Capitulo 20
—Estás loco —bufó un vampiro—, nunca creí que conocería a alguien tan loco como lo estás tu.
Anthony lo ignoró y siguió anotando cosas en el mapa sobre la mesa abarrotada.
—¿Realmente —siguió el otro—, piensas encontrar Shangri La?
—Acabas de decir que Shangri La ha sido destruida, perdería mi tiempo —respondió él.
El otro vampiro volvió a bufar.
—Anthony, apenas te conozco y, perdona que lo diga, pero recién has salido al nuevo mundo hace pocas semanas; créeme cuando te digo que hacer esto es una idiotez. ¿Que hay con ser vampiro, eh?
El de los ojos azules se volteó a verlo.
—Ser vampiro arruinó mi vida.
—Se ve que no has hecho el luto. A todos, amigo, a todos. ¿Y qué? Encontrar la gema sagrada es prácticamente imposible. Deberías seguirle el rastro por los siglos que estuvo desaparecida y discúlpame, pero si crees que vencerás a David en esto estás enfermo, ¡enfermo de la cabeza!
—Eso ya lo dijiste —Anthony puso los ojos en blanco. Se estaba cansando de esa conversación—. Da igual, de todas formas tengo asuntos que arreglar con David.
—No lograras llegar primero que él, si es que buscan lo mismo.
Anthony enrolló el mapa y miró las cosas del odioso vampiro que lo había convertido.
Por lo que David había dejado atrás, él estaba en busca de la gema sagrada, aquella que contenía una muestra del agua de la fuente de la vida, situada en la destruida Shangri la. Él estaba en busca de la gema y de su única chance de volver a vivir. Tomó varias de las libretas de investigación y las echó dentro de la mochila. Durante un segundo, en su mente apareció el rostro de una chica de cabello oscuro y ojos color miel.
Sacudió rápidamente la cabeza, quitando a Natalie de ella.
—¿A dónde dijiste que había ido primero?
—China, el Tíbet, es lo mismo. —Jeff se encogió de hombros.
—Gracias
—Te cuidado, a David no le gusta que se metan en sus asuntos.
Anthony se puso la mochila al hombro y caminó hasta darle una palmada en el hombro al vampiro.
—Lo sé, lo sé. Pero tampoco me gusta que se metan en los míos —estrechó los ojos—, y no dejaré que otra vez me arrebate las ganas de vivir.
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Los restos de Shangri La eran imponentes, congelados en medio de la tormenta de nieve que a él no lo afectaba. Suspiró con lástima al ver tan maravillosa creación del hombre destrozada de esa manera. Nada quedaba de la fuente de la vida y de sus esperanzas secretas de volverse humano. Desganado, a pesar de que lo sabía, se dio la media vuelta. Quiso cerciorarse por sí mismo de aquel suceso, para creerlo. Ahora que estaba seguro de que no había nada que hacer, debía maquinar como encontrar la gema.
David estaba adelantad. No tenía ni idea de por qué él buscaba la gema y su líquido puro que de usarlo lo volvería mortal. Él no era la clase de ser que renegaba de lo que era, no como Anthony.
Había estado más de cuatrocientos años encerrado esperando salir para empezar de nuevo. Nervioso, descendió la montaña dando saltos, hundiéndose en la nieve de vez en cuando. Tenía el tiempo justo y no sabía por dónde andaba David ni cómo seguir la búsqueda.
Se detuvo de pronto cuando se dio cuenta de lo que pensaba. Frunció el ceño y se quitó un poco de nieve del pelo.
¿Cómo que el tiempo justo?
Bufó y volvió a apartar a Natalie de su mente. ¿Por qué siempre ella se metía en su cerebro? No, no tenía poco tiempo. Era inmortal y todavía podía seguir buscando la gema. Si ya había pasado tantos siglos metido allí adentro, podría pasar más tiempo buscando.
