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Capítulo #2: ''Puré, pañales y una princesa''.

Lunes, 12 de diciembre del 2022

Ravensbrook , Reino Unido

Día 1 de 10.

Sara se fue hace una hora con treinta minutos; y son las tres de la tarde. Podría fácilmente este contar como el día uno ¿no es cierto? O al menos eso es de lo que trata de convencerse Liam; mientras que parado frente a su sobrina, la cual está acostada sobre el cambiador, se somete a la pesada tarea de tener que cambiar un pañal, el primero en toda su vida si tiene que ser sincero.

Emma se ofreció a ayudarlo, pero él, terco como una mula, la rechazó. No necesita ayuda para algo tan básico. Es decir, ¿qué tan difícil puede ser cambiar un pañal? Había pensado en todas las situaciones complicadas que había superado, ¡inclusive ha cerrado tratos multimillonarios! y una chispa de confianza lo invadió. 'Esto es pan comido', se dijo, ignorando la sonrisita traviesa que la ojiverde le había lanzado.

Sin embargo, aquí está ahora, enfrentando la mirada de desconfianza de una niña de dos años. La confianza que había sentido hace unos minutos empieza a desvanecerse, reemplazada por una ligera sensación de pánico. El hedor es potente; sabe entonces que esto no se trata de una ida de solo el número uno. Ava, se ve hizo un par de paradas más.

—Bien, Ava —dice en un tono cariñoso — Manos a la obra.

Al abrir el pañal y encontrarse cara a cara con su contenido, Liam hace una mueca de asco. Intenta no respirar, mientras que con algunas toallitas empieza con la que será una ardua tarea.

—Ay, Ava —suspira Liam, mientras lanza las toallitas sucias al cubo de basura a su lado — . Tal vez vaya siendo hora de dejar el pañal...¿no crees? ¿se lo comentamos a mamá?

Ava sonríe, asintiendo con su cabecita.

'Bueno' piensa Liam mientras retirando el pañal sucio 'Por lo menos nos vamos entendiendo'

Liam se siente victorioso por algunos segundos; pensando que ha hecho un avance. Y dice por unos segundos, porque cuando vuelve a mirar a su sobrina, la misma se ha hecho con el pote de talco y lo mira con una sonrisa traviesa en el rostro.

—¿Qué...te parece si le damos eso al tío Liam, ah? —se acerca con lentitud; pero antes de que pueda quitárselo, el envase del talco emite un sonido sordo, casi como un pequeño estallido en el momento en que Ava presiona con fuerza; una nube de polvo blanco baña todo a su paso, incluyéndolos a ellos. 

—¡Mierda! —exclama Liam en voz alta, mientras intenta liberarse del polvo que peligra con entrar a sus ojos.

Ava suelta una carcajada.

—¡Mierda! —dice en voz alta, repitiendo las palabras de su tío.

El cuerpo se Liam se paraliza mientras la mira; si, esto no va ser sencillo.

—¿Ya está listo el almuerzo, Emma? —pregunta Peter, mientras corre en círculos alrededor de la mesa; Emma voltea a verlo, mientras niega con la cabeza.

El almuerzo se había retrasado un poco. Un poco, mucho en verdad. Mientras pelea con la cacerola llena de puré de papas, maldice porque el cocinar nunca ha sido uno de sus fuertes. Además, todo el asunto de la ida de Sara le había hecho olvidar por completo el pollo el horno y se había quemado tantito.

Así que había tenido que improvisar con unas milanesas de pescado que encontró en el refrigerador.

Ahora, en plena batalla con una cacerola de puré de papas que se niega a colaborar, gira su cabeza hacia él con una sonrisa amplia y traviesa, la típica que muestra cuando está punto de hacer alguna travesura.

—¡Ya casi, mi capitán! Pero necesito que vayas con la rapidez de un rayo y les digas a tu hermano que venga ayudar con la mesa . ¡Y no te olvides de lavarte las manos, o te convertirás en un sapo! —exclama, estirando las manos como si estuviera lanzando un hechizo.

Peter suelta una carcajada y sale disparado de la cocina, fingiendo ser un sapo gigante mientras salta de un lado a otro por el pasillo. Emma se ríe por lo bajo, divertida. La parte favorita de este trabajo, es precisamente esta: el que no lo considera un trabajo.

Justo cuando Emma vuelve a concentrarse en la cacerola rebelde, una voz grave y calmada resuena detrás de ella, cortando el aire.

—¿Todo en orden?

Emma hace un movimiento brusco con la mano con la que revuelve el puré cuando escucha la voz de Liam; de la cuchara vuela un poco del mismo y termina pegado en una de las paredes a su espaldas;  se gira rápidamente y lo encuentra de pie en la entrada de la cocina, con Ava en brazos,  mirando con el ceño fruncido la pared a su lado a dónde ha ido a parar el puré. Con un movimiento suave, coloca a Ava en su sillita de comer antes de que Emma pueda responder.

—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta; mirándola de arriba a abajo. Su delantal cubierto de trozos de comida, Emma sabe que su rostro no debe de estar mejor; se ruboriza.

