Capitulo 17
Su lengua veloz le abrasaba la boca. Natalie gimió sin poder contener los deseos de su cuerpo. Se aferró a su torso desnudo, sabiendo que si no se sujetaba bien, iba a terminar derrumbándose. La habilidad con la que él la besaba era increíble y estuvo segura de que nunca iba a superar eso... con nadie.
Trataba de poner en funcionamiento su cerebro. Ella había pedido eso y debía ordenarse actuar de otra forma y no dejarse manejar por lo experto que Anthony era. Tenía que ser sexy y aprovecharse de él, no al revés. Pero era malditamente difícil.
Anthony deslizó sus manos por su cintura, atrayéndola con suavidad, pero con una desesperación contenida que solo podía notarse en sus besos intensos.
No lo pudo aguantar, derretida por la frialdad de sus dedos deslizándose hacia arriba por entremedio de sus prendas y la piel, gimió con lentitud. El sonido pudo haber quedado ahogado en la boca del vampiro, pero él lo oyó con tanta claridad como si se lo hubiera gritado en el oído.
Gruñó entre sus labios, excitado con facilidad por aquel sonido femenino y sensual que le llenaba los oídos con su dulce armonía.
Repentinamente descontrolado, la empujó a la cama, cayendo sobre ella con cuidado pero sin perder más tiempo en besos juguetones. Quería ir directo a la acción. Tironeó de las ropas de la chica, rompiéndolas sin querer en algunas partes. Pero no la escuchó quejarse. Tampoco es que se hubiese detenido, de ser el caso.
Natalie suplicó cuando él trazó un largo camino de besos por su pecho y abdomen. No podía tolerar eso tan tranquilamente, quería que de una vez todo se consumara. Dejó caer la mandíbula cuando Anthony volvió a hacerla sentir en las nubes y solo recuperó la cordura cuando él volvió a besarla con insistencia.
En algún punto, perdió lo que le quedaba de ropa y en algún otro tuvo que taparse la boca para contener todo lo que quería dejar salir. Anthony era maravilloso en eso y en ese momento se consideró igual de maravillosa que él.
Él era perfecto en cada centímetro de su cuerpo inmortal y sabía como tal. Ahora ella perfecta y sabía como tal. Pero, sin embargo, cuando abrió los ojos y lo miró, se desencantó: los ojos azules del vampiro estaban fijos en su pecho. Ahogó un gemido más de frustración que de placer, al desear tontamente que él levantara la vista y viera el encanto que ella sentía, en su propia mirada. Seguro debía notársele, ¿no?
Le sujetó el brazo y trató de llamar su atención. Quería besos, caricias, quería que él la quisiera por última vez, aunque sea.
Anthony la ignoró, pero cuando el movimiento sacó la cama de lugar, cayó sobre ella, agitando, y Natalie no perdió la oportunidad. Cerró los brazos en torno a su fuerte espalda y lo apretó contra sí tanto como pudo.
Él no se resistió y sus manos ansiosas comenzaron un vaivén incontrolable de arriba abajo por su piel ya sudada. Excitado por el néctar del esfuerzo que desprendía el cuerpo humano y femenino debajo, bajó la cabeza hasta el cuello húmedo y revuelto en cabellos oscuros. Su lengua traviesa trazó un camino desde el lóbulo de la oreja hasta el hombro. No solo olía delicioso, su aroma dulce y suave, típico de una niña que pretende ser mujer mezclado con un sudor delicado que él mismo había ocasionado, sino que sabía bien. Su piel estaba impregnada con tantas exquisitez que tuvo que apretar los dientes para resistir el deseo de, literalmente, comérsela viva. Durante unos segundos, sus deseos sexuales se vieron invadidos y mezclados con los del hambre.
Quería cogérsela y morderla al mismo tiempo. Era un pensamiento tan atractivo como equivocado. No podía hacerle eso. Tan descontrolado como estaba...
¿No podría matarla, o si?
Natalie gimió cerca de su oreja y recuperó la compostura cuando alejó su nariz de cuello. El aroma y el sabor realmente eran manjares dignos de la realeza, dignos de él. Pero no podía arrebatarle la vida a una chica que se aferraba a él de esa forma; ya le había quitado demasiadas cosas. Y lo peor, es que no deseaba devolvérselas.
