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~Zona de lectura~
Tony frunció el ceño, tratando de retener los mensajes de Pepper.
Apenas había conseguido sentarse en la cama, hallar su celular entre los cajones de la mesita de noche que estaba al lado. Que no pudo entenderlos, menos contestarlos. Se sentía desorientado y excesivamente mareado, su cabeza le estallaba y el resto de su cuerpo lo notaba receloso consigo mismo -como si hubiera dejado de ser suyo y ahora le perteneciera a otro.
Frotó sus ojos, ansioso por deshacerse de esa ensoñación que lo adormecía. Sin embargo, las sábanas con la que había estado envuelto tenían un aroma demasiado familiar. Uno que lo hizo recostar nuevamente, no pudiendo resistirse a esas feromonas. No cuando le ofrecían serenidad, seguridad y una tregua a su resentido cuerpo.
Le resultaba extraño su necesidad por refugiarse en las sábanas, por abrazarlas y hundir su nariz para oler más de ese fresco y cautivante aroma a tierra mojada.
—Steve. —Ronroneó el nombre del dueño de aquel aroma, jurando cómo sus fuertes y enormes brazos lo sujetaban por la cintura y con su calidez nublaba su mente a medida que percibía con mayor fuerza esas peligrosas feromonas.
Estaba jodido, demasiado.
Una marca recién hecha yacía por debajo de su nuca, la responsable de su inusual estado.
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~Tres días antes~
Tony divisó a Stephen en la recepción de su oficina, sus manos se movieron inquietas y su corazón latía con el doble de rapidez. Podría jurar en ese instante que sufriría de un infarto y no estaba seguro de acusar a Stephen o a Steve.
Quizás debería ir contra el segundo, contra el alfa dominante que aparentemente le había ocultado varias facetas suyas. Porque precisamente por esa razón, él no sabía qué esperar cuando se encuentre con Strange.
El miedo por una mala reacción de Rogers estaba presente, no lo negaría.
La irracionalidad que le mostró la noche anterior justificaba su sentir, que se había propuesto evitar el roce entre ambos alfas. Por lo que no pudiendo detener a Strange de venir a Stark Industries, se aseguró de que lo hiciera primero. Solo para despedirlo tan pronto como arribó, colocando excusas absurdas para posponer la invitación del almuerzo.
Stephen no se quejó; por lo contrario, fue comprensivo y gentil. Lo que terminó siendo peor para el beta.
—Entonces nos vemos el domingo. —Propuso Strange, mientras se giraba e interrumpía el avance de Tony -quien no había dejado de mirar con nerviosismo las puertas del ascensor.
—Sí, el domingo. —El beta se esforzó por darle una sonrisa sincera, por no apartarlo cuando se acercó a dejar un beso en su mejilla.
Tenía que relajarse, Stephen ya estaba por irse y Steve no llegaba.
No había motivo para preocuparse, para temer algún enfrentamiento. Así lo había creído, hasta que las malditas puertas del ascensor se abrieron y miró a Steve salir de ellas.
Esos intensos ojos azules lo inmovilizaron, especialmente cuando pasaron del desconcierto a ese enojo desmedido que aprendía a reconocer. Tony quiso apartar instintivamente a Strange, mas concluyó que ya era en vano. Los había visto, Steve siguió el afectuoso beso y abrazo del alfa de menor rango y era lo mejor.
Así Rogers entendería sus nuevos límites, empezaría a aceptar que no sería el único en su vida -que ahora estaría Strange y que tomaría un lugar tan o más importante.
Así lo ocurrido la noche anterior no se repetiría, tontamente lo pensaba sin prever que Steve había desistido de su autocontrol, liberando sus feromonas tan agresivas y salvajes como el beta lo recordaba. Que Stephen no pudo ignorarlas, no si éstas eran la implícita invitación a un desafío.
