Capítulo #8: ''Un corazón acelerado, recuerdos lluviosos y papá''
Sábado, 16 de diciembre de 2022.
Ravensbrook, Reino Unido.
Día 6 de 10.
La casa se siente más grande, casi inmensa, sin las risas y el bullicio de los niños corriendo por todos lados. La quietud es incómoda para Liam, quien a pesar de estar acostumbrado al silencio y el orden en su vida en la ciudad, ha estado adaptándose a esta nueva rutina junto a sus sobrinos y Emma, rápidamente. Tal vez, demasiado. Ahora, el silencio resuena como un eco sordo en cada rincón de la casa.
Emma está en la cocina, preparándose una taza de té, mientras Liam permanece sentado en el sillón, observándola desde la distancia. El contraste de aquella quietud con la intensidad de los últimos días hace que ambos se sientan un poco fuera de lugar. Es como si, de repente, se hubieran quedado sin roles que desempeñar.
—Muy silencioso...¿no es cierto? —comenta Emma, rompiendo el silencio, sin apartar la vista del hervidor que apenas comienza a silbar.
Liam asiente, sintiendo la necesidad de decir algo, pero sin saber exactamente qué. Hay tantas palabras acumuladas en su mente, tantas emociones que no sabe cómo expresar, que se conforma con un simple:
—Sí, es raro.
Emma lo mira por encima del hombro, notando el ligero tono de extrañez en su voz. Es un lado de Liam que apenas ha visto, ese lado más humano, menos seguro de sí mismo. Con la casa vacía y sin las distracciones habituales, se da cuenta de que no quedan más escudos entre ellos, solo la verdad de lo que sienten.
El té está listo, y Emma se acerca con dos tazas. Le ofrece una a Liam y se sienta junto a él en el sofá. Por un momento, solo se quedan en silencio, tomando pequeños sorbos, como si estuvieran buscando las palabras adecuadas para llenar el espacio.
—La otra vez mencionaste que tenías un hermano que falleció, ¿no? —pregunta Liam, rompiendo el silencio—. Pero me pareció que dijiste que no era el único.
Emma asiente, su expresión se torna un poco más seria, pero con una mezcla de nostalgia en su mirada.
—Sí, Erick —dice, mirando hacia la taza antes de continuar—. Aunque en realidad éramos seis. Cuatro hermanos mayores, luego yo, y después Charles, el menor.
Liam se sorprende.
—Seis hermanos... ¡Vaya, eso es una familia grande! —comenta, interesado.
—Lo es —responde Emma, dejando escapar una pequeña risa—. Los mayores son Andrew y Niall; gemelos idénticos. Luego vienen Joseph y Erick, que también eran gemelos idénticos. ¿Extraño, no? Supongo que está en la familia.
—¿Gemelos en dos pares seguidos? Sí, definitivamente suena inusual.
—Luego llegué yo, un año después, y fui la única chica —continúa Emma, dejando la taza en la mesa—. Y finalmente, Charles, la "sorpresa hermosa" como lo llamaban mis padres. Yo ya tenía catorce años cuando él nació. Ahora vive con mi madre en Londres.
—Suena como que se llevan bien a pesar de la diferencia de edad.
—Nos llevamos, aunque él es como si fuera mi hijo en lugar de mi hermano. Cuando Charlie tenía un año, mis padres se divorciaron. Él se quedó con mi madre; mi padre se volvió a casar y se mudó a otro pueblo a dos horas de Londres. No se llevaban bien para nada, pero después de la muerte de Erick, de alguna forma volvieron a conectar. Ahora, más que nada por Charlie, mantienen una buena relación.
Liam asiente, comprendiendo mejor las dinámicas familiares que hay detrás de la personalidad de Emma. Luego, con un aire pensativo, comenta:
—Nosotros solo somos Sara y yo. Mis recuerdos de infancia y los primeros años de adolescencia son buenos, hasta que mamá enfermó y papá comenzó a beber. Desde ahí todo cambió... Ya no era la misma familia de antes.
Emma lo mira con una mezcla de comprensión y tristeza.
—Debió ser difícil para ti, para los dos —dice en voz baja.
—Lo fue —admite Liam—. A veces sentía que todo se desmoronaba y que nadie tenía respuestas. Yo solo era un adolescente tratando de entender un mundo que se deshacía a mi alrededor.
