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Capitulo 10

—Natalie... Natalie...

Anthony le palmeó la mejilla. La había recostado en aquella cama de hotel. Apenas después de haber comido de ese oso, sus energías regresaron y tuvo que correr tan solo media hora para llegar a otra pequeña ciudad.

Le llamó la atención que la chica no hubiese despertado aún, pero supuso que se debía al hambre y al cansancio de todo ese día agitado.

De todas formas estaba viva. Si... y dormida. Llegó a esa conclusión minutos después de haber intentando despertarla en aquel cuarto.

Les habían dado uno con cama matrimonial. Se sentó en una punta y comenzó a desvestirse. Tomaría un baño y luego se iría directo a dormir, si es que ella no despertaba y no reclamaba alimento.

Entró al cuarto, muy curioso, y se limitó a abrir una de las canillas. Le fascinó la forma en la que caía el agua desde arriba. Muy ingenioso, por cierto. Comenzó a pensar que esa época podía llegar a gustarle. Las mujeres enseñaban las piernas todo el tiempo y no había que vaciar las bañaderas a mano.

Tardó muy poco en bañarse. Los siglos que había acumulado polvo no influían en su higiene. Él no necesitaba defecar, ni orinar; ni tampoco transpiraba. No tenía sudor pegado a la piel.

Salió envuelto en la toalla a ponerse la ropa otra vez. Miró la remera manchada con sangre, que había llevado escondida debajo de una campera que había robado al entrar a la ciudad. No se pondría de nuevo eso, así que solamente se calzó los calzoncillos que había robado mucho antes, la primera vez. Caminó hasta la cama, en donde Natalie se había girado hacia un costado.

Despacio, volvió a ponerla boca arriba. Ella seguía dormida. La miró en silencio, observando sus largas pestañas negras. Si que esa chica dormía como un tronco.

Suspiró, él no estaba tan cansado después del festín con el pobre oso. Le había pedido a Natalie que corriera para que el animal se distrajera y él pudiera acabarlo con facilidad y... además para que ella no viera como lo mataba.

No le gustaba que lo viera beber de otros seres, obviamente por lo que había pasado hoy; le daría impresión. Como no podía verse a si misma siendo mordida, lo único que le afectaba era la falta de sangre, pero nada más. Le aterraba que ella pudiera verlo atacar a los humanos. No quería que pensara que era un monstruo. Ya bastante tenía con que creyera que iba a acabar con el mundo.

Chistó, ¡qué idea más ridícula! Él no era nadie para acabar con el mundo, pero el mundo si quería acabar con él.

Volvió a mirar a Natalie y comenzó a sentir calor, aun estando solo en ropa interior. A la chica se le había corrido la blusa y se le veía parte del pecho. Se mordió un labio, sin quitar los ojos de encima de aquel sector.

Se acordó de la mañana en el río; el recuerdo del tacto de su piel lo hizo sentirse repentinamente deseoso por tocarla. Se llevó una mano a la frente y negó con la cabeza, pero con otro vistazo a sus pechos se arrastró por la cama, hasta quedar encima de ella.

Se sostuvo con los brazos, para no aplastarla y admiró su rostro pacifico.

—Sí que calladita eres más bonita —murmuró. Bajó la vista hacia su pecho. Deseba con toda su alma quitarle esa blusa y dejar al descubierto su piel. Volvió los ojos a su rostro, mirándola mortificado.

Por más que la deseaba, no se sentía capaz de violar su intimidad de esa manera. Acarició su mejilla y se aguantó las ganas. Chistó, pero con admiración, ¡diablos que si quería poseerla! Se sentía cada vez más ansioso y preparado para eso.

Cuando ella gimió en sus sueños, debajo de él, los músculos se le tensaron y su respiración se agitó, pero no la tocó más de aquella caricia anterior. Simplemente no podía hacerlo. Se maldecía mentalmente por ser, al fin y al cabo, un caballero y respetar su sueño.

Pues tendría que despertarla, entonces. Ella no se había negado la vez en el río y esperaba que ahora tuviera tantos deseos como él de yacer juntos toda la noche.

—¡Natalie! ¡Natalie! —le urgió, moviéndola con cuidado—. ¡Ya despierta!

Natalie se quejó y se removió, debajo de él. Su cuerpo rozó el suyo y le encendió las brasas del deseo con mucha mas fuerza que antes. Bajó su boca a su cuello, saboreando la piel, pero sin morderla realmente. Siguió llamándola y ella susurró una respuesta negativa.

—Maldita sea, Natalie —gruñó en su cuello—. ¡Despierta!

