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Capítulo #11: ''Nuevos comienzos, un baile, y otro 'te amo' ''

Viernes, 23 de diciembre de 2022.

Ravensbrook, Reino Unido.

Liam ya perdió la cuenta de los días.

Tiene dos días nevando, con bastante intensidad. Liam no ha podido pensar en ninguna otra cosa, considerando que, es gracias a eso, que todavía sigue atrapado en Ravensbrook. Los canales están bloqueados por los derrumbes, por consecuencia, los trenes no pueden acceder a la estación.

Atrapado en la pequeña habitación que alquiló en el único hostal del pueblo, se niega a tener que lidiar con la verdad; su corazón herido no se lo permite. Y no porque los seres a su alrededor no lo hayan intentando. En un pueblo tan pequeño como Ravensbrook, no fue muy complicado dar con su paradero. Primero, vino Sara. Tocó la puerta con insistencia por alrededor de cuarenta minutos, pero Liam había decidido no contestar.

—Tal vez si quisieras ver las cosas un poco desde nuestra perspectiva, Li, te sería más fácil entender, que en realidad no estábamos tan mal. Sé que no debimos haberte engañado, y me disculpo por eso...pero ¿realmente tanto daño ha hecho? Piensa quien eras al volver y piensa quien volviste a empezar a ser antes de enterarte de la verdad; ¿no es eso lo que debería contar? —explicaba su hermana a través de la puerta, con voz rota —. Ojalá pudieras permitirte ver más allá de esa coraza que crees debes tener, porque el mundo puede ser muy lindo fuera de él.

Y luego se había marchado. También lo intentaron Betty, el señor Taylor e inclusive Richard; todos, con resultados igual de frustrados que Sara. La única persona a la que Liam le abrió la puerta durante esos dos días, fue a Harry. Emma no había venido. Quien, después de su padre, había llamado a la puerta. Y Liam, pensó que ese había sido un golpe bajo.

—Sabes que te quiero ¿No, Harry? —dijo Liam, mientras que sentado al lado de su sobrino en el piso, pasaba un brazo por su hombro —. Tus hermanos y tú, significan mucho para mí. Más allá de que tu mamá y yo hayamos peleado.

—Pero volverás a irte...¿no es cierto? —preguntó el mezcla de ojiverde con azul; con una madurez que Liam jamás habría creído reconocer en un niño de ocho años —. Desaparecerás, y nos olvidarás a nosotros, tu equipo, los niños perdidos.

—Yo jamás podría olvidarlos Har, y mucho menos ahora.

—¿Entonces por qué no se arreglan con mamá, y con Em? —preguntó el niño con esperanza en la voz. — Ellas te quieren mucho.

—Algunas veces ser adulto es complicado, Harry.

—Entonces, no lo seas —respondió el pequeño —. Sé mi tío Liam, el capitán de los niños perdidos.

El corazón de Liam, que pensó ya no podría estar más encogido, pareció hacerlo todavía más después de aquellas palabras.

Ahora, veintitrés de diciembre, la noche del baile de Navidad; la mente y el corazón de Liam se encuentran en una batalla entre lo que debe y lo que quiere. Principalmente, porque no sabe diferenciar cuál sería cuál.

Con la voz temblorosa,  Liam siente un torbellino de emociones. ¿Cómo puede confiar en las  personas que más ama? La traición le quema en el pecho, pero el amor que ha  empezado a reconstruirse en los últimos días le queman con igual intensidad.

¿Qué tengo que hacer mamá? se sorprende pensando, mientras se deja caer sobre la cama en la habitación de hotel.

Un par de horas más tarde, Liam corre por las calles vacías, su traje formal ahora desaliñado por la prisa. El frío de la noche quema su piel, pero continua en movimiento, empujado por una extraña energía que no es capaz de reconocer. Entonces lo ve, el centro comunitario. Brillando con la intensidad de muchas luces de colores, abre las puertas para que la gente se adentre a la fiesta. Muchas personas, vestidas formalmente, se dirigen a su interior. Y ahí está ella, Emma; parada en un costado de la puerta, recibiendo a la gente con una sonrisa.

