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Capitulo 1

El treinta de septiembre amaneció soleado en las cercanías de Londres, pero algo fresco, lo que en realidad podía ser una excelente combinación para una larga excursión en un pueblito lejano; especialmente para aquel grupo pequeño de estudiantes de secundaria norteamericanos. La luz del sol les dejaría apreciar los castillos y paisajes y la brisa los mantendría a salvo del calor. Sin embargo, ninguno de de ellos parecía demasiado entusiasmado. Era muy temprano aún cuando el micro dejó el hotel donde se hospedaban y la mayoría todavía estaba bien dormida con sus caras pegadas a los vidrios del bus a mitad de camino.

Natalie tenía la cabeza colgando hacia un costado. Para ella, visitar un castillo antiguo era algo increíble. Era muy curiosa y la emocionaba la posibilidad de encontrar algo secreto. Pero la verdad, es que estaba tan dormida como el resto.

—Haremos la visita guiada y recuerden no desviarse de las marcas —recordó la profesora en algún punto, y junto a Natalie, Camyl se removió, inquieta en su sueño.

Natalie, en cambio, resopló, ya más despierta. Era increíble como la palabra "Museo" podía ahogar las más agradables expectativas de un grupo de adolescentes, incluso ahogó el espíritu aventurero de la propia Natalie. Saber que el castillo ahora era un museo con acceso limitado había desmembrado sus ganas.

Miró por la ventana y se tapó la cara con las manos. Sin querer, le dio un codazo a su amiga que dormitaba con la cabeza sobre su hombro.

—Hum... —murmuró ella—. ¿Ya llegamos?

Natalie no le respondió, ella tenía tanto sueño como la misma Camyl y no tenía ni idea de donde estaba. De por sí, nunca había estado en Inglaterra y para ella alrededor de Londres estaba la más pura "nada".

Parpadeó, mirando por la ventanilla abierta los campos y colinas verdes, bañados por la cálida luz del astro rey. Perfecto, realmente estaban en medio de la nada. Le dirigió a Camyl una expresión incrédula, y la chica se limitó a parpadear confundida.

—O sea que... no hemos llegado aun —gimió.

Natalie se encogió de hombros y volvió a apoyar la nuca en el respaldo del asiento. No cerró los ojos esta vez y continúo mirando por la ventana. Más y más nada. ¿Era real el castillo que iban a visitar o solamente se trataba de una treta para llevar a veinticinco estudiantes a una muerte letal de la cual ninguno podría escapar? Algo así como una prisión diseñada para matarse entre ellos, como en Battle royale.

Movió los ojos a la maestra y a la directora de su colegio, que reían entre ellas y coqueteaban con el conductor. Además de ser patéticas en toda su extensión, ellas tenían ciertos rasgos de asesinas seriales, pensó. Al menos, si no mataban a los alumnos con raros experimentos, se organizarían para sacrificar al hombre que manejaba el bus.

Suspiró, mientras se daba cuenta de que Camyl caía dormida sobre su brazo otra vez. No estaba loca ni exageraba, sus profesoras realmente tenían caras de torturadoras profesionales.

—Esto no va a valer la pena —bufó. Entrecerró los ojos, tal vez dudando de sí misma, cuando el castillo apareció por detrás de una iluminada colina verde. Era enorme, viejo y hasta desde allí ella creía ser capaz de ver el polvo que lo rodeaba.

Cuando el bus se detuvo, no tuvo reparo alguno en codear a Camyl en las costillas, para que despertase de una vez de sutil sueño. Su amiga no se quejo, se levantó y la siguió por el pasillo entre los asientos, hasta descender del micro.

En la puerta del inmenso palacio medieval, este se veía aun más enorme.

—A que aquí hay fantasmas. —Tembló Camyl.

Natalie ladeó la cabeza.

—Puede ser, ¿pero olvidas que los fantasmas aparecen en la noche?

Camyl no se calmó, y siguió a las maestras al interior del edificio.

La visita guiada resulto ser más aburrida de lo que ella esperaba y de alguna forma terminó imaginando que la directora podía también matar a la mujer que ahora llevaba al grupo a las mazmorras. Cada objeto del castillo tenía una historia totalmente carente de interés, incluso ese estúpido collar de marfil con forma de corazón resultaba aburrido. Solo Rebecca y Clara suspiraron al escuchar la historia trágica de amor de la dueña del collarcito.

«Estúpido, estúpido, estúpido».

