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La cita


Durante mucho tiempo, sufrí de ansiedad social, o también conocida como fobia social. El estrés de tener que comunicarme con otros, de actuar según las expectativas de los demás, me sumergió en una depresión que alcanzó su clímax en mi adolescencia. Mi mamá fue la primera en notar que algo andaba mal, pero pensó que era cosa de la pubertad. Ella no comprendía lo asfixiante que podía ser estar en la escuela para mí, pararme frente a todos y sentir que hacía el ridículo mientras temblaba entera, sudaba y sentía la mirada acusadora de todo el salón sobre mí. Muchas veces me daban náuseas que me hacían perder horas en el baño. Fue un tiempo muy oscuro del que no me gusta hablar mucho, porque siento que revivir esas memorias me hacen volver a ser la chica insegura de aquel tiempo.

A pesar de todo, mi mamá logró ver estas señales y me llevó a varias terapias hasta que encontré a una terapista que me comprendió y ayudó a salir del hoyo en el que estaba sumergida. No fue un proceso fácil y agradable, porque el principal problema, el que nunca quise admitir, era que no me quería ni me aceptaba a mí misma. Mi mamá sí entendió eso, y si no fuera por ella, probablemente no habría seguido adelante, seguramente habría terminado suicidándome en la época oscura, como acostumbré a llamar a mi depresión en la adolescencia. Gracias a la terapia, pude reencontrarme a mí misma y saber qué era lo que me gustaba, es decir, pude comprender qué me hacía feliz. Pero esto tomó años de esfuerzo, algunas veces tropecé y sentí que de nuevo me ahogaba en la oscuridad, por suerte contaba con mi mamá para recordarme todo lo que había logrado. Cuando decidí mudarme, ella lloró de felicidad, no porque quería que me fuera, sino porque se daba cuenta que yo era capaz de ser autosuficiente, de seguir mi propio camino sin importar lo que pensaran los demás, que no me rendí, que seguí luchando por mí.

Por todo esto, es que hoy es un día muy importante para mí. Hoy, por fin tendré una cita. Con una mujer de mi edad. Estoy muy nerviosa, ya que aceptar mi homosexualidad tampoco fue fácil, debido a que me generaba una gran inseguridad el hecho de no ser "normal". Salir del clóset fue duro, porque sentí que sólo lograba decepcionar una y otra vez a mi mamá. Pero sorprendentemente, ella fue comprensiva conmigo, me dijo que me amaría sin importar mis gustos, que siempre estaría para mí. Estoy segura que, si algún día tengo novia, podré presentársela sin miedo a ser rechazada por ella.

Sin embargo, nada de esto logra calmar mis nervios. Aunque me repito a mí misma todo el tiempo que todo va estar bien, siento unas ganas enormes de cancelarlo todo y salir huyendo. Pero, supongo que debería confiar en mi amiga, y salir con quien sea que me recomendó.

Es maravilloso haber conservado al menos a mi amiga Carla, ya que ella me ha apoyado en varias ocasiones sobre todo después que empezamos a trabajar en el mismo lugar. Ella es heterosexual, pero siempre bromea que por mí se haría lesbiana. Cuando le conté que antes sufría ansiedad social una noche de borrachera, se le metió en la cabeza la idea de que me ayudaría a conseguir "al amor de mi vida". Por supuesto que yo me reí y no la tomé en serio, pero ella hablaba con sinceridad. Desde entonces, vivía preguntándome por cómo me gustan las mujeres, qué haría interesante y atractiva alguien para mí, como también cosas físicas que me avergonzaban mucho. Una vez que se cansó de sacarme información, llegó un día viernes diciéndome "te tengo una cita".

Y de pronto había llegado el día de la cita. Volvía a ser viernes, y como era fin de mes, la ciudad nocturna estaba bastante concurrida y animada. Había acordado un local con ella, su nombre era Valentina. Habíamos conversado muy poco por whatsapp, porque no sabía sacar algún tema de conversación, por lo que tenía la sensación de que la cita estaba destinada al fracaso. Ya era casi hora de salir, y por fin había decidido qué ropa ponerme, después de estar alrededor de dos horas envuelta en una toalla.