El silencio que sigue no es incómodo, sino lleno de un entendimiento mutuo. Ambos han compartido pedazos de sus vidas que, hasta ese momento, estaban ocultos tras barreras de sonrisas y chistes.
Liam suelta un suspiro, asintiendo ligeramente.
—Lo sé —murmura, con un tono que carga años de emociones contenidas; sin querer procesar—. Muchas veces llegaba a casa después de la escuela, cuando ya sabíamos que el diagnóstico de mi madre era terminal, que era solo cuestión de tiempo. La encontraba sentada en el sillón, con mi padre borracho recostado en sus piernas, llorando. Él debió ser un apoyo para ella, y en realidad ella terminó siéndolo para él. Ella decía que estaba bien, que a veces todos procesamos el dolor de manera diferente. Pero yo sabía que ella tenía miedo. Miedo al padre que nos iba a dejar cuando ella no estuviera. Y sé que intentó conversarlo con él, pero solo recibía promesas vacías como respuesta.
Emma lo mira en silencio, con los ojos llenos de una empatía sincera y profunda.
—No sé por qué te cuento esto —continúa Liam—, creo que en realidad nunca lo había hablado con nadie antes... Ni siquiera con Sara. Mi madre muere en Nochebuena, cuando yo tengo quince años y Sara ocho. La encuentro sin respuesta en la cama, estamos solos con ella. Mi padre ha salido a beber, de nuevo. Llamé a una ambulancia, y cuando finalmente llegaron lograron reanimarla, pero falleció en el hospital. Horas después, con Betty y los padres de Richard que habían venido a ayudar, porque no teníamos a nadie más, lo encontré tirado en el piso frente al bar cerrado, borracho a más no poder. Ese día, creo que algo terminó de romperse dentro de mí.
El silencio que sigue es denso, cargado de emociones y recuerdos que parecen reverberar en el aire. Emma, sin apartar la vista de él, se inclina suavemente hacia adelante y toma su mano. Su tacto es cálido, reconfortante, como si a través de ese gesto le ofreciera un refugio silencioso para sus emociones.
—No te lo estoy contando para que me tengas lástima —dice Liam, con la voz más áspera de lo que pretende, casi a la defensiva.
Emma lo mira a los ojos, y con una suavidad que desarma cualquier resistencia, le responde:
—Oh, cariño, sabes que no es lástima. Ni lo pienses. —Su voz es suave, pero firme—. Es solo que a veces necesitas dejar salir todo lo que has estado cargando solo. Lo que siento por vos no tiene nada que ver con lástima; es admiración, empatía... y, si me permites decirlo, un deseo de estar ahí para vos. Porque lo mereces.
Liam siente que algo en su interior cede, como si el peso de años de resentimiento y dolor se volviera un poco más ligero. Y eso lo causa ella, nadie más que ella. Emma lo mira con esos ojos llenos de sinceridad, y él sabe que no está mintiendo ni adornando la situación. Ella lo comprende de una manera que muy pocas personas lo han hecho.
De repente, Liam suelta un suspiro y baja la mirada, sacudiendo la cabeza con una mezcla de resignación y algo de tristeza.
—Soy demasiado viejo para vos, Em —dice, casi en un susurro, como si fuera un hecho inevitable.
Emma entrecierra los ojos y, sin soltar su mano, lo mira con una determinación que no permite réplica.
—Dejame a mí ser quien determine eso —responde con firmeza, pero con un toque de dulzura.
Lentamente, sin romper el contacto visual, Liam lleva la mano de Emma hacia sus labios y la besa suavemente, como lo hizo la noche anterior en la cocina. Luego la mira con una mezcla de gratitud y vulnerabilidad. Liam Harper se siente vulnerable y eso lo aterra.
—Eres increíble —murmura.
Emma sonríe, inclinándose un poco más hacia él.
—No tanto como vos creés —dice con una tímida sonrisa, acercando sus labios a los suyos.
Sus rostros están tan cerca que pueden sentir el calor de sus respiraciones. El momento está cargado de una atracción palpable pero también de una conexión profunda mezclada con sus propios miedos.
Finalmente, sin más palabras, Liam se deja llevar. Sus labios se encuentran en un beso lento y lleno de significado, una mezcla de alivio, anhelo lo desbordan, llevándolo a las placenteros de los lugares; uno, que empieza a entender, solo existe con Emma.
