Capítulo #9: ''Un portafolio, colores, y disculpas''
Sábado, 17 de diciembre de 2022.
Ravensbrook, Reino Unido.
Día 6 de 10.
Liam recuerda haber leído una vez un artículo en una revista, hace muchos años. El artículo se llamaba La vida en colores. Decía que la vida se puede representar en colores; depende del enfoque que una persona en particular le dé: negro si se vive en la amargura, morado si se vive de los recuerdos, amarillo si se lucha y verde si se espera. Que la vida es una acumulación constante de la explosión de dichos colores, el resultado de las experiencias. Esto, al ojimiel, en un inicio, le pareció la estupidez más grande que alguna vez había leído en su vida.
¿La vida vista en colores? ¿Era eso siquiera posible? Jamás había creído en los matices. Para él, todo era blanco o negro; todo lo demás fuera de eso era fantasioso, una consecuencia del uso excesivo de lo que conocemos como imaginación.
Y en el caso de que pudiesen existir dichos matices, estos tendrían que estar perfectamente organizados, estructurados. Uno tendría que ser secuencial del otro y no podrían entre sí aplastarse. Porque, de poder hacerlo, deja de ser perfecto, deja de ser coherente, deja de tener sentido. Y para Liam Harper, todo tenía que tener orden y sentido; de lo contrario, todo sería igual que la temática del mural que accedió a pintar: una explosión incoherente de emociones.
Desde que regresó a Ravensbrook y conoció a Emma, no ha podido sacarse aquel artículo de la cabeza; porque, de alguna manera, puede asociarlo al Liam que últimamente parece estar saliendo a la superficie. Aquel que fue en algún punto de su vida, uno en el que la idea de un arcoíris sin control sobre la vida no le habría sonado tan descabellada.
Se pregunta entonces si la percepción que ha tenido con respecto a su vida los últimos años no ha sido más que errónea; más que una forma de protegerse de sentir, de volver a salir lastimado. Es lo que piensa ahora, estando frente a su padre por primera vez en muchos años, porque el ambiente parece ser una explosión de un montón de emociones pasando del crudo negro de la amargura a un verde de esperanza para volver a una especie de rojo mezclado con azul: decepción.
La tensión en el ambiente es palpable y ninguno de los dos es capaz de articular una oración coherente; ni siquiera Emma, que sigue parada junto a su padre, parece saber qué decir.
Se limitan a mirarse con extrañeza, con dolor, con... ¿amor? Porque es cuando Liam lo entiende: no se puede tener tanto rencor o lo que crees que es odio contra alguien sin sentir algo más allá. Porque si eres capaz de sentir decepción, es porque esa persona te importa. Y Arthur Harper no fue siempre un mal padre. No, no; hubo una época en la que solía ser uno muy bueno, de esos que ves en las películas y dices: "Ojalá pudiera tener uno así".
Los ojos del anciano se cristalizan y Liam lucha contra los suyos, que se encaminan al mismo destino. Entonces, es Arthur quien rompe el silencio:
—No pensé que vendrías. ¿Qué te trae por aquí? —hay una punzada de esperanza en su voz, una que a Liam no le pasa desapercibida.
Liam siente una rabia inesperada al percibir ese tono. Porque no, Arthur no merece sentirse esperanzado; no después de todo lo que los hizo pasar.
—Estoy aquí porque Emma tenía que venir; no iba a dejarla venir sola. Es eso y solo eso, nada más. Ahora, si me disculpan, debería intentar hacer un par de llamadas. —Y rompiendo el contacto visual con su padre, sale a zancadas de la habitación, dirigiéndose a quién sabe dónde.
Dentro de la sala, la ojiverde ve con tristeza la dirección en la que ha desaparecido el pelinegro. Luego, escucha la voz devastada del hombre junto a ella:
—Jamás podrá perdonarme; y en verdad, no lo culpo. Me lo merezco.
—Yo no daría la batalla por perdida todavía, Arthur —responde, con una extraña calma—. Pero hay cosas que requieren tiempo.
—Tristemente —comenta el anciano, tomando un vaso de agua para pasar los medicamentos que le corresponden—, es algo de lo que me estoy quedando sin.
Un rato después, Emma camina alrededor de la casa, buscándolo. Finalmente, lo encuentra sentado en una silla en la mesada de la cocina, con la vista puesta en el teléfono. Al escuchar el movimiento, Liam levanta la vista y al verla aparecer, le dedica una media sonrisa.
El corazón de la ojiverde la traiciona, latiendo con una verdadera ferocidad contra su pecho.