Gruñó cuando volvió a ver los ojos tristes de Natalie en su cabeza, como si lo acusara de olvidarse de ella. Estaba claro que si, si pasaba mucho tiempo, para cuando él fuera humano, Natalie ya no estaría.
Pateo un montículo de nieve. ¿POR QUÉ DIABLOS PENSABA EN EL TIEMPO QUE PODRÍA PASAR CON ELLA?
Se pasó las manos por la cara y suspiró largamente. Tenía que olvidarla, si. Se buscaría otra humana con la que revolcarse por un rato, si es que extrañaba su suave y tierno cuerpo. Seguro debía ser eso: apetito sexual por ella, nada más.
Suspiró otra vez y se lanzó nuevamente de la montaña, alejándose de las ilusiones que podría provocar la altura.
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El anciano lo miró con desconfianza a través de sus ojos finitos. Anthony frunció el ceño y volvió a enseñarle el dibujo de la gema.
—¿Sabe algo o no?
El viejo hizo mala cara. Era un chino de mucha sabiduría y Anthony temía que supiera lo que él era.
—¿Por favor?
El viejo negó, pero le contestó de mala gana:
—Los demonios no son bien recibidos.
Anthony se pasó una mano por la cara. Tendría que ser sincero, entonces.
—Intento dejar de serlo, ¿podría ayudarme?
—¿Dejar de ser demonio? —terció entonces el anciano en inglés—. ¿Ser humano?
—Así es. —Anthony ignoró la descubierta poco disposición del anciano por ayudarlo. Ahora que se había mostrado como buen samaritano, decidía hablar su idioma—. Quiero ser humano. Esto es lo peor que me ha pasado y quiero revertirlo.
El hombre chistó y negó con la cabeza.
—¿Por qué alguien querría renegar la inmortalidad?
—Porque he perdido todo lo que tenia, quiero empezar de nuevo —dijo seriamente.
El viejo hizo un gesto elocuente y se giró hacia él en el pequeño banquito de madera que tenia fuera de su casa.
—La gema fue llevada a Japón.
—¿Es en serio? —Anthony se quejó.
—¿Por qué te mentiría? —se rió el viejo con malicia.
Anthony se agachó junto a él.
—¿Sabe lo que puedo hacerle si me miente? —le gruñó—. ¡Necesito encontrar esa gema! ¿En que parte de Japón? —demandó con furia.
El viejo se echó atrás y el banquito de madera tembló debajo de él.
—No lo sé. ¡Eso paso hace siglos!
Anthony se echó hacia atrás también, dejando la ira a un lado
—¿Siglos? ¡Yo tengo siglos! —exclamó, enfadado.
El viejo se pegó a la pared de su casita precaria.
—¿Entonces por qué lo haces, si todo lo que perdiste ya está muerto?
El vampiro guardó silencio y bajó la cabeza. ¿Por qué era? Obvio que porque se sentía muerto así, quería vivir de nuevo, empezar de nuevo, tener una familia, ser feliz...
—Hay una mujer —afirmó entonces el viejo.
—Claro que no —Anthony gruñó a la defensiva.
El viejo aun temblando negó con la cabeza.
—Claro que si. Si no, lo hubieras hecho antes.
—Estuve preso antes —mascullo él—. Esto no tiene nada que ver con ella.
—Entonces sí existe ella —el anciano sonrió.
Anthony entrecerró los ojos y el anciano tragó saliva. Si tendría que marchar a Japón, lo haría, pero no sería por ella.
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La nieve se arremolinaba en torno a su cabeza. Tenía que mantenerse tapado para no desentonar. Si alguien veía a un inglés sin abrigo sería demasiado extraño.
Los cerezos estaban pelados y congelados, no tenían la gracia que él había imaginado. Claro, pensó que debía volver en primavera... pero no tenía tiempo. Quizás volviera cuando fuera humano y todo lo efímero se hiciera más emocionante.
