nueva oportunidad, cerró el libro, manteniendo un dedo dentro para no perder el hilo de su lectura.

—¿Te gustó? —preguntó coqueta.

—No, qué va. Para nada. Pero no me importaría repetirlo —confesó Castiel, cuyas mejillas se habían sonrojado levemente.

"Qué mono", pensó Lena. Con una sonora risa, volvió a poner sus piernas en las de Castiel, apoyando su espalda en la pared mientras abría de nuevo el libro para seguir su lectura.

—No te acostumbres, pelo menstruación —le advirtió.

El chico bufó, pero empezó a acariciar las piernas de Lena del mismo modo que lo hizo en el jardín. Después de unos minutos en los que Lena leía relajadamente y Castiel la observaba tranquilamente, el profesor entró por la puerta:

—¡Lo siento, se me ha hecho tarde! Antes de empezar, me gustaría presentaros a otra nueva alumna, em... ¿Lena Castillo? Levántate, por favor.

—Lo haría, pero me es algo difícil ahora mismo —dijo la chica mirando a Castiel con humor.

—No pienso soltarte —respondió este.

—Ya le ha oído, no me va a soltar. Pero puedo presentarme desde aquí. Muy buenas, soy Lena. Si no os metéis conmigo, yo no lo haré con vosotros. A no ser que me aburra, entonces seréis el objetivo de mi diversión —se presentó.

Castiel rio y el resto de la clase se le quedó mirando. El profesor carraspeó nervioso y empezó a explicar la materia de ese día, mientras Lena y Castiel jugueteaban entre ellos.

Al terminar la clase, Lena se echó en el pupitre, sin ganas de irse. Castiel, ya de pie, apoyó una mano en su cabeza, sacudiéndole el pelo.

—¿Qué pasa?¿Tan pocas ganas tienes de separarte de mí? —le preguntó.

—Creído. No es eso —respondió Lena tras un suspiro.— Mi madre me ha pillado esta mañana fumando en mi habitación y me ha echado bronca. Cuando llegue a casa seguirá y me da pereza tener que aguantar su charla otra vez.

Castiel golpeó la mesa con los nudillos y Lena levantó la cabeza, mirando al chico, expectante. Este señaló la puerta con la cabeza y sonrió, seguro de su idea:

—Acompáñame.

Solo bastó esa palabra para convencer a Lena de abandonar su silla y seguir al pelirrojo hasta lo que parecía ser la entrada del ático.

—Tienes las llaves, ¿verdad?

Lena se las entregó, sorprendida.

—¿Cómo lo has sabido?

—El sótano y el ático siempre están cerrados. Así que, si no los he abierto yo y tú ya estabas dentro...

La puerta se abrió y Castiel la dejó así para que Lena entrase primero. Esta soltó una exclamación de asombro al observar toda la ciudad desde lo alto del instituto.

-—Flipa...

—Me encanta este sitio. Cuando estoy cansado de la directora, del delegado o de cualquier otra cosa subo aquí y miro las personas que pasan por la ciudad. Es gracioso pensar que viven su vida como normalmente lo harían, con la diferencia de que yo los veo y juzgo todas y cada una de sus acciones.

Lena le lanzó a Castiel una mirada estupefacta. Este le sonrió divertido, apoyando sus manos en la barandilla.

—Le has quitado toda la magia. Ya no podré caminar por la calle como antes.

Castiel rio y Lena sintió cómo algo se encogía en su pecho. Sin darse casi cuenta, se fijó en su pelo mecido por el viento, el sonido de su risa flotando a su alrededor, la sonrisa que se formaba en su rostro al reír... Con vergüenza, escondió su rostro entre sus brazos y la barandilla.

—Vente a vivir conmigo.

Lena lo miró sin creer lo que acababa de decir su compañero. Castiel estaba serio, sin mostrar algún signo que incitara que estaba de broma.

-—Vivo solo, sin mis padres. No hace falta que ayudes económicamente, me conformo con que me ayudes en las tareas del hogar.

—¿Por qué? Puedo ser una asesina en serie, podría violarte por las noches, huir con tus objetos más preciados para venderlos por la noche —explicó al ver la cara de duda del pelirrojo.

Castiel sonrió, dándole la espalda al paisaje.

—Asumiré el riesgo. Tengo una habitación libre lejos de tu madre aguafiestas y tú tienes la oportunidad de aceptarla. No suelo hacer ofertas como esta, niñita, aprovéchala.

A pesar de que era una idea muy tentadora, Lena se obligó a ser racional y rechazar la oferta.

—Tendrás que esperar un poco más para dormir conmigo, pelo menstruación. Pero tendré en mente esa habitación lejos de mi madre aguafiestas, por si me hace falta algún día.

Castiel se encogió de hombros, sin insistirle más. Después de permanecer unos minutos en el ático, la pareja bajó y salió del instituto. Se despidieron con la promesa de que Lena le daría una copia de las llaves del ático y del sótano a Castiel, puesto que tenía pensado hacer unas para ella.

Por suerte para Lena, su madre ya se había acostado cuando llegó a casa. Se acercó a la jaula en la que tenía guardado a su mejor compañero, un viejo conejo que llevaba con ella desde que era una niña, y lo sacó de esta. Se tumbó en la cama antes de apoyarlo en su pecho.

—¿Sabes, Cream? He conocido gente muy interesante hoy. Y con gente me refiero a ese pelirrojo. Es un amargado y un creído, pero me cae bien. Además, es guapo... ¿He hecho mal en no ir a su casa?

Al ver que el conejo dormía tranquilo, Lena sonrió. Besó el lomo del animal y se acomodó en la cama, cerrando los ojos para imitar a su compañero.









Go Hard (La.La.La), kreayshawn

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