Capitulo 2
Natalie no volvió a hablar, volvía a estar dura y congelada. Miraba a su alrededor como temiendo que él pudiera atacarla por cualquier ángulo. Durante un segundo, cerró los ojos y suplicó en un susurro que aquello fuera un mal sueño.
Eso no podía ser real. Pero, sin embargo, acababa de ver al vampiro de ojazos azules y rostro encantador sentado más allá.
Wow, un segundo. ¿Rostro encantador? Más bien tenía un rostro aterrador, él realmente la había mirado con cara de pocos amigos.
Tomó aire con cuidado, intentando volver a distinguir entre la oscuridad su figura inmóvil en la celda. Entonces, se dio cuenta del frío que hacía en esa habitación. Se abrazó a sí misma y se quedó sentada con la espalda en la gran puerta de metal, que le daba mas aún mas frío, escuchando las voces ahogadas de su maestra, de los guardias, del anciano, de la guía y de Camyl, que susurraba asustada lo poco que sabía.
Natalie suspiró, aterrada. Estaba sola, encerrada en una morada, completamente a oscuras, con un vampiro. Eso no podía ser bueno, verdaderamente no podía ser nada bueno. Era la primera vez en su vida que se sentía asustada hasta la médula.
—No, esta no soy yo —murmuró, lo más bajo que pudo—. Yo no soy la cobarde, esa es Camyl. ¡No yo!
—Le ruego, Milady, que si tiene que decir algo, lo diga de forma audible—dijo él en voz alta y clara—. Los susurros me ponen de muy mal humor.
Natalie tragó saliva.
—No es nada que usted deba escuchar —le contestó, tratando de sonar firme—. La privacidad de una mujer debe ser respetada, ¿no es así?
—Por supuesto, señorita. —A pesar del trato gélido, las palabras eran educadas—. Pero le recuerdo, que ahora, está en mis dominios. Mis limitados dominios.
Ella se humedeció los labios. Ahora tenía la garganta y la lengua seca.
—Y yo le recuerdo, que usted, señor, está encadenado.
El vampiro soltó un silbido, casi hasta parecía divertido.
—Que este encadenado no evitará que siga mis órdenes. Por infortunio del destino, está usted ahora encerrada conmigo. ¿Y no habrá olvidado que no soy humano, verdad?
Entonces, Natalie escuchó como su profesora la llamaba a través de la puerta. El sonido llegaba ahogado, muy lejano.
—¡Natalie! ¿Me oyes?
—No responda, Milady, si es que no quiere sufrir de una muerte extremadamente dolorosa —le advirtió él. Natalie no contestó a los llamados de su profesora; se quedó quieta otra vez, vigilando a la oscuridad. No sabía por qué, pero tenía la leve impresión de que, a pesar de que ella no podía verlo, él sí la veía muy bien.
Así que, debido a la amenaza, estaba muda y no podía pedir más ayuda de la necesaria. Seguramente creían que solo estaba encerrada en una celda oscura y no se apresuraban de más debido a eso. Si supieran que adentro había un vampiro, la sacarían en voladas.
Entonces, recordó el celular y que podría enviarle un mensaje de texto a Camyl. Se movió lentamente, palpando el suelo con las manos de la forma más disimulada que podía.
—Un poco más a la izquierda —le dijo la fría voz. Natalie movió la mano hacia aquella dirección y tomó el celular. Entonces él sí que veía en la oscuridad.
No se atrevió a tocar los botones al principio, pero luego recordó que él no sabía qué eran los celulares ni para qué servían. Presionó un botón y la luz le dio unos dos metros de visibilidad. Mas allá de ese limite, pudo ver la forma de la silla, el muchacho que había en ella y las cadenas que lo aprisionaban.
Desvió la mirada hacia a él. No podía verle la cara con la poca luz que tenía ahora, pero sentía su mirada clavada en ella. Bajó la vista, animada por su ignorancia, de nuevo al teléfono.
Escribió rápidamente un mensaje de texto, en donde le explicaba a su amiga que estaba bien, que dentro había un vampiro, que no era ninguna broma y que se apresuraran en poner explosivos en la entrada a la celda.
Esperanzada, dejó el celular junto a ella, en el suelo. Esperó durante unos largos minutos en los que el príncipe apenas movió un pelo y ella lo imitó a duras penas. Si él era un vampiro, seguramente podría quitarse esas pesadas cadenas sin esfuerzo y luego, atacarla y drenarla como un vaso repleto de malteada de chocolate.
La luz del celular se apagó rápidamente, dejándola sumida otra vez en la noche más negra. Camyl no contestaba y perdió enseguida la noción del tiempo.