El beso es largo e intenso; de esos que es casi imposible desprenderse, que, cuando finalmente lo hacen, ambos están sin aliento. En el silencio, tan solo se escucha el jadeo constante de sus respiraciones, intentando volver a la normalidad. Es Emma quien rompe el momento, con una risa suave y una mirada cómplice.
—¿Todavía creés que sos demasiado viejo para mí? —pregunta, divertida.
Liam sonríe, atrayéndola hacia él. Emma cae sobre su pecho, unidos en un tierno abrazo.
—Probablemente —responde el ojimiel, pero esta vez su voz lleva un matiz de juego, no de duda—. Pero, por ahora, voy a dejarme llevar.
Emma se acomoda sobre él, su rostro descansando ante lo acelerado de los latidos del hombre.
—Suena como un buen plan, capitán.
Un par de horas después, Emma toca la puerta de la habitación de Liam, donde él ha estado inmerso en su trabajo durante la última hora y media.
—Adelante —se oye su voz desde el otro lado.
Emma abre la puerta con cuidado y lo encuentra rodeado de una pila de papeles perfectamente acomodados en distintos sectores de la cama, con la laptop abierta y el teléfono en la oreja. Lo observa unos momentos, admirando su capacidad para gestionar múltiples tareas a la vez con una fluidez casi natural. Se pregunta cómo alguien puede ser tan competente y, al mismo tiempo, tan enigmático.
Finalmente, Liam cuelga la llamada con una suavidad que Emma encuentra sorprendente, casi tierna.
—Dime —dice Liam, con un tono que ella apenas había oído antes en él, una ternura que apenas seis días atrás parecía inimaginable.
Emma siente una mezcla de emociones que le resulta difícil de describir, y eso le resulta inquietante. La intensidad con la que su corazón late a veces cuando está cerca de él es abrumadora, generando un miedo sutil: cómo alguien que recién conoces puede hacer latir tu corazón a velocidades inimaginables.
—Quería decirte que he dejado un poco de pastel de vegetales en el horno. Lo preparé para ti. Prometo que limpié todo, así que no tendrás que lidiar con mi desastre.
Liam suelta una carcajada y asiente con una sonrisa.
—Gracias, Em, lo aprecio.
Emma asiente, devolviéndole la sonrisa. Una bandada traicionera de mariposas recorre su estómago con una velocidad avasalladora.
—¿Te vas, entonces? —pregunta Liam, con una curiosidad genuina.
—Tengo que ir al centro comunitario. Me esperan para algunas actividades. Aprovecho que los chicos no están hoy para adelantar algunas cosas para las fiestas.
Un fuerte trueno retumba en el aire y, en seguida, empieza a llover.
—¿Caminas hasta allá? —pregunta Liam, con una expresión preocupada.
Emma asiente.
—Sí, son solo unos veinte minutos a pie. Espero llegar antes de que se ponga peor.
—¿Quieres que te lleve? Podemos ir en el auto de Sara —ofrece Liam, sorprendiéndola con la propuesta.
—¿No tienes que trabajar? —pregunta Emma, levantando una ceja.
—Ya he adelantado bastante. Además, estoy algo atrasado con el mural. Si quiero terminarlo antes de irme la semana que viene, tengo que darme prisa.
—Oh, ¿te irás la semana que viene?
Liam asiente.
—Sí, después de que Sara vuelva. Tengo mucho trabajo pendiente.
—¿Antes de las fiestas?
—Nunca fue el plan quedarme para las fiestas —responde Liam, con un tono que denota determinación y cansancio, como si el tema no fuera nuevo para ella.
Emma asiente, comprendiendo la decisión de Liam, pero también sintiendo una pizca de frustración. Había esperanzas de que él pudiera quedarse para las fiestas, pero ahora entiende que eso era más fantasía que realidad. Todavía quedan algunos días, tal vez haya una manera de convencerlo.
—Bueno, entonces aceptaré que me lleves, pero con una condición —sugiere Emma, con una sonrisa suave.
Liam levanta una ceja, intrigado.
—¿Cuál? —pregunta, levantándose de la cama y estirándose.
—Que lleves una porción del pastel de vegetales para el camino. Tienes que comer, y es de las pocas cosas esta semana que no he quemado y que es comestible.
Liam sonríe, asintiendo.