—Oh, vamos —le suplicó al cielo cuando bajaron por unas escaleras—. Tiene que haber algo genial aquí abajo aunque sea.

Las mazmorras tenían iluminación artificial, pero eso no las hacia menos aterradoras para Camyl, que se aferraba a su brazo con tanta fuerza que sus uñas esculpidas podrían haberle arrancado trozos de carne.

—Aquí no tiene que haber nada. —La rubia agito sus cabellos, con una mueca de terror en el rostro—. ¿No puedes conformarte por una vez con armaduras viejas y estáticas, en vez de desear que se muevan?

Natalie negó enérgicamente.

—Yo no deseo que se muevan, solo deseo que oculten cosas extrañas. Como joyas escondidas hace siglos. Ten un poco de sentido de aventura, Cam.

Camyl negó suavemente, aún con los ojos fijos, y el ceño fruncido, en el camino que se cernía delante del grupo. La guía los llevo por varios pasillos y escaleras, mostrando celdas y enumerando nombres de personas famosas de la historia que habían estado allí.

Dawson Finnigan soltó en voz baja que aquello no tenía sentido si no encontraban huesos, por lo menos, en alguna de esas celdas; pero Natalie sabia que aquello se debía a que aún seguía sin entender la palabra "museo". Ella ya estaba aceptando que allí no había nada emocionante.

Pasaron por delante de otro pasillo, cuya luz era menos enérgica que la de aquel que ellos transitaban. La guía ignoró totalmente ese camino y siguió caminando con seguridad. Nat se detuvo solo unos segundos para espiar por aquel sitio.

Había una puerta de metal, que desde allí se veía bien fuerte. Y también se veía muy cerrada.

—¿Qué hay ahí? —inquirió en voz alta. La mujer que los guiaba apenas la miro.

—Otra celda. No hay nada allí.

El grupo la siguió, con la emoción decayendo de vuelta una vez que notaron que en las mazmorras no iban a encontrar cadáveres. Pero Natalie se quedó solo tres segundos más mirando la puerta, y desde donde estaba notó que no solo estaba cerrada, sino que tenía tres pares de gruesas cadenas atravesándola.

Bien, ¿era en serio? ¿No había nada allí y estaba encadenada como si hubiera un león de tamaño jumbo escondido dentro? Vamos, algo no cuadraba.

—Camyl —llamó—, vamos a ver un segundo.

Rápidamente, Cam negó, asustada.

—Me da miedo ir ahí. Esta más oscuro.

Natalie chistó. Era solo una puerta cerrada, nada malo pasaría.

—Es solo un segundo, Cam. No van a salir fantasmas a comernos las pelotas. —Tiró de la mano de Camyl, que gimió como única respuesta. Se adentraron en el pequeño pasillo en penumbras, hacia la dura y enorme puerta encadenada—. ¿Lo ves? No hay monstruos aquí. —Camyl se encogió—. ¡Esto es de lo que hablaba cuando dije "algo interesante"!

—Es una puerta vieja y fea, ¿qué puede tener de interesante?

Natalie puso los ojos en blanco.

—¿Qué habrá del otro lado? —preguntó al aire.

—No sé, ni quiero saberlo. ¡Vámonos!

Natalie bufó. «Realmente, que poco sentido de la aventura». Camyl se alejó rápidamente de ella y del pasillo, instándola a seguir al grupo, que poco a poco se alejaba por las mazmorras del castillo.

—Ya voy —le respondió, mirando la puerta. Sabiendo que tan solo iba a perder unos segundos de su tiempo, toco las pesadas cadenas y tiro de ellas para ver si cedían—. No —dijo en voz alta—, se ve que lo que está aquí no quiere ser liberado —Casi hasta se rió. ¿Realmente creía que había un monstruo dentro? ¡Por favor! Ella no creía en cosas baratas como Camyl—. ¿Qué diantres es lo que hay aquí dentro?

«Solo soy yo, Milady».

Natalie sintió un escalofrío, como si aquella fría voz etérea no hubiera sido, en verdad producto de su imaginación. Se quedó viendo la puerta, estupefacta. Obviamente había imaginado esa frase, ¿no? Por supuesto que sí.

Se estremeció otra vez, ahora deseosa de volver con el grupo. De la nada se dio cuenta de que no estaba sola y, repentinamente asustada, se dio la vuelta para encontrarse a un frágil anciano mirándola con detenimiento.

Por un momento, pensó que la voz no se la había imaginado, sino que había sido el viejo hablándole. Hasta que claro, el viejo habló y realmente comprobó que las voces no se parecían en nada.