Natalie le dio entonces varios manotazos sin querer. Anthony no se dejó vencer por sus manos, la sujetó y le dio un corto beso en los labios.

Entonces, ella abrió los ojos. La chica lo miró confundida, con los ojos entrecerrados y adormilados.

—¿Anthony? —susurró.

—Hola —respondió él.

Natalie se refregó los ojos y se encogió. Miró a Anthony y lo descubrió casi sin ropa.

—¿Q-que estas ha-haciendo? —tartamudeó, sorprendida.

—Intentaba despertarte.

—Oh, dios... —dijo simplemente ella—. ¿Por qué no tienes ropa?

—Está llena de sangre. Tendré que ir a buscar más luego.

—¿Y por qué estás sobre mí? ¡Ya estoy despierta! —chilló ella, empujándolo. Anthony se levantó, irritado y se sentó a su lado.

—Pensaba ser cariñoso contigo.

—¿Qué?

Nerviosa, ella volvió a recorrerlo con la mirada, y sus ojos se clavaron en los calzones, única prenda que él llevaba. Roja como un tomate, levantó la cabeza.

—¿Solo eso? —susurró. No había visto a una persona así de dura en su vida.

Anthony miró su entrepierna, con una mueca en el rostro.

—Creo que te ves bien durmiendo también —confesó y ella tragó saliva.

—¿Quieres acostarte conmigo?

—Sí.

—¿Pensabas preguntarme?

—Pensaba tentarte como la otra vez.

Ella apretó los labios y se sentó a su lado. En el río, todos sus sentidos se habían ablandado, ella misma se había derretido, pero no se sentía de la misma manera en ese momento, si lo pensaba como algo premeditado.

—Si lo dices así, me da miedo.

—No quiero asustarte. Mejor ignórame —replicó él, volteándose—. Deberías pedir algo para comer. La chica del hotel me dijo que tenían servicio a la habitación.

Natalie se apretó los dedos, los unos con otros.

—No tengo hambre —respondió.

Anthony la miró, arqueando las cejas.

—¿En serio?

—Sí.

—Nunca creí que oiría eso —rió, y ella apretó los labios.

—Me besaste antes. ¿Podrías hacerlo de vuelta?

Él se quedó a medio camino fuera de la cama. Cuando se giró hacia Natalie, ella había bajado la cabeza, completamente roja.

—¿Quieres que te bese otra vez?

—Si, como lo hiciste en el río.

Anthony se mojó los labios y regresó a su lado.

—¿Pero no dijiste que tenías miedo?

—Sí, pero un beso no debería darme miedo, ¿o sí? —le dijo, alzando tímidamente la mirada.

El vampiro asintió lentamente, mientras se apresuraba a su rostro para besarla tan dulce como pasionalmente. Natalie cayó rápidamente entre sus brazos, dejándose llevar. En un segundo más, su espalda estaba contra el colchón y lo abrazaba con tanta fuerza que se sintió cansada de apretarlo contra ella.

Fue en ese momento en el que se dio cuenta de lo mucho que le gustaba. Sus provocaciones y pleitos no habían hecho más que aumentar su atracción e incluso celos. Y lo cierto es que hacía bastante que un chico no le gustaba de esa manera.

—Si quiero intentar —musitó en sus labios—. Podemos intentar. Pero si me da miedo...

—Esperaré —susurró Anthony, presionando los labios una vez más contra los suyos. La ayudó a quitarse la ropa, entonces, y no la dejó sentir vergüenza de su desnudez. La acompañó con caricias y besos, mientras él se deleitaba con su ternura y calidez.

Natalie apretó su mano cuando él buscó lo tibió entre sus piernas, pero se relajó cuando descubrió que no había nada que temer. Continuó así hasta él consideró que estaba lista y le preguntó una vez si de verdad deseaba tener relaciones con él.

Y ella dijo que sí.

Natalie se removió en la cama, apretando las piernas. Sabía muy bien que había pasado durante la noche y temía voltearse y ver a la cara a Anthony.

Siguió con los ojos cerrados. Bueno, había mucho silencio en el cuarto. Despacito, se volteó, para ver si el vampiro aun dormía. Pero él no estaba allí. Se sentó en la cama, sin detenerse a tapar su desnudez e inspeccionó el cuarto con la mirada. Su ropa estaba toda sobre una silla, pero la de Anthony no estaba.

Se levantó y caminó hasta el baño, que estaba con la puerta abierta. Sin detenerse a pensar, abrió la ducha y miró durante un rato el agua caer.

Ya no era virgen y no sabía si estar emocionada por el hecho de que la había pasado bastante bien o estar preocupada porque no se había cuidado. Frunció el ceño, ¿podía quedar ella embarazada de un vampiro?