Sin poder evitarlo, se queda contemplándola desde la distancia. Sus cachetes, rojos por el frío realzan el verde en sus ojos; lleva un abrigo encima, pero debajo, se deja entrever el azul intenso de su vestido de gala. Es hermosa, absolutamente increíble. Liam pierde el aliento, la quiere. Por supuesto que lo hace, pero no está seguro de saber cómo lidiar con eso.

Caminando un poco más, bordea el centro comunitario, ubicando la plaza que está a un costado de la misma; iluminada por la luz tenue de algunos antiguos faroles, Liam se deja caer en un banco, cubriéndose el rostro con las manos. La soledad y la tristeza, invadiéndolos. Pero también entendiendo, que si la siente, que si la ha sentido las últimas dos décadas de su vida, no ha sido por otra cosa más que por decisión propia.

Pero...¿Cómo lidiar contra los propios demonios y en el cómo nos hacen sentir?

Es entonces cuando escucha una voz suave a su lado.

—Una linda noche ¿no es cierto?

Liam levanta la mirada y ve a una anciana sentada a su lado. Viste con sencillez, pero hay una calidez en su sonrisa que le hace sentir una extraña paz.

—¿Quién eres? —pregunta, aún confundido.

—Solo alguien que ha visto un poco más de lo que la vida tiene para ofrecer —responde la mujer con una sonrisa—. He vivido lo suficiente para saber que, a veces, las cosas no salen como esperamos. Pero eso no significa que no puedan ser buenas.

Liam no responde de inmediato, su mente aún nublada por el dolor y la confusión. Pero algo en la voz de la mujer lo hace escuchar.

—Mi hermana... mis amigos... todos me engañaron —dice finalmente, su voz rota—. No sé si alguna vez podré perdonar eso.

La anciana asiente, como si comprendiera completamente el peso de sus palabras.

—Es difícil perdonar cuando nos sentimos traicionados, especialmente por aquellos que amamos. La cuestión acá, es si realmente lo que han hecho puedes considerarlo cómo una traición.

Liam la mira, sorprendido por la sabiduría en sus palabras.

—Pero... ¿cómo no considerar una traición a la mentira?—pregunta con un tono de desesperación.

La mujer sonríe suavemente.

—Es cierto, la mentira no es un punto a su favor. Sin embargo, muchas veces cuando amamos, requerimos acciones desesperadas para salvar el objeto de nuestro amor ¿Te suena familiar? A veces, hay que entender que, la gente que amamos puede equivocarse, pero no necesariamente hayan querido lastimarnos. Si no que en el intento de buscar hacer las cosas mejor, no tomaron el camino más adecuado.

Liam baja la mirada, las palabras de la mujer calando hondo en su corazón. Tal vez, la anciana tiene razón. Tal vez, solo tal vez, en un intento de protegerse, de mantener un punto, está dejando de lado aquello que realmente importa en toda la situación.

La mujer se levanta lentamente, y antes de irse, le dirige una última sonrisa a Liam.

—Recuerda, hijo, la vida es como un viaje en tren. A veces, perdemos uno, o tomamos uno que nos lleva al lugar equivocado. Pero, siempre habrá la posibilidad de tomar otro, uno, que nos lleve a lugares nuevos o tal vez de vuelta a dónde debimos estar desde el inicio. Solo tenemos que estar dispuestos a subir.

Con esas palabras, la mujer parece querer desaparecer en la oscuridad de la noche, pero la voz de Liam la detiene: —¡Espera! — la mujer se voltea, y es cuando Liam nota el gorrito navideño en su cabeza. Entonces la recuerda, es la misma mujer que le dio su boleto a la estación para poder viajar: —. Te conozco, eres la señora de la estación, en Londres ¿También fue parte del plan de Sara? —Una extraña chispa recorre los ojos grises de la mujer, haciendo que un cosquilleo recorra el cuerpo del ojimiel.