¿Hacia cuánto que estaba allí adentro? Él no se movía, ni respiraba y tampoco le daba alguna pauta para contar los minutos encerrada. Intentó concentrarse en algo que no fuera el silencio aterrador y el recuerdo de sus brillantes ojos azules. Hermosos, pero terroríficos.
En algún momento que no pudo apreciar, las voces del otro lado de la puerta cesaron. Cuando se dio cuenta, temió que la hubiera dejado abandonada. ¿Es que nadie sabía que allí había un vampiro? ¿El viejo no podía contarle la historia que ella había escuchado? Si su teoría sobre los ingleses con cerebro hervido era cierta, pues entonces debía de creer en la leyenda como en el anciano.
Pero justo un rato después, aparecieron otras voces, con un marcado acento inglés que no se podía obviar. Pegó la oreja a la puerta.
—¿Quién diablos abrió la puerta? —gritaba una mujer enfurecida—. ¿Cómo lo hicieron?
Oh, genial. Si el vampiro no la devoraba, al salir esa mujer iba a degollarla.
—El collar está en su lugar, Señora Séller.
—¿Y entonces? Esto no tiene sentido. Ahora hay una niña ahí adentro, en un peligro inminente. ¡Si es que sigue viva!
—¡Es que es imposible! Con o sin collar solo Lady Marian podía abrirla —dijo un hombre de voz gruesa.
—Lo que queda es que la niña tenga algún tipo de descendencia... —agregó la señora Séller.
—Pero... ¿y el collar?
—¿Llamaron a los familiares? —inquirió otra voz.
—Claro, ya están en camino. No hemos podido explicarles la verdadera gravedad del asunto —dijo una mujer de corta edad.
—No tendrá sentido que vengan, no sabemos lo que está pasando y Anthony tampoco se dará el lujo de explicárnoslo —se lamentó la Sra. Séller—. La puerta se ha abierto y sellado nuevamente, como si el collar hubiera estado de por medio.
—¿Está sellada?
—Al parecer, tal y como antes. Nadie puede entrar otra vez y ellos tampoco pueden salir. Lo que me preocupa, es que aun así, la magia de la celda se haya debilitado. Una vez abierta la puerta, las cadenas que lo aprisionan podrían caerse. Eso es lo que temo, que él esté libre dentro de la cámara y la niña muerta. Con sangre en su sistema otra vez y con esta puerta menos segura que antes, Anthony podría escapar con facilidad.
—¿Me permite preguntarle, Milady, como es que abrió la puerta? —dijo de repente el príncipe. Entonces Natalie se dio cuenta de que él también había estado escuchando la conversación del otro lado de la puerta.
—Yo... no lo se... Ni siquiera sé si fui yo. Yo no tengo ningún collar.
—¿Puede decirme su nombre? —inquirió él. Ella comprendió enseguida que quería saber si realmente descendía de su prometida. Teóricamente, podría ser posible. Habían pasado quinientos años y podría tener sangre de esa mujer en sus venas.
—Mi nombre es Natalie —contestó, no muy segura de decirle su apellido. ¿Qué tal si realmente era tátara nieta de Marian? ¿Él sería capaz de matar a la nieta del amor de su vida?
—¿Podría decirme su apellido?
—No —dijo escuetamente.
—¿Qué cree que evitará al privarme de saber su apellido, Señorita?
—¿Qué le importa? —respondió de mala gana. En todo caso, si llegaba no ser la nieta, era mejor alargar el momento de duda.
—Usted está decidida a luchar hasta la muerte, ¿no es así? Vaya tono que usa con sus mayores.
Natalie frunció el ceño. Ese idiota no iba a ganarle en nada solo por ser vampiro y tener un par de siglos más.
—¿Qué sabe usted de mi?
—No soy humano. —Casi sonó como si se encogiera de hombros—. Veo cosas que los seres como usted no ven.
—Claro, perfecto —respondió Naty—. ¿Y qué es lo que puede ver?
—Veo una gran cantidad de sangre —le respondió el con tono meloso—. ¿Y sabe qué? Se ve realmente deliciosa —agregó endulzando la voz. Natalie frunció el ceño una vez más. No solo tenía miedo, sino que él no le agradaba. ¿Por qué tenía que hablar de ella como si fuera un jugoso trozo de carne?—. ¿Alguna vez le dijeron que fruncir el ceño no es nada delicado, ni de una señorita? —Ya estaba completamente claro que el podía ver todo lo que ella hiciera hasta en la más profunda oscuridad, pero lo que más le quedaba claro es que él era un entrometido sabelotodo.