—De acuerdo.
Liam está trabajando en el mural del centro comunitario, con un plato de pastel de vegetales a su lado. Está concentrado en su tarea cuando entra Emma, visiblemente cansada pero con una sonrisa amistosa.
—Hola, Liam. ¿Cómo va el mural? —pregunta Emma mientras se acerca con una sonrisa cansada pero amistosa.
—Bastante bien. Este pastel me está dando energía —responde Liam con una sonrisa, mostrándole el envase vacío en donde estaba la porción de pastel de vegetales—. ¿Y tú, cómo vas? Vi que por allá hay un lote de luces navideñas para desenredar, tal vez pueda...
Pero Liam no puede terminar su oración; la puerta de entrada se abre de golpe, y la atención de ambos se centra en esa dirección. Una brisa gélida les recuerda lo duro del clima exterior. Una mujer empapada aparece tras ella; de unos cincuenta años y piel clara, escudriña la sala buscando a alguien. Sus ojos se posan en Emma, sonríe con alivio y se acerca casi corriendo en su dirección.
—¡Adeline! —exclama Emma, preocupada—. ¿Qué haces aquí en medio de esta tormenta?
Adeline, temblando de frío, habla con voz trémula:
—Emma, te estaba buscando. Fui hasta casa de Sara, pero no hay nadie; luego recordé que están de viaje. Toqué a tu puerta, pero tampoco estabas; entonces pensé que podría encontrarte aquí. Tenía que llevarle a Arthur sus medicinas nocturnas, pero mi hijo está enfermo con fiebre alta y no puedo ir. ¿Podrías llevárselas tú?
Emma toma las medicinas de Adeline, mirando a Liam. Después de un largo suspiro, explica:
—Adeline es la cuidadora de Arthur, contratado por Sara. Ada, él es Liam, el... —se detiene—. Un amigo.
Liam asiente en muestra de cortesía, todavía algo confundido; busca procesar la información.
—Un placer —dice Adeline rápidamente, antes de volver a mirar a Emma—. ¿Puedes? ¿Puedes? Sabes lo importante que es que se las tome, pero mi niñera no puede quedarse más tiempo, y sabes que es un trayecto largo...
—Sí, claro —la interrumpe Emma—. No te preocupes, yo me encargaré de eso.
Adeline le sonríe; nuevamente su semblante refleja alivio.
—Muchas gracias, Em. No sabes cuánto te lo agradezco. Me voy, tengo que ir a casa. Mañana a las nueve estoy donde Arthur. Gracias, gracias —dándole un rápido beso en la mejilla, y despidiéndose con la mano, se aleja.
Liam observa con creciente preocupación y, una vez que Adeline está lo suficientemente lejos como para escucharlo, se dirige a Emma.
—Esto es una locura con este clima —dice Liam, frunciendo el ceño—. La casa de Arthur está bastante arriba en la montaña. No deberías salir así.
Emma, mirando las medicinas con seriedad, responde:
—Arthur necesita estas medicinas esta noche para no descompensarse. No puedo dejarlo sin ellas.
Liam, agitado, se coloca ambas manos en la cabeza en señal de frustración. Luego toma una decisión:
—No puedo dejarte ir sola en estas condiciones. Es peligroso. Voy contigo.
Emma lo observa con ternura, visiblemente conmovida por su ofrecimiento, pero sabía que no podía permitírselo:
—Te lo agradezco, Li, pero no tienes por qué hacerlo. Sé que no has visto a Arthur en años, y no quiero que te veas forzado a...
—No es así; más allá de mis sentimientos hacia él, en este momento me importas más tú. Vamos, si es estrictamente necesario que el hombre tome sus medicinas ahora, es mejor ir ahora que podamos.
Emma duda por algunos segundos, escudriñando sus ojos color miel, buscando algún ápice de duda. Al no encontrarlo, asiente, agradecida. Ambos se preparan para salir del centro comunitario y enfrentarse a la tormenta.
La lluvia arremete con fuerza y el viento sacude el vehículo mientras Liam y Emma avanzan por el tortuoso camino hacia la casa de Arthur. El trayecto es peligroso, y Liam se mantiene enfocado en la carretera, preocupado por la seguridad de ambos.
