Capitulo 7
Anthony avanzó hacia la carretera, con los ojos fijos en la ciudad detrás.
—¡Detente! —gritó Natalie, tirando de él, justo cuando el chico se lanzaba sobre el camino. Segundos después un camión les pasó rozando.
El vampiro retrocedió varios pasos, asustado y confundido.
—¿Qué... era eso?
Natalie suspiró, relajándose por unos segundos. Se pasó una mano por las mejillas frías y luego le palmeó el hombro.
—Era un camión.
Él se quedó en silencio, sopesando sus palabras.
—Un camión —repitió.
—Como una carreta.
—No había caballos, iba más rápido.
—Ya no se usan los caballos —chistó ella—. Ahora —Tomó su cara y la giró hacia ella—. Fíjate bien al cruzar. Si ves luces blancas, rojas u amarillas, corre.
—Sé fijarme a ambos lados —Anthony frunció el ceño—, si es lo que quieres decir.
—Claro que si —Natalie puso los ojos en blanco—, solo hazlo bien y no nos mates.
Anthony rezongó, miró a ambos lados del camino y luego lo cruzó en cuanto ningún camión pasaba.
—Sencillo —gruñó, bajándola del otro lado.
La chica se quejó, mirando sus pies descalzos sobre miles de piedritas sucias y punzantes.
—¿Olvidas que estoy casi desnuda?
Anthony se giró.
—No. Si deseas que te lo confiese, en realidad, no he podido dejar de pensar en eso. —Sin más, avanzó hacía la ciudad.
Ella rechinó los dientes, pensando en lo pervertido y desubicado que él era. ¿Realmente venía de otra época? No lo parecía.
—No eres ningún caballero.
—Desde que soy un vampiro, no soy un caballero.
Anthony caminó a paso ligero. A pocos metros más adelante, había un par de pequeñas casas, con calles de tierra y grandes parques. Natalie caminó detrás de él, con dificultad, pisando con la punta de los pies y una mueca de molestia.
—¿Podrías volver a cargarme? —le pidió con suavidad, mirando con asco la mancha de grasa y aceite de auto que estuvo a punto de pisar.
Él se giró, la fulminó con la mirada durante unos segundos, haciéndole entender que no lo haría. Ella lo miró con gesto suplicante, casi con un puchero.
—Dijiste que pondríamos todo de nosotros para que esto funcione, ¿no?
El príncipe suspiró, dando cuenta de que había olvidado el pacto realizado.
—Sí, tienes razón. Pero eso no tiene nada que ver con esto. —La señaló.
—¡Te burlaste de mi con lo de... lo que pasó en el río! Me lo debes.
Anthony esbozó una sonrisa traviesa y se cruzó de brazos.
—¿Qué cosa en el río has dicho?
La observó tensarse y hacer una mueca de fastidio. Definitivamente adoraba sus reacciones. Era demasiado orgullosa.
Natalie sintió como el calor se acumulaba en sus frías mejillas, entibiándolas.
—¡Lo estás haciendo de vuelta! —chilló.
—No es verdad —Él se encogió de hombros—, solo me preguntaba por qué querrías que te cargara en paños menores.
—¡No estoy desnuda!... No del todo —gritó ella, contradiciendo lo que había dicho con anterioridad. Recorrió con los ojos su cuerpo. Anthony siguió la misma trayectoria.
—Hasta que quiera recuperar mi camisa —comentó. Natalie cerró los brazos en torno a su pecho, apretando la camisa contra sí y le echó una mirada de advertencia. El vampiro soltó una risa—. Ya, está bien. Te cargaré. Es tarde y me muero de hambre.
—¿Mas? —se quejó la chica, caminando hasta él, a la vez que se llevaba una mano al cuello.
—No de ti. Hay muchos más humanos aquí.
Dejó que la alzara nuevamente e intentó que no notara lo mucho que le molestaba que fuera a cenarse a unas cuantas personas. En su cabeza, se preguntaba en verdad qué tan indulgente sería con ellos y cuántos necesitaría. Realmente, ser vampiro era asqueroso.
