Capitulo 13
—¿Y a donde vamos a ir si no podemos ir a Londres?
Natalie trataba de seguirle el paso. Aunque ella estaba segura de que ahora el cazador no estaría pisándole los talones como antes, ya que los buscaría en ese lugar, Anthony no se relajaba y no era capaz de quedarse más de una noche en un mismo lugar.
—Necesito irme de Inglaterra, así que... a cualquier lugar que tenga barcos.
—¿Vas a irte porque él te persigue?
—Exactamente, y además... —Se giró hacia ella—, porque mi venganza no será en este país.
—¿Ah, no?
—No. Solo quería ir a Londres porque dijiste algo de los Aeropuertos. ¿Con eso se sale de Inglaterra en estos tiempos, verdad?
—Con un avión, si.
—Un avión... —caviló el chico, yendo delante de ella—. ¿Cuánto tiempo tarda?
—Depende a donde quieras ir —susurró ella, teniendo muy en cuenta que era raro que su venganza no fuera contra los ingleses, puesto que ellos mismo lo habían encerrado—. ¿A dónde vas a ir?
—A ningún lugar por el momento —respondió él, tajante—. No te lo diré, de todas formas. Es mejor así.
—Y entonces... ¿El vampiro que querías encontrar? ¿Dónde está él?
—No tengo idea —se rió Anthony.
Natalie lo miró con la boca abierta. ¿Y entonces? ¿Qué diablos estaban haciendo por un bosque si ni siquiera sabía a dónde iban?
—¿Disculpa? —masculló—. ¿Si no sabes dónde está, cómo vas a ir a buscarlo?
—La última vez que supe de él se encontraba en Albania. Y eso fue... hace unos cuatrocientos años, Natalie. No tengo idea de si sigue viviendo en el mismo lugar.
—¿Y de qué se trata tu venganza? —soltó Nat, sabiendo muy bien que no se lo diría.
Anthony se volteó y alzó una ceja.
—¿Y a ti qué? No iré a atacarte especialmente, aunque... a veces eres tan molesta que de veras te lo mereces.
—¡Oh, vamos! Solo tengo curiosidad.
—Lo sé. La curiosidad mató al gato, ¿recuerdas? —Se tocó la frente con un dedo—. Déjalo así Natalie, no preguntes, camina, llevémonos bien y entonces todo será color de rosas, ¿te parece?
—Yo no lo veo rosa, sino muy rojo. Sangre, sangre y más sangre. —Se enfurruñó, cruzándose de brazos y, paradójicamente, dejando de caminar.
—El rojo es el color de la pasión también. —Él le guiñó un ojo y ella se puso tan roja como un tomate.
—¿No ves que eres un pervertido? ¡Ya estas pensando en sexo!
—No estoy pensando en sexo, solo estaba pensando en lo deliciosa que eres. Y ni hablar tus pechos... y tus pezones —Se rió angelicalmente.
Natalie tembló como una hoja azotada por una tormenta. El muy descarado ignoró su rostro pasmado, y aun colorado, y siguió caminando, tarareando una canción que solo él conocía.
¿"Pezones" había dicho?
No sabía si sentirse ultrajada, avergonzada o halagada. ¿Por qué él siempre tenía algo que decir que la volvía loca? En todos los sentidos de esa palabra: la enojaba, la confundía, la desesperaba con sus secretos y ahora la desquiciaba con sus confesiones.
Se lo hacía a propósito, lo sabía. No era ninguna tonta como para no captar la ironía y la burla en su voz. ¿Pero cómo podía decirle eso? De pronto, se sintió más que burlada y desilusionada. Se golpeó la cabeza con un puño. Debía recordar que él solo se acostaba con ella porque era la única mujer en kilómetros a la redonda, no porque realmente le gustara.
Suspiró, bastante audible para su gusto, y lamentablemente para el de Anthony.
—¿Qué? ¿Pensabas en mis pezones también? —dijo bien serio. Fingiendo, claro.
