
Capitulo 21 [SIN EDITAR]
Natalie sacó las fotos recién reveladas del sobre de papel, mientras salía del local de impresión. Las giró e hizo un puchero: había puesto el dedo sobre la lente en la foto que más le interesaba.
¡Genial! Quiso decir en voz alta. ¿Cuándo sería la próxima vez que visitara el gran cañón? Bufó, sabiendo la respuesta. En miles de años claro. La oportunidad de crear una épica fotografía quedó arruinada por su estúpido dedo.
Molesta por su estupidez, metió las fotos en un morral bordo y avanzó por las calles frías y ventosas. Las fotos eran del verano pasado y había tardado tanto en revelarlas porque, gracias a su poco orden en su PH, había perdido el rollo.
Aquella había sido su prueba con la vieja escuela de la fotografía. Su cámara digital había quedado en casa durante el viaje y se molestó en gastar insumos en la vieja pero profesional cámara de fotos de su madre. Si no hubiera perdido el rollo, hubiera sabido antes que la fotografía era un caso perdido.
Se acomodó el sombrero que hacia juego con su bolso, un regalo de su tía abuela, que adoraba con ganas, y se detuvo en seco al ver una niña jugando con su perrito, en medio de la calle peatonal empedrada. Sujetó rápidamente la cámara digital, también profesional, que había comprado hacia pocas semanas con todos sus ahorros, y captó el momento justo en el que el animalito besaba la nariz de la pequeña.
Era una imagen algo trillada, pero tierna. De todas formas el trabajo de un fotógrafo era ir por todos lados captando momentos que le parecieran espectaculares, luego se editaban las fotos restantes.
Dejó la cámara colgando de nuevo de su cuello y siguió avanzando. Tenía que hacer las compras para la cena y además, se le había acabado la comida para gatos. Gigi no sería capaz de comer papas con crema.
Compró el alimento y se dio un paseo por el Starbucks, antojada de un Moka late.
Su celular vibró antes de que pudiera salir de la tienda.
—Que hay, bonito —saludó riendo.
—¡Ay! ¡Ya te dije que no me llames así! —Se quejó una voz de chico del otro lado, muy femenina, a su pesar— ¡A que no sabes!
—Pues la verdad no —admitió Natalie, sosteniendo la puerta del Starbucks con el codo—. ¿Qué paso?
—¡Conocí a "El chico"!
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿Te refieres a que crees que es el amor de tu vida? —sonrió después—. Asegúrate de que esta vez sea gay, Kyle.
—Lo pasaré a mi lado —aseguró Kyle con voz coqueta—. De lo que estoy seguro es de que no es gay, pero en realidad, pensaba en dejarlo para ti. Si no lo quieres, ahí sí que me lo agarro.
Natalie negó con la cabeza y avanzó por las calles.
—No más chicos, Kyle. Apenas puedo soportar a Gian.
—Que Gian sea un idiota no quiere decir que debas olvidarte de tu príncipe azul, cielito.
Ella hizo una mueca, y sujetó el celular con la otra mano. Si de príncipes azules quería hablar...
—No dije que me vaya a hacer lesbiana, tonto. Solo no quiero hombres por ahora. Hago todo lo posible por alejarme de Gian, pero el muy molesto sigue llamándome. Hoy me dejo siete mensajes, ¿puedes creerlo? Tengo ganas de golpearlo, si es que quisiera verlo.
Escuchó a Kyle quejarse.
—Ya te dije que lo dejaras públicamente, pero no, tú quieres que todo sea así secreto.
Natalie llegó hasta donde había dejado aparcada su motoneta. Colocó la bolsa de comida de gatos debajo del asiento, olvidado que tenía que comprar la cena aun. La llamada de Kyle la había distraído.
—No creo que haga la diferencia. Te dejo, debo conducir.
—¡Oye, espera! —La llamó su amigo—. Invitaré a varios chicos a cenar hoy en mi departamento, ¿no quieres venir? Vendrá este bombonazo que he conocido, por si te interesa.
Natalie negó rápidamente.
—Debo estudiar, y Gigi odia quedarse sola.
—Podrías traerla, no me molestan los gatos.
Hizo una mueca, lo que menos deseaba era una fiesta. Tenía sueño y estaba cansada de la atención social, especialmente porque Gian ya le daba demasiada. Kyle, al ver que se quedaba callada, entendió que pensaba como evadirlo.
—No seas así conmigo, ¿eh? —La retó—. Si no quieres venir solo dilo. Es viernes, deberías aprovechar, pero no voy a enojarme.
Natalie sonrió. Él la conocía tan bien.
—Creo que hoy paso.
—Bien —Kyle aceptó con algo de frustración—. Tú te pierdes al bombón de ojos azules.
Cortó el teléfono, ocultando una sonrisa. ¿Que no comprendía que no quería hombres por un tiempo? Sus relaciones nunca habían sido duraderas, ni siquiera exitosas en lo que debían durar. Y menos desde la muerte de Anthony, cuatro años atrás.
Lo de Gian había sido la gota que colmo el vaso. Habían terminado hacia eso de un mes y no es tampoco que habían estado mucho tiempo juntos. Gian era bastante celoso para su gusto y ella ya no era la misma chica orgullosa y terca de antes. Ya no tenía diecisiete y no buscaba a alguien que la controlara o fuera igual de infantil que un chico de secundaria. Gian ponía escusas tontas para seguirla a donde quiera que fuera.
Condujo la motoneta por las calles de la ciudad, hacia el PH de estudiantes de la universidad. El campus era enorme, pero como había tardado en decidirse sobre lo que iba a estudiar, se quedó sin la posibilidad de alquilar un departamento dentro él. Por suerte, había conseguido uno cerca del centro, también a pocas cuadras de la Uni, apenas de dos ambientes, pero eso era suficiente para Gigi y para ella. Aparcó y aseguró la motoneta con un candado y subió al segundo piso del edificio, donde Gigi la esperaba pegada a la puerta.
