Capitulo 18
—¿...Mamá?
—¿NATALIE?
—...Estoy bien.
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Yo no era una persona depresiva. Más bien, era de las que dan la cara aunque duela ponerla. Todo por orgullo. Si era un poco terca quizás, pero no quería que nadie notara lo mucho que él me había destrozado. No funcionó demasiado bien, si no, no estaría en este estúpido avión yendo a no sé exactamente dónde.
Mamá estaba emocionada y Papá tan solo lo hacía porque creía que era mejor que me despejara después de un año tan ajetreado como ese. Y tan nefasto, también.
Mis notas al terminar aquel último año del colegio no habían sido muy buenas y Camyl había dejado de mencionar la palabra Inglaterra, después de que casi le gruñera ante sus continuos parloteos sobre lo malos y feos que eran los vampiros. Ella sí que no entendía nada.
Nadie en realidad entendía nada. Al resto de mis compañeros les habían dicho que un loco psicópata que quería robarse cosas del castillo me había llevado, así que me miraban raro al regresar a casa. Al parecer, pensaban que había sido abducida por extraterrestres o algo así.
Bueno, no era buena para mentir, entonces, y tampoco para olvidar. Estaba enojada con Anthony, muy enojada, además de triste y de aun sentirme abandonada y usada, pero no podía dejar de pensar en él y recordar lo maravilloso de sus besos y lo profundos y bellos que eran sus ojos. O todo el resto de su cuerpo.
Me pasaba el día intentando imaginar dónde estaba y si el cazador tal vez lo había atrapado. La idea me dolía mas de lo necesario, pero ya habiendo aceptado lo mucho que me gustaba, lo entendía.
Así que al fin me había graduado y ninguno de mis padres creía que yo estaba lista para cruzar el país entero y alejarme de ellos aun para ir a la universidad. Tenían razón, ¿quién sabe qué estupideces hubiera hecho?
«¿Ir a buscarlo...tal vez?»
No podía quejarme en voz alta. Lo hacían por mí. Pero no era como si visitar la India fuera realmente emocionante después de lo que había vivido...
Lo tenían todo planeado: el hotel, las visitas guiadas. Todo era excesivamente familiar y demasiado rápido para mi gusto. Desvié la cabeza de la animada conversación de mamá y papá para centrarme en las nubes altas que acariciaban el avión en el camino.
Evité pensar en todo lo que había dejado atrás e intenté ser normal y emocionarme. Ya había pasado tiempo y tenía que avanzar. Si no sería una estúpida estancada en una aventura de dos semanas.
Al llegar, apreté los labios y di un paso hacia las oportunidades.
La india estaba tan llena de colores que hasta el más insignificante detalle se notaba a la vista. Era bonito y muy extravagante. Sorprendentemente, me gustó. Los vendedores ambulantes se precipitaban sobre nuestro "taxi", un carrito sin puertas ni ventanas. Era aterrador. No solo porque temíamos que nos robaran algo sino porque el conductor doblaba en las calles de tal forman que pensé varias veces que iba a salir volando. Papá se quejó de la mala conducción de los indios, pero mamá se ocupó de criticar a los vendedores.
Tal vez yo debía criticar a los elefantes, tan solo por criticar algo, pero me descubrí más divertida con todo el horror que otra cosa.
De vuelta en el hotel, me vi obligada a desempacar. El pequeño recorrido por los alrededores había aterrado a mi madre y juro que nunca volvería a subirse en esos carritos de turistas. Ya tenía fotos para contar lo sucedido así que era suficiente para ella.
Allí comenzó la lucha. No podía decidirme si eso era una pérdida de tiempo o en realidad era entretenido. Pasamos los primeros días visitando grandes sitios turísticos de la ciudad, leyendo folletos, escuchando a los guías, comprando chucherías. Algo que realmente me había gustado era la feria. Vendían desde pequeños y extraños animales hasta cráneos humanos. Bastante creepy pero sorpresivo y eso cambiaba un poco el rumbo de las cosas.
—No te comprare un cráneo de mono —tercio mamá, horrorizada.
—¿Por qué no? Estará en mi cuarto, no tendrás que verlo —Suspiré. Dudaba que fuera un cráneo real, pero mamá tendí a arrugar la nariz cuando algo no le gustaba y yo quería lo que ella no quisiera, por supuesto.
—¿Por qué diablos quieres un cráneo de mono? Es horrible y espantoso.
—Tal vez haya una historia detrás del cráneo —contraataqué, mientras papá se alejaba de nosotras para mirar unos tapices.