—¿Qué haces aquí, niña? —le preguntó, dudoso. El viejo llevaba una enorme escoba y un carrito con bolsas de consorcio anudadas. El tipo tenía que ser algún empleado de limpieza.

—Soy parte de la visita guiada, me atrasé —respondió ella con simpleza. El hombre parpadeó.

—¿Ivette les mostró la puerta? —preguntó incrédulo.

Natalie negó.

—No, en realidad. Yo me alejé para verla. Es que se ve fascinante.

El anciano sonrió con todos los dientes que le quedaban, con complicidad.

—¡Oh! Pero claro que es fascinante. Todo lo que concierne al príncipe Anthony es fascinante.

El viejo le dedicó otra sonrisa y dio dos pasos para girarse hacia el otro pasillo, decido a volver a sus labores. Natalie parpadeó, confundida.

—¿Príncipe Anthony? —llamó la atención del anciano—. ¿Quién era el príncipe Anthony?

El viejo se detuvo y sonrió otra vez, encantado.

—Un antiguo dueño de este castillo. ¡Pero claro que tú no debes conocer la leyenda! Todos los que vivimos en los alrededores la conocemos.

El radar de secretos bien ocultos listos para ser desentrañados de Natalie se activó cuando el tipo terminó de decir "leyenda".

—¡Cuénteme! —pidió, casi al borde de la emoción. ¡Al fin había algo allí que valía la pena oír!

—Bueno, es simple. La leyenda dice que lo que está detrás de esa puerta es el príncipe.

Naty abrió la boca para decir algo, pero se calló inmediatamente. Giró un poco su cabeza hacia la enorme puerta de metal y frunció el ceño. No, seguía estando segura de que aquella voz se la había imaginado.

—¡Ah! Es su tumba, entonces.

El viejo se rió.

—¡No! Claro que no. Esa no es su tumba. ¿Por qué una tumba estaría encadenada, muchacha?

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez para evitar saqueos.

El hombre negó.

—Tal vez. Pero esa no es una tumba —volvió a reír suavemente—, esa es una prisión.

Ahora sí que la cosa no tenía sentido. ¿Habían encerrado al príncipe y nunca se dignaron a sacar las malditas cadenas? Pues era obvio que él ya no tenía con que escapar. O la gente que vivía en esa época era estúpida, o tal vez los ingleses lo eran.

—Ah —soltó ella—. O sea que lo encerraron ahí hasta su muerte.

—El príncipe no está muerto.

Natalie se irguió. Era una broma muy buena, claro. El viejo nunca se divertía y ahora estaba probando trucos con ella. Pero en el fondo de su mente, el eco de la masculina voz que había oído hacia un rato le ponía los pelos de la nuca en punta. ¿Podría ser que...? No, no. Era un disparate de un viejo bobo.

—Claro —dijo, escéptica, y el hombre notó su ironía.

—Él está vivo, niña. Te apuesto a que nos oye ahora mismo.

Natalie estrechó los ojos.

—¿Cómo podría estar vivo, eh? He de suponer que ha estado allí muchas y muchas décadas.

—Más que eso, en realidad.

—¿Lo ve? Entonces lo que dice no tiene sentido, señor.

El hombre sonrió otra vez.

—¡Oh! ¡Si lo tiene! —Sacudió su escoba por el piso de roca—. Lo tiene porque él es un vampiro, muchachita.

Ella arqueó las cejas. Ahora si estaba segura de que los viejos ingleses debían tomar menos té, seguro eso les hervía el cerebro con el paso de los años.

—Los vampiros no existen.

El viejo paró de barrer.

—¿Quieres que te cuente la historia? Ninguno de nosotros ha visto jamás al príncipe, lleva hay muchos años.

Natalie puso los ojos en blanco. Bien, era un disparate, pero aun así, una leyenda local tenía un saborcito especial que no iba a perderse.

—De acuerdo, dígame.

El viejo sonrió otra vez feliz de la vida.

—El príncipe Anthony vivió aquí hace casi quinientos años. No estoy seguro de la cantidad exacta. Pero eso es lo de menos —dijo—. Él estaba casi listo para ser rey, tenía una prometida y dicen que era muy feliz también. Pero entonces, ocurrió la tragedia. El príncipe fue atacado por un monstruo bebedor de sangre y, aunque no murió, fue transformado en un vampiro. La familia real no podía matar a su propio hijo, pero para evitar que el príncipe convertido en monstruo causara estragos en los pueblos humanos, lo encerraron en esta celda especial, que dicen que solo se abre con una llave especial. —Natalie no se movió, esperando mas información—. ¿No viste el pequeño collar de marfil, con forma de corazón, arriba en las vitrinas? —Ella asintió—. Pues esa es la llave especial, perteneció a la prometida del príncipe, Marian, que se convirtió en la guardiana de la puerta, hasta su muerte.