—¡Po-por supuesto que no! ¡Im-Imbecil! —chilló Natalie, como loca, sin perder el color de sus mejillas—. ¿Cómo crees que voy a andar pensando en eso?
—¿Y entonces? No te veo caminar —insistió, señalándole el camino—. Si tanto problema hay te dejo verlos después —sonrió.
Natalie rechinó los dientes. Se estaba pasando, el muy engendro de la naturaleza. Se agachó para tomar una roca del suelo y entonces se la aventó con todas sus fuerzas.
—¡Cierra la boca, idiota! ¡No quiero ver tus pezones!
A Anthony le rebotó la piedra en la cabeza. Él ni se inmutó.
—¿Que quieres ver entonces? ¿Debajo de mis pantalones? No hay trato si no puedo ver bajo los tuyos también —siguió con el chiste.
Natalie chilló frustrada, tomando tantas piedras como pudo en sus manos y comenzando a arrojárselas. Pocas dieron en el blanco. Estaba tan molesta que el pulso le temblara y le erraba completamente al chico parado frente a ella, unos metros más allá. Además, su fuerza le jugaba en contra y algunas piedras hasta no llegaba a avanzar demasiado.
—¿No dijiste que íbamos a tratar de mantener la paz? —Se quejó, rabiosa. Era un imbécil, la provocaba y luego se reía de ella.
—Tú eres la que está rompiendo la paz, yo no hice nada. —Anthony siguió quieto, sin ser herido por las piedras con poca fuerza que Natalie le tiraba.
—¡Te estás burlando de mi!
—¡Me estas tirando piedras, mírate! Yo soy un ser pacifista —sonrió engreídamente.
—¡Pacifista mis ovarios!
La chica se había quedado sin piedras, pero la pelea aún no terminaba y no era capaz de ver que las rocas no lo lastimaban. Se movió rápidamente hacia otra de mayor tamaño, tan grande como su cabeza, pero esa no era su objetivo, sino otras rocas más pequeñas a su alrededor pero más grandes que las que había estado tirándole al vampiro.
Apenas quitó una de las piedras, una cabecita larga se aventó contra su mano y le clavó los dientes largos. La serpiente siseó cuando Natalie soltó la piedra, mientras gritaba, y se alejó rápidamente.
Las dos marcas que la serpiente le habían dejado eran bastante chiquitas por lo que no sangraban demasiado, pero era lo suficientemente dolorosas como para que ella olvidara que quería golpear a Anthony.
—¡Diablos! ¡Ahora voy a morirme!
Anthony se rió desde más allá.
—¡Por favor! Niña llorica, era una víbora tan pequeña que hubiera podido atraparla con esta sola mano. —Cerró y abrió la mano izquierda.
—¡No seas estúpido, puede ser venenosa!
Anthony suspiró y, desganado, caminó hasta ella. Apartó varias piedras con los pies y se agachó a su lado. Natalie se había dejado caer en el piso y se quejaba, tal y como lo hacía siempre.
Él le pasó los dedos por la herida.
—¿Por qué siempre tengo que solucionar todo lo que haces mal, eh?
—¡Yo no hice nada mal! ¡La serpiente me mordió a mí, no yo a ella!
—Y tenias que ir a meter las manos ahí, ¿no? —Negó con la cabeza y bajó la boca hasta ella. Siempre tenía que hacer lo mismo, succionarle las heridas para que estas no se infectaran.
—¿Vas a quitarme el veneno?
El vampiro levantó sus ojos azules.
—No hay veneno alguno, Natalie. No es necesario que andes llorando tanto. —Puso sus labios sobre la mano y sorbió un poco de la sangre. Automáticamente cerró la herida con la saliva en su lengua—. ¿Ves? ¿Ya está? Ahora hazme el bendito favor de dejar las rocas y caminar.
Natalie frunció el ceño. ¿Ella tenía la culpa acaso? Era un maldito engreído. La molestaba y luego la retaba como si fuera la única culpable del pleito y de las consecuencias con mordidas de serpiente.
—No —gruñó.
