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Capitulo 11

Anthony prendió el pasto seco con el encendedor de Natalie y lo echó sobre las maderas que había apilado para la fogata. Ella se arrimó más al fuego, para ver lo que comía con la luz que las llamas arrojaban. Desenvolvió lo que habían comprado en el restaurante y comió, despacio.

El vampiro se sentó frente a ella, del otro lado de la fogata.

—Menos mal que traje esa frazada —musitó, mirando a la chica. Ella tenía la manta por encima de los hombros—. Creo que nos movimos demasiado al norte.

Natalie se encogió de hombros, mientras masticaba.

—Hay que buscar cómo llegar a Londres en el próximo pueblo.

Anthony negó.

—No. No podemos ir a Londres.

La chica levantó la cabeza, confundida.

—¿Por qué?

—Porque él preguntó por nosotros en el hotel y le habrá pedido información a la señorita. Yo estuve hablando con ella sobre cómo llegar a Londres. Me esperará ahí.

Natalie comió en silencio, pensando en lo que había dicho.

—¿Y cómo hallarás al vampiro que está en Londres si no puedes ir allí?

Anthony hizo una mueca.

—¿No recuerdas que te dije que el vampiro no está en Londres?

Ella lo miró, alzando las cejas.

—¿Me... lo dijiste?

—Si —replicó él, mordazmente—, lo que sucede es que no prestas atención a nada de lo que te digo. Te dije que te quedaras en cierto lugar y caminante por las calles hasta alejarte de mí. Te dije que corrieras de oso y no... tuviste que volver para ver como me alimentaba de el. ¿Por qué no comprendes que lo que te digo te lo digo por tu bien?

—¡Oh, claro! —Natalie soltó su cena—. Lo mejor para mi es ser arrastrada por todo Inglaterra con un vampiro que se alimenta de mi y un viejo feo y sucio que quiere "rescatarme". ¡Esto es perfecto para mí! Tengo diecisiete años, Anthony, no veinticinco, ¡no te imaginas como extraño a mi perro!

—¡Bien! ¡De acuerdo! ¡Te dejaré en la próxima ciudad si tanto extrañas a tu perro! ¡A ver si puedes llegar hasta él sola! —exclamó.

—¡Claro que puedo hacerlo! Nací en esta época, ¿recuerdas? ¡Puedo entender más cosas de lo que tu crees!

—¡Eres humana, Natalie! ¡Hay cosas que nunca entenderás!

Ella no contestó y Anthony no volvió a gritar. Se sentó y arrojó otro pedazo de madera a la fogata.

—Solo quiero saber porque estoy aquí contigo... —susurró Natalie, encogida.

—Estás aquí conmigo porque es lo único que puedo hacer por ahora. Ya hablamos de esto. Dijimos que lo íbamos a hacer llevadero, ¿eso si lo recuerdas, no?

La chica asintió.

—Lo sé. ¡Es que a veces no puedo tolerarlo! ¡Dices cosas que me superan! No me gusta que un hombre me lleve la corriente... Que va, ¡que nadie lo haga!

Anthony alzó las cejas.

—Es extraño que con lo orgullosa que eres... lo admitas.

—¿Admitir qué?

—Que eres orgullosa y terca, eso mismo.

La chica rechinó los dientes.

—Tú eres pedante y machista.

—No soy pedante. —Anthony escupió entre dientes.

—¡Si lo eres! ¡Vanidoso, mujeriego y pervertido! Como todo hombre.

—¡Tú sí que eres molesta! Yo no soy mujeriego. Soy una persona decente, siempre lo he sido.

—¡Oh, no! ¿Y qué hiciste conmigo anoche? ¿Eh?

—Eso se llama sexo. ¿Lo dicen diferente en esta época?

—¡Apenas nos conocemos!

—¿Y eso qué? Si se trata de conocer a la otra persona, pues no vamos tan mal. Ya sé que te da impresión la sangre, que odias la lechuga, que eres celosa, malcriada...

—¡No soy celosa, por Dios! ¿Qué te hizo pensar eso? —terció, apretando la frazada con los dedos. ¿Celos? Jamás, nunca. Y mucho menos de él.

—La cara con la que miraste a las chicas de las que me alimente. ¡Te fuiste del lugar donde te dejé porque pensaste que había ido a divertirme con ellas! Admítelo.

—¡Claro que no! ¡No admitiré eso! —chilló, en respuesta.

Anthony sonrió de lado.

—¿Porque sino quedarías muy mal, no? —preguntó suavemente.