Ronroneó al reconocerla y se enredó en sus piernas, feliz de verla. Apresurada y sabiendo que la gata tenía hambre, puso un poco de alimento en su bol, cerca de la cocina.
Natalie sonrió al verla comer lentamente, y se quitó el sombrero, el bolso y la cámara, para dejarlos sobre la mesa de madera. Por más que fuera viernes, prefería la tranquilidad de estar en casa.
Paso las siguientes dos horas limpiando un poco y ordenando los libros de psicología. Su carrera era simple, Diseño grafico publicitario, aunque había elegido todas la optativas de fotografía que había podido. Era una mescla interesante, y además lo había combinado con un curso fotográfico que había finalizado el año pasado. Tan solo le quedaban dos años y medio para finalizar la carrera y le animaba conseguir un empleo en la ciudad en lo que quedaba, para ahorrar lo suficiente como para partir de viaje.
Quería fotografiar lugares insólitos. Luego de lo pasado en la india, y de darse cuenta de que el rostro de Anthony solo había quedado en su memoria, al igual que el castillo donde lo había encontrado y el lugar donde había muerto.
Soltó al fin los quehaceres, a eso de las nueve de la noche, después, incluso de terminar leyendo uno de los libros que había estado ordenado. Tenía hambre y era hora de hacer la cena. Gigi saltó a la mesada y la siguió con la mirada en su trayecto hasta la nevera.
Al abrirla, recordó automáticamente, que se había olvidado de comprar los insumos para la cena. ¿Y ahora qué? Se mordió el labio inferior, ya era tarde y los negocios estaban cerrados, y no tenía nada para comer en casa.
¿Pedir un delivery? Miro las pegatinas de propagandas de locales de comidas sobre la puerta de la heladera. Eran realmente caros y tenía que hacer llegar el dinero que tenia a fin de mes. No podía darse el lujo. Además...como una tonta ya se había gastado veinticinco pesos en ese moka late idiota.
Suspiró, sabiendo lo que le quedaba. Arreglarse y cenar en casa de Kyle.
—¡Oh Dios! ¡Sabía que vendrías! Cuando dije bombón de ojos azules no pudiste contenerte, ¿cierto? —Kyle le dió un abrazo y Natalie hizo una mueca. Ignoró lo elegante que estaba vestido su amigo. Él siempre era así, tenía un gusto por la moda superior al de ella.
Natalie apenas si se había cambiado un poco la ropa que llevaba durante la tarde. Su sombrero bordo y negro servía para cada ocasión que era inimaginable su grandioso uso. Lo único que hizo fue ponerse unas botas de tacón y agregarle un lacito negro a Gigi, en sus brazos, que miraba desconfiada el gentío dentro del departamento de Kyle. Sus ojos pequeños y amarillos estaba entrecerrados y sus uñas se clavaban en la chaqueta de cuero oscuro de Natalie.
—Vamos, pasa, aun no han llegado todos.
Natalie asintió y pasó. No había mucha gente, era cierto. Reconoció a Rebecca y a Miguel, el latino que era igual de aficionado a la moda que Kyle. Había un chico de cabello oscuro sentado en la computadora de Kyle, pero primero se detuvo a saludar a los otros tres chicos, además de Becca y Mingo, que estaba sentados alrededor de la mesa baja, en los sillones de cuero blanco del propietario de la casa.
Todos se mostraron encantados con Gigi y Silvana se apresuró a tomarla en brazos. La gata maulló mirando a su dueña, rogando ser salvada. Natalie la ignoró y saludó a los restantes, Mike, que no era gay, y Miranda.
—Natalie. ¿Donde compraste esas botas? —preguntó Miranda, agachándose para mirar sus zapatos.
—Ah... —Natalie frunció el ceño tratando de acordarse— Cerca de mi casa —finalizó, y sonrió al ver la cara de dolor de Miranda— y eso está bien lejos.
De pronto, algo se estrelló contra el suelo. El chico que estaba en la computadora había dejado caer el vaso con agua que tenía en el escritorio, todos los miraron, pero él no se volteo.
—Lo siento, lo siento —murmuró, agachándose para recoger los pedazos con los dedos.
—¡Ay no, pero si vas a lastimarte! —exclamó Kyle, que corrió hacia él con papeles de diario en las manos. El chico trató de ayudarlo pero Kyle le aparto las manos—. Ya Anthony, no seas modesto, que no te de vergüenza chico, suele pasar —le sonrió.
Natalie volteó la cabeza instantáneamente. Una vez que el vaso había caído, ella se ocupó en recuperar a Gigi, que había estado luchando por llegar hasta ella
Aquel nombre retumbo en sus oídos. Realmente, no lo había escuchado en cuatro largos años. Se quedo viendo a Kyle y al chico, hasta que su amigo la encontró viéndolos.
—¿Nat, puedes traerme la pala?
Natalie asintió, sin despegar los ojos de la espalda del muchacho, al que todavía no había podido verla la cara. Se giró y soltó a Gigi en un sillón, corrió hasta la cocina y tomó la pala.
¿Porque el volver a escuchar ese nombre otra vez la descolocaba de esa forma? Se supone que ya había hecho el duelo necesario. Cuatro años era más que suficiente.
Volvió con la pala a la escena del crimen del pobre vaso, donde el chico de nombre Anthony seguía agachado dándole la espalda al grupo, peleando en voz baja con Kyle por recoger los restos.
—De verdad, no tienes que hacerlo...fui un tonto —se excusó el muchacho.
—No seas tan tímido —lo reprendió Kyle, casi haciéndole ojitos—. Eres nuevo pero te aceptaran rápido, que romper un vaso no te de vergüenza.