—Yo no soy una dama, señor. Soy solo una adolescente empedernida, que osa faltarle el respeto a un príncipe que no la deja irse tranquila a su casa.
Él rió por lo bajo.
—Eso es porque está mal enseñada.
—¡Oh! ¡No! ¡Eso es porque usted es un entrometido!
—¿Entrometido, yo? ¿Quién es la intrusa en mi celda?
—Pues... teóricamente yo. Pero no por gusto.
—No, claro que no, la escuché muy bien cuando dijo que no le apetecía acompañarme, y me agradecía por mi amabilidad. En ese momento usted fue muy educada. —Él se removió en su asiento
—No pensé que realmente tenía planeado obligarme a acompañarlo —casi le escupió ella.
El príncipe suspiró.
—Ya veo que no entendió nada. ¿No escucho a Susan Séller? Yo no abrí la puerta, usted lo hizo; pensé que ya había comprendido eso. No hay forma en que yo controle el sistema, usted está atrapada aquí conmigo hasta que alguien encuentre la forma de resolverlo, pequeña dama.
Natalie bufó. Claro que lo había entendido, solo lo había olvidado momentáneamente. Se cruzó de brazos y fulminó con la mirada el espacio que creía que él ocupaba.
—Entendí, no soy estúpida.
El vampiro sofocó una risa.
—Dígame Milady, ¿en qué año estamos?
—2009.
Él suspiró.
—Realmente ha pasado mucho tiempo... Ya estoy deseando salir de aquí.
—¿Saldrá? —preguntó, temblorosa, la chica.
—Claro que sí. Si las teorías que estoy labrando en mi cabeza resultan ser ciertas, saldré muy pronto. Y todo gracias a usted.
—Me hace sentir halagada.
—Pero no se preocupe... no me devoraré a los niños, tan solo a unas adolescentes empedernidas que osen faltarle el respeto a un príncipe.
Natalie volvió a sentir la garganta seca.
—Bien, supongo que seré la primera en la lista.
Se rehusaba a quedarse dormida. Su celular le indicaba que eran las once de la noche y se sentía realmente cansada. El trasero le dolía, tenía frío, hambre y sed. Las corneas le ardían con el polvo y la falta de sueño y ansiaba tanto una cama que fue capaz de dormir un minuto y soñar que estaba acostada en un delicioso lecho, antes de despertar otra vez presa del miedo.
Había pasado allí unas terribles diez horas y las conversaciones con el príncipe lograban asustarla más que el silencio. A veces, él escondía amenazas sutiles y Natalie no sabía si insultarlo para mostrar su valía o berrear como una niña.
Camyl no le contestó el mensaje, como era de esperarse. Su esperanza de salir de ahí murió con ese mensaje malgastado.
No se daba cuenta cuando cerraba los ojos, sino que reaccionaba cuando él se movía levemente y hacia chocar las cadenas. En algún momento, Anthony le dijo que él era un caballero que no atacaba a las damas durmientes y, en ese caso, Natalie no se contuvo y le soltó alguna grosería. Pero ya no era capaz de recordar siquiera qué había dicho. El sueño avanzaba tres pasos, mientras ella retrocedía dos.
Al final, cayó dormida sobre el frio suelo.
El príncipe la observó dormir recostada en un forma extraña contra el piso de piedra. Natalie temblaba ligeramente por el frío. Ya sabía muy bien él que las noches eran aun más heladas que los días en las celdas, especialmente en la suya.
Suspiró. De todas las doncellas que podía meterle en la cámara, tuvieron que meter a una con muy mal genio. Su suerte siempre iba de mal en peor, de eso nunca había tenido duda alguna.
Inquieto y deseoso por la sangre que palpitaba en su cuello, se removió entre las cadenas. ¿Podía ser que Susan tuviera razón y la magia estuviera debilitándose después de tanto siglos? ¿Estaba realmente la puerta sellada otra vez? Porque si ese no era el caso, tenía grandes posibilidades de huir si lograba sacarse las gruesas cadenas encantadas.
Hizo fuerza con sus antebrazos, empujando los hierros a un lado y cuando estas cedieron, no pudo hacer nada más que observar asombrado cómo era liberado al fin de ellos.
Recordando a Natalie, se quitó las cadenas con cuidado y las depositó en el suelo, bien silencioso. Igual de callado, caminó hasta ella, estirando los duros músculos. Ella no despertó, lo que era una buena noticia. Se quitó la capa que llevaba en la espalda, le sacudió el polvo y envolvió a la joven en ella. Sin esfuerzo alguno, la alzó en brazos y la llevo mas allá de donde estaba la silla. Se quitó la chaqueta, la colocó en el piso y encima, recostó a la molesta y entrometida dama.