—¡Pues claro! —contestó ella, aun gritando.

—¡Tenias celos! —canturreó Anthony.

—¡Que no! ¡Ya basta! ¿Por qué estaría celosa?

—Porque ellas eran bonitas.

La palabra la atacó en el pecho. Apretó los dientes y mantuvo dura la mandíbula hasta que logro despegar los labios y decir algo más coherente que "¡Bonitas mis pelotas!".

—No puedes saber eso.

—Claro que sí; soy mayor que tu y además soy un vampiro, ¡puedo saber lo que pasa por la mente de los humanos con solo verles el rostro!

—¡Nos subestimas! ¡Me subestimas!

—¡Si, a ti si! —rió el chico—. Tú no podrías ganarme ni un juego de manos.

Natalie gruñó.

—Ya verás cuando ese cazador te atrape —dijo, apartando su cena a un lado y tomando la frazada. Anthony la miró, algo sorprendido por sus palabras—. ¡No subestimaras a los humanos jamás, mosquito gigante!

Se arrojó sobre la tierra, con el ceño fruncido y se tapó con la manta hasta la cabeza. Esperó a que Anthony le contestara algo, pero no lo hizo. Se quedó en silencio, con los ojos fijos en la corteza de un árbol y las sombras y luces que la fogata arrancaba en la madera. Apenas si escuchó al vampiro moverse después de eso, tanto así fue que, por un momento, temió que ya no estuviese allí.

Aquello le picó la curiosidad, no pudo pensar en otra cosa. ¿Y si todo estaba tan callado porque él ya no estaba ahí? Pero... ¿y si estaba? Si ella se volteaba el efecto dramático de la pelea se perdería.

Lo pensó, mordiéndose el labio y al final decidió levantar un poco la cabeza. ¡Qué error, Dios! Anthony seguía sentado en el suelo, apenas iluminado por el fuego, con las manos entrelazadas a la altura de la boca y sus ojos congelados fijos en ella.

Se miraron durante unos segundos —casi menos que eso— hasta que Natalie se tumbó bruscamente otra vez en la tierra, con el ceño fruncido y una maldición en la boca.

No supo cuándo se había quedado dormida. Solo se dio cuenta de que estaba despertando bajo la luz de sol que se colaba por las ramas de los árboles al otro día. Bostezó, con la mejilla sobre la tierra. Pensó que tendría que lavar esa ropa después y que si seguía así, ensuciaría toda la que había conseguido antes de poder lograrlo. Prometió mentalmente cuidar mejor las prendas.

Se destapó un poco, al sentir calor, y se refregó los ojos. Escuchaba a Anthony caminar por los alrededores.

Se sentó, haciendo a un lado la manta. La fogata estaba apagada, la cena de Natalie estaba empaquetada y algunas cosas que había sacado de los bolsos, la noche anterior, estaban de vuelta guardadas.

Anthony estaba a unos árboles mas allá, con las manos en la cintura, mirando el suelo. Se volteó al escucharla despertar y caminó hasta ella. Le hizo una seña para que se levantara de una vez. Natalie obedeció, sin dirigirle una sola palabra.

Se quitó la tierra de la ropa, frotándola en alguna parte con los dedos y luego dobló la frazada para meterla en una bolsa de plástico. Tomó sus cosas y caminó hasta Anthony. Sin decir una palabra él también, la tomó en brazos y se echó a correr.

No hablaron; no dijeron nada durante todo el viaje. Él estaba inexpresivo y Natalie mantenía el ceño fruncido. No lo miró, por supuesto que no lo haría. Él tampoco lo hizo y así pasaron las horas. Tiempo después, se detuvo. Era más o menos el mediodía. La dejó en el suelo y se alejó unos pasos.

—Quédate aquí —le indicó secamente, sin mirarla siquiera.

Natalie no le contestó, como era de esperarse. Ni siquiera le dedicó un gesto. Sin embargo, se limitó a obedecerlo. El vampiro se alejó hasta desaparecer detrás de unos árboles.

Pensando si no era mejor desobedecerlo a propósito, Nat se cruzó de brazos. Refunfuñó, pero si en algo tenia razón Anthony, era que ella se metía en problemas cuando no lo obedecía. Malhumorada por aquella conclusión, se sentó en el piso de tierra a esperarlo.

Él se tardó tan solo unos minutos. Al regresar, la chica se aseguró de no establecer contacto visual y mostrarse lo más enfadada y enfurruñada posible. Anthony no le dirigió la palabra tampoco. Se acercó a ella y la levantó directamente del suelo.