Finalmente, llegan a la casa de Arthur. La vivienda, aunque modesta, ofrece un refugio del mal tiempo. Emma se baja del auto sin pensarlo y cruza el umbral con rapidez; la puerta normalmente está sin llave. En un pueblo tan pequeño como Ravensbrook, donde el crimen es prácticamente inexistente y el existente es algo de vandalismo por parte de algunos adolescentes rebeldes, la gente tiene mucha confianza entre sí.
Liam tarda un poco más en bajar del auto. Sus dedos, nerviosos, tamborilean sobre el volante al ritmo de las gotas de lluvia que caen desde el techo. Finalmente, tras dar una profunda bocanada, baja del vehículo.
Los primeros pasos los hace con seguridad, pero al llegar al umbral, se queda petrificado. Sabe lo que hay detrás: un mundo que conoce bien, pero del cual no está seguro de querer formar parte nuevamente. La lluvia azota con fuerza a su alrededor; sin embargo, es como si Liam ya no pudiese sentirla. Su cuerpo está sumido en los recuerdos: en las formas, olores y destellos de lo que alguna vez conoció, lo embriagan como si se tratara de una realidad.
Ha pasado una década desde la última vez que Liam pisó aquella casa. Lo recuerda bien, porque fue el día que Sara cumplió dieciocho años y salió para la universidad. Él había venido a ayudarla con las cosas para su mudanza y no se detuvo mucho en la casa, más que para subir un par de cajas en el auto. El cuarto que había sido suyo permanecía intacto, sin tocar, desde aquel día en que se fue y él llegó a la mayoría de edad. Se había jurado jamás volver.
Respirando hondo, Liam se dice que tiene que tranquilizarse. No puede permitir que esto lo afecte, no de nuevo. 'Recuerda, Liam', se dice, 'no puedes permitirte sentir todo eso de nuevo'. Y entonces lo hace, atraviesa el umbral.
Pocas cosas han cambiado en la casa de dos plantas con el paso de los años; si bien sabe por Sara que hace dos años habían pintado, los muebles y su distribución son los mismos que Liam recuerda de niño. Voces provenientes de la pequeña sala a su izquierda le dan una pista de dónde deben encontrarse, así que se dirige en esa dirección.
Lo primero que ve es el sillón verde reclinable, ese que siempre fue el favorito de su padre. Y luego lo ve a él, o tal vez a alguien que se parece a él, sentado sobre él. Aquel anciano delgado, de pelo canoso y ojos apagados, cubierto por arrugas, es muy diferente a la última imagen que Liam tenía de él. Todavía lo recuerda, al cincuentón que le rogaba a voces que lo perdonara, mientras él seguía sacando cajas de la habitación de Sara. El ojimiel no le había respondido ni una sola vez. Diez años después, su padre parece haber envejecido treinta.
Sara se lo había comentado, claro está. Pero Liam nunca había querido tener nada que ver con él directamente; se limita a enviarle algo de dinero a su hermana, para que pudiera pagar por sus atenciones y medicinas. Más por Sara que por el mismo Arthur, en realidad. Ahora que lo ve, se da cuenta de qué tan cierto es todo lo que le había permitido a su hermana contarle: a Arthur Harper se lo está llevando de a poco la misma enfermedad que había consumido a su madre.
—Va a estar complicado regresar hoy —dice Liam, mirando por la ventana—. Las condiciones están empeorando y la carretera está impracticable.
Emma asiente, comprensiva pero agotada.
—Parece que nos quedaremos aquí por esta noche.
Es entonces cuando Arthur Harper parece caer en cuenta de su presencia; voltea su vista hasta ese momento enfocado en Emma, para fijarlos directamente en su hijo; y Liam puede notarlo, el sinfín de emociones que atraviesan los nerviosos ojos marrones de su progenitor; como si la sola imagen del pelinegro frente a él fuese inclusive fantasmal. Como si no pudiese ser cierta.
—Liam —dice el anciano; con voz pesada y entrecortada.
—Hola, papá.
Liam deja escapar una especie de suspiro. La palabra 'papá' suena extraña en su boca; casi agridulce.
NA: ¡Falta poco para terminar! A lo mejor si llego a inscribirla en los Ambys. Finalmente Liam se reencuentra con su padre ¿cómo creen que termine eso? ¿Qué les parece cómo se va desarrollando la relación de Emma y Liam? ¿Qué plan creen que es este que continua elaborándose a espaldas del ojimiel?
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