Dejó que Natalie lo abrazara mientras sentía la culpabilidad recorrerlo de los pies a la cabeza. ¿Cómo podía ser tan monstruo? Aún si no la mataba, cosa que no haría, ya le había arruinado la vida.
Pero a la vez que su mente se ahogaba de frustración, con ira e ideas sobre lo correcto e incorrecto, su cuerpo no podía detenerse ni refrenarse ante el infinito deseo que sentía por su piel y su interior.
Natalie era tan exquisita. Tan dulce.
No podía detenerse por más que lo intentara, tenía que seguir moviéndose frenéticamente dentro de ella para sentirse vivo, por lo menos los minutos que aquello durara. Solo cuando experimentaba de cerca el placer podía sentir que estaba vivo. Tal vez ella intentaba convencerlo de eso.
Natalie gimió con desesperación y anudó las piernas alrededor de su cintura, profundizando el contacto, logrando que se volviera aun todo más sensual. La atmosfera se cargo de suspiros, gruñidos y, ante todo pronóstico, fue él el que también terminó gimiendo extasiado.
Llevó sus manos, temblorosas por el goce descomunal, por encima de abdomen plano y tibio. Ella emanaba tanto calor como si fuera una estufa, a pesar de que él actuaba como un congelador. Tal vez eso le aliviaba el calor.
Natalie lo miró brevemente a los ojos y estiró el mentón hacia arriba, hacia su rostro, buscando de vuelta la atención indisciplinada de sus labios expertos. Otra vez envuelto por la culpa, Anthony la miró afligido.
Ella no pudo descifrar la expresión de su rostro, mas supo que algo no andaba bien y esperó temblorosa y cansada debajo de él.
Pero por más que volvió a intentarlo, Anthony no podía evitar desear un poco más de ella y, volvía, indudablemente a tomarlo todo. La besó con insistencia, devorando sus tiernos labios con un poco más de fuerza que antes, siempre como si estuviese desesperado, como si eso fuera lo último que haría en la vida. Mordió y succionó la carne bajo su boca, deleitándose con los gemidos bajos que ella emitía, seguramente sin darse cuenta de lo sugerentes que eran.
Es que Natalie era tan hermosa para él que no podía tolerarlo. Allí quieta y temblorosa al mismo tiempo, llena de suspiros y jadeos endemoniadamente gozosos, era más apetecible aún que cuando se desfilaba delante de él con el trasero bien marcado por esos pantalones.
Deseo poder decirle que, a pesar de que era un niñita malcriada y molesta, era preciosa y mucho más encantadora cuando era sincera y dejaba el orgullo a un lado. Pero cualquier halago proveniente de su boca empeoraría las cosas entre ellos, bajaría el calor del ambiente y tal vez, si él insinuaba que ella era una niña malcriada y orgullosa, se ligaría un buen golpe y allí terminaría todo.
Y no podía terminar tan rápido. Se lo haría toda la noche si era necesario, pero por lo menos se guardaría él también un recuerdo de su aroma y su sabor el más largo tiempo posible.
Empujó su cuerpo contra Natalie, cada vez más rápido al sentir la agonía asombrosa de no poder mas con el encanto abundante que lograba sacar con cada embestida. Era sublime, mucho mejor que cualquier otra vez en su larga vida. Siguió cada vez con intenciones más confusas en su mente, pero trató de poner la cabeza en blanco y solo disfrutar de la cúspide de la montaña más alta del regodeo absoluto.
Natalie abrió la boca y dejó escapar un gemido asombroso que lo derritió al máximo y logró al fin, llegar al cielo. El ritmo se desaceleró, todo se detuvo. Sus respiraciones agitadas se confundieron en medio de la habitación.
-
Natalie nunca se había sentido de esa forma antes. Entre sus piernas tibias, ahora firmemente cerradas, había un cosquilleo poco habitual. Sonrió con los ojos cerrados, mientras la oleada de fantásticos sentimientos subía desde su entrepierna hasta su pecho. Suspiró.
Había sido una noche estupenda y no había dormido tan bien desde su salida de casa hasta ese día, cuando se recostó sobre el pecho frio de Anthony después de estar juntos.