Lo cierto es que Natalie se moría por saber a dónde había ido, pero era obvio que no le preguntaría. Se tragaría la curiosidad para mantener el orgullo. Se viento comenzó a azotarla cuando él se lanzo a la carrera. Otra que se preguntaba, era a dónde iban a ir ahora que no podían ir a Londres, pero continuó con la boca cerrada. Y de tan callada que siguió, no se atrevió a pedirle que parara para dejarle almorzar o beber algo. Parecía que Anthony estaba consciente de eso y que lo hacía a propósito, claramente.

Cuando lo comprendió, rechinó los dientes. ¿Es que él pretendía matarla de hambre?

—Detente —le gruñó. Anthony la ignoró—. Detente —repitió.

El vampiro ni siquiera la miró. La chica estrechó los ojos, sintiendo la ira subir por su pecho. Subió sus manos y lo aferró del cuello de la camiseta, zamarreó su cuerpo para atraer su atención en un acto enfurecido.

—¡Que te detengas, maldita sea!

Anthony la miró finalmente, pero de manera atroz y asesina. Se detuvo de golpe y la bajó. Natalie fue incapaz de poner los pies en la tierra y patinó antes de lograr equilibrio. Cayó sobre uno de sus brazos, golpeándolo fuertemente, y soltó un chillido y varios insultos.

No pudo evitar soltar lágrimas y quejidos. No quería parecer una chiquilina, pero le dolía demasiado.

—Eres un idiota —lloriqueó.

Anthony la miró desde su altura, con una expresión congelada, pero no le dijo nada. La chica lloró aún más, frotándose el codo y limpiándose la cara mojada. Hacia rato que no se golpeaba de esa forma, con esa clase de dolor que te quita el aire y te hace apretar los dientes.

Finalmente, él suavizó la expresión de su rostro.

—¿Te duele? —preguntó.

—¡Claro que sí!

Anthony no le respondió. Se agachó junto a ella y le apartó las manos de su brazo. Nat quiso darle, en un primer momento, un buen cachetazo, pero el agarre suave y cuidadoso de sus dedos la hizo desistir. El vampiro apretó suavemente sus manos frías sobre el golpe.

—¿Esto ayuda?

Asintió levemente. El frío de su piel la reconfortaba un poco. Se limpió otras lágrimas de la mejilla con la mano libre y sin querer, alzó los ojos hasta su rostro. La miraba fijamente.

—Mira lo que has hecho —hipó, desviando la mirada con violencia. No esperaba encontrarse con su cara tan cerca—. ¡Lo hiciste a propósito!

—No, no lo hice a propósito. Por mucho que quiera que te calles, esto fue tu culpa.

La chica volvió sus ojos mojados hasta él.

—¡No te hablé en todo el día! Y no fue mi culpa.

—¡Ese no es el punto! Y si lo fue, estabas más concentrada en gritar que en poner los pies en el suelo—Anthony pasó sus dedos con cuidado por la piel de Natalie—. Realmente a veces no sé como haces tanto escándalo.

—¿Ahora es mi culpa?

Él volvió a congelar su mirada.

—Sí, lo es.

La soltó y se alejó de ella, sin esperar a que pudiera replicarle y Natalie se quedó con la palabra en la boca.

Pasaron la noche en ese tramo del bosque. Anthony se sentó a ocho metros de ella con la espalda contra un árbol en la tarde y permaneció inmóvil durante todo el resto del día.

Natalie se las arregló para encender una fogata sola y al terminar se sintió mucho mejor consigo misma de lo que se había sentido antes. Tal vez si era torpe como lo decía él, pero era capaz de prender un fuego sin pedir su ayuda. Cenó un poco de las sobras de comida del día anterior y se tapó con la frazada hasta la cabeza, después de arrimarse al calor.

En algún momento de la noche, mientras aun seguía despierta, intentó ser humilde y pensar si realmente ella tenia la culpa de todo. Anthony estaba tan enfadado con ella que no le hablaba, no la miraba y encima la culpaba. ¿Había hecho o dicho algo tan malo? No podía recordarlo.

Se durmió con esa pregunta en la cabeza y al día siguiente, despertó como si estuviese en la luna de valencia. Se sentó y miró adormilada a su alrededor. Anthony estaba cerca de ella, pero no en donde lo había visto por última vez antes de dormirse. Tenía los ojos cerrados y las manos entrelazadas sobre su abdomen.

Estaba dormido.