—Una historia de tortura al pobre bicho. Ya basta, Natalie. Desde que volviste de....
Se trabó y miró hacia otro lado. Yo le sostuve la vista hasta que volvió a mirarme la cara. No creo que ella imaginara realmente lo que había pasado entre Anthony y yo, pero si pensaba que me había dejado algún trauma. Sin embargo, yo me encontraba bastante cuerda. Lo único que me alteraba era la falta de información. El no saber me enloquecía y ya sabía que comprar un cráneo de mono falso no lo arreglaría.
Pero lo cierto es que había empezado a ver el mundo de otra forma. Desde ya, los vampiros no me parecían aterradores y el ocultismo me llamaba la atención, no para practicarlo, sino para saber más. Al menos, intentaba llenar mi falta de información con temas que antes no hubiera considerado reales jamás.
No sabía mucho sobre vampiros, ni siquiera de los demonios que me habían atacado en el bosque hacia más de cinco meses, y la verdad es que ahora que sabía que existían, me parecía correcto saber como defenderme.
—¿Si? —la tenté.
—¡No sé por qué ahora te gustan esas cosas horrorosas! —finalizó con la voz dura y la mandíbula apretada.
Me encogí de hombros.
—Ya que, se lo pediré a papá.
Papá, en cambio de mamá, era quien más me consentía desde que había vuelto a los Estados Unidos. Él parecía notar más que yo me encontraba triste, en vez de asustada, y se empeñaba a darme lo que quisiera con tal de hacerme feliz.
Hizo una mueca en cuanto le pedí el cráneo, pero ante la ira de mamá, me dio el dinero. Corrí felizmente, como si fuera por un dulce, hasta el puestito donde un hombre de mediana edad tomo el cráneo pintado de rosa que le había pedido y me lo envolvió en un papel fino, mirándome con las cejas arqueadas.
Antes de dármelo, murmuró algo en una lengua extraña.
Lo miré con la boca abierta.
—¿Qué ...cosa?
El tipo toco el cráneo con los dedos.
—Verdad, verdadero —dijo en un triste inglés.
—Lo se, lo se —sonreí. Él no me devolvió la sonrisa. Suspiró, se encogió de hombros y me dio el cráneo.
Murmuró algo más, que tampoco entendí, pero me limité a sonreír. Asentí, y me alejé rápidamente. Mamá estrechó los ojos al ver el cráneo envuelto, pero no dijo mas nada. Mejor así. Sonreí, olvidándome completamente de lo que sea que el hombre pudo haberme dicho.
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—¡Oh, miren! ¡Es un arbolito de los deseos! Vi que si le atas una cinta, se te cumple el deseo.
—Me parece que no es mágico, querida.
—Creo que la cuestión está en sacar la cinta cuando el deseo se te ha cumplido —agregué en voz baja—. Por eso esta tan lleno de cintitas.
—¡Oh, vamos! ¡Pidamos un deseo!
Papá y yo seguimos a mamá hasta el árbol. Un hombrecito nos dio unas cintitas y ella, tan emocionada, cerró los ojos mientras la ataba a una ramita del árbol. Vi a mi padre, por la comisura del ojo, fruncir la frente.
Miré la diminuta rama delante de mí y luego la cinta. Y bueno... qué más podía desear. Cerré los ojos y la até fuertemente a la rama. Seguramente nunca quitaría la cinta, no solo porque Anthony no se me cruzaría, sino porque me iría antes de poder quitarla.
—¡Bien! —Mamá dio una palmeada—. Ahora, debemos estar en el hotel a las once para ir a visitar la antigua ciudad de Fatehpur Sikri.
Oh, bien. ¡Claro! Una antigua ciudad que se mantenía perfecta pero que en realidad nunca había sido habitada. Nada de muertos, seguro. Me reí por mi pensamiento macabro, «en serio... ¿por qué tan tétrica?».
Dejé el cráneo rosa sobre mi cama en hotel y me alisté rápidamente para el viaje a la ciudad. Lo que más me aterraba era subirme a un micro conducido por unos hindús que no saben nada de las normas de transito. Ah, pero, claro, si ni siquiera las habían inventado.
Permanecí aferrada al asiento de cuero marrón todo el trayecto, susurrando plegarias por mi vida y la de mi familia. Estaba que sudaba de los nervios, más cuando algún coche o camión de dimensiones poco agradables, nos pasaba rozando. El llegar a la ciudad fue sentir el alivio recorrer mis extremidades. Me relajé y me dispuse a disfrutar del trayecto y a curiosear.