— Tal vez si, o tal vez el plan de Sara era más grande de lo que ella misma llegó alguna vez a comprender. Tal vez, no era la única que quería ayudarte —dice, en voz baja. Tan baja, que la brisa helada podría habérselo llevado — ¿No son hermosos? —pregunta, haciendo que Liam arquee una ceja — Los colores, estamos rodeados de ellos. Feliz Navidad, Liam.

—¿Cómo sabe mi nombr...? —pero antes de poder terminar la pregunta, la anciana desaparece entre la neblina; casi, como si ella también hubiese sido parte del viento.



Liam se queda sentado en el banco, la mirada perdida en la neblina que se ha llevado a la anciana. La brisa fría lo envuelve, trayendo consigo una sensación de cambio. Tal vez lo que ha cambiado no es el mundo, sino él mismo. Las palabras de la anciana sobre el viaje en tren resuenan en su mente.

Las luces del centro comunitario siguen brillando a lo lejos, invitando a la fiesta. Pero ahora, para Liam, la noche tiene un nuevo significado. Las palabras de la mujer le ofrecen una perspectiva que quizás debió haber aceptado hace mucho: hay cosas más importantes que la traición y el dolor.

Con un suspiro profundo, Liam se levanta del banco, y la nieve cruje bajo sus zapatos elegantes. Es curioso, ¿no? Hace cinco días, cuando decidió ir al sastre del pueblo para que ajustara un viejo traje de su padre, Liam no planeaba asistir al baile. Lo hizo por complacer a Emma, porque quería verla feliz. Extraño cómo el corazón puede jugar sus cartas de maneras tan misteriosas en tan poco tiempo. Cómo puede transformar toda tu realidad. Y todo empezó al cruzar sus ojos con el hermoso verde de los suyos. El conflicto es una constante que nunca abandonará la vida humana, pero la verdadera cuestión es qué hacemos al respecto. Los colores persisten, se mezclan constantemente. ¿Y si nos permitiéramos ver todos sus matices? El peso en el corazón de Liam parece aliviarse, dejando lugar a una calma que hacía tiempo no experimentaba, esa calma que surge cuando sabes que has tomado la decisión correcta.

Dejándose llevar por esa chispa, esa calma creciente en su pecho, Liam camina decidido hacia la entrada del centro comunitario. El frío implacable ya no le molesta; al contrario, el viento en su rostro le recuerda algo que tal vez había olvidado: que está vivo. "Finalmente", piensa mientras cruza el umbral, "las heridas del pasado no van a controlarme, no serán el centro de mi vida. Son parte de mí, pero no lo son todo."

La calidez lo envuelve mientras el murmullo de las conversaciones a su alrededor lo invade. El olor a pan y galletas recién horneadas llena el ambiente colorido. Al fondo, a la derecha, una multitud rodea el mural pintado por él; expresiones de asombro y alguna lágrima se derraman, calificándolo como "uno de los mejores que hemos visto en años."

"Tal vez", se dice mientras su mirada recorre la sala central, "no estaría mal seguir pintando. Después de todo, lo disfruté mucho."

Entonces la ve. A su izquierda, parada junto a la mesa de bebidas, Emma charla animadamente con Sara, susurrándose al oído. El corazón de Liam amenaza con salirse de su pecho; ya no mide velocidad, tiempo ni forma. Solo la quiere a ella, a Emma.

Se acerca con paso firme, y cuando ella lo ve, sus ojos se abren de sorpresa. A Emma se le detiene el mundo mientras Liam se acerca, mirándola con una ternura que no creía volver a ver.

—Liam —dice Emma cuando él llega frente a ella. El pelinegro sonríe.

—Hermano —murmura Sara a su lado, llamando la atención de Liam hacia ella—. Liam, yo...