Se frotó los ojos, se destapó y caminó por alrededor de sus cosas y la fogata apagada para despertar los músculos. Entretanto, miraba los árboles y los arbustos de por ahí. Entonces, unas flores lilas mucho mas allá, entre unos árboles, iluminadas por un rayo de sol, le llamaron la atención.

Pensó que no estaba muy lejos de su pequeño campamento y que no pasaría nada si iba a verlas para distraerse un rato. Así lo hizo.

Caminó despacio por entre raíces y ramas caídas hasta las flores. Eran flores silvestres, de un color violeta muy hermoso. Arrancó una y la acercó a su rostro para verla mejor. Tenía pétalos muy pequeños y suaves.

Se paró, para volver junto a Anthony, antes de que este despertara y la lanzara contra un árbol esta vez. Se volteó y se pegó un susto de muerte. Soltó la flor y dio dos pasos torpes hacia atrás, mirando aterrada a la anciana mujer de ojos rojos, cabellos canos, pajosos y despeinados, dientes amarrillos y marrones, y sonrisa tétrica y atemorizante.

—Hola jovencita —la saludó, con voz aguda. Se parecía a la anciana de blanca nieves, incluso hasta más fea—. ¿Te has perdido?

Natalie caminó hacia atrás, negando rápidamente con la cabeza. No sabía exactamente por qué, pero había algo en su mirada que la aterraba.

—¿No? —La anciana avanzó—. ¿Segura? Yo podría mostrarte el camino, sé cómo salir de este bosque.

—A-an... —balbuceó la chica. Le temblaba la voz, pero debía llamarlo, Anthony tenía que despertar. La mujer dio otro paso hacia a ella y Natalie chocó contra el árbol—. ¡No... no se acerque más! —Le advirtió con la voz seca y quebrada.

¿Podía ser que tuviera tanto miedo? Quería correr, pero ahora la mujer la cercaba.

—Tranquila, niña. —La mujer esbozó una sonrisa cínica—. ¿Crees que voy a comerte?

Y Natalie supo que eso era lo que iba a hacer.

Encontró una pequeña brecha a su izquierda y no lo dudó más. Se giró y corrió, pero la mujer saltó sobre ella, clavándole sus uñas largas y sucias como jarras en los hombros y en el cuello. La tumbó boca abajo, mientras ella chillaba del dolor. Supo que la había hecho sangrar cuando la anciana pasó su lengua por las heridas.

Terriblemente asqueroso y desagradable. Tenía la legua áspera, como una lija. La mujer soltó un jadeo de placer a lamer la sangre que le chorreaba en finos hilos por la piel.

Natalie se agitó y forcejeo, mientras la anciana comenzaba arrastrarla por el suelo, solo con sus uñas clavadas en su carne.

—¡ANTHONY! —gritó con fuerza, tratando de mantener la mente clara a pesar del dolor. La mujer rió, completamente segura de que el tonto novio de la chica no iba a poder ayudarla. Pero claro, ella no sabía que Anthony era un vampiro.

En un segundo, Natalie vio una sombra lanzarse sobre ella. Gimió, pensando que era alguien mas decido a hacerle daño y se encogió en el suelo, lastimada y sangrante, debajo del cuerpo esquelético pero fuerte de la mujer. Y entonces la anciana gritó.

Después del sonido de algo golpeando a la anciana, se vio liberada. Apenas si tomó conciencia para arrastrarse un poco lejos de la escena. Se encogió contra las raíces de un árbol y cerró los ojos. Pero no dejo de oír. Pudo escuchar con exactitud como carne era desgarrada. Los gritos y gruñidos de la anciana se detuvieron de golpe y todo quedó en silencio.

La chica no se atrevió a abrir los ojos. Sabía que estaba temblando de manera descontrolada; aún seguía muerta de miedo.

—Ya. —La voz de Anthony logró calmarla enseguida.

Abrió los ojos. Él estaba muy cerca de ella, tapándole la visión del cuerpo desgarrado de la anciana. Tembló y abrió y cerró la boca varias veces, incapaz de decir algo lógico. Lo miró con lágrimas en los ojos y estiró los brazos hacia su cuerpo. Anthony no dijo nada más. La rodeó con los brazos, apretándola suavemente contra su pecho.

—Tranquila. —Y le depositó un tierno beso en la frente, mientras Natalie dejaba caer las lágrimas que el miedo, el susto y el dolor le habían arrancado, apretando la mejilla contra el vampiro que sabía que luego la reprendería por haberse alejado.


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