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Capítulo #6: ''Un bollo de canela, recuerdos y... un beso''

Viernes, 16 de diciembre de 2022.

Ravensbrook, Reino Unido.

Día 5 de 10.

Dicen que los recuerdos tienen un poder implacable; casi estremecedor.  Pueden ser tan intensos que, en ocasiones, uno desearía desconectar, aunque sea por un instante. Para Liam, desconectarse se había convertido en un reflejo, algo que dominaba sin esfuerzo, casi sin darse cuenta. Pero desde que volvió a Ravensbrook, no solo han regresado las pesadillas; también ha vuelto esa vieja costumbre adolescente de sobrepensar todo hasta desgastarlo.

Apura el paso por la calle, el frío lo envuelve como una manta de hielo que le cala hasta los huesos. Se frota las manos dentro de los bolsillos, maldiciendo en voz baja. La conversación de la mañana con Emma se repite como una melodía pegajosa que no puede sacarse de la cabeza.

—¿Vienes con nosotros? —Emma lo había sacado de sus pensamientos con esa pregunta casual. Liam levantó la vista de la pantalla de la laptop y vio el reloj en la pared de la sala: las diez y media de la mañana. ¿Al centro comunitario tan temprano?

Los niños, abrigados y listos, lo observaban desde la puerta con ojos expectantes. Emma, con esa sonrisa serena que nunca pierde, le sostenía la mirada.

—¿Van tan temprano al centro comunitario? —preguntó, tratando de disimular la incomodidad que empezaba a treparle por la espalda.

—No, no. Iremos después, a eso de las dos. Primero pasaremos a ver a tu papá.

—¿Qué? —Liam sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.

—Sí, como todos los viernes. Sara y Richard suelen llevar a los niños un rato por la mañana. Albert ya suele tener listo el almuerzo para cuando llegan. Esta semana les dije que yo los llevaría.

—¿Van a ir a ver a mi padre? —repitió, con un nudo formándose en su garganta.

—¡Sí! —Harry, parado al lado de Emma, no pudo contener su entusiasmo—. El abuelo siempre hace la mejor tortilla de papa.

Liam sintió un pinchazo en el pecho, una mezcla de emociones; que llevaba tiempo dormida en su interior, parecía mágicamente despertarse, aturdiéndolo: todas igual de desgarradoras. Hubo una época, que en ese momento no parecía otra cosa más que un sueño en dónde pensar en su padre preparando su jugosa tortilla de papa lo llenaba de regocijo; la misma época en dónde todo era más sencillo, donde él junto con Sara tenían una familia, unida y amada. Tal vez, en realidad si se trataba de un sueño. 

—Creo que me quedaré.

—Liam...

—La respuesta es no, Emma —cortó, con la voz endurecida. Volvió a centrarse en la pantalla, pretendiendo estar absorbido en el trabajo—. Nos vemos en la tarde en el centro comunitario. Iré a buscar a los niños para que puedas encargarte de lo que tengas que hacer.

Emma abrió un poco los ojos debido a la sorpresa; no se esperaba un tono tan duro de su parte. Sin embargo, con los días ha aprendido a reconocer esas actitudes en el hombre de treinta y cinco años; cuando se siente acorralado. Por lo que suspiró, mientras un silencio incómodo llenaba el ambiente. Sabía que forzar la conversación no llevaría a ningún lado. Finalmente, tomó a los niños de la mano y comenzó a caminar hacia la puerta; antes de salir, se voltea y con baja le dice: —Nos vemos luego.

Mientras se adentra en Peebe's, la única panadería en el pueblo, a donde ha ido a buscar algo para almorzar; Liam continúa pensando en lo que percibió por leves segundos en la mirada de esos ojos verdes que tanto ha llegado a apreciar. No había querido ser duro, o bueno, si había querido hacerlo tan solo que no se quería sentir responsable al respecto. Y últimamente, más si ella está alrededor, no puede sentirse más que culpable por las consecuencias que a veces trae su fingida indiferencia.

Pero, la verdad es, que Liam intenta no pensar mucho en su padre. Y cuando dice que 'intenta no pensar mucho' es que en condiciones normales, nunca lo piensa. Es más, cuando dentro de su vida en la gran ciudad le han preguntado con respecto a sus padres, su respuesta instantánea es que es huérfano.