Suspiró y decidió que era mejor no arriesgarse. Entró en la ducha, pensando en buscar una farmacia en el camino a Londres. Tardó mucho en bañarse, la mayoría del tiempo, lo paso parada sin hacer nada, pero Anthony tampoco vino a apurarla, así que daba igual.

Salió, se secó y fue en busca de su ropa. Se vistió despacio, frotando las prendas para sacarle la tierra del bosque que habían transitado el día anterior. Tendría que conseguir una muda de ropa.

Se sentó en la silla luego de vestirse y esperó. Después de diez minutos, prendió la TV y buscó algún canal conocido. Se entretuvo mirando un documental de ovnis en Discovery Channel durante media hora, hasta que, finalmente, Anthony abrió la puerta del cuarto.

Traía ropa nueva.

Natalie apagó la tele.

—¿A dónde fuiste? —preguntó, haciendo un esfuerzo para que lo sucedido entre ellos no cambiara su relación. Debía tratarlo como si nada.

—Fui a comer —respondo él con tranquilidad, como si realmente no hubiese pasado nada—. ¿Tienes hambre?

La chica asintió. Anthony le hizo un gesto con la cabeza para que salieran del cuarto.

Pagaron el hotel y caminaron por las calles en busca de un restaurante.

—¿Qué hora es? —preguntó al ver mucha gente dentro del local.

—Son como las doce del medio día. Almorzaras y luego iremos a... buscarte más ropa.

Natalie se fijó en la ropa que él traía. Era nueva, de marca y muy moderna.

—¿Dónde conseguiste esa?

—Se la quite a un chico que cacé.

Ella hizo una mueca.

—No lo digas así por favor, es desagradable.

Anthony se encogió de hombros.

—¿Cómo quieres que lo diga? ¿El muchacho que me cené? ¿Qué me comí?

—No.

El vampiro la miró confundido y ella tuvo que ponerse a explicar, mientras empujaba las puertas del vidrio del restaurante.

—Eso se dice cuando una persona besa a otra. Si dices que te comiste a un chico, quedara como que besaste a un hombre, ¿entiendes?

Anthony sonrió picadamente.

—¿Entonces yo te comí a ti? —preguntó, mientras se sentaba en la mesa.

Natalie le echó una mirada asesina.

—Algo así —respondió entre dientes—. Pero no intentes decirlo, sigues diciéndolo de forma muy anticuada.

—Tengo más de cuatrocientos años, Natalie, soy anticuado para este mundo.

No hubo palabras después de eso. La comida llegó enseguida y Natalie no perdió tiempo. Comió todo lo que pudo, deleitándose con los sabores. Quizás no eran los mejores, pero ella así los sentía.

Al salir, insistió en buscar una farmacia.

—¿Una farmacia? —inquirió el chico—. ¿Y qué harás allí? ¿Para qué sirve?

—Es un lugar donde venden medicamentos —explicó ella—. Cuando la gente se siente mal va a comprar cosas allí.

—¿Y tú te sientes mal? ¿Por qué no visitar a un doctor?

—Algunas cosas pueden arreglarse sin doctores —apuntó Natalie—. Y no me siento mal, lo que busco es una pastilla para el día después, se toma para no quedar embarazada.

Anthony negó de pronto.

—No vas a quedar embarazada —afirmó.

Natalie se giró a verlo, con una ceja arqueada.

—¿Cómo estas tan seguro? Tuvimos sexo y eso definitivamente fue sexo no seguro. Sin preservativo, sin pastillas de por medio...

—Primero —dijo él—, ignoraré eso ultimo que dijiste porque no sé que es —explicó—. Segundo, tuve el cuidado de no venirme dentro de ti. Y tercero, soy un vampiro; no estoy seguro de que tú y yo podamos procrear.

Ella lo miró en silencio.

—Ese es el punto, no estás seguro —dijo al final—. Todo esto se trata de seguridad, así que quiero una pastilla.

Se encaminó por sí misma, en busca de alguna farmacia. Anthony la detuvo del brazo.

—¿A dónde crees que vas sola? No te vayas por tu cuenta o luego tendré que peinar la ciudad en tu búsqueda.

Natalie gruñó molesta por el gesto, pero obedeció. Él la llevo hasta calles más transitadas, donde las mujeres jóvenes se volteaban al verlos pasar, para mirar despectivamente la ropa sucia de tierra de Natalie y para babear con el bombón que la acompañaba.

—Aquí hay tiendas de ropa —Anthony se detuvo frente a una—. ¿No quieres conseguir ropa nueva? —preguntó, al ver que ella seguía caminando.