La gran ciudad no era un sitio donde debía estar la gema. Si alguien la tenía probablemente sí, pero si estaba olvidada en algún sitio, no sería allí.
También, además de la larga búsqueda en solitario, aburrida y lenta, tenía que luchar con la agonía de saber que quizás alguien ya había usado el líquido en su interior. Pero no podía rendirse por miedo, claro. Debía seguir. Anhelaba tanto ser humano, lo había estado esperando por tanto tiempo.
Extrañamente los humanos, hacía siglos, habían confundido su anhelo con una violencia latente. Si tan solo lo hubieran dejado libre, él hubiera buscado Shangri La y hubiera vuelto a casa semanas después, humano y listo para ser Rey. Maldijo la hora en la que Marian se había dado cuenta de lo que le había pasado, así como maldecía el día en que había sido mordido.
Renegó en voz baja. Los japoneses que pasaban a su lado lo ignoraban olímpicamente, como si no estuviera allí. Hacía demasiado frio como para detenerse a mirar. Pensando otra vez en Marian, recordó a la madre de Natalie. Estaba casi seguro de que solo ella había podido abrir la puerta por ser descendiente. Tenía que serlo, obviamente.
Sacó de su bolsillo el corazón de marfil que había pertenecido a su prometida. El collar funcionaba de manera mágica, compuesto por una bruja que conocía tanto de vampiros como demonios. Él no había sido notificado en tanta medida como los humanos de su fabricación. Tan solo sabía que la bruja lo había hechizado con la sangre de Marian para que este solo respondiera a ella, al igual que la puerta. Si Natalie tenía su sangre, sería lógico que la puerta hubiera reaccionado a su padrón genético.
Metió el collar de nuevo en su bolsillo. Si tan solo Marian no lo hubiera descubierto, seguramente él ahora formaría parte del patrón genético de Natalie.
Se estremeció al pensar que se pudo haber acostado con su casi nieta. Tétrico... ¡Uy! ¡Extraño y raro! Menos mal que no era su abuelo, que nunca se había casado con Marian y que nunca la había siquiera tocado.
En ese momento, se dio cuenta de que no supo mucho más de Marian desde que ella había dejado de visitarlo al casarse. ¿Con quién se habría casado? ¿Lo habría amado? ¿Fue feliz? Se encogió de hombros, sin pensar que él pudiera haber hecho las cosas mejor. Seguramente su matrimonio con ella hubiera terminado en un cariño tan poco físico como lo había sido siempre. Habrían tenido hijos, y listo. Él... hubiera buscado a alguien más. Quiso a Marian, pero nunca la amó. Quizás eso había sido lo decisivo en todo eso. Natalie había tenido razón al decir que no era más que una pequeña niña, más que ella incluso.
Suspiró al volver a pensar en la cría orgullosa y terca a la que, indudablemente, extrañaba un poco. Era raro estar sin ella, sin escucharla quejarse. Si que avanzaba más rápido, pero se aburría como nunca.
También notó que ella tenía una sangre más apetitosa que el resto de los humanos, o tal vez solo era que los orientales no sabían bien. Pero estando allí, tenía que alimentarse igual. Usualmente en esos últimos días había logrado llevarse a algún turista que para él, sabían mejor. Seguramente era la condimentación en la comida de los chinos y japoneses lo que cambiaba el sabor en la sangre. Es como el dicho, eres lo que comes.
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—A ti anda buscando un cazador, maldito engendro —le dijo un vampiro, apareciendo delante de él con una expresión molesta.
Anthony frunció el ceño y apartó la mirada.
—¿Qué tan lejos lo viste?
—Te andaba buscando por Rumania. —El vampiro de ojos negros se cruzó de brazos—. No sé porque todos los imbéciles nos andan buscando por ahí. Dracula nos ha dado mala fama.
—¿Fuiste tú quién lo vio?