Frunció el ceño mientras le corría el pelo de la cara con sus manos frías, intentando encontrar un parecido a la cara de la mujer con la que había planeado su futuro. No se parecían, en realidad, pero había algo en ella que le hacia recordar a Marian. Quizás las largas pestañas negras,... o la forma en que dormía profundamente.
Muchas veces, había salido a caminar por los jardines del castillo con su prometida y luego acababan sentados a la sombra de un roble, observando el paisaje. Marian había sido siempre una joven muy enferma, que dormía demasiado y acababa conciliando el sueño en casi cualquier parte, incluso sobre él en medio de un bosque.
Unos golpes sobre la puerta de metal lo hicieron voltearse.
—¡Devuélvame a mi hija! —gritó una voz de mujer—. ¡Por favor! —lloriqueó.
Él se acercó a la puerta y escuchó.
—¡Se lo ruego señor! ¡No le haga daño! —pidió una voz de hombre. Volvieron a golpear la puerta. Natalie se removió y se quejo en sueños.
—¡Por favor! —chilló nuevamente la mujer—. ¡Devuélvanosla!
Anthony suspiró irritado. No quería que Natalie despertara.
—Le ruego, Milady, que no golpeé más esta puerta, a menos que quiera que le devuelva a su hija hecha pedazos —dijo claramente—. De todas formas, yo no sé cómo abrir esta celda.
Del otro lado, el silencio se formó implacable y la madre de Natalie, palideció y titubeó. Susan Séller no se dejó amedrentar por el tonó molesto del vampiro.
—Usted sabe muy bien que la niña está allí por error. No le conviene tocarla.
—Es un placer escucharla nuevamente, Susan —contestó Anthony. Se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la puerta—. Cuanto tiempo que no la oía, ¿unos veinte años?
—Ya no está encadenado, Anthony. ¿Verdad? —susurró Susan, al oír la voz del vampiro más cercana a ellos de la que la había oído siempre.
—Creo que su teoría sobre el hechizo debilitado podría ser cierta. Así es, no estoy más encadenado. Ya no hay encantamiento sobre esas cadenas.
—¿Qué le hará a mi hija? ¿Qué le está haciendo? —preguntó el padre de Natalie, sin poder contenerse.
—No grite, señor. O va a despertarla.
—Por favor, se lo ruego, déjeme hablar con ella... —pidió la madre.
—Su hija está durmiendo, después de varias horas despierta, y no quisiera molestarla. Esta realmente cansada —respondió Anthony observando a la muchacha, hecha un bollito debajo de su capa.
—Quiero una prueba de vida, quiero oírla.
—Tendrá que confiar en mi palabra por ahora, Milady.
—Ella no durará mucho tiempo ahí.
Anthony alzó ambas cejas.
—Eso es cierto.
—¡No le haga daño!
—Ya veremos —susurró, tan bajo que los humanos del otro lado no pudieron oírlo. Era cierto que Natalie moriría en cuestión de días si no se abría la puerta, por lo que mantenerla viva en aquel lugar para nada no tendría demasiado sentido. Quizás lo mejor era matarla rápido, alimentarse y acabar con el problema.
Caminó hasta ella, pisando en el camino un objeto pequeño y duro. Se agachó y tomó el celular, bastante confundido. Lo giró en sus manos ignorando los gritos de los padres de la chica, muy bien concentrado ahora en descifrar qué era ese aparato extraño. El príncipe se sentó, justo al lado de la chica, y tocó un botón, la luz volvió a hacerse presente.
Estrechando los ojos ante la brillante luminosidad, Anthony dejó el teléfono en el suelo, esperando a que se fuera sola. Lo segundos pasaron, e impaciente, terminó por voltearlo, dejando la pantallita hacia abajo.
La luz se apagó y el muchacho volvió a tomarlo entre sus manos. Entonces lo que a él le pareció un sonido estruendoso, como sacado del mismo infierno, empezó a salir del objeto. La luz volvió a prenderse y Anthony soltó el celular como si este le quemara.
El sonido continuó, imparable, y Natalie se removió molesta, pero aún dormida.
Contrariado, y también desesperado por frenar esa melodía infame, apretó todos los botones. El sonido al fin cesó pero, a cambio de el, una voz de mujer claramente desesperada salió del teléfono.
—¡Natalie! ¡Natalie! ¿Hija, estás bien? —El príncipe reconoció la voz de la mujer y alejó el celular de si con la mano.