Ambos alfas rechazaron cualquier oportunidad de ser presentados, esto principalmente por Rogers. El dominante hizo de su aroma insoportable y tóxico, con la entera intención de amedrentar el lobo de Stephen -ese que jamás podría compararse al suyo. Sin embargo, Strange no era un oponente débil. Pese a ser de menor rango, supo mantener la cabeza en alta e imitar sus acciones.
La promesa de un enfrentamiento más bruto y sangriento se iba a convertir en una realidad con cada paso que los alfas daban, de no ser por Tony.
— ¡Carajo! —El beta sintió cómo el calor lo dominaba, cómo la respiración le comenzaba a faltar y cómo sus piernas se volvían inestables.
Le estaba sucediendo lo mismo que la noche anterior, pudiendo deducir que recepcionar las intensas feromonas de Steve eran su debilidad. Lo que no debería suceder, no con un jodido beta. Tony tuvo que retroceder y sujetarse del sillón que había en recepción para no caer.
Sin embargo, cada rincón estaba impregnado por el infernal aroma de Steve. Que no pudo sostenerse más, el calor se intensificaba y sus piernas temblaban más.
—Steve. —No necesitó llamarlo dos veces, el alfa dominante ya lo tenía en sus brazos y amenazando a Strange de querer intervenir.
El juicio de Tony se desvaneció, dejándolo a merced de ese deseo por solo tener a Steve.
Por solo sentirlo a él, a su aroma y a su cuerpo.
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—Te atrapé, Tony. —Susurró Steve, mientras acariciaba el precioso rostro del quien sería su beta hoy y siempre. —. Nunca escaparás de mí.
Su seguridad versaba por haber logrado lo imposible: desatar el celo en un beta y haberse enlazado con él. Que nunca había estaba más agradecido con su propia casta, que teniendo a su preciado Tony durmiendo profundamente en el improvisado nido que armó para pasar sus días de necesidad.
Porque las palabras o explicaciones sobraban, sus lobos se habían reconocido y reclamado mutuamente. No queriendo ser de otros y así él se encargaría de que perdure, sintiendo irónicamente una mínima lástima por el desafortunado Stephen Strange.
Jamás tuvo una verdadera oportunidad, Tony siempre fue suyo.
Steve repasó con sus dedos las marcas que dejaron sus besos y sus propias uñas sobre el hermoso cuerpo de su beta. Los recuerdos de cómo las dejó llegaban, haciendo crecer aún más el deseo por volver a recrearlas. Pero debía ser paciente y cuidadoso, pronto su pareja se adaptará a su ritmo y serán libres de tomarse una y otra vez.
Esa certeza calaba bastante en él, porque nunca se cansaría de sentir a Tony, de probarlo.
Él había estado prendido por tantos años, conteniendo su anhelo desenfrenado. Que dejando atrás la estupidez de ser solo amigos, hacía de ese anhelo más ansioso.
Tal parecía no ser el único, un recién despertado Tony buscaba su calor. —Steve, Steve.
Su beta lo llamó con esa voz suave, todavía sintiendo los efectos de haber atravesado su primer celo.
—Aquí estoy, amor mío. —Respondió con la misma delicadeza, dejando que los brazos de su beta se enreden en su cuello y tiren de él para que le caiga encima.
Una risa se le escapó cuando su precioso beta empezó a hurgar en su cuello, seguramente en busca de más de su aroma. Lo que no le negaría, soltando así un puñado de sus feromonas. Atrás quedó esa esencia tóxica y enfermiza, ahora eran acogedoras y ciertamente adictivas.
Tony no pudo evitarse restregarse contra él, haciendo de su voluntad tan débil. Se suponía que este día dejaría descansar a su beta, que cuidaría de su cuerpo. Sin embargo, su beta parecía tener otra intención.
—Tómame. —Sus hermosos ojos almendrados reflejaban su deseo, uno que no podía serle indiferente.
—Hoy y siempre. —Prometió Rogers mientras se adueñaba de los labios de su beta.
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