Llegué al local unos minutos antes de la hora acordada, esperé afuera en la entrada como habíamos acordado. Una parte de mí sentía pánico de que la dejaran plantada, mientras que la otra pensaba en que tener una cita era una mala idea, que el lunes sin falta iba a cachetear a Carla. Mientras divagaba no me di cuenta que alguien se acercaba a mí, con un ligero sonido de tacones.

—Hola, soy Valentina, ¿tú eres Camila?

Abrí la boca para contestar, pero opté por asentir con la cabeza. Ella había venido con un vestido ajustado negro hasta las rodillas que la hacía ver sensual, unos tacones bajos y cómodos, mientras que yo venía con unos jeans negros, una blusa blanca y una chaqueta de cuero negra, y además se me ocurrió venir con zapatillas. Vestíamos prácticamente de forma opuesta y casi parecíamos un cliché lésbico. Pero lo peor, es que era demasiado atractiva para mí, me daba demasiada vergüenza salir con alguien tan guapa, sentía nuevamente que no era suficiente. Su cabello castaño caía sobre sus hombros resaltando su rostro de tez blanca, y no podía dejar de mirar su boca contorneada con un suave rojo. Ahí detuve mi mirada, tragué saliva, porque por primera vez en mi vida, sentí el impulso de querer dar un beso. Para quitarme esa sensación, decidí mirarla a los ojos. Fue mucho peor. Sus ojos oscuros eran hipnotizantes, me hacían olvidar momentáneamente dónde estaba parada. Lo único que me salvó fue ella misma, cuando desvió la mirada hacia el interior del local.

Pedimos pizza y unas cervezas para acompañar, o mejor dicho, ella escogió una pizza y pidió algo de beber, ya que yo apenas logré articular un "elige tú mejor". Cuando se fue el mesero se produjo un silencio incómodo que no era capaz de romper. Seguía repitiéndome que aquello había sido una mala idea, mientras fijaba mi mirada en el servilletero de la mesa.

—Tengo que reconocer que pareces más sexy en persona que por foto— soltó de pronto ella, haciendo que me ruborizara de inmediato y alzara la mirada. Su cara demostraba la picardía con la que intentaba llegar a mí con palabras.

—¿Qué?

Estaba demasiado impactada, nunca esperé en mi vida que alguien me encontrara sexy, menos aún en la primera cita.

—No me digas que no te has dado cuenta. Eres preciosa. Y tu actitud de cachorrito te hace más adorable todavía.

Si antes me había ruborizado, ahora parecía un tomate echando humo, si eso era posible. Ella era demasiado directa. A pesar de que claramente estaba avergonzada, su actitud descarada me encantaba. Lo malo es que no era capaz de articular más de tres palabras todavía, tenía la esperanza que el alcohol aflojara mi lengua. En ese momento volvió a aparecer el mesero con el par de cervezas, avisándonos que en breve traería la pizza. Le agradecí infinitamente y tomé un largo trago, necesitaba ser capaz de hablar con esa mujer.

—No sé por qué estás tan nerviosa, no es para tanto mujer, es sólo una cita.

Entonces, de algún lado reuní valor para contestarle, aunque no fue la mejor respuesta para darle.

—Es la primera vez que tengo una cita.

Me arrepentí inmediatamente después de pronunciar las palabras. No era necesario humillarme de ese modo. Pero me tranquilizó ver la genuina cara de asombro de Valentina.

—¿De verdad? —yo asentí con la cabeza— no te puedo creer. Es que de verdad te veo y pienso que debes tener varias personas detrás de ti.

—No... es que, yo, en realidad, no soy buena socializando.

—Entiendo.

Tomó un trago de su cerveza, mirándome fijamente, lo cual, por alguna razón, me pareció tremendamente sexy. De nuevo estaba mirando su boca y deseando probarla, no entendía qué me pasaba. Toda ella parecía estar coqueteándome, y yo no hacía más que portarme como una babosa. Así que me aclaré la garganta para buscar algún tema de conversación decente.

La conversación comenzó a fluir mejor una vez que llegó la pizza y comenzamos a comer. Hasta ese momento, no había notado que tenía hambre, por lo que rogaba al cielo que el alcohol no me "tomara" tan rápido. Pedimos otras dos rondas de cervezas, y cuando estábamos acabando la segunda, me interrumpió de forma abrupta.

—Sabes, mi casa está cerca, y podemos seguir tomando ahí, ¿vamos?

—Claro, no hay problema —respondí sin pensarlo mucho.

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