Así que ese era el bombón del que Kyle había estado hablando. Se detuvo cerca de los chicos y se quedó estática. Estiró la mano con la pala.
—Gracias linda —Kyle estiró la mano y entonces el chico se volteó apenas, la miró de reojo con sus ojos azules.
Natalie soltó la pala antes de que Kyle pudiera sujetarla y se quedó dura viendo al muchacho que terminaba de alzar el rostro hacia ella, tan estupefacto.
Y de repente, fue ella también la que se fue de espaldas al piso, entrando en la inconsciencia en medio de gritos agudos y desesperados, tanto de los gays como de las chicas.
—Vamos Naty, abre los ojos, ¿quieres?
Natalie frunció el ceño, le dolía la cabeza y la voz de Kyle estaba realmente muy cerca. Escuchó los maullidos desesperados de Gigi cerca de su pecho y luego comprendió que la gata estaba sobre ella, tal vez tan asustada como los demás.
—¡Alguien quite a la gata de aquí, no la deja respirar!
—¡AU! —chilló una chica—. ¡Esta clavando las uñas en su ropa!
Natalie supo que era hora de abrir los ojos, Gigi estaba aferrada a su pecho y fue lo primero que vio, sus ojos amarillos abiertos como platos.
—Oh Dios, ¿estás bien? —susurró Becca, logrando al fin apartar a la gata.
—Si —logró contestar, parpadeando para ver mejor. La sentaron y luego, entre dos de los chicos la subieron al sillón— ¿Me desmaye? —preguntó.
—Fueron unos segundos —aclaró Miranda, trayéndole un vaso de agua.
—Oh —Natalie se llevó una mano a la cabeza, algo confundida y miró a las personas a su alrededor. Brevemente, olvido porque se había desmayado—. No entiendo...yo...
Gigi saltó a su regazo y maulló buscando su atención.
—Debes comer algo —soltó Kyle y corrió a la cocina. De pronto, Natalie, recordó algo.
Esos ojos, el rostro. Anthony...
Saltó del sillón tan rápido que Gigi maulló molesta y se alejó brincando. La presión volvió a bajarle y se derrumbo nuevamente en el sillón.
—¿Pero qué haces? —La retaron.
—¡No, no! —Natalie apartó las manos y alzó la cabeza para ver a las personas. Observo rostro por rostro desesperada. ¿Dónde estaba él? ¿A dónde se había ido?— ¡¿Donde esta?!
Kyle se detuvo en la puerta de la cocina.
—¿Quien?
—El chico, el del vaso. ¡¿Donde está?!
—¿Te gusto tanto que te desmayaste? —se rió su amigo.
—¡No seas imbécil, dime donde esta!
—Oh vaya —dijo una voz acongojada y suave, con un acento lejos de ser americano—. Me ha roto el corazón, no le guste.
Natalie buscó la voz, mientras se daba cuenta de que eso también era igual. El chico estaba parado justo detrás de ella, detrás del sillón. Lo miró absorta, a punto de echarse a llorar con fuerza...sobre él.
Anthony le devolvió la mirada. Pero esta...no significaba nada.
Era él...¿o no?
Natalie se giró rápidamente y lo señaló con un dedo.
—¡TU! ¡¿Quién eres?!
El chico arqueó las cejas.
—Hola, me llamo Anthony Seller, vengo de Inglaterra —Le tendió la mano.
Natalie negó sin tomar su mano.
—E-esto es una broma...una br-broma muy mala... —tembló— ¡No es cierto!
—Natalie, ¿de qué estás hablando? ¿Te diste un fuerte golpe, cierto? —Kyle se acercó a ella.
Todos guardaron silencio y la vieron, extrañados y hasta asustados. Natalie volvió sus ojos agrandados por la mezcla entre pánico y sorpresa, a Anthony.
—No es posible —gimió, a punto de ponerse a llorar. Espero que él le dijera algo, lo que sea, una prueba de que era el mismo Anthony o si era...solo alguien más que parecía demasiado.
Pero él no dijo ni hizo nada. Ante el silencio de su mirada, Natalie se volteó, pasó por entre las personas y se apresuró a salir del departamento. La escucharon llorar antes de cerrar la puerta.
Bajó las escaleras, derramando lágrimas e ignorando lo torpe que estaba después del desmayo. ¿Qué diablos había sucedido? ¿Porque eran iguales?
Bajó tres pisos y se sentó en los escalones a oscuras, a llorar y a preguntarse en silencio. Se pasó las manos por la cara y luego las llevó a su pecho agitado y a su corazón sangrante. Con lo que le había costado cerrarlo...
La muerte de Anthony había sido mucho más dolorosa que ser abandonada por él por su propia decisión. Cada noche, a pesar de todo, recordaba inconscientemente sus últimas palabras, que la amaba y su consejo de que dejara de ser tan terca. Como rito a su memoria, había trabajado su carácter para dejar de ser tan terca. Ahora era solo terca.
Nunca había entendió que era lo que había ocurrido, y la incertidumbre había ayudado a corroer su alma. Se había esforzado por salir adelante, y lo había logrado, entonces... ¿porque aun dolía demasiado?
De pronto, Gigi maulló a su lado. La miró, primero asustada. ¿Cómo es que la gata había salido del departamento y la había encontrado? Al siguiente segundo, se percató de que ella era sujetada por una mano.
Levantó la cabeza y se topó de nuevo con esos ojos azules.
—Se desespero por ti —le dijo Anthony y se la entregó.
Natalie agarró a la gata y la sentó en sus piernas.
—Si vas a decirme que estoy loca ahórrate el comentario —le dijo, sin mirarlo.
Anthony se sentó junto a ella.
—Es extraño que te desmayaras justo al verme —puntualizó, sonriendo.
—Tengo mis motivos —Natalie se mostró recelosa. Si él no era Anthony... Por las dudas.
