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Capítulo tres

Las jugarretas de las niñas continuaron. A medida que iban creciendo, éstas se tornaban más ingeniosas. Además, se pinchaban continuamente para ser la mejor y la más perfecta en las actividades extraescolares, y así se pudo ver cómo el pueblo de Dorang-Sae tuvo a la mejor alumna en clase de cocina ante una furiosa Jinsol, así como a la excelente y más violenta jugadora de hockey ante un asombrada Jungeun. 

Cuando las niñas competían entre sí, era la guerra, pero, cuando se juntaban, resultaba asombroso ver cómo se compenetraban para lograr ser las mejores en aquello que estuviesen haciendo. A pesar de que en ocasiones pactaban una pequeña tregua por el bien de la comunidad, sus pillerías seguían siendo la mejor diversión ante los monótonos días en ese aburrido pueblo.

En todos los años que tenía Jennie, y ya eran muchos, pues estaba cerca de los sesenta, nunca había presenciado una serenata tan espantosa como la que dedicó su nieta a la vecina.

Todo había comenzado esa misma mañana, cuando había visto a su nieta de quince años correr de un lado a otro de la casa con sus ahorros en la mano.

—Abuela, ¿me prestas dos mil wons?— preguntó Jungeun con cara de angelita, por lo que en esos momentos Jennie supo que planeaba una de las suyas.

—Espero que no quieras el dinero para hacer alguna de tus trastadas.— dijo la abuela mientras le tendía el dinero, sin poder resistirse a la mirada lastimera de esos preciosos ojos almendra.

—No abuela, es para dar una serenata a una chica. Me faltan dos mil wons para poder alquilar los instrumentos.

—¡Oh, qué romántico!— declaró Jennie conmovida.— Tu abuelo también me cantaba al pie de la ventana cuando éramos jóvenes. ¿Y quién es la afortunada...?

Jungeun no dejó que su abuela terminara la pregunta. Rápidamente le dio un beso en la mejilla agradeciéndole su aportación y se despidió mientras salía por la puerta:

—¡Ya lo verás, abuelita!

En cuanto Jennie vio cómo los ojos de su nieta brillaban emocionados y una sonrisa ladina cruzaba su rosto mientras se despedía con esas palabras, supo que no era nada bueno lo que tenía planeado para ese día, y que, sin duda, la vecina andaba implicada en ello. Ojalá se equivocase, pero conocía demasiado bien a su nieta y esos ojos que le delataban cuándo estaba planeando una de las suyas.

La tarde transcurrió plácida, sin que ocurriera nada, por lo que Jennie se preguntó si por primera vez en años se habría equivocado con su nieta. Pero después de cenar Jungeun corrió a su habitación teléfono en mano y allí se encerró durante un buen rato.

Jennie comenzó a sospechar, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando minutos después apareció ante la puerta de su casa un grupo de cinco niños vestidos con vaqueros raídos, camisetas de calaveras y cadenas por todas partes. Uno de ellos, el que menos cadenas llevaba, preguntó amablemente:

—¿Está Jungeun?

A la abuela no le dio tiempo a contestar cuando apareció su nieta corriendo como un torbellino y vestida como los demás.

—¿Está todo preparado?— quiso saber mientras salía por la puerta hacia el jardín de la vecina.

—¡Todo listo!— contestó uno de ellos.

—Bien, ¡que empiece el espectáculo!— gritó Jungeun animando a sus amigos.

Jennie, resignada a las correrías de su nieta, se sentó en la vieja silla del porche con una limonada a la espera de que comenzara la función.

En el jardín trasero de la señora Jeong, en el silencio de la noche, habían sido montadas una batería, dos guitarras eléctricas con amplificador, un bajo, una pandereta y un micrófono.

Todos los niños tomaron posición, se encendieron los altavoces y comenzó la serenata. La cantante principal era Kim Jungeun y las canciones, sin duda alguna de su creación, ya que cada una de ellas iba dirigida a Jeong Jinsol.

Podía haber tenido éxito con su serenata, a pesar de cantar como un cuervo apaleado, si las letras de las canciones no contuvieran textualmente frases como:

«Jinsol es como un grano en el culo que no me puedo arrancar», y eso lamentablemente era sólo el estribillo.