—No digas nada —interrumpe él con la voz quebrada. Coloca sus manos sobre los hombros de su hermana menor—. Te amo, Sari. Estoy orgulloso de ser tu hermano mayor. Gracias por no rendirte conmigo. Te amo, siempre.

Los ojos de Sara se llenan de lágrimas, y lanzándose a sus brazos, lo abraza con fuerza. Ambos se pierden en ese abrazo durante unos minutos.

—Te amo, Liam. Yo también estoy orgullosa de ti. Bienvenido, hermano. ¡Cuánto te he extrañado!

La presencia de Emma se hace evidente para ambos, y Sara, sonriendo con picardía, dice: —Me parece que iré a ver qué han hecho los niños con Richard. Nos vemos luego. —Y, aunque puede ser solo su imaginación, Liam piensa que le guiña un ojo antes de alejarse.

—Em —dice Liam en tono suave, volviéndose hacia ella. Emma, nerviosa, abraza sus propios brazos mientras sus pies bailan inquietos frente a él—. ¿Quieres bailar? —pregunta, extendiendo una mano.

Emma contempla la mano en silencio, como si no pudiera creer que sea real.

—Liam, yo... lo siento...

Liam la atrae hacia él, rodeando su cintura con sus brazos. Al igual que un par de parejas a su alrededor, empiezan a moverse al ritmo de una balada.

—Eres hermosa... ¿lo sabías? —susurra él mientras coloca un mechón de su cabello detrás de su oreja—. No puedo controlar los latidos de mi corazón cuando estoy cerca de ti.

Emma se habría desmayado de no estar sostenida por él. Con cuidado, coloca sus manos alrededor del cuello de Liam, y una sonrisa tímida aparece en su rostro. Él no había entendido cuánto extrañaba esa sonrisa hasta ahora.

Emma lo mira con una mezcla de esperanza y tristeza. Liam comprende que las palabras de la anciana tienen sentido: a veces, la vida no va como esperamos, pero siempre hay una oportunidad para corregir el rumbo.

—Lo que siento por ti es real, Liam. Nunca quise hacerte daño. Solo quería que volvieras a sentir, a vivir. Me equivoqué al no decirte la verdad desde el principio, pero por favor, no pienses que todo lo que pasó entre nosotros fue falso.

Liam sonríe sin responder. Suelta una mano de su cintura y la hace girar.

—¿Sabías que no habrá más trenes hasta el treinta? Dicen que tardarán mucho en quitar la nieve de las vías.

—Oh, no lo sabía —responde Emma, ligeramente sonrojada.

—Entonces, supongo que no quedará más remedio que pasar la Navidad aquí. Y ya que estaré hasta el treinta, también pasaré el Año Nuevo.

El corazón de Emma late tan rápido que teme que los demás puedan escucharlo.

—¿Ambas fechas?

—Ambas —responde Liam, acercando su rostro al de ella—. Y, Em, yo también te amo. Es imposible no hacerlo.

Antes de que ella pueda responder, él une sus labios a los de ella en un beso lento, dulce, cargado de una intensidad que parece atravesarlos como un rayo. Al separarse, han perdido el aliento.

El sonido de aplausos a su alrededor los saca del trance en el que estaban. Al girar, ven a todos en la sala observándolos, aplaudiendo con efusividad: Sara, Richard, los niños, el señor Taylor, Betty, e incluso el padre de Liam. Todos los miran con una expresión de felicidad sublime. Liam piensa que así debe verse el arcoíris más hermoso.

Emma toma su mano, entrelazando sus dedos con los de él, sellando una nueva promesa, una que ambos están seguros de cumplir por el resto de sus vidas. Luego, acercándose a su oído, susurra:

—Feliz Navidad, capitán. Y bienvenido a casa.

NA: ¡Lo hicimos, lo hicimos! ¿Qué les parece el final? Ahora veo si me animo a escribir un epílogo.

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