—Te dije que quería una farmacia y además... necesito un bolso primero.

—¿Para qué quieres un bolso?

—Para guardar cosas, como elementos de aseo o mudas de ropa. Esas cosas, ¿no crees que es necesario?

Anthony se encogió de hombros. Caminaron por las calles buscando un sitio en donde vendieran bolsos y, dos cuadras más al sur, encontraron uno.

Natalie escogió uno rosa, amplio, pero no demasiado grande; del tamaño exacto para que ella pudiera cargarlo. Luego, obligó a Anthony a comprar otro más masculino, por supuesto.

En seguida, también hallaron una farmacia. Dejó a Anthony fuera del local y entró a comprar lo que nunca antes había comprado. Luego de conseguir un refresco, se tragó la bendita pastilla.

—Ya tenemos los bolsos, te tomaste esa cosa, ¿ahora qué necesitas?

—Ropa interior —murmuró la chica.

Natalie ingresó, sin escuchar las advertencias del vampiro, a una tienda de lencería. Necesitaba mudas de esa ropa también. Compró cinco bragas y tres corpiños; con eso podía arreglárselas, los lavaría y eso sería suficiente.

Arrastró a Anthony a una perfumería entonces. Compró champú, un jabón y se hizo de una pequeña toalla de mano. Y, por supuesto, consiguió el tan deseado peine.

Después de meter un cepillo de dientes y pasta dental en un bolsillo de su bolso. Entraron a una tienda de ropa. Juntos tomaron pantalones y camisetas, así como chaquetas. Cuándo creyeron terminar, Anthony se frenó en otra tienda.

—Espera aquí. —La chica obedeció y minutos después él salio con una frazada envuelta en una bolsa de plástico—. Por si no encontramos un sitio para dormir de noche —explicó—. Vi de estas cosas en un anuncio de la caja mágica —le explico, refiriéndose a la TV.

Luego de que tuviera todo, fueron hacia otro restaurante y compraron comida para llevar. Natalie la metió cuidadosamente en su bolso. Entonces, Anthony la alzó y corrió por los techos de las casa hacia el campo nuevamente.

Natalie dobló los pantalones de jean lo mas chiquitos que pudo y los metió dentro del bolso. Había pasado la tarde bajo un árbol, acomodando las compras, mientras Anthony merodeaba por ahí, cerca de ella. Al terminar, aprovechó para cepillarse el pelo y recogerlo en una coleta alta.

Le gritó a Anthony que no se acercara ni la espiara. Él le respondió con un grito también, mas allá, cerca de la cerca de un campo. Sacó un sujetador de su bolso y lo dejó preparado. Le echó un vistazo al muchacho que llamaba en vano a una pequeña oveja en el campo antes de seguir y al final se quitó rápido la remera sucia y se puso el corpiño. Suspiró, sintiéndose mucho más cómoda. No sabía por qué, pero a pesar de todo, no quería que él la viera. Se puso una camiseta que se amoldaba a su cuerpo, color púrpura, y se quito los jeans sucios. Se puso unas bragas y se colocó otro jean limpio.

Separó la ropa sucia y la metió en una de las bolsas de compras. Por fin estaba mucho mas relajada. La tela del jean no la raspaba y se sentía más segura que antes ahora que sus pechos estaban bien sujetos.

Anthony regresó justo cuando terminaba de cambiarse.

—¿Quieres irte ya? —le preguntó—. Pararemos para dormir y para que cenes.

—Bien.

Sin decir más nada, se paró junto a él. Anthony la tomó en brazos y Natalie subió su bolso y el de Anthony sobre su torso, antes de que se lanzara a correr a la velocidad de la luz.

Comenzó a oscurecer pronto y ella se cansó de mirar las nubes del cielo, bajó la vista hasta el rostro de Anthony.

¡Diablos que él era lindo! Se preguntó qué tan indo había sido de humano. Pensó que quizás había sido casi igual porque sus padres no se habían dado cuenta del cambio en él. Llego a la conclusión, segundos después, de que él seguramente se había acostado con muchas chicas de la misma forma que lo había hecho con ella, sin compromiso, solo por ser lindo.

Anthony apartó la mirada del bosque, para mirarla a la cara, de reojo. Natalie abrió grande los ojos cuando la pilló observándolo detenidamente y apartó la cabeza con determinación, roja como un tomate.

Él no dijo nada, algo inesperado quizás, porque ella sabía que se burlaría. Él era así, lo haría. Si no estaban peleando, buscaría una forma de molestar y viceversa. A ella también le gustaba provocarlo. Irremediable.

Sonrió mirando el cielo oscuro, mientras pensaba en cuanto más podía provocarlo.

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