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Capítulo 6



Acoso



Wesley me arrebato la mochila mientras sus amigos me acorralaron contra la pared, enseguida se dedico a urgar en ella y no tardo en encontrar algunos dólares que tenia en uno de los bolsillos.

―Chicos creen que con estos dólares...uno,dos,tres,cuatro...cinco,seis...¿pagará el intento de dejarme en ridículo del Davicito?

No tuve tiempo para reaccionar antes de que Jefffrey y Paul me empujaran entre ellos, manteniéndome tropezando con mis pies, desorientado y mareado de aquí para allá. En esos momentos solo era consciente de sus estridentes risas, los jaloneos y de los gritos exigiéndome que me defendiera como lo había hecho el día anterior.

Me fue ridículamente claro que lo que sucedió en el comedor fue para Wesley más que un intento para dejarlo en ridículo.

―¡Que! ¿Solo eres bravo cuando el chico nuevo esta presente? Ya me dijeron que el tal Samuel es tu primo, que vivió en este pueblucho hace unos años atrás, pero ni creas que eso me impresiona, a mi no me importa ese nene lindo...

Wesley se acercó después que tiro a un lado la mochila y me dio un empujón tan fuerte que esa vez fui a parar al sucio suelo, raspándome las palmas de las manos cuando, en un intento por frenar mi caída las llevé al frente. Él y los demás estallaron en carcajadas.

―¡Espero que de ahora en adelante pienses mejor las cosas antes de hacerme frente, idiota!

Logré sentarme con la espalda pegada a la pared del callejón, y la mirada pegada al suelo. Noté el movimiento de sus pies alejándose, fue entonces que alargue uno de mis brazos para halar la mochila hacia mi.

Aquella no había sido la primera vez que Wesley se aprovechaba de mi, que me quitaba los pocos dólares que llevaba y entre él y sus amigos me empujaban y daban golpes a la cabeza. Tampoco era el único, pero por una extraña razón siempre pensé que Wes llegó a tener algún tipo de fijación malsana por mi.

Y como en otras ocasiones, un sentimiento de impotencia y frustración atenazo mi pecho, dificultándome respirar, solo el desahogo entre llanto y sollozos aliviaría mi rabia.

Sentía mucho coraje contra mi deseando poder enfrentarme a Wesley, sacar toda la agresividad que me provocaba, pero que cuando estaba de frente a él se convertía en miedo. Si el día anterior había hecho el intento fue porque no quería pasar como un imbécil frente a Samuel, y nunca me imagine que esa tarde pagaría las consecuencias.

Pronto comencé a sentir el ardor en las palmas de las manos, incluso pude sentirlo también en los codos y una de las rodillas donde se rompió la tela del pantalón exponiendo la piel al duro cemento.

También me fijé que tenia la camiseta rota, y la idea de presentarme en esas condiciones con mamá comenzó a incomodarme más que lo sucedido minutos atrás. Tenia que apurarme a llegar a casa y echarme una ducha, todo antes de que ella volviera del trabajo.

Lo menos en que pensaba era que me encontraría a Bruno y Samuel al abandonar el callejón, mis amigos caminaban juntos después de salir de sus respectivos clubes. Ellos se detuvieron a pasos de mí, yo me paralicé al ver de reojo su arribo.

Si no quería ver a mamá en las condiciones que estaba, mucho menos a Samuel. No fueron pocas las personas que nos esquivaron, pues poco nos falto para convertirnos en estorbos peatonales.

―¿Qué diablos te sucedió, David? ¿Quién te golpeo de esa manera? ―Samuel fue el primero en moverse y llegar a mi lado.

Giré y me aleje unos pasos, me di cuenta de que Samuel no había dejado de escanearme de arriba abajo, probablemente no daba crédito a lo que veían sus ojos.

Por otra parte, Bruno, acostumbrado a verme después de un encuentro con Wesley me había echado una rápida mirada antes de hacer algunas muecas de disgusto con la boca.

―No pasa nada, Samuel ―mencioné alejándome, esta vez no me detuve y enfile la acera.

Un vistazo a Samuel y sus gestos airados me indico lo molesto que estaba.

―¿Cómo qué no? Seguro que fue el idiota de Wesley. ―Me pregunté por qué no tome en cuenta que Bruno abriría la boca. No oculte la mala mirada que le dediqué.

―El tipo del comedor ―añadió antes de encogerse de hombros, su gesto me dio a entender que le daba lo mismo si me enfadaba o no. Quise gritarle que se callara, aceleré mis pasos negándome a continuar con el tema.

Sin embargo, Bruno no se quedaría callado.

―Wesley es un tarado abusador y se la tiene jurada a David desde hace años...

«Demasiada información», pensé.

―Wesley busca problemas con todos ―alegué y era cierto aunque yo parecía ser una de sus víctimas favoritas. ― .Contigo se ha metido varias veces ―añadí mirándolo retadoramente de frente como una manera de probar mis dichos.

Fue Samuel quien hablo.

―¿Y no vas a hacer nada? ¿No se lo dirás a nadie? A la tía, o al menos a algún maestro que pueda pararle los pies a ese idiota.

―Si Wesley se da cuenta de que lo acuse me va a hacer la vida imposible, y el curso escolar apenas está comenzando ―dije.

Samuel pareció querer decir algo más, pero creo que lo pensó mejor. Con unas miradas furtivas reanudamos el camino, me di cuenta de que Samuel iba meditabundo.

******

Días después Wesley volvió a la carga y junto con Paul y Jeffrey me interceptaron cerca de los casilleros, apenas habían estudiantes en los alrededores, yo colocaba dentro de mi casillero uno de los libros que no usaría hasta la semana entrante para no cargarlo, pues era bastante pesado.

Wesley le pego una fuerte palmada a uno de los casilleros contiguo al mio, yo no lo esperaba y no pude evitar sobresaltarme antes de echarle una airada mirada en su dirección.

―¿No me digas que te asuste, Davicito?

Un coro de risotadas se apodero del ambiente. Para mi aquel trio resemblaba un grupo de hienas.

―¿Qué tienes para mi hoy, muchacho?

Me concentre en cerrar la puerta del casillero mientras buscaba alejarme de las manos de Wesley que intentó quitarme la mochila, él y sus amigos iban detrás de los pocos dólares que suponían tenia.

De la nada Paul y Jeffrey comenzaron a patear los casilleros inferiores cerca provocando ruidos estridentes y molestos, tiempo después pensé que ese escándalo fue lo que atrajo la atención de uno de los maestros que todavía se encontraba aquel viernes en el plantel.

Aquellos dos daban saltos y soltaban patadas contra el hierro en un caleidoscopio de sonidos, jadeos y gritos ahogados. Wesley se arrimo más a mi abacorándome con su cercanía y mal aliento, sus manos sobre mi mochila. En ese momento escuchamos una voz, por encima del ruido.

―¿Es qué acaso se están volviendo locos?

La presencia y el vozarrón del alto e imponente maestro de deportes fue suficiente para que Paul y Jeffrey detuvieran su ataque contra los casilleros, y para que Wesley se alejara de mí.



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