La mujer siguió gritando y finalmente cansado de todo eso, arrojó el objeto contra las paredes de la celda. Su fuerza lo hizo añicos en el primer golpe y cualquier sonido se apagó en la cámara. Los pedazos de plástico y metal cayeron al suelo.
Aliviado por el silencio, se levantó y se alejó de Natalie hacia el lado contrario de la puerta, preguntándose como es que podía salir luz y sonido de una misma cosa.
Natalie abrió los ojos como si hubiera despertado de una pesadilla, de golpe. Se giró y miró a su alrededor, buscando señales del príncipe, al que no logró encontrar. La asustó al repentina idea de que él se hubiera marchado dejándola allí encerrada. Entonces se dio cuenta de que todo estaba igual de oscuro y callado que antes, solo que tenía menos frío debido a la tela que la cubría.
El aroma particularmente masculino que desprendía el textil le llegaba hasta las fosas nasales. Oh, no, pensó, incluso tenía que oler bien. Eso era el colmo.
Se quitó de encima la capa, casi pateándola, y gateó por el suelo hacia donde creía que estaba la salida. Estiró torpemente los brazos, para tocar la pared con las manos antes de golpearse la cabeza. Encontró la roca y deslizo los dedos por ella, buscando la bendita puerta de metal. Caminó pegada a la pared al menos cinco minutos, muy despacio, hasta que dio con un picaporte enorme y viejo.
Sonrió triunfal. No buscaba la puerta para huir, sino para escuchar. No tenía idea de dónde estaba sentado y quieto Anthony, pero si ella había aparecido dormida entre sus ropas, seguro que ya no tenía las cadenas encima. Entonces recordó que él no le hacía daño a mujeres dormidas, pero despiertas...
Anthony se pegó a su espalda con fuerza, tan silencioso que logró hacerla gritar del susto. La apretó contra el marco de la entrada y posó sus gélidos labios en el lóbulo de su oreja.
—No...no me muerdas —suplicó ella, pero para él ya no había vuelta atrás. Estaba muerto de hambre y el aroma de su sangre era una invitación al más placentero de los pecados.
—Tranquila, no dolerá demasiado. Es como cuando se tiene relaciones sexuales por primera vez. Duele, hasta que uno se acostumbra. —Ella se agitó como una hoja expuesta al viento y Anthony suspiró, casi divertido—. ¿Sabe, Milady? Estuve pensando muy detenidamente eso que menciono Susan. —Natalie gimió—. Ya vio que realmente el encantamiento en mis cadenas se ha vencido y que probablemente el de la puerta también lo este y no me cueste nada sacarla de cuajo. Sin embargo, después de repasar con detenimiento las posibilidades y de intentar abrir la puerta con mis manos y como ve, que eso fallara —Las manos de Anthony subieron hasta su cuello. Con delicadeza, aparto el lacio pelo marrón de su piel, dejando al descubierto su blanca garganta—, decidí que la teoría más correcta era simplemente que usted tenía algo que ver en todo esto, de primera mano.
—Pero yo no hice nada —tartamudeó Natalie. Iba a morir, lo sabía. Él estaba a nada de morderla.
—No. —Él paso sus dedos con cuidado por su nuca, deleitándose por el flujo punzante de sangre debajo de la fina membrana que era su piel—. Allí es donde se equivoca, Milady, usted tiene todo que ver. —Estiró la cabeza, para pasar su fría lengua por aquel lugar que ansiaba morder, y al fin clavó los dientes en su cuello.
La sangre tibia llenó su boca y su garganta, aliviando la resequedad y el polvo viejo que en ella se podría haber acumulado. Saboreó con la punta de la lengua enrojecida las gotas que salían de los hoyos abiertos en su cutis, pasándola por la carne fresca.
Era exquisito. De nuevo el sabor de la vida en sus labios, la energía de las células humanas pulsando en su interior, otra vez el hierro condensado que llenaba sus dientes; limpio y salado.
Natalie comenzó a resbalarse hacia el suelo, con gemidos bajos, propios de quien perdía la conciencia. Aquello fue suficiente. Quitó los dientes filosos y cortos la hemorragia con una sola pasada de su lengua, cargada de saliva coagulante.
Anthony se limpió con la manga de la camisa la sangre del mentón y sostuvo a la chica que apenas tenía los ojos abiertos. Tomó su mano, decido a probar su última teoría. Con una inhalada de aire, colocó los dedos en el hueco con forma de corazón en la puerta y los presionó contra el metal. Si ella era la tátara nieta de Marian, entonces, esa puerta se abriría, con o sin collar.
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