Porque de esa manera se siente, sentido, todos los días por los últimos veinte años. A pesar de que por años, Sara intentó convencerlo que las cosas eran ahora diferentes. Pero Liam ya no creía en falsas promesas, dejó de creerlas hace años: cuando su madre murió frente a él, y su padre no estaba en ningún lugar.

O, si estaba en un lugar. Borracho, tirado sobre la acera frente al bar, gritando un montón de incoherencias en NocheBuena. Es ahí donde Liam lo había encontrado en la madrugada; y la última vez que, además de que fuese algo que afectara directamente a Sara, le dirigió la palabra a su progenitor.

—¿Qué llevas jovencito? —Liam sale de manera abrupta de sus pensamientos; y al levantar la vista se encuentra de frente con unos dulces ojos grises, unos que reconoce al instante. Betty, quien solía ser su vecina de  al frente antes de mudarse más hacia el centro y cuidó de ellos el tiempo en que su padre estuvo en rehabilitación hasta que Liam alcanzó la mayoría de edad y se hizo responsable por Sara. — ¿Liam? —dice, reconociéndolo.

—Betty —responde, con un cariño que es extraño en su voz; además de cierta incomodidad. La mujer, que debe estar cercana a los ochenta años sonríe y sus ojos se tornan cristalinos, cuando dando la vuelta al mostrador se acerca para estrecharlo entre sus brazos. Liam tarda un par de segundos, pero finalmente corresponde el abrazo de la mujer que lo rodea con tanta fuerza por la cintura, como si no quisiese soltarlo nunca.

Al separarse la mujer parlotea un par de cosas sobre lo guapo que se ve y cómo debería cortarse un poco la barba, que lo hace ver un tanto descuidado. Le dice que Sara le había comentado el fin de semana anterior que él vendría, y que le alegra que finalmente haya venido a verla.

Liam se siente abrumado, mientras la mujer continua hablando; limitándose a asentir ante un par de cosas de las que dice. Inhala con profundidad, dejándose llenar por el olor de pan recién horneado, que le hace agua la boca; así como también del calor dentro del pequeño lugar. Lo recuerda: todas las veces que vino cuando era niño junto a su madre; a Betty y a su esposo fallecido John y la calidez de su recibimiento; una calidez que dejó de experimentar años atrás.  

—¿Y los niños? —pregunta Betty, cambiando de tema con la naturalidad; atrayendo la atención de Liam de vuelta a la realidad.

Liam aprieta los labios antes de responder.

—Fueron a ver a Arthur con Emma —dice con cierta tensión en la voz, evitando el nombre "papá", como si decirlo lo hiciera más real.

Betty asiente lentamente, como si esas palabras confirmaran algo que ya sospechaba.

—¿Y tú? —inquiere, con la mirada fija en él—. ¿Lo has visto?

Liam niega con la cabeza, sin necesidad de pensarlo. La idea de enfrentarse a su padre le provoca un rechazo instintivo. No tiene nada que decirle, ni nada que escuchar ¿Para que enfrentarlo? Si es tan sencillo continuar ignorándolo, como lo ha hecho ya durante tantos años.

Betty, sin decir más, se gira hacia el mostrador y saca un bollo de canela caliente, ese mismo que Liam adoraba de niño. El ojimiel intenta negarse pero ella insiste, y luego, tras desaparecer detrás hacia la cocina con un par de minutos, vuelve con un café humeante para él.

—Toma —dice con suavidad—. Te hará bien.

Liam observa el bollo y el café, sintiéndose un niño otra vez. Betty, lo acompaña hasta una de las pocas mesas que tiene el establecimiento para sentarse a comer; sentándose a su lado.  Con un suspiro resignado, toma un bocado del bollo, en su boca una explosión de sabores que lo hacen sonreír. Betty lo observa con una mezcla de ternura y tristeza antes de soltar la verdad que ha evitado decirle directamente.

—No le queda mucho tiempo, Liam.

El corazón de Liam se acelera un poco. Sabe lo que quiere decir, pero sigue resistiéndose a pensar en ello. No tendría por qué molestarse en hacerlo; no tendría porque...importarle.

—Sara lo comentó... un par de veces —admite con voz apagada.

Betty asiente de nuevo, acercándose un poco más.

—¿No crees que es hora de sanar también?

El rostro de Liam se endurece. La rabia contenida asoma en sus ojos mientras sacude la cabeza con determinación.

—Ese hombre no merece mi perdón.