—¿No vas a decírmelos, cierto?
Natalie negó.
—Natalie, lindo nombre —Anthony se cruzó de brazos—, para una loca que me grita sin siquiera conocerla —se rió.
Ella se apartó de él en escalón y lo fulminó con la mirada.
—Ya no me caes bien.
—¿Debería decir lo mismo después de esos gritos? —Anthony la miró divertido y Natalie tuvo que apartar la mirada para no ver esos ojos que tanto la lastimaban. ¿Porque era malditamente igual a él? Entonces, al pensarlo, noto algo distinto. Cuando Anthony guardo silencio, se giró para mirarlo mejor.
No, no era igual. Sus ojos eran más oscuros, al igual que su piel. Su rostro no era tan perfecto como el del vampiro, pero era, de todas formas hermosísimo. Él era completamente humano, de eso no había duda. Entonces, era imposible que fuera el mismo Anthony.
—¿Porque llorabas? —susurró entonces él, mirándola serio, esta vez.
—Nada —Se limpió las lágrimas que habían quedado en sus mejillas—. Viejos recuerdos que no quería recodar.
—¿Te hice acordar a alguien?
—Un poco —admitió.
Anthony asintió con la cabeza, pero no dijo nada y se quedó muy quieto junto a ella, hasta que estiró la mano para acariciar a Gigi. Siguió guardado silencio.
De pronto, el celular de Natalie se hizo sonar en toda la escalera.
Ella se apresuró a contestar, algo desesperada por estar allí en silencio con ese humano que era tan igual a su viejo amor.
—¿Hola? – preguntó en voz baja, sin siquiera mirar el numero.
—¿Donde estas? —Gian estaba irritado—. Acabo de ir a tu casa y no estás allí. ¿Donde estas?
Su voz podía ser fácilmente oída a través del teléfono, y se murió de vergüenza cuando Anthony miró asombrado el celular.
—¿Y a ti qué? —Le contestó, también irritada ahora—. No tengo que decirte mi vida.
—¡Fui por ti y no estabas!
—¿Acaso teníamos una cita que te crees con poder de reclamármelo?
—¿Donde estas? —repitió él, con la voz fría como un tempano.
—No te lo diré, además... —miró a Anthony de reojo— estoy con alguien. Adiós.
Cortó el teléfono y lo apagó antes de que Gian pudiera marcar de vuelta.
—¡¿Que fue eso?! —se quejó Anthony, mas alterado de lo que debería estar.
—Mi ex —contestó ella sin miramientos—. Ya no lo soporto.
—¿Te trata así? —gruñó.
Natalie se giró a mirarlo. Él le devolvió una mirada enfadada.
—Cree que puede tratarme así, no soy una boba que se deja intimidar.
Anthony se quedó serio durante unos segundos.
—Ya me caes bien —rió.
Natalie esbozó una pequeña sonrisa y se paró, lentamente. Era incomodo estar cerca de él y todavía tenía ganas de llorar. Moría por escabullirse.
—Creo que me iré a casa. Necesito...estar sola.
Anthony suspiró.
—Lamento haberte molestado —su acento inglés se hizo más notorio.
—No es nada, no es tu culpa —Le dijo, con sinceridad, admitiendo que la había molestado.
—Y lamento haberte causado un shock tan terrible como para que te cayeras muerta en el suelo —sonrió.
Natalie lo miró brevemente.
—Tampoco fue tu culpa.
—Supongo.
Natalie no lo saludó. Con Gigi en brazos, siguió bajando las escaleras. No escuchó nada de parte de él y cuando estuvo fuera de su vista, se echó a correr. Quería alejarse lo más pronto posible de ese Anthony, porque el verlo la mataba en vida.
Descendió cinco pisos más hasta la planta baja y aprovechó que una pareja iba saliendo del edificio para que le abrieran la puerta. Suspiró al sentir el aire frio del invierno en la cara y se dio cuenta de que había dejado su sombrero arriba.
Se dijo a si misma que lo recuperaría luego. No quería volver...Tenia que pensar.
Necesitaba estar sola y tampoco era buena idea ir a casa por las dudas de que Gian estuviera por ahí. Pero de noche y con la gata, ¿a dónde más podía marchar?
Se quedó quieta en la entrada del edificio, con Gigi acurrucándose entre su chaqueta, en busca de calor. Bajó la mirada, y volvió a derramar lágrimas incontenibles.
¿Cómo soportar eso? Acababa de conocer a un inglés que era igual, o casi, al vampiro que la había dejado y que para colmo, se llamaba igual que él. Se aferró a Gigi, llorando cada vez con más fuerza.
¿Es que realmente no había logrado nada? ¿Seguía igual de enamorada de él?
Lo cierto es que ningún otro chico podía asemejársele, tal vez este si físicamente, pero nadie seria como el verdadero Anthony. Él había sido un verdadero príncipe, molesto sí, pero la había cuidado y defendido cuando era necesario, y seguramente la había querido de verdad, no como los otros idiotas.
Él había sido un caballero, uno de esos que ya no quedan. ¿Cómo suplantarlo?
Entonces se dijo que estaba mal, estaba equivocada. Nunca podría reemplazarlo, tan solo debía encontrar algo diferente e igual de bueno, que curara y reparara su corazón adolorido.
—¡Sabia que estarías aquí! —escuchó a alguien gritar. Levantó la vista y para su desagrado, se encontró con Gian—. Otra vez con el puto este, como te encanta rodearte de ellos.
Natalie frunció el ceño y sujetó mejor a Gigi. A ella nunca le había gustado Gian.
—Ya basta, no soy tu novia. No tengo tiempo para tus quejas y tus celos infantiles, Gian. Soy libre, ¿o no lo entiendes? —contestó con poca paciencia.
Gian se bajó de su propia moto y se acercó a ella dando tumbos.