La agasajada con esta inusual ronda no tardó en asomarse por la ventana.

—¡Qué narices estás haciendo, Kim Jungeun! ¡Mañana tengo un examen de ciencias, y con tus mugidos de vaca moribunda no me puedo concentrar!

—¡Pececita, te estoy ofreciendo una serenata que durará unas tres horas, así que siéntate y disfruta del espectáculo!— contestó Jungeun con alegría.

—¡Voy a llamar a la policía para que te meta a ti y a tu horrenda banda en la cárcel!— amenazó Jinsol.

—Lo siento pececita, pero dar una serenata no es ilegal, lo he mirado en Internet, y lo he consultado con el jefe de policía, así que uno, dos, tres...

Para desgracia de todos, Jungeun continuó cantando.

Jinsol lo probó todo: tapones en los oídos, orejeras sobre los tapones e incluso una almohada envolviendo su cabeza, pero nada de lo que hiciera conseguía apartar de sí ese horrendo ruido. Así que finalmente corrió hacia la cocina, cogió un gran cubo de agua y desde la ventana de su habitación lo arrojó hacia la cantante.

Por unos segundos se calló, pero después siguió berreando.

Finalmente, resignada a no poder dormir o estudiar, Jinsol sacó de nuevo su cabeza por la ventana y suplicó:

—¡Por Dios, haré lo que me pidas, te daré lo que quieras, pero cállate de una maldita vez!

—¿Te casarás conmigo, pececita?— preguntó Jungeun malévolamente, sabedora de la repuesta.

Jinsol, furiosa, le enseñó su lista y escribió mientras recitaba en voz alta:

—¡Siete! ¡Que cante como los ángeles!— entonces Jungeun le informó divertida:

—¿A que no sabes cómo he decidido llamar mi grupo, pececita?

—Los sapos apestosos.— apostó Jinsol muy convencida ya de que la cantante principal era una batracio repugnante.

—No, a partir de ahora nos llamaremos "Los ángeles del infierno". ¿Te casarás conmigo, pececita? Ahora canto como los ángeles.

Jinsol no tardó en hacer llegar su respuesta y fue entonces cuando el cubo voló hacia la cabeza del cantante poniendo fin al concierto.

Jennie no pudo aguantar las carcajadas al ver cómo su querida nieta recibía su merecido. Siguió bebiendo de su dulce limonada mientras observaba a los chicos recoger los delicados instrumentos, ya que Jinsol había amenazado con prenderles fuego si seguían cantando.

De repente, el coche del jefe de policía aparcó junto al porche de las Kim. Choi bajó del vehículo con gran celeridad y preguntó preocupado a Jennie mientras sacaba su arma:

—¿Dónde está la víctima?

—¿Qué víctima?— respondió con extrañeza Jennie.

—Jinsol me ha llamado diciendo que escuchaba unos berridos infernales que provenían de aquí, que no sabía distinguir si eran de hombre o mujer, pero aseguraba que por el sonido lo más seguro era que estaban torturando a alguien.

—Ah, sí, eso era mi nieta cantando.— explicó Jennie entre risas mientras señalaba a los muchachos en el jardín de su vecina.

—¡Por Dios, qué susto me ha dado!— exclamó Choi enfundando su arma.— Espero sinceramente que tu nieta nunca sea admitida en el coro, si no corremos el peligro de quedarnos sordos.

—He escuchado por ahí que se hacen apuestas sobre las trastadas de mi nieta y la vecina.—comentó Jennie cambiando de tema.

—Bueno, sí... No son legales, ya lo sé... Pero este pueblo es muy aburrido y...

—Quiero apostar por mi nieta.— interrumpió Jennie, divertida.— Sin duda es una diablilla, pero no les digamos nada a las madres. Ya sabes cómo se ponen con eso del juego.

Ambos guardaron silencio cuando vieron aparecer a Jungeun empapada y con una sonrisa de satisfacción en el rostro que indicaba que no estaba nada arrepentida de su trastada. Mientras pasaba junto a su abuela, soltó:

—Abuela, hay algunas mujeres a las que no le gustan las serenatas.

Cuando Jungeun había desaparecido del porche, el jefe de policía preguntó:

—¿Eso era una serenata?

—Según mi nieta, sí.