—Tu padre dice que podemos usar el cuarto de Sara. Dice que está limpio y hay un par de colchones extra para los niños cuando se quedan a dormir —murmura Emma, acercándose a él; una de sus manos se levanta y se mezcla entre los mechones pelinegros; acariciándolos. Liam suelta un suspiro y asiente lentamente, levantándose.
Emma busca dar la media vuelta, para dirigirise al pasillo, pero Liam la detiene tomándole la mano. Y puede ser por un impulso estúpido de ese corazón que empieza a sentir cosas extrañas, pero jalándola con suavidad, la acerca hacia él, colocando ambas manos en su caderas, envolviéndola en un abrazo. Al hacerlo, deja caer un beso en su cabeza, transmitiendo una calidez que a la ojiverde le pareció podría hacer explotar la habitación.
—Lamento que hayas tenido que presenciar esa escena con mi padre —susurra Liam en su oído, con un tono cargado de cariño y vulnerabilidad.
Emma sonríe sin poder evitarlo, refugiándose en el abrazo mientras se acostumbra al aroma familiar de Liam. Sus dedos se enredan en la tela de su camisa, como si quisiera aferrarse a ese momento.
—A mí me pareció que no salió tan mal —responde, con un toque de ligereza en la voz.
—Ahora estás siendo condescendiente —dice Liam, alzando una ceja con incredulidad, aunque una pequeña sonrisa se asoma en sus labios.
Emma se ríe, un sonido breve pero auténtico.
—Quizá deberías considerar hablar con él —sugiere ella, recuperando algo de seriedad—. Ya estás aquí; no tienes mucho que perder.
Liam la mira por un momento, con dudas en sus ojos. Sus dedos juguetean con un mechón de su cabello.
—No estoy seguro de que eso vaya a cambiar nada, Em.
—Puede que no, o puede que sí. Nunca lo sabrás si no lo intentas.
Liam la observa con intensidad, como si estuviera buscando algo en su mirada. Finalmente, deja escapar un suspiro y murmura, con una mezcla de miedo y admiración:
—¿Por qué siento que haría cualquier cosa por ti? Eso me asusta.
—Lo sé, a mí también. Pero esto no lo hagas por mí, capitán. Esto es por ti —dice Emma, acariciando suavemente su rostro.
Esas palabras, tan parecidas a las de Betty, resuenan en su mente. Tal vez, después de todo, hay algo de verdad en ellas.
Liam suelta una risita seca, pero su mirada se suaviza.
—Más tarde —dice, soltándola un poco, aunque sin dejar de mirarla—. Por ahora, vamos a acomodar todo para dormir.
Emma se deja caer suavemente en la cama de Sara, mientras Liam termina de acomodar un colchón en el suelo.
—Deberías tomar la cama, yo estaré bien aquí —dice él, arrojando una almohada sobre el colchón improvisado.
Emma lo mira con una ceja levantada, claramente divertida.
—¿En serio piensas que voy a dejar que duermas en el suelo mientras yo me adueño de la cama? —responde con una sonrisa—. Comparto, Li, no seas terco.
—No voy a discutir contigo, Em. Dormiré en el colchón —responde con una ligera risa, mientras niega con la cabeza.
Emma sonríe, dándose por vencida: —De acuerdo, capitán.
Después de unos momentos en silencio, Emma nota algo en la mirada de Liam. Algo entre nostalgia y duda.
—¿Todo bien? —pregunta, inclinando ligeramente la cabeza.
—Sí, solo... hay algo que no puedo sacarme de la cabeza —admite, pensativo—. Justo al salir del cuarto de Sara vi una puerta que no he cruzado en...¿unos quince años? Mi habitación, la que dejé cuando me mudé a los dieciocho.
Emma se incorpora, intrigada.
—¿No has entrado desde entonces?
Liam niega con la cabeza, como si no terminara de entender por qué él mismo ha evitado ese lugar durante tanto tiempo.
—Por lo que Sara me ha dicho, papá no ha vuelto a tocarla. Debe seguir exactamnte igual como yo la dejé; y en realidad, dejé casi todo atrás. No podía esperar para poder salir de aquí —explica, con un tono de voz que revela más de lo que él mismo quiere admitir.
—¿Vamos a verlo? —sugiere Emma suavemente.