—¡No, tu no lo entiendes! Te amo y sé que soy lo mejor para ti —intentó tocarla, pero ella se alejó.
—Vete.
—No, vendrás conmigo, Natalie. Haremos el amor toda la noche —sonrió como un tarado—. Ya verás.
Natalie negó de mala gana.
—Nunca he hecho el amor contigo, idiota. Tú no sabes lo que es el amor.
Gian volvió a acercarse y Gigi bufó, molesta.
—Oh vamos, ahora te comportas como una santa. ¡Bien que eres perra cuando te cojo!
—¡Oh, por favor! —soltó Natalie, poniendo una mano en su pecho para impedir que se acercara mas— ¿Porque eres tan mal hablado?
—Porque eres así. Te encanta que te dé y eso —Le sujetó el brazo con fuerza— es lo que vamos a hacer ahora.
Natalie no le creyó y tiró de su brazo, al mismo tiempo que Gian comenzaba a arrastrarla a la moto. Le quitó a la gata de las manos y la lanzó tres metros más allá. Gigi volvió a chillar, pero aterrizó suavemente sobre sus cuatro patas y se alejó corriendo entre las macetas de la entrada.
—¡¿Pero qué haces?! ¡Suelta...me! ¡Gian! —Gian ignoró sus gritos y tiró con más fuerza de ella.
—¡Deja de gritar!
—¡No! ¡Que me sueltes te dije!
—No te hagas la santa Natalie. ¡Cómo vas a gozar, como toda una gatita!
—¡Pero qué guarango! —ella lo golpeó con el otro brazo y eso pareció molestarlo. Gian se volteó, con el ceño fruncido.
—¡Es que no entiendo lo que te pasa! —Le gritó, furioso entonces—. Estábamos bien, y de repente, ¡te vas diciendo que no soy suficiente para ti!
—Yo nunca dije eso —murmuró Natalie.
—Soy suficiente para cualquier mujer, ¿porque para ti no? ¿Eh, Zorra? ¿O es eso lo que te pasa, que te crees la gran cosa? ¿Eh? ¿Crees que eres demasiado para mí? ¡¿O hay otro?! ¡DIMELO! —La sacudió con fuerza y ella lo único que hizo fue mirarlo atónita. Nunca lo había visto así— ¡Contéstame, maldita! —Y en último momento, la empujó al suelo.
Natalie se tragó el grito de dolor cuando su espalda chocó contra uno de los maceteros de concreto.
—¡VUELVES A TOCARLA Y TE JURO QUE TE MATO, IMBECIL!
Sorprendida, levantó la cabeza y miró hacia atrás. Anthony corría hasta ella, rabioso, tanto que se parecía a un vampiro. Se parecía más al vampiro que ella había conocido...mas a sí mismo, tal vez.
—¿Quien mierda eres tú, chiquito? —Gian estaba enojado, pero al ver claramente que Anthony no era de allí y que tenía un porte muy cuidado y clásico, se rió.
—¡Nunca llames así a una dama! —masculló Anthony, corriendo hasta pararse frente a él, tan alto como era. Desde allí abajo, ella noto que era un poco más delgado que el Anthony vampiro, tal vez no tenia tantos músculos. Gian, por su lado, era un poco más alto y apenas más robusto, pero nada que hiciera la gran diferencia. Pero el tema no era ese, sino las palabras que él había dicho.
—¿Dama? —se carcajeó Gian— ¿De dónde sacaste eso? ¿Del siglo 18?
—Lo que te dije, idiota. ¡Dama! ¡Nunca llames así a una dama!
Natalie lo miró embobada, a punto de derramar lágrimas otra vez. ¿Seria....posible?
—Oblígame —lo retó Gian y esa era la parte que Natalie no quería ver. ¡Él no era vampiro, no era tan duro como antes!
No se detuvo a pensar que estaba autoasumiendo que él era el mismo Anthony que había querido. Solo se paró del suelo y gritó desesperada para que no se golpearan. Pero fue un error, Anthony la obedeció, la miró y se retiró un paso, pero Gian...Gian no.
Lo golpeó en la cara con tanta fuerza que lo tumbó en el suelo.
Natalie pegó un chillido ensordecedor y corrió a interponerse entre ellos, antes de que lo rematara con unas cuentas patadas. Gian se frenó y aprovechó para tomar del brazo a la chica y volver llevarla a la moto, pero para su suerte, el portero del edificio, salió al escuchar los gritos.
—¿Que es lo que pasa aquí?
Anthony se sentó en el suelo tocándose la boca roja e hinchada. Miró enfurecido a Gian y se paró para pelear otra vez por ella.
—¡Peleas no quiero, o llamare a la policía! —terció el hombre.
—¡Hágalo! Este idiota merece que lo encierren —contestó el de los ojos azules.
Natalie tiró de su brazo y consiguió que Gian la soltara.
—¡Vete de una vez y déjame en paz!
El portero se acercó a ellos.
—¡Vete! ¡O llamare a la policía, mocoso maleducado! —gruñó el viejo.
—¡No te metas viejo de mierda!
—¡Me meto si quiero! —el portero sacó un arma de su pantalón y Gian pegó un brinco del susto. Corrió a su motocicleta y se alejó en ella. El portero sonrió—. Va, siempre funciona —y apretó el gatillo, para mostrarle a los chicos que no estaba cargada—. Ahora váyanse de aquí, ¡no sigan creando problemas!
Se marchó con paso lento y Natalie miró en silencio a Anthony, que se llevaba una mano a la boca.
—¿Estás bien?
Él se quejó.
—Si claro. No es que no...sepa lo que es el dolor —rió e hizo otra mueca por el movimiento.
—Déjame ver —Natalie se acercó temblorosa y llevó sus dedos a la mejilla del chico. Tocarlo la ponía nerviosa y descubrió, como ya de alguna forma se esperaba, que él era tibio. Tenía apenas un poco de sangre
—Auch...