—¿El collar abre la puerta?

El tipo se encogió de hombros.

—Eso dicen. ¿No ves ahí —Señaló la puerta— la pequeña abertura con forma de corazón?

Natalie se acerco con cuidado a la puerta. No es que creyera realmente que había un vampiro adentro, pero ahora la puerta se le antojaba un poco más espeluznante. Revisó el hueco en el metal, que tenia la forma de un corazón pequeño.

Suspiró, aguantando los deseos de correr arriba, romper la vitrina, robar el collar e intentar liberar al "monstruo".

—¿Por qué no la abren?

El viejo carraspeó detrás de ellas.

—Los dueños actuales del castillo protegen el collar con la más alta seguridad. Está prohibido intentar abrirla. Dicen que si él sale, se vengará atrozmente de quienes lo encerraron.

Si, si. Los ingleses tenían problemas, realmente. Natalie pasó los dedos por la abertura con forma de corazón, que estaba llena de polvo. Le hubiera encantado descubrir lo que había en esa celda. Seguramente, si la leyenda estaba basada en la realidad, tan solo encontraría un montón de huesos.

Se alejo dos pasos, suspirando de vuelta.

—Claro, vampiros —masculló—. Llámenme americana ingenua.

En ese instante, un grito, que no se parecía nada a lo que alguna vez en su vida había oído —una mezcla entre un lamento y un gruñido— le heló la sangre, le paró los cabellos de la nuca y la hizo alejarse de la puerta rápidamente. El anciano, que ya se estaba marchando, se volteó.

Agitada, sabiendo muy bien que esta vez no se lo había imaginado, contuvo los deseos de salir huyendo.

—Es solo una criatura incomprendida —dijo solamente, antes de desaparecer por los pasillos.

Natalie se quedo dura en su sitio, con los ojos clavados en la puerta. Vamos, vamos, eso no podía ser cierto. ¡No podía haber un vampiro allí dentro!

Otro grito ahogado por el metal surgió desde la celda sellada y, esta vez, Natalie se alejó de cinco pasos más de la puerta.

—Sí, claro —soltó—. Los leones también son criaturas incomprendidas.

Volvió a oír un bajo lamento y pensó que los gritos no eran para ella, sino que quien estaba adentro, simplemente lloraba y gritaba para sí mismo.

Temblando ligeramente, aun negándose a creerlo del todo, dijo en voz alta:

—Debe ser horrible estar quinientos años encerrado.

«Quisiera verla haciéndome compañía».

Otra vez la voz casi que la pareció oírla dentro de su cabeza. Fría, burlona y hasta irónica, como si el príncipe estuviera irritado con su presencia. Natalie hizo una mueca de horror. No, realmente no le apetecía acompañarlo.

—No, gracias, señor...este... —contestó—, tú...vampiro.

Otro gruñido se oyó con facilidad.

—Fue muy amable de tu parte —añadió. Se volteó para salir corriendo de allí y alcanzar a Camyl. Mientras más lejos del vampiro voluble e irritado estuviera, mejor. Pero antes de que pudiera dar un solo paso, un ruido estremecedor a sus espaldas la detuvo en seco. Apenas giró la cabeza, comprendió lo que sucedía. Las cadenas de la puerta se caían y un sonoro CLIC retumbó entre las paredes de roca.

Natalie no se movió, helada como si la hubieran rociado con nitrógeno liquido. Supo que la puerta ya no tenía cerrojo.

—Ay no... —susurró. Reaccionando, corrió hasta la puerta e intentó levantar una de las pesadas cadenas para tratar de colocarlas en su lugar. Pero ni siquiera pudo mover una, eran más gruesas que uno de sus brazos—. ¡Oh dios! Por una vez en mi vida no hago nada y tengo que estar en el justo momento en el que se abre la prisión de un monstruo centenario.

Tiró de las cadenas una vez más y estuvo a punto de gritar por ayuda, cuando la portezuela se separó de la pared unos diez centímetros. Un poco de polvo se escapó del vacío de la celda y, temblando como una hoja, sin quitar de su mente los lamentos del vampiro, Natalie tomó el picaporte y jaló la puerta hacia ella con todas sus fuerzas. Debía cerrarla de una forma u otra, no había nadie más allí a quien responsabilizar por eso. Pero la puerta no se movió ni un solo centímetro.