Liam duda por un momento, pero luego asiente. Juntos salen al pasillo y se detienen frente a la puerta. La madera envejecida cruje cuando gira el picaporte, y al empujarla, se encuentran en una habitación donde el tiempo realmente parece haberse congelado. Los pósteres, los libros en los estantes, y sobre todo, el caballete vacío en la esquina. El pelinegro se queda ahí algunos segundos, contemplando; y por un momento, ahí se vio, sentado justo aquella ventana, pintando cualquier cosa, con aquel estúpido sueño de convertirse en artista algún día. Entonces lo piensa; si todo sigue igual, eso debe estar justo donde lo dejó tantos años atrás. Camina cerca de su cama, y agachándose tantea un poco, hasta que lo encuentra: un viejo portafolio cubierto de polvo. Lo saca con cuidado y se sienta en el suelo junto a Emma.
—Este portafolio es de cuando tenía quince años —explica mientras lo abre, revelando bocetos y pinturas cuidadosamente guardadas—. El que el Señor Taylor me ayudó a armar, para cuando pensaba aplicar a la Facultad de Arte en Londres. Nunca lo envié.
Emma ojea los dibujos con admiración. Son una mezcla de paisajes, retratos y escenas que capturan la sensibilidad de un joven artista con una habilidad natural. Todos llenos de muchos colores, como si pudieran explotar entre sí.
—¿Por qué no lo hiciste? —pregunta Emma, conociendo en parte la respuesta pero dándole espacio para que él lo diga.
Liam respira hondo antes de responder.
—Porque todo se derrumbó. Después de perder a mi madre, y con mi padre sumido en la bebida, alguien tenía que cuidar de Sara. De repente, la pintura se convirtió en un lujo que ya no podía permitirme; también algo a lo que ya no me sentía movitado a hacer. Cada vez que intentaba dibujar algo, todo lo que sentía era vacío. Dejó de ser un refugio y empezó a ser un recordatorio de lo que había perdido. Así que lo dejé.
Emma escucha en silencio, sus ojos fijos en los de Liam, comprendiendo cuán profundo fue el quiebre en su vida.
—Es como si hubiera una línea muy clara entre el Liam que pintaba y soñaba con ser artista, y el Liam que tuve que convertirme después de eso. He pasado veinte años siendo otra persona, persiguiendo lo que pensé que era el éxito. Pero, ahora, acá en el lugar que solía ser mi hogar, pienso que a lo mejor podría haber llevado la vida de manera diferente de habérmelo permitido.
Emma cierra el portafolio y coloca su mano sobre la de él.
—Liam... nunca es demasiado tarde para ir tras lo que quieres, para ser feliz. Volviste a pintar, eso ya es un paso enorme. Te estás dando una segunda oportunidad. Quizás es el momento de reconciliarte con esa parte de ti que dejaste atrás.
Liam la mira, sorprendido por la claridad con la que ella pone en palabras lo que él mismo apenas ha empezado a entender.
—Tal vez tienes razón —murmura con una leve sonrisa, sintiendo por primera vez en mucho tiempo un atisbo de esperanza. Emma coloca una cabeza en su hombro, y entrelazando sus dedos, se quedan así por un rato.
Finalmente, Liam vuelve a colocar el portafolio debajo de la cama, y con Emma, deciden volver al cuarto de Sara. Emma se acuesta en la cama, mientras Liam se acomoda en el colchón en el suelo. Sin embargo, alrededor de las seis de la mañana, se despierta sobresaltado, empapado en sudor por una pesadilla; sabe que no podrá volver a dormir.
Liam baja las escaleras con pasos silenciosos, sintiendo el frío del suelo bajo sus pies descalzos. Aún lleva el peso de la pesadilla que lo despertó, una más de tantas. Necesita un vaso de agua, algo que le despeje la mente. Sin embargo, al salir de la cocina, nota la figura de su padre sentado en la misma silla de antes, solo que ahora su mirada está fija en la ventana. Liam duda por un momento si debería acercarse, pero algo dentro de él lo impulsa a hacerlo.
—¿Tampoco puedes dormir? —pregunta con voz ronca por el sueño.
Su padre lo mira, con ojos cargados de cansancio y arrepentimiento.
—El insomnio no es algo raro en mí últimamente —responde, con una sonrisa triste.
Liam se sienta frente a él, con el vaso de agua entre las manos. El silencio se siente pesado, pero diferente al que han compartido en los últimos años. Finalmente, su padre suelta un suspiro tembloroso.
—Liam, yo... —comienza con la voz quebrada—. Tienes que saber que entiendo que no hay nada que pueda decir o hacer que cambie lo que ha pasado entre nosotros, lo que hice. Pero tienes que saber que lo lamento, que me pesa con el alma no haber sido el padre que Sara y tu necesitaban; porque les fallé, lo sé, igual que a su madre.