A paso rápido, pero sin correr, Anthony se adentró en la ciudad. Poco a poco, fueron dejando las casas de los alrededores para encontrarse con un ambiente más urbano. Tuvo cuidado de pasar por calle casi intransitadas, porque ella estaba casi sin ropa y con la camisa que a él el faltaba.
—Yo también me muero de hambre —murmuró Natalie al rato, mirando con anhelo el restaurante al otro lado de la calle. Anthony se movió por entre las sombras que le brindaban las fachadas de las edificaciones.
—Lo sé, pero necesitamos dinero de esta época y algo de ropa también.
El chico miró repentinamente hacia arriba, hacia el techo de un edificio bajo, de apenas tres pisos. Sonrió, mientras maquinaba el plan en su cabeza.
—Sujétate —le advirtió a la muchacha. Natalie lo observó sin entender nada, pero obedeció, anudó sus brazos al cuello del vampiro con fuerza y dejó escapar un leve chillido cuando él, después de flexionar las rodillas, saltó. Al segundo, apoyó los pies en el techo de dicho edificio.
—Te acepto —murmuró la chica, bajándose— que a veces ser vampiro no es tan malo.
—A veces —repitió él con una sonrisa—. Espera aquí.
Se dirigió hacia la saliente del edificio, sin detenerse a explicar nada.
—¿A dónde vas?
—No me tardo. —Aquello fue lo único que dijo y se dejó caer. Natalie lo vio desaparecer en la oscuridad, sin siquiera emitir sonido.
Se sentó en el frío suelo y se abrazó a sí misma, realmente esperando que él no se tardara. Después de todo lo vivido y en ese estado, no le extrañaría enfermar. El aire estaba húmedo, pero fresco, y podría traerle complicaciones si no se abrigaba pronto.
Lo cierto es que Anthony sí se tardó. Le hubiera gustado, en ese momento, tener su celular, para poder controlar la hora o para entretenerse con los jueguitos que venían incluidos. Golpeteó con los dedos la brea seca del techo. Suspiró por décimo quinta vez y miró el cielo repleto de estrellas. Cada vez tenía más frío y el hambre estaba haciendo estragos en su organismo. Ahora que estaba quieta, se sentía terriblemente cansada. ¡Y eso que había sido Anthony el que había corrido nada más! Pero claro, a él no le habían perforado el cuello en las últimas horas. No había comido nada desde la noche anterior y Anthony le había practicado esa pequeña extracción, así que empezaba a sentirse débil. Trató de ser paciente. Se frotó los brazos y las piernas, mientras se hacia un bollo para conservar mejor el calor.
Entonces, él apareció por la cornisa con uno de sus saltos y en seguida le arrojó en la cabeza una montaña considerable de ropa de mujer. Natalie se quitó las camisetas, las camisas y los pantalones de encima.
—¿De dónde sacaste esto? —le preguntó, sosteniendo una campera de algodón.
Anthony se encogió de hombros, dejando algunos pares de zapatos en el piso también.
—Estaba por ahí y vi un lugar con una gran ventana y muñecas de tamaño real con ropa de mujer, como la que tú tenías. Entre y me lleve todo esto —dijo como si nada—. Me desconcierta enormemente la falta de faldas en este año. ¿Por qué vestir como hombre?
Natalie dejó caer la mandíbula.
—Robaste una tienda —musitó, sin seguir la línea de su pensamiento.
—Bueno, ¿cómo pensabas que conseguiría las prendas si no tengo con qué pagar?
La chica frunció el ceño. Realmente robar era lo mas lógico, pero le shockeaba escucharlo. Segundos después, Anthony sacudió unos papeles en sus manos.
—¿Esto es dinero, cierto?
Natalie caminó hasta el, para tomar las libras con sus manos.
—Sí, pero... no se su valor, en mi país usamos otra moneda —dijo
—De acuerdo. —Anthony se alejó de ella y se sentó en el suelo—. Anda, vístete.
La muchacha lo miró con desconfianza. Ya, si claro. Por mas que estuviera sentado dándole la espalda, no caería en ese truco dos veces.
Se cruzó de brazos y esperó, Anthony ni se movió. Finalmente, decidió que debía vestirse, ¿que más daba? Si el ya la había visto desnuda y es mas... ahora estaba casi desnuda. Pero de todas formas, lo haría rápido porque lo que le preocupaba, en realidad, no era su desnudez, sino su virginidad.