La guía era lenta, bastante. Papá y mamá se paraban cerca de ella para escuchar las historias sobre la construcción, la guerra, los reyes. Caminé desganada detrás del grupo.
Oh, sí que era aburrido, más aburrido que el trayecto en el castillo de Anthony antes de encontrarlo. Se ve que a mí eso de la arqueología no se me daba bien.
—Y si miran a su derecha podrán ver la parte más antigua de la ciudad, lo primero que se construyó y la parte que sufrió daños durante el ataque del año 1523. Anteriormente, se ingresaba a la ciudad desde allí y el culto a los dioses estaba reservado para ese sector.
Miré a la derecha, al mismo tiempo que todos. Había un ancho pasillo descubierto, se notaba realmente que estaba descuidado y que nadie iba por allí. Una cadena colgaba desde dos columnas para impedir el paso. Más allá, había un puente desvaído y con algunas plantitas crecidas, con un edificio de fondo.
El solo hecho de tener cadenas y de esta prohibido para el público lo hizo automáticamente interesante.
El grupo comenzó a avanzar y me acerqué despacio a las cadenas, para mirar. Mamá y papá siguieron a la guía y me quedé rápidamente sola. Me puse en puntitas de pie para tratar de ver algo más, pero era muy poco lo que alcanzaba. ¿Me pasaría algo si pasaba?
Alcé la vista hasta un cartel rojo que indicaba que estaba prohibido pasar por peligro de derrumbes. Entonces, si, podría pasarme algo.
Suspiré y me dispuse a alejarme, cuando en la lejanía me pareció ver a alguien allí, pasando el puente. La persona, vestida de negro, desapareció de mi vista corriendo. Supe que era un hombre y que por sus movimientos no debía estar allí. Molesta porque él entraba y yo no, pase la pierna por encima de las cadenas y, mirando por encima de mi hombro, me cercioré de que nadie me viera.
Corrí con cuidado por el pasillo hasta el puente, que a pesar de las advertencias, se veía bien solido.
Titubeé. Un golpe lejano, proveniente del lugar al que me dirigía me hizo avanzar. Crucé el puente corriendo, de una vez, y me encontré del otro lado. Había un gran edificio con puertas enormes labradas y decoradas arduamente. A mi derecha, se extendía una terraza con paredones inmensos de color amarillo desvaído. El intruso se había ido por allí, lo sabía.
Caminé rápidamente hasta la terraza y me encontré con un espacio más amplio que el que imaginaba. Los paredones se mesclaban entre sí, formando diseños complicados que no podía entender. Era un laberinto.
Me detuve en la entrada, pensando que quizás ya había ido demasiado lejos y que debía volver.
—¡Hijo de perra!
—¡Tal y como tú, Anthony!
Aquel nombre en la lejanía me dio una patada virtual en el estomago. Me convulsioné hacia delante, tapándome la boca con las manos. ¿Lo había imaginado? Al instante, otro grito masculino, furioso rompió el silencio. Allí adelante no había un solo hombre, había dos.
¿Cuántos se podían llamar Anthony en un lugar así?
Me precipité hacia la entrada, corriendo desaforada a alcanzar el nombre que había colmado mis sueños y fantasías desde el año anterior. Supe que me estaba acercando cuando los gritos se hicieron más sonoros y cuando el piso bajo mis pies tembló considerablemente. ¿Sería un derrumbe?
Corrí con más fuerza cuando, de pronto, un trozo de paredón salió volando justo delante de mí y, entre una nube de escombros, alguien cayó a mis pies.
Miré el piso sorprendida y asustada, y retrocedí unos pasos para alejarme de las piedras y el polvo.
La persona delante de mí tosió y apartó las rocas, sin mirarme, pero cuando el polvo se dispersó con el viento, a pesar de que él se encontraba bastante sucio por la tierra del lugar, lo reconocí en un instante.
Si era él...
—¿Anthony?
El vampiro se volteó a verme, con los ojos abiertos como platos, presa del pánico y la confusión. Me miró con el rostro turbio, como si no deseara verme allí.
—Natalie... —gimió.
Y entonces, se lanzó del otro lado del paredón. En un movimiento ágil y perfecto, voló por los aires, alejándose de mi vista.
—¡VETE! —me gritó, antes de desaparecer del otro lado de la pared.
Abrí la boca para contestar, pero cuando escuche otro grito enfurecido, comprendí que aquel que estaba con él no era su amigo y lo peor de todo, no era humano.
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