Betty lo observa en silencio, evaluando cuidadosamente sus próximas palabras. Luego, con una calma casi maternal, le dice:

—Ay, mi niño querido... el perdón no es para él, es para ti.

Las palabras de Betty lo golpean con una verdad que ha intentado evitar durante años. Perdonarse ¿por qué tendría él que perdonarse?

—No sé si puedo —murmura, casi como un susurro, más para sí mismo que para Betty.

Ella lo mira con compasión, con esa sabiduría que solo quien ha vivido mucho puede tener.

—Puedes hacerlo, Liam. Solo necesitas darte la oportunidad de intentarlo.

El silencio que sigue es denso, cargado de todo lo que Liam ha reprimido por tanto tiempo. El aroma del bollo de canela y el calor del café le recuerdan que alguna vez hubo consuelo en Ravensbrook, que alguna vez para él fue un lugar del que no había necesidad de escapar, alguna vez fue su hogar. No se puede cambiar lo que pasó, las heridas ya hechas no pueden hacer otra cosa más que cicatrizar, y es la primera vez que Liam se pregunta si ha dejado que esta en particular cicatrice correctamente.

—Piénsalo —dice Betty suavemente—. No te pido que lo hagas por él, ni siquiera por tu familia. Ya Sara sanó lo que necesitaba sanar, mi amor. Esto, si decides hacerlo, hazlo por ti.

Liam no responde. Se queda mirando el café, perdido en sus pensamientos mientras Betty lo deja procesar en su propio tiempo. Las palabras de ella siguen resonando en su mente, pero aún no está listo para confrontarlas. Así que, como siempre, opta por el silencio.

Un rato después, cuando finalmente se levanta para irse, Betty le da un apretón suave en el brazo, transmitiéndole un apoyo incondicional.

—Gracias, Betty —logra decir al fin, con la voz rasposa.

Ella simplemente le sonríe con calidez.

—Siempre, cariño. Aquí estaré cuando me necesites.

Liam sale de la panadería, de vuelta al frío implacable de la calle. Se queda parado frente al umbral algunos minutos: pensando, considerando. Pero al final, no se dirige hacia la derecha, camino que lo llevaría a enfrentar cosas en su pasado. No, Liam se va hacia la izquierda; porque tal vez pueda huir de ello por un tiempo más.

El ojimiel tiene la mirada puesta en el pincel bañado de azul; para luego dirigir la mirada hacia el mural que intenta pintar. Ha logrado trabajar en todo el contorno, de manera que ahora solo rellenar.  Pintar ha logrado distraerlo, sin embargo, cuando se permite volver a concentrarse, las palabras de Betty aparecen como un eco persistente en su cabeza: ''Esto, si decides hacerlo, hazlo por ti.'' Pero...¿es acaso esto lo qué es mejor para él? No lo cree, al menos quiere evitar hacerlo; un nudo se forma en la boca del estómago mientras el pincel se mueve tembloroso sobre lo que es una caja de regalo. Liam aprieta la mandíbula y se obliga a contar hasta diez, apartando esos pensamientos; no pude perder el control, porque si lo hace, entonces no quedará nada.

Al final nadie se conoce mejor que él, y es solo él quien puede decidir qué es mejor para si mismo; por más que los demás crean otra cosa. Un viento gélido atraviesa en su totalidad el centro comunitario; una tormenta se acerca, de eso no le quedan dudas.

Liam se obliga a sumirse de vuelta en las formas y en los colores; permitiéndose desconectarse.

Pero entonces lo siente: el bullicio. El ruido característicos de voces infantiles, que ha empezado a reconocer estos últimos días. A su lado Harry y Peter llegan contentos, pidiendo ayudarle en su tarea. Por lo que Liam les entrega un par de pinceles y les indica una parque frondosa del dibujo que debe ir todos de verde. Los niños empiezan a pintar; concentrándose tanto en la tarea, que hasta Liam queda sorprendido.

—Pues me parece que está tomando forma. En verdad, eres un artista Li—comenta una voz a su lado, sorprendiéndole. Emma está parada a su lado con Ava en brazos; no le pasa por alto el uso de su diminutivo, pero también descubre que ya no le molesta tanto como suena.

Liam se encogió de hombros sin apartar la vista del mural. —Han habido mejores, Em, pero gracias.



