Prefacio
Verano 2014
7:00 pm Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, (LAX)
Me acomodé sobre el estrecho asiento y aproveche para abrocharme el cinturón, aunque las señales para hacerlo aún no se encendían. Dejé escapar un largo suspiro antes de cerrar los ojos y descansar la parte posterior de mi cabeza en el respaldo.
Era mi momento de relajación después de la tensión que represento llegar al aeropuerto a tiempo para mi vuelo de vuelta a casa, en especial luego del incómodo viaje en taxi en medio de un congestionamiento vehicular, escuchando a todo volumen, sin ningún tipo de consideración por parte del conductor, la música Hip Hop.
Por un momento pensé que no llegaría y que quedaría varado en el aeropuerto de Los Ángeles, a mi mente vino la imagen de Cedric Juang, mi pareja hacia más de diez años. A Cedric jamás le pasaría algo así, él era tan perfeccionista que con solo pensar en llegar tarde, tendría un ataque de pánico.
De inmediato recordé que él de los ataques de pánico era yo.
Por unos minutos logré despejar la mente y apenas fui consciente de las personas que caminaban por el estrecho pasillo del avión, algunos murmullos de conversaciones, y una que otra risa lejana, todo bajo la sombrilla del potente, pero amortiguado, ruido de los motores de la enorme nave.
Sería un viaje algo largo, directo a Nueva York, desde donde había viajado hacia tres días atrás a una convención internacional de oncólogos. En general fue un fin de semana agradable, donde fui uno de los oradores principales de la actividad en representación del equipo médico de la exclusiva clínica especialista en cáncer donde trabajaba, y era uno de los socios.
Yo no estaba acostumbrado a ser el centro de atención, y me costaba bastante hablar en público, de hecho era Cedric, mi pareja y socio mayoritario de la clínica Hope el que debió viajar para encargarse de la actividad, pero a último momento se le presento una emergencia familiar y recayó sobre mis hombros la responsabilidad de una actividad que estaba planificada hacia meses.
Recuerdos de mi desencuentro con Cedric y posterior discusión antes del viaje amenazaron con apoderarse de mi tranquilidad. Lo cierto era que sentía que la relación con mi pareja ya no daba para más, que continuábamos unidos solo por la costumbre.
Un intercambio de palabras cerca de mi logró sacarme de mi ensimismamiento, abrí los ojos y sintiendo la espalda baja un poco resentida me moví sobre el asiento que antes me había parecido bastante cómodo. Entendí que mi momento de relajación había finalizo y pensé en buscar alguna película en el limitado catalogo disponible para pasar por lo menos dos de las seis horas que duraba el viaje, entretenido.
Una pareja joven intercambiaba palabras entre ellos mientras una de las asistentes de vuelo, una mujer alta y delgada los miraba con atención, sonreía con educación y noté que intercalaba alguna que otra palabra o sugerencia. Seguramente la joven pareja estaba teniendo dificultades con sus asientos designados, algo que se daba más de lo común en un vuelo que se notaba bastante concurrido.
Intente concentrarme en la tarea de buscar una buena película, pero se me hizo imposible cuando me di cuenta que las tres personas parecían tener su atención puesta en mí, además me fijé que la pareja se había pegado a unos de los costados del pasillo para no interrumpir el flujo de los pasajeros rezagados, mientras que la asistente acortaba los pasos que la separaban del asiento que ocupaba yo.
―Discúlpeme caballero, mi nombre es Stephanie y me encantaría poder consultarle, si me lo permite, un cambio que si usted acepta podría beneficiarlo...
Era la primera vez que la pareja viajaba junta y por un error de la línea aérea sus asientos, ambos de primera clase no se registraron juntos, los novios no deseaban sentarse separados así que buscaban acomodo, dos asientos uno al lado del otro.
Mi primer pensamiento fue negarme, pues no era problema mío. Notar las miradas cómplices, las sonrisas compartidas y el sutil toque que se brindaban a cada momento me revolvió las tripas...
Eran tan jóvenes, ingenuos y lucían tan enamorados...
Tuve que echar a un lado un ridículo sentimiento de envidia y mentalmente les desee lo mejor, desee que pudiesen ser felices juntos y que su amor nunca fuera dañado por emociones tan nefastas como el desamor y el abandono. Y que jamás experimentaran la traición.
―Por supuesto, me encantaría cambiar mi asiento por uno de primera clase ―dije mientras desabrochaba el cinturón, me puse de pie y saque del compartimiento superior mi bulto de mano, el único equipaje que llevaba. Actúe casi con un poco de precipitación por miedo a arrepentirme.
La pareja no podía lucir más feliz y agradecida mientras yo inicie el camino hacia primera clase detrás de la prolija asistente.
―Este es su nuevo asiento caballero...quiero volver a agradecer su disposición y desearle un placentero viaje, cualquier cosa que necesite no dude en llamarme. ―Pensé que una de las ventajas de tener un asiento en primera clase, además de más espacio y comodidad en general, era poder desembarcar primero la aeronave.
Después de acomodar el bulto que llevaba en el compartimiento correspondiente me acomodé en el amplio y acojinado asiento del lado de la ventanilla, estirando mis largas piernas frente a mi y dejando escapar un sonoro suspiro, estaba seguro que allí, mínimo, podría echarme un sueñito. De pasada me fijé que el asiento a mi lado estaba desocupado y tuve un intrusivo pensamiento deseando que permaneciera así. De un momento a otro comenzarían los preparativos para el despegue y divague pensando que una copa de vino no me vendría nada mal.
Muy lejos de mi mente estaba que aquel sencillo e inofensivo cambio de asiento me llevaría de bruces ante una parte muy importante de mi pasado que luchaba por mantener en el lugar que pertenecía, pero que constantemente amenazaba mi paz mental.
―Buenas noches...
Aquellas simples palabras que salieron de la boca del individuo que se detuvo a escasos pasos del asiento vacío a mi lado, por si solas no hubiesen logrado que mi corazón se desbocara locamente, sin embargo, el reconocimiento de aquella voz que hacia tanto tiempo no escuchaba, al menos no dirigiéndose a mi y tan cerca, provoco estragos en mi sistema cardiovascular y digestivo, abriendo en mi estómago un hueco sin fin que hacia muchos años no experimentaba.
―¿David? ¿David Harper?
Y ese vuelco en los acontecimientos me llevó de vuelta en el pasado, veintiocho años atrás.
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