—Estaba con David, ya sabes el que te... —lo señaló, sin ganas. Natan era serio, bastante aburrido y mal hablado, como si odiara a todo el mundo. Lo había conocido antes de su encierro, cuando David lo envió a ver qué había sido del noble al que había mordido. Anthony levantó la cabeza enseguida.
—¿Dónde diablos viste a David?
Natan arqueó las cejas.
—¿No pensaras todavía en vengarte de él, cierto?
—No —Anthony susurró con inocencia—. ¿Dónde estaba?
—Me lo crucé brevemente por ahí, por Rumania, como te dije. Había vuelto del Tíbet, ¿sabes? Creo que regresó a su casa después de ese viaje.
Anthony ocultó un gruñido. Así que David había vuelto, por lo que ya debía saber que había estado husmeando en su casa. Rezó por que Jeff no hubiera salido herido por culpa suya, ya que lo había ayudado.
—¿Sabes a dónde iba?
—Creo que mencionó algo de Arabia, mala suerte que el cazador lo oyó y ahora ha decidido ir tras él. Supongo que piensa que no podrá seguirte el paso. Estando aquí —Miró el horizonte, pegado al océano embravecido—, será difícil encontrarte, las brisas marinas disipan más rápido el rastro.
—De todas formas no me quedo mucho tiempo en un mismo lugar.
Natan asintió y le hizo un gesto con los ojos de despedida. Se alejó en la oscuridad de la playa, hacia quién sabía dónde.
Seguro de que ya se había alejado, Anthony sacó rápidamente de la mochila las libretas de investigación de David, buscando alguna palabra que hubiera olvidado y que tuviera que ver con Arabia. Pasó las hojas una y otra vez, con el viento marino azotándole la espalda.
Encontró entonces una hoja que nunca había visto. Molesto, leyó:
«Emperador Akra lleva gema de Isla Hittori a Arabia saudí».
Cerró la libreta de un golpe. Estaba tan lejos de Arabia. Apresurado, corrió lo más pronto posible hacia el aeropuerto más cercano. Al llegar pensaba encontrar la gema antes que el mismo David.
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En Arabia no había nieve, por suerte para él, puesto que detestaba eso de andar encapuchado. No tenía muchos lugares de referencia para hacer su búsqueda y, sabiendo que el cazador podía estar cerca de él, estaba más nervioso que de costumbre.
Lo mejor que podía hacer era mimetizarse con el resto y preguntar a ancianos. Los ancianos siempre lo sabían todos. Él era uno, digamos.
Obtuvo varios puntos de referencia y marchó de mala gana al que menos le parecía ser el correcto, para descartarlo rápidamente. Se trataba de un antiguo palacio y templo en ruinas. Se decía que allí había vivido una diosa Hindú. No se preguntó qué es lo que había estado haciendo una diosa Hindú en Arabia, ya que era una pérdida de tiempo.
No creía ni dejaba de creer en los dioses. Ya existiendo criaturas como él y una existente fuente de la vida eterna, era suficiente como para pensar que los dioses podían haber estado encarnados.
Todo estaba bastante destruido y saqueado por continuos robos, seguramente tanto de bandoleros como de extranjeros ávidos de reliquias ajenas. Pateó un jarrón roto cuando escuchó pasos detrás de él. Se volteó rápidamente y allí, con gesto sorprendido durante un segundo, y luego una mirada mortal, estaba David.
—Así que te dejaron libre, pichico —se burló—. Estás igualito —bromeó entonces el vampiro—. No has cambiado nada.
—Tú tampoco, sigues siendo igual de desagradable que antes —contestó Anthony con elocuencia y cadencia. Al lado de él, David era un total maleducado.
—Típico de la realeza. —David se encogió de hombros—. Se creen más que el resto. De todas formas ya lo has entendido, Anthony, ¿no? Ya no eres nadie.
—Claro, estoy en etapa de superación, aún. Sigo buscando una nueva identidad, tal vez un nuevo nombre, una pareja, olvidar el pasado —sonrió falsamente mientras ocultaba la ira en su exclamación.