Había soñado con él por supuesto. Entre las imágenes que aún deambulaban frescas en su cabeza, lo veía sobre ella, besándola con fervor y emoción, diciéndole palabras que aunque sabía que nunca habían sido pronunciadas, le llenaban el alma de esperanza y alegría. Soñó que hacían el amor eternamente y, en especial, que lo hacían porque se querían; no por un deseo olvidado en el tiempo del vampiro.
Si había algo que deseaba en ese momento, más que a él, era que la quisiera. Trató de mantenerse tranquila y no olvidar la realidad, al tiempo que luchaba por no despegarse de las maravillosas imágenes de ese mundo en donde él la amaba. Los sueños siempre eran más tentadores, eso lo tenía muy claro.
Se estiró en la cama, bostezando sin borrar la sonrisa tonta de su rostro. Aún no quería abrir los ojos y encontrarse con esos orbes azules que seguro la miraban burlones. Por supuesto que Anthony se jactaría de lo mucho que ella lo había gozado, pero poco le importaba. Por el momento, podía seguir ignorándolo y disfrutar de esa mañana espectacular.
Bostezó una vez más y se giró hacia le derecha, donde sabía que estaba él. No lo sentía, no lo tocaba. Pero Anthony podía llegar a ser muy sutil en sus movimientos, por lo que no era necesario sentirlo para saber que estaba allí.
Estiró los brazos para abrazarlo dulcemente, pero estos se agitaron en el aire. Confundida, abrió los ojos de par en par y se descubrió sola en la cama. Se sentó, despeinada y aun desnuda y observó la habitación. La cama seguía corrida y fuera de lugar, pero Anthony no estaba.
—¡Anthony!
Él no respondió. La puerta del baño estaba abierta y la luz, apagada. No estaba allí. Tal vez se había ido a desayunar. Se levantó, notando que tenía muchas ganas de ir al baño y comenzó el camino hacia el cuartito en cuestión, cuando sus ojos se detuvieron en una hoja de papel encima de la otra cama individual, que seguía bien hecha.
La alcanzó en un segundo, sin saber que iba a encontrarse. De pronto, aquella mañana perfecta, después de una noche perfecta, se derrumbó como un castillo de naipes azotado por la más leve brisa, tal cual esta como un tornado imponente.
Soltó la carta, herida por sus palabras, sintiendo que se derrumbaba. Lo que había temido y que tontamente había olvidado con sus besos y caricias, finalmente se había cumplido. Ella no había sido más que un objeto al cual acarrear y que debía dejar en el camino para continuar.
Anthony nunca había sentido por ella lo que en su corazón se arremolinaba y ahora le quemaba las venas como un veneno destructor de todo lo bueno, dulce y feliz que tuviera.
Se sintió rota e indefensa. Abandonada.
Anthony se había marchado y de alguna forma, supo que no podría alcanzarlo. ¿Hace cuánto quizás que había abandonado el hotel? Podrían haber pasado horas.
Se llevó las manos a las mejillas mojadas por el agua salada que se escapaba de sus ojos sorprendidos y tristes. Ni siquiera pudo decirle adiós, y él había dejado su alma y su corazón tan incompletos como si se hubiera llevado con él una parte de ellos.
Ignoró completamente el pequeño pero decente montículo de dinero que él le había dejado y gimió en voz baja, sabiendo que aquello para ella todavía no se había terminado. No, por más que lo intentara, Anthony se había metido en su vida y le había cambiando la forma de ver el mundo. Antes no creía en vampiros, ahora sí. Antes no creía en príncipes, ahora sí. Antes no creía en el amor, ahora sí.
Lo quería y de vuelta, ya mismo. Y el saber que era imposible le destrozaba más. No podría olvidarlo, nadie jamás se asemejaría a él; ningún humano podría reemplazarlo.
Su corazón gimió silenciosamente, mientras ella le hacía ecos en voz alta. Volvió a tomar la carta y la estrujo contra su pecho, como queriendo fundirse con la pulcra letra del vampiro, que la había dejado para siempre.
"Ten cuidado, ve a casa y pórtate bien. Creo que tienes suficiente dinero. No lo malgastes y ponte a salvo. Él no te buscará, ya estas libre y segura.
Lo siento."
Lo siento.
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