—Lo siento —susurró ella, y sus ojos se encontraron. Se miraron quedamente durante segundos, sin decir nada, quizás tratando de adivinar lo que el otro pensaba.
Entonces él se estiró para besarla. Fue suave, por el golpe que tenía en la boca, pero ella no lo detuvo y se quedó absorta. ¿Qué diablos pasaba...que sucedía?
Cerró los ojos y disfrutó del contacto, antes de que él la rodeara fuertemente con los brazos, susurrando su nombre, como extasiado.
—No vuelvas a salir con un idiota como ese —le dijo, aun rozando su boca.
—Hm —contestó ella, con los ojos cerrados, en una especie de transe. ¡Es que su boca sabia tan bien! Casi como recordaba que sabían los labios de su Anthony vampiro. La única diferencia era que esta vez la piel estaba caliente y su boca hervía en contacto con la de ella.
—Tan solo sigue conmigo como antes —susurró. Ante esas últimas palabras, Natalie abrió los ojos de golpe.
—Estas jodiendome —musitó, mirándolo a los ojos.
—No suelo bromear con estas cosas, me parece, y a ti también debería parecerte. Tan solo te he molestado al recordar cuan terca e infantil eras —sonrió.
Natalie lo miró con los ojos cada vez más húmedos. ¿Era cierto? ¿Era él? Gimió. Anthony la miró a la espera, tratando de prever cual sería su reacción. Pero ella se quedo dura, mirándolo en shock.
—¿Naty? —Anthony le sujetó el rostro con las manos y ella derramó las gotas saladas, a pesar de que creyó que ya no tendría ni una más.
—¿Es...esto es real?
Anthony asintió.
—Sí, soy yo.
—Pero te vi morir... —chillo ella en voz bajita, como si eso fuera la excusa para todo.
—Pero ahora estoy aquí.
Anthony le limpió las lágrimas y se acercó nuevamente a ella, para besarle suavemente los labios. Natalie se quebró en el momento que sus bocas volvieron a encontrarse. La realidad la sobrepaso otra vez. ¡Si era cierto! Si era él, sino...¿Como...como podría decir esas cosas?
Que fuera humano era otro tema a discutir y que a pesar de no tener sentido, ignoró completamente, para concentrarse en la suavidad y el calor de sus labios. Ya habría explicación, por más que su mente rogaba por una palabra para calmarse.
Hipó, conmocionada y lo rodeó fuertemente con los brazos.
—¡Anthony! ¡Anthony, Anthony! —gimió, aferrándose a él con tanta fuerza que lo pellizcó sin querer. Anthony se rió y se mordió la lengua. Le dolían los pellizcos, pero sabía que ella tardaría en acostumbrarse a eso, tal y como él. Ya no era duro como un vampiro. La estrechó con fuerza contra su pecho, y esperó pacientemente a que se calmara.
Pasaron los minutos y ella se quedó enganchada a él. Trató de asimilarlo, por mas difícil que fuera, pero no lo soltó. Si eso era real debía sujetarlo y no dejarlo ir nunca más.
—Que linda estas —susurró él en su oído y ante el halago, Natalie hipó con fuerza y se alejó unos centímetros para verle la cara.
—Debo estar soñando —contestó, tocándole el rostro con las manos, donde no estaba lastimado. Anthony sonrió, negó con la cabeza, y sujetó su mano, para aplastarla contra su piel.
—No es un sueño —se rió.
Natalie sorbió aire por la nariz. Había llorado ya tanto que le costaba respirar.
—No entiendo.
Él asintió con la cabeza y sus ojos azules centellaron.
—¿Quieres la historia?
Natalie se aferró de nuevo a su pecho, hundiendo la cara entre sus ropas. Aspiró su aroma, que era sutilmente diferente, como si en el perfume de su cuerpo hubieran cambiado algunas notas en la composición, pero la base era la misma. Olía tan maravillosamente masculino y atractivo. Apretó la cara contra su pecho y mojó sin querer su camperon de algodón.
—Hace frio —anunció el chico—. ¿No quieres entrar?
—¿Donde hay tanta gente que solo molestara? —Ella no se digno a soltarlo.
Anthony se rió limpiamente, muy feliz.
—No me refería al departamento de Kyle, sino al mío. También vivo aquí —Y Natalie levantó la cabeza—. Desde hace cuatro días por lo menos.
—¡Entonces si eres nuevo!
—Llegue hace cuatro días —repitió Anthony y sin esperar respuesta, tiró de su mano con suavidad, siempre con delicadeza y cuidado—. Si todavía quieres saber...
—Dime porque te resecaste, porque te hiciste polvo.
Anthony miró el cielo raso de su departamento nuevo.
—Es cierto que tú no sabes porque fui a la india.
—No —Natalie se estiró sobre su pecho. Aun seguía sujetándolo con fuerza— y fue horrible.
Él estiró la mano para acariciarle la espalda con tranquilidad.
—Yo nunca quise vengarme —empezó—, solo quería ser humano otra vez...
Aquellas palabras la dejaron otra vez estática. Sus reacciones en ese día estaban tardías desde el desmayo...desde que había vuelto a verlo. No dijo nada y esperó, entre un jadeo nervioso y expectante. Es que tenía tanto miedo que todo se esfumara como la última vez que lo había visto, cuando por un momento efímero creyó que lo tendría de nuevo para siempre.
—¿Tampoco te has preguntado como sobreviviste al ataque brutal de un vampiro? —se transparentó una sonrisa en su voz. Natalie negó, le había preocupado más la muerte de Anthony que la posibilidad de morir ella misma. Anthony suspiró—. Él y yo peleábamos por la misma cosa...
"La gema sagrada que contenía el liquido de la fuente de la vida.