Revisó las ropas que había traído. Se notaba que él no sabía con exactitud lo que estaba tomando en aquel momento. Había cosas que le servían, como un pantalón de jean. Justamente ese, por fortuna del destino, le quedaba bien.
Le molestaba no llevar ropa interior, pero tendría que aguantar así por el momento. Se quitó la camisa de Anthony y se puso una camisola color rosado de mangas largas, bastante holgada y cómoda, como para que no se marcaran sus pechos contra la tela.
Tomó, luego, los zapatos. Rezando para que aquel par de balerinas le calzaran bien, se las puso. No se quejó, al final, ya que solamente le quedaban un poco flojas. Debía conformarse.
—Ya está. —le avisó.
Anthony se paró y le tendió la mano. Natalie miró el gesto algo confundida y contrariada.
El príncipe arqueó las cejas.
—Nuevamente, no entiendo por qué vestir como hombre.
—Las mujeres usamos pantalones desde hace casi cien años —aclaró ella—. Es normal.
—Es descarado. No deberían intentar ser algo que no son. ¿Qué hay con las faldas? ¿Por qué no se usan más?
—Hay faldas, pero son cortas. Por los muslos —suspiró ella y él frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—No, claro que no.
Anthony apretó los labios, pero no replicó a su respuesta y agitó la mano frente a su rostro.
—¿No tienes hambre? Te llevaré a un sitio donde puedas comer.
—Ah... —Tomó su mano y él la alzo rápidamente para saltar de la cornisa del edificio.
Caminaron por las calles, en busca de algún restaurante barato y poco concurrido. Después de un rato, entraron a un local con poca clientela, aburrido y viejo. Allí no llamaban tanto la atención como en otro lugar. Había dos ancianos, sentados en una mesa debajo de un televisor, embobados con un partido de tenis. El mozo, otro anciano, cruzaba palabras con ellos de vez en cuando. Apenas los miró, cuando los atendió.
Natalie pidió algo rápido. Moría de hambre y no tenía ganas de esperar a que se cocinara. Anthony la imitó y se sumergieron en una silenciosa espera.
La comida tardó años. Se notaba que el lugar era poco concurrido y que, por lo tanto, había pocos empleados. Cuando por fin el plato llegó a la mesa habían pasado cuarenta y cinco minutos.
Salieron del restaurante después de pagar. No sabían exactamente lo que estaban haciendo con el dinero, ni cuantas libras le estaban dando al mozo, así que simplemente escogieron un billete y le pidieron que se quedara con el cambio. Volvieron a caminar por las calles, en busca de un sitio en donde dormir.
—Nos levantaremos muy temprano, ¿de acuerdo? —avisó Anthony, abriendo la puerta de un hotelucho para dejar pasar a la chica, como un caballero.
— Si, entendí. Pero... —Entró al hall del hotel, mientras le hablaba—, ¿crees que nos alcanzara para mañana?
—Pues, es probable —murmuró él. Se acercaron al mostrador. Una mujer flaca y con cara de pocos amigos les dio una habitación con dos camas, luego de echarle un vistazo detenido a cada uno. Natalie se dejó caer en una, muerta de sueño y de cansancio. Rodó y volvió sus ojos al vampiro, que se quitaba las botas y se recostaba en su cama también.
—Me voy a bañar —le dijo. Anthony la miró de reojo, sin moverse.
—De acuerdo.
Ella siguió sentada, esperando.
—No te acerques al baño, ¿entendiste? No quiero que... —Dejó de hablar ante la mirada azul congelada del muchacho, que empezaba a carcajearse de risa.
—Ya comprendí —respondió—, hazlo de una vez.
Natalie se apresuró a tomar la toalla y el jabón y corrió al baño. Trabó la puerta una vez que estuvo adentro. Abrió la canilla del agua caliente y dejó correr el agua de la ducha, mientras la miraba con gesto ausente. Bostezó y entonces decidió empezar a desvestirse. El agua caliente la recibió de buena gana; relajó sus músculos y sintió ese alivio característico al quitarse la suciedad.