Él, que había empezado a erguirse para continuar, se detuvo en seco.
—¿Qué?
—No lo haré.
—¿Cómo que no? —Frunció el ceño.
—Te burlas de mí y luego pretendes que haga lo que tú quieres. Así no, Anthony, ¡así no! —La chica frunció los labios.
—¿Así no? Déjame recordarte algo, ¿sí? —Anthony junto las manos y sonrió—. Estás secuestrada niña, has sido raptada, Milady. Debes hacer lo que el captor diga.
—¡No mientras sigas burlándote de mí con el sexo!
Él puso los ojos en blanco.
—¡Son chistes, mujer! ¿Sabes cuántas veces he podido bromear sobre esto en mi vida? ¡Es tremendamente divertido! Ríete un poco también.
Natalie estrechó los ojos y puso ronca la voz.
—Ja...ja...ja. ¿Feliz?
Anthony la miró a los ojos, serio, intentando ablandar la mirada de la chica con los segundos. Natalie tendría que bajar la vista antes que él, suponía. Ella no dejó de estrechar los ojos. No iba a dejar que el siguiera jugando así nomas con ella. Estaba lo bastante cansada de la caminata como para quedarse allí sentada el resto del día.
—¿No vas a moverte? —susurró él, dando por perdida la guerra de miradas.
—No, no hay nada que puedas hacer —murmuró.
Anthony alzó las cejas y por supuesto que ella se la vio venir. «¿Nada?». Le sonrió y ladeó la cabeza al ver que Natalie lo había entendido.
La sujetó primeramente por las piernas, jalando hacia arriba, haciendo que la parte delantera de su cuerpo se fuera rápidamente hacia el suelo. Antes de que su cabeza rozara siquiera el césped, el pasó su otra mano por debajo de su espalda y la sostuvo en vilo.
—Intenta escapar ahora, bonita —se rió.
Anthony se sentó en una roca en lo alto del acantilado. El paisaje le traía paz. Se despatarró sobre la piedra, con Natalie dormida sobre sus brazos. Estaba empezando a oscurecer y el sol proyectaba luces rojizas sobre el valle.
Desde donde estaba podía oír ruidos citadinos, más allá de unas colinas. Sonrió un poco, complacido al imaginar la desesperación de Natalie por la ciudad.
Al contrario de ella, él prefería aquel paisaje tranquilo y relajado. No le gustaban las luces y los ruidos de aquellas ciudades de ese tiempo, pero tendría que acostumbrarse, porque si había algo que no podía solucionar, era el paso del tiempo. Todo lo demás, quizás sí, pero el tiempo, jamás.
Acomodó a Natalie en sus brazos, puesto que su cabeza se estaba deslizando por su hombro hasta quedar colgando hacia el vacio del acantilado. Miró su rostro tranquilo, mientras pasaba los dedos por sus largas pestañas oscuras. Que inocente que parecía aquella muchacha cuando dormida. Bonita, delicada y educada.
Hasta que despertara, claro.
Agradeció que estuviera inconsciente en ese momento, ya que ella moriría del susto si saltaba de ese precipicio así nomas. Había saltado de otros lugares altos con ella, pero ese risco... era el doble de alto.
Se dejó caer, disfrutando del aire que le despeinaba los cabellos. Sujetó con más fuerza a Natalie, cuando veía más cerca el suelo, y procuró que el aterrizaje fuera suave para que el sacudón no la despertara. Posó los pies en la tierra y se aseguró que los ojos de la chica siguieran cerrados. Suspiró, feliz de la vida, y comenzó a correr hacia la ciudad. No tenía porque despertarla aún, porque tenía todavía unos cuantos kilómetros hasta el lugar.
El bosque daba directamente a la ciudad y algunas casas lindaban con los arboles, compartiendo jardines con el mundo natural y salvaje.
Se subió a un árbol y miró el pequeño condado. Tocó la cara de Natalie, que seguía durmiendo como si nada.
—Hey, Natalie. Despierta. —La chica abrió los ojos suavemente.
—No quiero.