—¡Ah! —exclama Emma, dejando escapar una pequeña risa para ocultar su sorpresa; acercándose con un trapo limpio hasta la pared sucia, la limpia rápidamente—. No, no, está todo bajo control... más o menos —dice con una sonrisa que no alcanza a esconder el desastre en la cocina.

Mientras Liam alza una ceja, claramente escéptico, Emma nota unas manchas blancas en los brazos y la camiseta de Ava, así como también en el cabello negro de Liam. Sus ojos se fijan en ellas y, alza la mirada hacia su compañero de crianza por los siguientes días  preguntando con un tono juguetón:

—¿Y cómo estuvo lo del pañal?

Liam, con una confianza imperturbable, responde:

—Te lo dije, nada que no pudiera manejar.

La joven se ríe suavemente y sacude la cabeza, mientras sus ojos recorren la cocina con rapidez, notando el caos:  hay una mancha de salsa en el suelo, una montaña de platos sucios en el fregadero, y el puré de papas que parece estar a punto de explotar. A pesar del desastre, la confianza de Liam parece ser inquebrantable.

—¿Estás segura de no necesitar ayuda? —pregunta Liam con un tono serio, volviendo al tema anterior; con una expresión que sugiere que cualquier cosa que no sea un rotundo "sí" lo llevará a tomar el control de la situación.

Emma suelta una risita nerviosa y, sin pensarlo demasiado, lanza una respuesta.

—¡Claro que sí! —dice —  Pero, si insistes...¿Quién soy yo para decirte que no?  —dice, extendiendo la palabra de forma juguetona—, puedes pasarnos esos platos de la repisa de allá arriba. Yo soy un poco bajita para alcanzarlos.

Liam, con su característico enfoque meticuloso, se acerca a la repisa como si estuviera desactivando una bomba. Su expresión es una mezcla de concentración y calma, mientras sus movimientos son precisos y ordenados. Cada plato es levantado con cuidado y colocado con exactitud en la mesa, como si estuviera organizando una exhibición de porcelana. Mientras lo hace, Emma no puede evitar notar lo marcado de la musculatura en su espalda en la camiseta de mangas cortas; causando que suelte un suspiro involuntario. Así como tamoco puede evitar pensar en lo en lo diferentes que son los dos. Él, tan, pero tan organizado y preciso por un lado,  y ella por el otro, bueno, ella sabe que es un torbellino.  Hay algo en él que la intriga, una especie de misterio que la hace querer sacudirlo un poco, solo para ver si alguna vez se relaja.

—Aquí tienes —dice Liam, entregándole los platos con una eficiencia que casi le resulta cómica.

—¡Gracias, caballero! —responde Emma, haciendo una pequeña reverencia exagerada que hace que una sonrisa se asome en los labios de Liam, aunque él intenta ocultarla.

El momento es interrumpido por el bullicio de los niños que llegan corriendo para ayudar a poner la mesa. Harry, el mayor, intenta llevar dos vasos de agua a la vez, mientras Ava, la más pequeña, trata de alcanzar una servilleta que está fuera de su alcance. Emma se lanza hacia la niña antes de que derribe el resto de los cubiertos que acaban de poner sobre la mesa.

—¡Ufff, salvada por los pelos! —exclama, levantando a Ava y girándola en el aire, arrancando una carcajada de la niña—. ¡Casi haces un strike con la mesa, Ava!

Mientras hace esto, Emma comienza a cantar una de sus canciones de Disney favoritas, su voz resonando con una dulzura que parece encantar a los niños. La canción llena la cocina con un aire alegre y mágico, a pesar del caos que la rodea. Su voz es tan melodiosa, que Liam se pregunta si realmente no la habrán sacado directo de alguna de esas películas. Tal vez y, en verdad está en presencia de una de esas princesas, por más absurdo que suene;  pero sería la única explicación lógica ante este ser que es tan distraída y real, como si no pudiese contemplar la malicia.

Él, que siempre ha creído que el control es lo más importante, se siente desconcertado por cómo Emma parece moverse a través del caos con una facilidad que él nunca podría comprender. Mientras ella canta, su voz se convierte en una ráfaga de aire fresco en medio del bullicio, y Liam se da cuenta de que, a pesar de todos los desafíos, hay una belleza en todo esto; algo que, tal vez, necesita aprender a apreciar. La tranquilidad de Emma en medio del desorden le resulta desconcertante, y se pregunta cómo alguien puede estar tan en paz cuando no siente que tiene el control sobre todo.

—¿No te cansa? —pregunta Liam, sin poder evitarlo, mientras Emma intenta equilibrar a la pequeña Ava en un brazo y servir el puré con el otro.

—¿Cansarme? —repite Emma, como si la idea misma fuera absurda—. ¡Nah! La vida sería demasiado aburrida si no estuvieras corriendo de aquí para allá todo el tiempo. Además, no hay nada que un buen café no pueda arreglar —dice con un guiño.

Liam sacude la cabeza ligeramente, con una mezcla de incredulidad, admiración y tal vez algo de miedo, ¿por qué encuentra esa energía tan... atractiva? No tiene sentido.