Estuvo un rato debajo de la ducha sin hacer nada más que eso: estar parada. Recién cuando empezó a arrugarse tomó el jabón e hizo espuma con él entre sus manos. Se lavó varias veces todas las partes del cuerpo.
Encontró, en una repisita junto a la ducha, dos sobrecitos de acondicionador y champú. Tuvo que poner mucho para lograr lavar su cabello, seco y pajoso, y al final no le alcanzó el contenido; pero algo era algo y cuando cerró la canilla y se envolvió en la toalla, suspiró de placer.
Se vistió, aún algo mojada, con rapidez, mientras trasladaba la toalla de su cuerpo a su cabello. Lo estrujó en un intento de quitarle el agua y, entonces, lamentó no tener un cepillo para peinarlo.
Llegó a la conclusión de que debía decírselo a Anthony. Si él quería llevarla en aquella peligrosa travesía, por lo menos debía darle cosas básicas para subsistir, como un peine, un jabón, una toalla, un cepillo de dientes. ¡Un neceser! Era simple. Quizás él había pasado siglos lleno de polvo en aquella prisión, pero ella no pasaría ni un día más sin tener en cuenta su higiene personal.
Destrabó la puerta del baño y salió, estrujando su cabello con la toalla. Anthony estaba en la misma posición que antes, acostado en la cama. Tenía los ojos cerrados y los abrió en cuanto la escuchó.
—Quiero algo —dijo la chica.
Él rodó los ojos.
—¿Que quiere, Milady? —dijo.
—Necesito llevar una toalla, un jabón, un peine, cosas así conmigo. Además de conseguir ropa interior, comida para el viaje y alguna manta.
Anthony la miró en silencio.
—Mañana —dijo.
Natalie puso los ojos en blanco.
—Claro que mañana, pero tengo que tenerlo. ¡Mira mi cabello! —Se quitó la toalla y le mostró el cabello marrón enredado y enmarañado.
Anthony parpadeó, sin entender a lo que ella se refería. Deslizó los ojos azules de arriba abajo por la maraña castaña, confundido.
—¿Qué tiene? —dijo.
Ella frunció los ojos. ¡Por supuesto, toda la sensibilidad de un hombre!
—¿Que tiene? —repitió—. ¡Está seco, mal lavado, enredado! ¡Está horrible! Y mi flequillo lo estará más en la mañana.
—Péinalo con los dedos. —Anthony se encogió de hombros y cerró los ojos nuevamente, dispuesto a descansar. Quisiera lo que ella quisiera, no podía darle nada ahora. No tenía sentido discutir.
Natalie rechinó los dientes. Era un maldito vampiro inepto y estupido. Le arrojó a la cara con fuerza la toalla mojada.
—¡Eres un idiota!
Anthony saltó y se la quitó con un manotazo.
—¿Disculpa? ¿Por qué soy un idiota ahora? Te traje ropa, te lleve a cenar y te conseguí una cama.
—¡No estás escuchando lo que te digo! ¡Estás ignorándome!
Anthony se sentó en la cama.
—¡No estoy ignorándote, Natalie! No puedo conseguirte un peine ahora, porque no voy a robar otra tienda solo por eso.
—Pero lo dices como si no me estuvieras escuchando. Te estoy diciendo algo seriamente.
—¡No puedo ver nada serio en tus replicas por tu cabello!
—Mi cabello es algo serio —dijo la chica entre dientes—. Tomó más de tres años en crecer así —Lo señaló con los dedos—, y además,... es molesto tenerlo enredado.
—Bien —Anthony le revoleó la toalla de vuelta—, mañana te conseguiré un peine —gruñó—. ¿De acuerdo?
Natalie se cruzó de brazos, pero le sonrió, complacida.
—Definitivamente.
El chico miró, sin decir nada y durante unos segundos, la sonrisa cegadora de la muchacha, pero apartó la mirada en cuanto sus ojos captaron una pequeña gota de agua que bajaba por su cuello blanco y se perdía en el escote de la camisola, donde él sabia que, debajo, no había nada más que piel sedosa y dulce.
Volvió a acostarse, se tapó así nomás con la colcha y cerró los ojos, deseando quitarse esa última imagen de la cabeza.
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