David sonrió y asintió.
—Así se hace, dejar los rencores atrás. Por supuesto que debías odiarme, claro. Te arrebaté tu reino y futuro. —Se rió con malicia—. Pero lo siento, sabes cómo es esto... tenía hambre. De todas formas era lógico que vinieras a buscarme al salir, ya sea para reñirme o para pedirme algún consejo. ¿Te recibieron bien en mi casa? —sus ojos oscuros se volvieron fríos y malévolos.
Anthony mostró inocencia y se mantuvo tranquilo.
—Oh, si, Jeff me dijo algo de que te habías dio al Tíbet. Pero he estado dando vueltas por Asia, así que no fui a buscarte.
—¿Te sirvieron mis cosas? —siguió David con los ojos entrecerrados. Obvio que sabía que le había robado.
—No mucho, en realidad.
David se puso realmente serio.
—Lo siento, Anthony, no creí que realmente fueras tan entrometido. Sé que estás buscando y déjame decirte —sonrió otra vez—, que no vas a obtenerlo —finalizó como si le estuviera hablando a un niño.
—Yo creo... —interrumpió una voz arrastrada y humana—, que ninguno de los dos va a hacerlo.
Anthony lo reconoció enseguida y al parecer David también, porque ambos rodaron por el suelo y saltaron lejos de la flechas de maderas del maldito cazador que aun seguía tras él. Aterrizó en el suelo, semi acostado, sosteniéndose apenas con las manos y la punta de los pies, detrás de una gran pared quebrada.
Masculló una palabrota cuando una flecha de madera le rozó la cabeza. ¡Por poco y no la veía más! Desconcertado por volver a pensar en Natalie, sacudió la cabeza y se apresuró a moverse. Tenía que acabar con ese viejo decrepito y desagradable si quería seguir su camino en paz.
Si quería volver a verla...
¡No! Solo podría volver a verla cuando fuera humano, y además, ¿no era que no hacia eso por ella?
Era indiscutible pensar en ella en ese momento, pero recordó instantáneamente la mirada acongojada y enamorada de Natalie, y la culpa y el lamento volvieron a él. Se arrepentía terriblemente de haberla enamorado, de haber hecho que gustara de él pero, al mismo tiempo, aquello lo hacía sentir bien y lo deseaba, a la vez que deseaba estar con ella. Entonces, en su mente se maquinó la idea de que si era humano, podría corresponderle sin miramientos por lo que era.
Bufó cuando escuchó a David gruñirle al cazador muy cerca de él y se obligó a concentrarse y a repetir la misma frase: No hago esto por ella, no hago esto por ella, ¡no hago esto por ella!
Saltó de atrás de una pared a otra, buscando como escapar de la pelea para buscar la gema. Claro, lo mejor era dejárselo al idiota de David para que se las arreglara. Pero no fue posible porque, de pronto, el cazador salió de atrás de la pared y lo apuntó. Anthony pensó rápido, tomo un poco de arena del suelo y se lo lanzó a los ojos en segundos. El viejo gritó y se tapó los ojos mientras él, en vez de huir, saltaba por encima de su cabeza y le arrebataba por detrás la ballesta.
Al fin, el viejo quedó desarmado y aún con la vista herida. Insultó al aire y Anthony se subió a su espalda. No quería morderlo; le daba tanto asco tocarlo que solo se decidió a romperle el cuello. Pero entonces, se dio cuenta de que no iba a ser tan fácil. El viejo tenía una de sus malditas flechas en la mano. Se la clavaba... y estaba muerto.
Se alejó de él rápidamente, justo para cuando el tipo planeaba clavársela. Por el mal cálculo y debido a que Anthony se corrió, se la clavo en su propia pierna. Fue terrible como el hombre se aguantó el dolor de la pierna sangrante y se giró para enfrentarlo con los ojos rojos por la arena.
Era de acero, pensó él, no se moría más. Mas allá de del viejo, pudo ver a David saliendo de un cuarto destrozado.