El almuerzo transcurre con la usual griterío que acompaña a los niños en todas las comidas. Liam permanece en silencio; aunque sintiéndose extrañamente cómodo.

Cuando la comida termina, Emma se levanta para recoger los platos, pero Liam se adelanta y comienza a ayudarla, ordenando todo con la misma meticulosidad con la que vive su vida.

—No es necesario que me ayudes, Liam —dice Emma, mientras intenta evitar que una montaña de servilletas caiga al suelo—. ¡Aunque aprecio tu esfuerzo por no dejar que mi caos te devore!

El ojimiel sonríe apenas, esa sonrisa pequeña que se sorprende ha salido más de una vez desde que se conocieron esa misma mañana.

—No puedo evitarlo; mi forma de ser no me lo permite.  Además, alguien tiene que asegurarse de que esto no se convierta en un campo de batalla —replica, con un tono más ligero de lo que suele usar.

Emma lo mira de reojo mientras se inclina para recoger una cuchara que ha caído.

—Eres como un caballero de armadura reluciente, ¿sabes? —dice, con un tono burlón, mientras se levanta—. Siempre listo para salvar el día, incluso si eso significa lidiar con un desastre de puré de papas.

Liam suelta una risa, suave pero sincera, y sacude la cabeza.

—Y tú, en este caso, tendrías que ser entonces la princesa —suelta Liam sin pensar, maldiciendo interna  —carraspea, en un intento de disimular —.  Alguien tiene que mantener el orden —responde, sin darse cuenta de que sus palabras no tienen el mismo peso que antes. Porque, por alguna razón, el desorden que Emma trae a su vida no es tan malo como había imaginado.

Emma se sonroja ligeramente; pero se obliga a salir de manera brusca del extraño trance que han creado. Luego, se voltea hacia Harry y Peter que los observan con curiosidad desde sus sillas:  — ¿Por qué no van a lavarse los dientes, eh? Luego podemos leer un par de cuentos.

—¡Perfecto! —suelta Harry mientras se levanta con rápidez y se dirige a la salida de la cocina — Hoy me toca escoger a mí Peter —comenta a su hermano quien lo sigue de cerca — . Ayer Emma nos leyó los dos que tú querías.

Liam observa con cierta envidia cómo sus sobrinos acatan las órdenes de Emma sin chistar, para luego comentar: —Lo haces ver tan sencillo.

Emma, que está por empezar a lavar los platos, dice de forma despreocupada: —No te preocupes Liam, lo harás bien. Solo tienes qu darles tiempo para que te conozcan y ganarte su confianza. Es cuestión que no solo se te vean como un amigo, sino que también aprendan  respetarse.

Liam suspira: —Parece más sencillo decirlo que hacerlo.

Emma ríe: —Es porque así es; pero me parece que vas por buen camino.

—¡Mierda! —grita Ava desde su sillita; Emma voltea a verla, horrorizada. Liam palidece, dejando de lado el trapo con el que limpia la mesa.

—Creo que...— empieza a decir con nerviosismo — iré a confirmar que si se laven los dientes. — y antes de Emma poder procesar, Liam sale disparado de la cocina.

—¿Estás segura de que no puedes quedarte, Emma? —pregunta Harry, con una mezcla de nerviosismo y preocupación, mientras echa una mirada de soslayo a tu tío, que, a pocos pasos de distancia, pretende no estar escuchando la conversación.

Están parados a un costado de la puerta, Emma agachada frente a él.

—Sabes que no puedo, mi vida —responde ella,  con una sonrisa comprensiva—, pero nos veremos mañana temprano, como te prometí.

Es verdad; para las ocho de la noche, Emma ya había superado el tiempo que se había propuesto originalmente. Al ser el primer día de Liam, se había sentido incómoda dejándolo solo sin explicarle en detalle todo el proceso para la cena, y luego cómo bañar a los niños. Después de haber terminado más mojados que los propios chicos, llevaron a Ava a la cama, y por suerte, el cansancio la había vencido rápidamente. Ahora, solo quedaban Liam y los niños, pero si quería llegar a tiempo para al menos una de sus clases, no podía quedarse más tiempo.

—Si necesitas cualquier cosa, no dudes en llamarme. Tenés mi número, Liam, y además vivo justo al lado. No me molesta en absoluto si tienes que venir a tocar el timbre —dice Emma con un tono tranquilizador.

—No creo que sea necesario, pero te lo agradezco —responde Liam con fingida tranquilidad; la verdad es que está aterrorizado de quedarse solo con los niños.

—Perfecto, los veo mañana a las nueve —dice Emma mientras besa a cada uno de los chicos en la cabeza, con ternura. Luego, levantándose se acerca a Liam y le da un breve beso en la mejilla.

Sin añadir más palabras, Emma sale por la puerta, dejándola abierta a sus espaldas.

Harry se acerca a su hermano menor, susurrándole algo al oído y este asiente; mientras que Liam, por alguna razón, no puede evitar sonreír de oreja a oreja; su mejilla todavía cosquillea.

—Tío...¿estás bien? —pregunta la voz aguda de Peter, mientras lo mira con recelo; es entonces cuando reacciona.

Mierda... ¿y ahora qué?

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