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Su cama


Me dejé llevar por ella hasta su cama, que en realidad no estaba muy lejos. Antes que nada, me pidió ayuda con el cierre de su vestido. Yo lo bajé casi aguantando la respiración, estaba nerviosa aún por lo que iba a pasar, y cuando tiré de las mangas, acaricié sus brazos instintivamente, mientras besaba su cuello por atrás. Olía tan bien, que sin darme cuenta desabroché su sostén también y lo quité con delicadeza, intentando prolongar ese momento para que quedara grabado en mi memoria. La abracé por la cintura, sentí que se estremeció cuando mis pechos tocaron su espalda, eso me dio el valor para subir una de mis manos para posarla en su pecho, mientras besaba su cuello y mordía el lóbulo de su oreja. Era yo la que la hacía gemir ahora, y era igual o más excitante que cuando yo gemía por ella.

Se giró y quedamos frente a frente, nuestros pezones se rozaron provocándome un exquisito cosquilleo, para entonces toda timidez había desaparecido, ya sabía lo que quería. Ella se encargó de quitarme los pantalones que tanto me molestaban y acto seguido me empujó suavemente a la cama. Se colocó encima de mí, y volvió a besarme con intensidad, mientras apoyaba sus caderas en las mías, ahogaba mis gemidos en su boca húmeda y me preguntaba por qué seguíamos con ropa interior ahí abajo. De pronto se separó de mí y me miró intensamente antes de hablarme.

—Necesito probar tu sabor.

Yo la miré sin comprender hasta que vi que bajaba lentamente para quitarme la pantaleta. Separó con delicadeza los pliegues de mi sexo y sumergió su lengua cerrando los ojos. Gemí más fuerte de lo común ante la sensación de su lengua en mi interior que además rozó levemente mi clítoris.

—Mmm, me encanta tu sabor —dijo, hablando en mi interior, logrando excitarme aún más.

Cada vez que lamía sentía que me mojaba aún más y que mi cuerpo se calentaba. Mis caderas se movían contra mi voluntad, por lo que Valentina tuvo que sujetarme. No sabía hasta ese entonces que podía gemir tanto y que se sentía tan bien el sexo oral, era tanto placer que me aferraba inútilmente a las sábanas, sentía que iba a explotar o algo así. Valentina encontró el ritmo que me gustaba y lo mantuvo mientras yo sentía que perdía la cabeza. Su lengua era un completo instrumento del placer. Me dejé llevar por aquella sensación que recorría todo mi cuerpo, me dejé llevar hasta el orgasmo. La intensidad de éste me dejó agotada, algo que no esperaba para nada.

Valentina, que sí sabía que eso pasaría, se quitó su ropa interior, y luego se sentó a horcajadas sobre mi cara. Separó ella misma los pliegues de su sexo, mientras yo veía fascinada la humedad que se escurría de su interior. Sin pensarlo, introduje mi lengua, necesitaba saborear aquel líquido que yo había provocado. Sujeté con firmeza sus glúteos con mis manos, porque así podía controlar sus movimientos. Escuchar a Valentina gemir era muy excitante, me encantaba sentir cómo mi cara se mojaba a causa de ella. Me tardé un poco más en saber cómo le gustaba, pero ella misma me ayudaba con palabras, haciendo mi labor mucho más fácil. Me encantaba la sensación de sujetar su trasero y en más de una ocasión los estrujaba, era muy suave y esponjoso. Perdí completamente la noción del tiempo, lo único que me importaba era complacerla con mi lengua. En algún momento los gemidos se hicieron más intensos al igual que el inevitable movimiento de sus caderas, para finalmente llegar al clímax y desplomarse a mi lado en la cama.

Aquello había sido intenso y completamente natural, para mi sorpresa. Las cosas habían fluido muy bien entre las dos, y lo cierto es que aún quería más. Valentina me lanzó una mirada cómplice sonriéndome con satisfacción. Aquella sería una larga noche. Esta vez fui yo la que me abalancé sobre ella para besarla, necesitaba sumergirme aún más en su olor y sabor.

A la mañana siguiente, me despertó el sonido de mi teléfono, alguien me estaba llamando. Contesté automáticamente media dormida y era Carla. Me senté y recordé que estaba desnuda, en la cama de Valentina, mi cita a ciegas de la noche anterior. Mi amiga gritaba demasiado, me preguntó cómo me había ido. Valentina despertó y se volteó para verme, yo me quedé hipnotizada mirando sus pechos, eran hermosos. De pronto ya no tenía ganas de hablar con Carla.

—El lunes te cuento —dije antes de colgar.

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