El peso de esas palabras cuelga en el aire; la familiar rabia emerge desde algún punto del pecho de Liam, pero en vez de dejarla salir, como normalmente lo haría, inhala y exhala un par de veces, intentando tranquilizarle. Sus brazos están tensos y su cabeza punza; toma de un trago del agua que le queda en el vaso, para luego apoyarlo en la mesa junto a él. Después de tantos años, sabe que esta es una discusión que ya no puede evitar, tiene que hacerle frente no solo al dolor más grande que ha experimentado; sino a recuerdos, que con desesperación no ha querido hacer otra cosa más que ocultar.
—No es solo que fallaste, papá; no, no es eso lo que más me pesa —responde Liam con voz baja, pero firme—. Es que te rendiste. Mamá estaba muriendo y tú te perdiste en el alcohol. Necesitaba que la cuidaras, estaba enferma y asustada; y tuvo que tragarse todo, todo papá, para cuidar de ti y tratar de hacernos sentir a Sara y a mí que todo estaba bien, aún cuando sabíamos que no era así. Te entendió, te amo a pesar de tu comportamiento de mierda; y vos ni siquiera pudiste estar ahí cuando murió. Mierda, papá. Te encontré desmayado frente al bar, en Nochebuena, cuando yo venía de ver morir a mi madre frente a mis propios ojos. Te rendiste, y fue precisamente porque te rendiste que Sara y yo no solo perdimos un padre, sino a los dos. Y no, no es justo —suelta una exclamación ahogada; las lágrimas comienzan a salir ya sin poder controlarlas —. Maldita sea, rompiste tantas cosas y ni te enteraste.
El rostro de su padre se contorsiona de dolor y culpa; y los sollozos escapan sin control, ya sin poder contenerlos. Las lágrimas abudan en el rostro de ambos Harper, sin ser ninguno ser capaz de detenerlas.
—Lo sé... —dice Arthur, con la voz rota; sostiene su pecho con ambas manos, como si doliera—. Lo sé, hijo, y me duele más de lo que puedo expresar. Nunca pude perdonarme por eso. Perdí a tu madre y a mis hijos por mi cobardía y egoísmo. Lo siento, lo siento tanto.
Liam respira hondo, tratando de contener sus propias emociones. Ver a su padre tan vulnerable y quebrado es algo que nunca imaginó sería capaz de afectarle; pero también sabe, que hay heridas que no sanan solo con disculpas. Así como también entiende, finalmete, lo que todos han querido decirle con el tener que perdonar por él, para sanar. Porque más allá de cualquier otra, esto lo continúa lastimando, constantemente. Liam, él, se sabotea a si mismo por todo lo que pasó veinte años atrás. Tal vez, solo tal vez las cosas podrían ser diferentes para él de tan solo soltar y aprender a ver las cosas de otra manera; si se permitiera, por primera vez en veinte años dejar colisionar todos esos colores que tiene la vida y en el proceso, no solo encontrarse él, sino también alguna especie de nueva relación con su padre.
—Yo sé que lo sientes —responde con un tono firme, pero menos cargado de resentimiento—. Y quiero poder perdonarte. De verdad lo deseo. Pero no puedo hacerlo de un día para el otro. Me llevará tiempo. Sin embargo, estoy dispuesto a intentarlo, a dar ese paso.
Su padre lo mira con ojos llenos de gratitud, asintiendo lentamente; levantando una de sus manos delgadas, las coloca sobre el hombre de su hijo.
—Gracias, Liam...te amo tanto hijo, te he amado siempre.
—Yo también lo hago papá —dice, apoyando una de sus manos sobre las suyas —. Por más que por años me haya esforzado en no hacerlo.
Arthur sonríe, con un extraño brillo en la mirada.
—He vuelto a pintar —comenta Liam, después de unos segundos—. Estoy haciendo el mural para la fiesta de Navidad.
—Eso me alegra mucho, hijo. Siempre fuiste talentoso. Me gustaría ver tu trabajo algún día... si tú quieres.
Y durante lo que parecen largos minutos, ambos hombres se quedan en silencio; contemplando en la ventana el amanecer que pelea con los últimos vestigios de la tormenta; y puede estarse imaginándoselo, pero detrás de los árboles, en la parte más alta de la montaña, una forma parecida al arcoíris parece sonreírle.
NA: ¡Casi casi llegamos al final! ¡Vamos Liam, vos puedes!
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