—¡Te veo en la india! —le gritó con una sonrisa—. Si es que llegas. —Y entonces le lanzó una roca. Anthony la esquivó, pero solo sirvió para que el viejo tomara ventaja y le saltara encima...
Gruñendo asqueado, Anthony se quitó de encima el cuerpo del cazador. Morderlo había sido la cosa más horrible que había hecho en su vida. ¡Diablos! ¡Prefería un oriental a eso!
Alejó la estaca de madera de su cuerpo y respirando agitado tan solo por el susto, se quedó sentado en la arena.
Así que India... ¿eh?
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—¡Maldita sea! —gruñó David al ver a Anthony colarse en la ciudad de Fatehpur Sikri. Había sido un idiota, si, y lo aceptada, tendría que haberlo matado él mismo.
Masculló y se tronó los dedos. Pues tendría que hacerlo.
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Anthony corrió por la parte vieja de la ciudad, estaba muy seguro ahora de que allí tenía que estar la gema. Los aldeanos y monjes que habían hablado con él sin saber lo que él era, le habían revelado que la gema se escondía en la antigua ciudad y que había sido llevada allí por la misma diosa que había habitado el templo en arabia.
Se coló por un pequeño hueco entre las rocas de la pared, corroído por el tiempo, aunque tuvo que agrandarlo con los dedos para pasar tranquilamente.
La parte interior del edificio era tan laberíntica como el exterior. Y ahora... ¿dónde podía estar la gema?
Casi imaginaba que le latía el corazón con fuerza de la ilusión de al fin encontrar la cura aquel estado inmortal y frio. Giró hacia un lado, viró hacia el otro, hasta que al final descubrió una mesa de sacrificio en medio de un centro cuadrado. Como un altar.
¿Y la gema?
Titubeó levemente, recorriendo el lugar con la mirada. Caminó por alrededor de la mesa, pensando quedamente. Golpeó con los dedos la piedra, hasta que en un sitio en particular, sonó hueco.
—¿Qué demonios...? —Miró la mesa y entonces lo supo. Pateó el altar sin esfuerzo y este se desarmó en pedazos con un altísimo sonido que retumbo en el lugar. Allí, dentro de un tubo circular de roca, había una pequeña piedra color azul.
La tomó, tan feliz, que no se molesto esta vez en pensar en ella.
Solo ahora necesitaba una gota de sangre pura de corazón para abrirla y, entonces, sería humano de vuelta. Se la guardó rápidamente en el bolsillo, dispuesto a buscar a quien fuera para beber lo más pronto posible el líquido de la fuente de la vida.
Volvió a salir por el hueco, tan sonriente como el mismo sol del día. Aterrizó en el suelo, decidido a correr hasta el aeropuerto. ¿La buscaría a ella primero?
Corrió por los pasillos laberinticos hasta que un pedrusco de tamaño considerable le golpeó en la cabeza. Cayó al suelo por el golpe, de boca al piso y cuando pudo mirar, vio a David lanzándose encima de él.
Rápidamente, lo alejó de una patada, con bastante esfuerzo. Se paró y se alejó corriendo.
Apenas terminó de pasar el puente y de entrar en el otro laberinto, en el del lado derecho del templo, otra roca le golpeó la cabeza; una tras otra, mientras intentaba alejarse de David lo más pronto posible. Saltó por encima de los paredones, cuando el otro vampiro lo sujetó del tobillo y lo lanzó contra otra pared.
Antes de que David arremetiera con un golpe hacia él, arrancó un pedazo de pared y se lo estampó en la cara. Se alejó de él a las corridas y recibió en la nuca el mismo pedazo de pared.
—¡HIJO DE PERRA! —le gritó, rodando por la pared hasta el otro lado.
—¡TAL Y COMO TU, ANTHONY!