—Vamos...
—¡Déjame! —Natalie se giró en sus brazos, ocultado su cara de él.
Anthony bufó, comprendiendo que iba a tener que usar sus tácticas ofensivas. Le corrió el cabello del cuello y puso sus labios en él. Deslizó sus colmillos por su piel, logrando que Natalie abriera bien grande los ojos y se revolviera inquieta.
Quiso zafarse, sin darse cuenta que estaba en la cima de un árbol y que podía, fácilmente, caer y estrellarse la cabeza contra el piso. Anthony la retuvo, bien firme, de modo que no pudiera seguir moviéndose.
—Sh, sh. —La calló. Dejó los dientes a un lado y pasó la lengua por su cuello. Natalie se estremeció y gimió. Su lengua fría la mantuvo más dura que su propio agarre. Su mente divagó rápidamente por lo que pasaba cada vez que él le lamía el cuello de esa forma. No como si fuera comida, sino como si fuera una presa sexual disponible para disfrutar. Se encontró pensando en que quería que ese momento llegase rápido. Su rostro se puso tan rojo como anteriormente durante el día.
La lengua del vampiro subió hasta el inicio de su oreja, trazando círculos pequeños, hasta que se la guardo para sí mismo y continúo con las caricias con los labios. Succionó y mordisqueó los trozos de piel tan entregados a su boca, aunque ni siquiera hubo una declaración previa.
Natalie gimió y se agitó en sus brazos. Su aliento frío le causaba escalofríos y estaba bien lejos de sentir sueño en aquellos momentos. Las sensaciones eran demasiadas como para soportar toda aquella agonía callada.
Se tapó la boca con ambas manos y cerró los ojos con fuerzas. Las manos de Anthony seguían sujetándola con determinación. Entonces, le clavó algunos dientes lo suficientemente fuerte como para lograr que abriera los ojos junto con un jadeo.
Y lo siguiente fue que sus pupilas se enfocaron en el suelo, seis metros más abajo.
Soltó un grito horrorizado e intentó echarse hacia atrás.
—¿Qué diablos...? —soltó olvidando los labios del vampiro—. ¡Estamos encima de un árbol, Anthony!
Él se rió en su garganta.
—Lo sé. Intentaba despertarte para avisarte que llegamos a un pueblo. ¿Ves? justo ahí hay una casa.
Natalie dejó caer la mandíbula. La casa estaba tan solo a unos metros... y ella había estado lanzando gemidos y gritos bastante fuertes.
—¡Dios! —gimió, avergonzada—. ¡Me habrán escuchado!
—Solo un poquito, pero no pueden vernos. Es de noche y estamos en un árbol bien alto. —La miró sonriente y arrogante.
—¿Y estás tan feliz?
Él se encogió de hombros.
—Algunas cosas me hacen feliz. Una de ella —Acercó su rostro al de ella hasta que sus narices quedaron bien juntas. Se miraron a los ojos—, es escuchar tus gemidos cuando te doy placer.
Natalie abrió la boca para replicar, pero él no la dejó. Le sujetó la cara con una mano y atrapó sus labios, sin ninguna razón aparente. Ella se quedó con los ojos abiertos y una expresión confundida, incrédula y sorprendida, mientras Anthony movía su boca contra la suya con maestría y precisión.
No cabía duda alguna de que él no solo era guapo, sino era muy buen besador. Natalie cerró los ojos y se apretó contra su pecho. Sabía tan malditamente bien. Sus labios eran blandos y se amoldaban contra los suyos con facilidad, tan suaves y sensibles como los propios.
Pasó sus dedos por su nuca, para acercar su cabeza a su cuerpo y profundizar aquel contacto que la estaba volviendo loca. Su aliento la embriagaba, su sabor la atontaba. Se sentía débil y estúpida, como si no tuviera reacción más que esa, que besarlo.
Anthony estrujó su cintura y, entonces, la soltó.
—¿Lo ves? Gimes cuando te doy placer —sonrió—. No intentes siquiera volver a refutármelo.
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