Anthony había dado lo que fuera por salvarla, incluso sacrificar sus únicas oportunidades de estar con ella. En el momento en que dejó caer el líquido sobre su cabeza, supo que no quedaban más esperanzas para ser humano. Tan solo le importaba su salud. Si ella no vivía, ¿qué sentido tendría?
Solo seria humano para suicidarse.
Si, a tal punto había llegado su desesperación por ella, y lo había comprobado cuando creyó que la perdía.
Siempre supo cuales cosas no le gustaban de Natalie: sus cosas infantiles, sus quejas, lo terca que era y que tan difícil era de controlar, como un niño de dos años con problemas de hiperactividad. Pero poco se había dado cuenta de lo mucho que esas cosas, lo hacían sentir bien.
Había creído tontamente que las mujeres que le gustaban eran esas delicadas que se pasaban el día con la boca cerrada, aceptando lo que los demás dijeran. Y al estar con Natalie, supo que ella se acoplaba mejor a él de lo que cualquier otra podría haber hecho, más de lo que Marian podría haber hecho.
Él y Marian no hubieran congeniado correctamente, porque fallaba lo esencial. No tenían nada en común.
Natalie y él, tenía todo en común. Él era igual de terco, quejoso y orgulloso.
Y perderla sería como perderse a sí mismo.
Le quedó observar, dejando de lado sus propios sueños y ambiciones, como aquel líquido le salvaba la vida, pero extinguía sus posibilidades. En un arranque de esperanza, se apresuró a llegar a la última de gota mágica que podría salvarlo a él también, pero que seguramente no haría el efecto necesario.
Se equivocó.
Cuando supo que ese líquido lo transformaría en humano, nunca llego a pensar como seria. Creyó tal vez que convertiría allí mismo, o de la misma forma en la que había sido cambiado a monstruo. Viceversa. Jamás imaginó que algo como eso le pasaría.
Resecarse no era doloroso, pero si era desesperante. Podía ver a través de una partícula agrietada como su mundo se iba extinguiendo y con él, Natalie. Solo recordaba sus lagrimas y sus suplicas antes de sumergirse en una extraña oscuridad.
Una oscuridad desprovista de olores, sonidos y cualquier otro sentido. Flotó a la deriva. No sabía si estaba despierto o dormido, si habían pasado segundos, o miles de años. Si estaba cerca, o si estaba a miles de kilómetros luz de distancia. Todo era confuso y sus pensamientos se iban a la deriva al igual que su ser. Todo era como si su alma flotara en un limbo esporádico, que cambiaba sin que se diera cuenta, porque pronto se adaptaba a él.
Entonces, algo brilló sobre sus ojos. Y la realidad cayó sobre él como nunca le había pesado antes, o tal vez como no le había pesado en siglos.
Pestañó confundido. No recordaba quien era, ni que hacia allí, ni donde había estado. No podía moverse ni hablar, ni siquiera pensaba. Sus movimientos eran ocasionados por una reacción a su entorno. Apenas si era consciente de la luz tenue sobre su cabeza y del frio que sentía.
Hasta que se hizo insoportable. El hambre apareció justo cuando el frio le quemaba la piel delicada de la espalda, y pronto su vida dependió solo eso.
Gritó, esperando la ayuda de alguien que si pudiera velar por él. Anthony no tenía conciencia de sí mismo ni podía cuidarse solo.
Los gritos de un recién nacido llamaron la atención de un viejito que aferraba su escoba no muy lejos de allí. Era desconcertante, nunca en su vida había oído llorar un bebe en esas mazmorras, pero acostumbrado a los extraños sucesos, el viejo caminó por los pasillos de roca helada hasta el desgarrador sonido.
El anciano se detuvo, estupefacto, a tres metros del bebe. Tontamente había creído que se trababa de un eco fantasmal, pero el niño, desnudo sobre el piso congelado, lloraba a pulmón abierto. Soltó la escoba que llevaba en la mano y corrió en su ayuda.
El pequeño no debía tener más que horas pero estaba limpio, sin un rastro de sangre, y en su mano tan pequeña sostenía un corazón de marfil. El viejo miró asombrado como un niño de ese tamaño agarraba con tanta fuerza aquel objeto. Le pareció imposible que con esa edad supiera sujetar algo, pero ya era imposible que se encontrara ahí, por lo que más extraño no era lo que sostuviera.
Lo agarró torpemente y lo envolvió en el viejo saco de lana que alguna vez le había hecho su difunta esposa. La lana picaría la dulce y tierna piel del bebe, pero no tenía otra cosa con la protegerlo del frio.
El niño bajó un poco el volumen de sus gritos, pero siguió quejándose, abriendo con dificultad sus ojos azules agrisados. Era un pequeño muy bonito, que lo miró algo confundido y asustado. El viejito sonrió y le tocó la mejilla con un dedo, muy suavemente, temiendo romperlo.
¿Cómo alguien pudo abandonarlo? Pensó.
Susan Seller llegó envuelta en un abrigo enorme, ojeras debajo de los ojos y cara de mal humor. Otra vez el viejo Stan llamando por tonterías. No podía despedirlo por más que lo deseara, era un viejo que amaba su trabajo y que no tenía mas nada que eso.
Pero su rostro se mostró completamente absorto cuando lo vio sostener un bebe envuelto en un abrigo de lana bastante viejo.
El niño seguía lloriqueando y cuando se acercó lentamente para verlo, lo primero de lo que se percató era de la forma en la que sus manitas, que debería de ser incapaces de sujetar algo, aferraban el collar de marfil que tanto conocía.
De alguna forma lo supo y lo confirmó cuando vio los ojos azules del niño. Ella sabía quien era.