El tiempo pasa volando. Liam siguió trabajando en el mural mientras Emma iba y venía, sin detenerse demasiado, ocupada en coordinar otras actividades. Cada tanto intercambiaban miradas o algún comentario, pero la conversación se mantenía superficial, interrumpida por los gritos de los niños y las instrucciones que Emma daba a los otros voluntarios. El centro comunitario va tomando forma, y Liam sabe por experiencia, que a medida que pase los días, parecerá salido directamente de una postal navideña.

La tranquilidad se ve interrumpida cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Y al no tener auto, tendrían que irse lo antes posible si querían llegar a casa antes de que se volviera torrencial.

—¡Vamos, chicos, tenemos que irnos! —grita Emma, en dirección a Liam y los chicos que seguían pintando. —Que hay que llegar a casa antes de que se ponga peor.

Liam la observa con admiración; cuando los niños pasan a su lado haciendo caso al instante. Con una energía contagiosa, los provee de sus respectivos abrigos; entonando una canción sobre la lluvia, mientras se dirigen a la salida. Luego, dirigiéndose hacia él de vuelta —¿Viene usted capitán? No podemos dejar atrás a parte del equipo.

—Claro, vámonos.

Mientras caminan de regreso bajo la lluvia, los niños corriendo adelante, ambos se mantienen en silencio, como si hubiese alguna especie de conversación pendiente flotando en el aire. El sonido de las gotas al chocar contra el pavimento hace que cada paso se sintiera más solemne, como si el clima estuviera creando la antesala para lo que vendrá.



De lo otro lado del pueblo, dentro de la pequeña panadería; una sombra recuesta un brazo en el aparador. Betty, con los ojos brillantes, asiente en su dirección: —Si, estuvo aquí. Tengo fe, si, si, tengo mucha fe.

Liam y Emma están de pie en la cocina. Emma revuelve una cacerola con lo que pretende ser sopa de pollo, tratando de preparar la cena para los niños y para él antes de irse. Mientras tanto, entona en voz baja una melodía conocida. Liam reconoce la canción; es una de esas de una banda que su hermana escuchaba sin parar durante su adolescencia. ¿One Direction? Se acuerda de cómo las amigas de su hermana lo perseguían por toda la casa solo por tener el mismo nombre que uno de los chicos de la banda. Quizás Emma también fue fan en su momento.

Aunque finge estar concentrado en la pantalla de su teléfono, la realidad es que no puede evitar observarla de reojo, disfrutando en secreto del suave sonido de su voz. Hay algo en ella con la capacidad de desarmarlo.

De repente, Emma suelta un alarido y lleva su mano al pecho, dejando escapar lo que, para sorpresa de Liam, suenan como improperios.

—¡Ay, mierda! —gime ella entre dientes, apretando los labios.

—¿Estás bien? —pregunta Liam, acercándose rápido, con la preocupación marcada en la voz—. ¿Qué pasó?

—Me quemé —responde Emma, con una mueca de dolor.

—Ven, pon la mano aquí —le indica, abriendo el grifo con fuerza y guiando la mano de Emma bajo el chorro de agua fría—. ¿Mejor? —pregunta tras unos segundos. Ella asiente, aunque con los ojos aún cerrados por la molestia.

—Eres un desastre ambulante, ¿lo sabías? —le dice Liam con una sonrisa torcida, intentando aliviar la tensión.

Emma suelta una pequeña risa entrecortada—. Eso dicen —responde, devolviéndole una sonrisa a medias, justo antes de que un nuevo quejido la obligue a fruncir el ceño. Liam, sin pensarlo mucho, levanta la mano herida de Emma y deposita un beso suave sobre su piel enrojecida.

El gesto es tan inesperado que el corazón de Emma parece detenerse. El mundo alrededor se desvanece: el ruido de la lluvia golpeando el techo, la televisión en la sala donde los niños ven una película, incluso el sonido de sus respiraciones. Todo se reduce a los ojos color miel de Liam, que la miran como si ella fuese el centro de su universo.

Pero entonces él se aparta, y el hechizo se rompe. Ambos son arrastrados de vuelta a la realidad con la misma rapidez con la que se habían sumido en ese instante. Confundido, Liam se pasa una mano por el cabello antes de caminar hacia el refrigerador, de donde saca hielo y lo envuelve en un paño de cocina. Regresa a su lado y, con cuidado, coloca el mismo sobre la mano de Emma.

Ella suspira, pero no está segura si es por el frío del hielo en su piel o por la cercanía de Liam. El silencio entre ambos es denso, cargado de todo lo que no se han dicho.