David cayó sobre él y le acertó, esta vez, un golpe en el rostro que le dolió como hacía tiempo no le dolía nada. Rodaron uno encima de otro, golpeándose, pateándose, estampándose contra el suelo. El piso vibró ante los golpes y cuando Anthony quiso devolverle los últimos cinco, David lo sujetó del cuello y, con más fuerza de la que tenía él, lo lanzó contra una pared.
La pared cedió ante su peso y el golpe producido, derrumbándose y logrando que cayera, del otro lado entre una pila de escombros.
Tosió el polvo y se movió, molesto consigo mismo por no ser tan fuerte.
—¡¿Anthony?!
Se giró horrorizado hacia ella, incrédulo de verla allí y aterrado por lo cerca que estaba de uno de los vampiros más peligrosos que había conocido.
—Natalie —gimió. Ella estaba en supremo peligro. Supo que David se acercaría a él y al verla, todo se arruinaría. Natalie podría morir y no iba a dejar que eso pasara, no después de lo mucho que la había extrañado. Ella, incluso se veía más tierna y bonita que antes. Saltó, alejándose de ella, girando en el aire por encima de los paredones, para que David lo viera y lo siguiera sin percatarse de Natalie—. ¡VETE!
Para cuando cayó en el suelo, David lo había alcanzado. Se golpearon mutuamente y Anthony logró tirarlo contra el piso antes de correr para alejarlo aún más de ella.
Dando vueltas a través de laberinto, y después de otro golpe errado por parte de David, pudo alejarse de él y mantenerse callado para que no lo encontrara. Todo quedó en absoluto silencio y, torturado por la presencia de Natalie en el lugar, cerró los ojos y rogó que ella le hubiera hecho caso.
¿Pero qué diablos hacia ella en la India? ¡¿JUSTO ALLI?!
Entonces, el mundo se le vino abajo.
—Anthony... las escondidas ya terminaron —cantó David en voz alta y clara—. Atrape a tu noviecita... fresca y delicada humana —canturreó.
¡Él la tenía, tenía a Natalie...!
Se movió rápidamente, de un lado a otro, pasando desapercibido, para que David no se diera cuenta de que se acercaba. Su oportunidad era atacarlo por la espalda para llegar a salvar la vida de Natalie.
—¡Oh, vamos! No dejaras que la mate, ¿o si? Lo cierto es que no he torturado humanos desde... ¿hace cuánto? Ah, un par de semanas creo.
Se acercó lo más rápido posible, pero todavía estaba lejos y desde ese ángulo no tenía posibilidades. Ahora si estaba más nervioso y aterrado que nunca.
—Bien... —aceptó el vampiro—, entonces creo que me divertiré con ella.
Aquellas palabras fueron como la muerte. Entonces, tan solo le quedo ver como clavaba sus uñas en el abdomen de Natalie y la rasgaba a la mitad.
—¡NO!
Saltó sobre él, embravecido. No podía permitir que la hiriera. Logró que la soltara pero el sonido que hizo Natalie al caer al suelo fue horrible, sonó tan seco y vacío. Apartó con ira a David de ella, lanzándolo tan lejos como pudo y, una vez perdido detrás de varios paredones, corrió hasta ella.
La giró apenas con cuidado y la vio tan ensangrentada, que, raro para un vampiro, tuvo ganas de vomitar. Solo porque era ella y porque no quería verla, bajo ningún motivo, morir.
—Natalie... no —gimió, con dolor. Pero para su inesperada sorpresa ella...sonrió. ¡¿ES QUE ESTABA LOCA?!
Pero no pudo hacer mucho más. David volvió a la carga y de un golpe certero en el abdomen lo lanzó más allá. Anthony se incorporó lo más rápido que pudo, dispuesto a defenderla a toda costa, pero se quedó mudo y helado, cuando vio como él le tomaba la cabeza, y se la estrellaba sin consideración alguna, contra el piso.
Allí fue, cuando su corazón helado, volvió a latir...
De ira y furia.
Con ella... NO.
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