Su casa
Una vez que pagamos la cuenta, salimos del local y ella pidió un taxi. Fue entonces cuando recibí el golpe de realidad: íbamos a su casa. Y yo había aceptado sin dudar sin tener absolutamente ninguna experiencia. Presa del pánico, le escribí por whatsapp a mi amiga, que iba a la casa de Valentina. Pero fue un error pensar que me daría algún consejo, ya que lo único que hizo fue burlarse de mí. Lo único que hizo fue desearme suerte y que no me interrumpiría más. La rabia apareció de forma instantánea, ya que por culpa de ella estaba ahí en ese taxi, en esa situación de la que era imposible escapar. Pero la voz de Valentina en mi oído hizo que toda ira se disipara.
—No te preocupes, no va pasar nada que tú no quieras.
Lo hizo con una voz tan seductora, que hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, para luego calentarlo. Era algo que poco a poco comenzaba a comprender: estaba excitada. Y tener a Valentina tan cerca no ayudaba a que me calmara, de pronto tenía ganas de otra cerveza fría, para ver si me calmaba ese calor que sentía en todo el cuerpo.
Llegamos bastante rápido al edificio donde ella vivía, no mentía cuando decía que estaba cerca. Tuve que inscribirme con mi identificación en la recepción, mientras Valentina esperaba el ascensor. Cuando me acerqué a ella me explicó que vivía en el piso 15, y algo más, pero no lograba concentrarme en sus palabras, porque lo único que quería era besarla. Una vez que nos metimos en el ascensor, y éste cerró sus puertas, ella se acercó a mí, sus manos agarraron mi cuello y me besó. Su lengua era húmeda y cálida, sus labios eran suaves, y podía sentir con mayor intensidad el olor de su perfume. La abracé por la cintura pegándola hacia mí, cosa que me estimuló más de lo que creía, y que aumentó la intensidad de nuestros besos. El sonido del ascensor nos devolvió a la realidad y me separó de su apetitosa boca, para mi pesar. Ella parecía muy divertida llevándome de la mano a su departamento.
—Estoy segura de que querías hacer eso hace rato.
Yo la miré avergonzada, había sido demasiado obvia mirándola todo el tiempo.
—Me encanta cuando te pones roja —dijo sonriente.
En otra situación, aquello hubiera tenido otro significado, pero en aquel momento, me sentía feliz por el halago que estaba recibiendo. Pero en el momento que entré a su casa, la atmósfera cambió. Me sentía presionada por lo que tenía que pasar a continuación, y toda la seguridad que sentí cuando estaba en el ascensor se desvaneció por completo.
Valentina, en cambio, estaba completamente relajada, y fue directo al refrigerador a sacar un par de botellas.
—No quiero que pienses que siempre hago esto —me explicó, como si me debiera alguna explicación— es la primera vez que traigo alguien aquí en la primera cita.
Yo la interrumpí antes que siguiera hablando.
—No tienes que explicarme nada, eres libre de traer a quien quieras a tu casa. Yo no te voy a juzgar.
Valentina me sonrió complacida, luego me miró de forma diferente. Al principio no fui capaz de entender cómo me miraba. Se acercó a mí y me pasó una botella. El departamento era el típico monoambiente con una cocina-comedor junto a un living, con un dormitorio y un baño. Ella se sacó los tacones y caminó descalza hacia el sofá, se sentó y con una palmadita me indicó que hiciera lo mismo. Nos sentamos y seguía mirándome de esa forma intensa que no me podía explicar. Intenté relajarme tomando otro trago de cerveza.
—Bueno, ahora explícame cómo alguien tan tímida como tú salió a una cita.
Bebía otro trago sin dejar de mirarme. Me concentré con todas mis fuerzas para responderle.
—La verdad, sólo le hice caso a mi amiga, pero no voy a negar que me daba pánico la idea de tener una cita a ciegas. Pero, a estas alturas, no me arrepiento de nada.
Ambas nos reímos por el comentario, cuando volvió el silencio, me quedé mirando embelesada el brillo de sus ojos. Me saqué la chaqueta, porque me sentía sofocada y mi cara ardiendo. Entonces Valentina no pudo aguantarse más y se abalanzó sobre mí para besarme, mientras me ayudaba a sacarme la chaqueta del todo. Sus manos se deslizaron hábilmente bajo mi blusa, y yo sentía que mi piel se calentaba cuando me tocaba. De pronto noté que mi pantaleta estaba mojada, y que la mirada que no sabía explicarme era de deseo, Valentina me deseaba tanto como yo a ella.
Se separó de mí para comenzar a desabotonar mi blusa, mientras trataba de relajar mi respiración agitada.
—¿Estás bien? —me preguntó con dulzura, mirándome a los ojos sin pausar su labor.
Incluso en esa situación, me costaba articular las palabras, todo estaba sucediendo muy rápido para mí. Con la blusa ya abierta y la piel de gallina, logré decirle que sí. Ya no me sentía asustada. Eso fue suficiente para ella, que comenzó a besar mi cuello, fue tan sorpresivo que gemí sin darme cuenta, mi reacción fue taparme la boca con vergüenza. Ella se dio cuenta y retiró suavemente mi brazo, luego siguió dejando besos húmedos en mi cuello.
—No te contengas, quiero escucharte gemir.
Otra vez enrojecí, pero le hice caso y no me contuve más. Me entregué a las sensaciones que me causaban sus besos y caricias. Me quitó el sostén y yo no podía sentirme más avergonzada. Nunca nadie había mirado mis pechos antes, menos con el deseo que las veía Valentina, que fue directo a chuparlos, como si fueran algún dulce. Cada vez que succionaba o los amasaba, yo sentía que me mojaba más. Tenía mucho calor en ese momento, recordé que aún tenía los pantalones puestos, y me estaban incomodando demasiado. Valentina se detuvo como si me leyera el pensamiento, se levantó y me ofreció su mano.
—Vamos a la cama.
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