—Me disculpo por lo de temprano; no fue mi intención responderte tan cortante —dice él finalmente, su voz baja y algo ronca, todavía presionando el paño sobre su mano.

Emma lo mira a los ojos, entendiendo a qué se refiere.

—No pasa nada, Li. Sabes que no estoy enojada. Además, entiendo que tu padre no es un tema fácil para ti. No debí haber insistido —responde, con un tono que mezcla ternura y una pizca de culpa. Liam desvía la mirada, sintiendo cómo la calidez de su mirada lo derrite por dentro. Exhala lentamente, como si estuviera liberando un peso que lleva cargando demasiado tiempo.

—Aun así, no estuvo bien. Me disculpo.

Emma arquea una ceja, divertida por la seriedad en su tono.

—Pensé que no eras de los que se disculpaba, capitán —bromea, pero su sonrisa se apaga cuando él la mira de nuevo, esta vez con una intensidad que la deja sin aliento.

Liam deja el trapo a un lado y, sin apartar sus ojos de los de ella, se acerca lo suficiente para que el calor entre sus cuerpos sea casi tangible. Luego, con una suavidad, coloca sus manos sobre los hombros de Emma, acariciándolos con los pulgares. Su voz apenas es un susurro:

—Hay algo diferente...

—¿Diferente en qué? —pregunta Emma, notando que su propio tono se ha vuelto más suave, casi tembloroso.

—En ti —responde Liam, cada palabra medida—. Me cuesta ser indiferente contigo. En realidad, todo es diferente en mí cuando estás cerca.

El corazón de Emma palpita más rápido. Hay una sinceridad en la confesión de Liam que la deja sin defensas.

—Es algo que tenemos en común —admite, y sus ojos brillan con una mezcla de nerviosismo y deseo.

Liam frunce el ceño, intrigado.

—No pareces el tipo de persona a la que le son indiferentes otras.

—No lo decía por eso.

Liam da un paso más hacia ella, quedando tan cerca que puede percibir la fragancia dulce de su piel.

—Entonces... ¿por qué lo dices, Em?

Emma sostiene su mirada; su cuerpo se derritiéndose ante el diminutivo. 'Dos veces' piensa 'me ha dicho Em dos veces'

—Porque todo también es diferente en mí cuando tú estás cerca, Li.

Un silencio cargado flota entre ellos, mientras la tensión crece como una ola que está a punto de romper. Finalmente, Liam se atreve a preguntar:

—¿Y eso es bueno o malo?

Emma duda, mordiendo su labio inferior mientras busca la respuesta en su propio interior.

—Eso es lo que intento descifrar —murmura.

Liam asiente con un gesto pequeño, ambos conscientes de que están en un punto crucial, que un paso en falso los hará perderse para siempre. Y se sorprenden pensando, que tal vez si quieran perderse.

Emma toma aire y se atreve a dar el salto.

—Liam.

—¿Sí? —contesta él, en un susurro, casi como si temiera romper el momento.

—¿Me besarías? —pregunta, con la voz temblorosa.

Liam queda congelado, su corazón martillando en sus oídos. Esperaba cualquier cosa menos aquella pregunta, pero se trata de Emma; y esa es una de las cosas que más le gustan de ella: no tiene miedo a decirle lo que piensa. El calor crece como llama candente en su cuerpo, mientras se deja llevar por el verde brillante de su mirada, entiende que ella siente lo mismo que él. Deseo, miedo, y algo más. Más, más, no importa lo que es. Solo es eso, más.

—¿Qué? —balbucea, buscando confirmar lo que acaba de escuchar.

Los brazos de Liam pasan de sus hombros a su cintura; cuando temblorosas, la acercan lo más posible hacia él. La mirada de la joven no abandona la suya; determinada y tal vez vulnerable.

—Si me besas... por favor —repite, esta vez con un tono más suave, pero lleno de urgencia.

El tiempo parece detenerse. Liam sabe que si cruza esa línea, no habrá vuelta atrás. Pero en ese instante, se da cuenta de que no quiere volver atrás. Emma cierra los ojos; mientras que con el corazón la garganta siente su aliento mezclarse con el del ojimiel.  Y entonces, el espacio entre sus labios desaparece.

NA: ¡Holaa! ¿Qué les pareció? ¡Finalmente! ¿Les gusta Emma y Liam? ¿Cómo podríamos llamar al ship? ¡Gracias por leer!

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