Para Anthony volver a crecer no fue complicado la mayoría del tiempo. Si era complicado cuando era consciente de quien había sido y de que en realidad no era tan niño. Tenía una especie de doble personalidad, la que pedía que actuara como un pequeño de su edad, y la otra que intentaba afrontar las cosas como un adulto de más de trescientos años.
Crecía velozmente y era una fortuna contar con alguien como Susan como una nueva madre, porque lo entendía, lo cuidaba y de igual forma lo regañaba. Con los meses, el ganaba años y mas recuerdos de su vida anterior, como humano, como vampiro después y se acumulaban con los nuevos recuerdos y entendimientos del renacimiento.
Durante el primer tiempo, apenas si había podido asimilar quien era, porque crecía rápido, y que era lo que le había pasado. Recordaba a los vampiros, pero no les tenía miedo. Recordaba haberse resecado y haber desaparecido, pero no entendía por qué, y conforme fue volviéndose adulto, también empezó a relacionar correctamente el rostro de esa chica en su mente y lo que había sentido por ella desde que había sido capaz de pensar por sí mismo.
Recordaba a Natalie, pero tan solo cuando tuvo más de cuatro años en apariencia supo que era a ella a quien quería. Mientras crecía, lidiar con su mente se hizo más fácil, volvió a aprender todo de vuelta, más rápido que cualquier otro niño. De igual manera, esas eran cosas que él ya sabía. Escribir, leer, hablar, jugar al ajedrez. Todas las cosas que requirieran de su lógica o de un saber superior no eran difíciles para él. Comprendió también porque se había resecado. Debido a que su cuerpo no era el correcto, este había tenido que desaparecer que su alma encarnara en uno nuevo, mortal. Todo el mundo tenía razón cuando se decía que no se podía regresar de la inmortalidad, puesto que el cuerpo convertido, no puedo volver a su estado natural. Solo puede ser destruido.
En dos largos años, había vuelto a tener dieciocho y si no hubiera sido por la insistencia de su nueva madre de hacer un secundario rápido, habría ido por ella en el mismo instante en el que había cumplido la mayoría de edad.
Ese había sido el instante en que su crecimiento se normalizó. Tal vez porque había llegado a la edad en la que había sido inmortalizado. Tal vez fue su felicidad al comprobar que era normal, humano y simple y accesible para Natalie por fin.
Y se preparó para ella. Susan se comportó correctamente y localizó a la chica, tan solo para ver feliz a su hijo postizo. Anthony se alistó, con veinte años, graduado y decidido a ir a la universidad donde sabia que la encontraría.
Puesto que había hecho todo eso por ella. No desde el primer momento, pero si desde hacia tiempo. Habían sido unos largos cuatro años, confusos y complicados después de todo lo vivido. Pero por fin tenía respuestas y soluciones.
Respuestas para ella y soluciones para él.
O tal vez para los dos.
Natalie abrió los ojos. El sol le daba en la cara pero no era molesto, porque le calentaba el rostro helado por el frio y el cuerpo desnudo bajo las sabanas. Sonrió como una tonta.
Es que nada en la vida podía ser más maravilloso que eso.
¿Que si había diferencias entre el Anthony vampiro y el humano? Se había equivocado al pensar que si. En la cama él era igual de....increíble que antes.
Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, recordando. Realmente nunca había existido algún otro hombre que la hubiera hecho sentir de esa forma. En esos cuatro años, había estado con tres chicos diferentes y todos había sido un 4 en la escala del 1 al 10.
Anthony siempre había sido su 10.
Suspiró y estiró los brazos hacia arriba. Gigi brincó encima de la cama y Natalie se rió al darse cuenta de que la había olvidado por completo desde la noche anterior. La acarició con la punta de los dedos y la gata caminó quedamente por encima de la amplia cama, donde sin duda, habían entrado los tres cómodamente: ellas dos y Anthony.
Bostezó y volvió a sonreír. De pronto alguien salto detrás de ella a la cama. Gigi pegó un brinco y saltó espantada. Unos brazos desnudos la rodearon por la cintura, por debajo de la sabana.
—¿Que quiere desayunar, Mi lady? —Anthony se estiró para besarle la mejilla, muy cerca de la sien. Natalie se rió ante la sonrisa que claramente se transparentaba en su voz. Ambos estaban de tan buen humor. ¿Y cómo no? Después de haber estado prácticamente toda la noche...
—Creo que me convertí en vampiro —anunció ella y Anthony frunció el ceño confundido. Despacio Natalie se giró hacia él para robarle un beso—. Porque tengo apetito de humanos ingleses de más de trescientos años de edad, de ojos azules y sonrisa espectacular —bromeó.
—Y no suena rara la frase por lo del vampiro, ni por lo de comer humanos —dijo él, riendo—, si no, por lo del humano de trescientos años. ¿No sabes que eso es teóricamente imposible?
Al fin ella se giró por completo, para subirse en su pecho. Lo besó con cuidado, ya que él tenía aun el moretón en el rostro del golpe de Gian.
—Teóricamente, no prácticamente.
—Mh... —Anthony gimió en sus labios—. Prácticamente...Me gusta como sueno eso de lo práctico. Podemos ponerlo en práctica.
Natalie sonrió.
—¿Para siempre?
—Para siempre, ¿o quieres algún tiempo más?
—Mientras pueda ser tu princesa, no me importa el tiempo.
Anthony rió y la abrazó con fuerza.
—Para siempre mi pequeña princesa.
—Y tú para siempre mi príncipe vampiro.
FIN
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SÉ QUE NO TENGO EXCUSAS. Solo les diré que quería editarlo y cada vez que me acordaba, no podía :v Así que finalmente lo dejo sin editar D: Algo es algo, dudo que vaya a hacerlo si sigo buscando el espacio para corregir estas ocho mil palabras.
Así que aquí se los dejo, agradezco sus lecturas, votos, el apoyo y la espera, sobre todo la espera!
Un besote enorme.
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