—¡No, no! ¡Por dios! ¡Solo ciérrate! —murmuró ella.

—¡Hey, tu!

Natalie giró la cabeza. Un guardia de seguridad se acercaba a ella; justo detrás, venia la directora del colegio, cuyo rostro en penumbras la hacía parecer aún mas una asesina.

El hombre se detuvo en seco cuando vio las cadenas repartidas por el suelo y luego su rostro se horrorizó al ver a la niña de diecisiete años luchando por atraer la puerta de metal hacia ella.

—¡La puerta!

Natalie aflojó solo un poco el agarre del grueso picaporte ennegrecido.

—¡Natalie! ¿Qué hiciste? —le preguntó la directora.

—¡Yo nada! ¡Esto se abrió solo! ¡Ayúdenme!

—¡Hay que cerrarla! ¡Pero ya! —gritó el guardia, apresurándose hacia ella. En ese momento, la puerta se abrió del todo, empujando con fuerza a Natalie al suelo. Ella apenas tuvo tiempo de quejarse porque, en seguida, una ventisca tan poderosa como la de un tornado jaló de ella hacia adentro de la cámara en total oscuridad.

Soltó un grito ahogado, a medida que las sombras de la celda se cernían sobre ella, y cuando logró sujetarse a las rocas del piso y girarse sobre sí misma, la puerta de metal se cerró estrepitosamente, dejándola atrapada en esa prisión que supuestamente no estaba vacía.

Se quedó dura, agitada, asustada y verdaderamente confundida. Miró hacia el frente, allí donde creía que estaba la entrada, porque en realidad no podía ver nada.

—¡Ay no! ¡Ahora creerán que yo fui quien abrió la puerta! —masculló, para sí misma, pero aun así en voz alta—. Mis padres me castigarán, los dueños del lugar se enfadarán conmigo, con la escuela. ¡Y seguro que Inglaterra le hace una guerra a Estados Unidos por esto! ¡El mundo será un caos! ¿Y por qué? Porque solté a vampiro maniático por la tierra que se devorará a todos los niños —gaznó—. ¡No quedara ni uno! ¡Y ni en china querrán verme! —soltó—. Tenía que meter la pata, como no. ¡Maldita sea! —gruñó intentando encontrar la puerta, palpando con las manos la oscuridad—. Yo y mi maldito sentido de la justicia, yo y mi maldito sentido de la aventura. Tenía que alejarme del grupo, ¡claro! —Se movió en las oscuridad a gatas y la capa de polvo que había en el piso se levantó, haciéndola toser—. Diablos... ¿Y qué hago yo buscando una puerta en la oscuridad, si tengo el maldito celular? —preguntó aún sin bajar la voz. Tanteó en sus bolsillos y cuando lo tomó, este se le escapó de las manos. Tuvo que comenzar a buscarlo toqueteando el suelo, llenándose de polvo y para colmo alejándose de la entrada, adentrándose en donde todavía parecía estar más oscuro y en donde más cerca estaba del peligro—. Celular... ¿dónde estás? —llamó, perdiendo la paciencia.

Entonces su mano encontró el pequeño aparato. Natalie se sentó en el suelo y lo alzó, ahora feliz de haberlo encontrado. Toco un botón y la luz del aparato iluminó el lugar. La chica levantó la mirada al notar que justo enfrente de ella, a tan solo unos 40cm, había un muchacho, sentado en una silla, completamente encadenado, cuyos ojos, de un azul intenso, la observaban con el ceño fruncido y una verdadera cara de pocos amigos.

—No creo estar maniático, Milady... y no creo que llegue a conocer china —le dijo él, en un susurro que le heló la sangre.

Automáticamente, reconoció la voz que había oído en el pasillo. Natalie profirió un grito, soltó el celular y se alejó arrastrándose de él, lo más rápido posible. El celular apagó su luz y todo volvió a quedar a oscuras. Entre jadeos aterrados, chocó al fin con la puerta de metal y oyó como del otro lado la directora gritaba y los guardias de seguridad golpeaban en un intento inútil de rescatarla.


*HOLA*

Si, había eliminado esta historia, la tenía en borradores. ¿Qué ocurrió? Me cansé de que me la copiaran. Irónicamente, al mandarla al draft, muchos pensaron que no había forma de comparar que la historia estuviera copiada.

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