—Creo que este mes yo también apostaré por tu nieta, Jennie.—concluyó el jefe de policía antes de volver a la comisaria.

«Pobrecita», pensaba Namjoon, el profesor de ciencias, mientras veía cómo Jinsol daba una nueva cabezada delante de su examen. Se había enterado, por los cotilleos del pueblo, que la chica había recibido una serenata de Kim Jungeun la noche anterior y, por los comentarios de los vecinos, la chica debería haber sido sacrificada antes de empezar el concierto.

Esa mañana una multitud había acudido en masa a la tienda de instrumentos musicales y habían amenazado al dueño con grabar el próximo concierto de Jungeun y obligarle a oírlo si se atrevía a alquilar más instrumentos a esa chavala.

La chica lo tenía crudo si pensaba dedicarse a la música. El profesor de dicha materia había sido amenazado por la directora: si Jungeun tocaba aunque solo fuera una pandereta, estaba despedido. Desafortunada, Jinsol había tenido que oír la serenata de esa salvaje, ¡a la que muchos habían descrito como parecida a una vaca moribunda mientras era apaleada por un equipo de futbol! ¡Cómo sería eso...!

Sin previo aviso, a sus oídos llegó un horrendo sonido. Parecía que estuvieran torturando a alguien. Finalmente, tras asomarse a la ventana, pudo ver que Jungeun esa mañana daba clase de gimnasia al aire libre y que pasaba una y otra vez junto a la ventana cantando "We are the Champions".

El profesor de ciencias, antes de cerrar la ventana, decidió que Jungeun no tenía talento musical y que la pequeña Jinsol merecía un diez por su esfuerzo.

Pasó el tiempo y, cuando llegaron a la etapa de la adolescencia, las dos acérrimas enemigas empezaron a acercarse mutuamente atraídas la una por la otra, pero, como ocurre con dos iones positivos cuando se acercan demasiado, acababan repeliéndose.

Jungeun, con dieciocho años y muy próxima a graduarse, se había convertido en una joven fuerte y atlética. Con su metro setenta y dos de estatura, sus hermosos ojos almendra, su melena castaña y su atractivo rostro de rebelde desvergonzada, era la preferida de las chicas. Además era la capitana del equipo de fútbol americano y, aunque sus notas no eran deslumbrantes, todos estaban seguros de que recibiría una beca por ser una gran jugadora.

Jinsol era un hermosa joven de preciosos ojos miel cuya melena de cabellos lisos negros y rosto angelical iban acompañados por un cuerpo que comenzaba a destacar por unas insinuantes curvas, las cuales tentaban a más de un joven atolondrado aunque ella apenas se percataba, ya que estaba muy atareada con sus múltiples actividades: era delegada de clase, presidenta del club de arte, columnista en el periódico del instituto y formó parte de las animadoras hasta que, entre partido y partido, comenzó a animar al equipo contrario para que placaran a Jungeun.

Después de eso las demás animadoras la expulsaron, pero eso no desilusionó a Jinsol, quien siempre que venía un equipo visitante al campus se unía a éste en sus ánimos por abatir a la capitana.

Las notas de Jinsol eran brillantes con tan solo dieciséis años, y todos creían que tendría un gran futuro relacionado con el arte.

Ambas contaban con admiradores a los que apenas les prestaban atención, y por eso las apuestas ahora giraban en torno a cuándo se darían cuenta de su mutua atracción y, por supuesto, acerca de cuál de las dos espantaría primero a la pareja de la otra, porque si bien nunca admitirían que se gustaban, tampoco dejaban que la otra saliera mucho tiempo con alguien. Eran como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

Por eso nadie se extrañó demasiado cuando una de las apuestas la ganó Sunoo, que apostó que el primer beso de Doña Perfecta se lo daría la Salvaje.

Y así fue que a los dieciséis años Jinsol recibió su primer beso.

Todo empezó el día de San Valentín.

Jungeun y Jinsol salieron corriendo de clase. Ese preciado día, la que llegaba antes a casa arrasaba el buzón de la otra y se quedaba con los regalos y tarjetas de admiradores.

Jinsol había tenido el honor de recibir en años anteriores osos de peluche mutilados y tallos de rosas sin pétalo alguno, pero ese año sería ella la vencedora, ya que había sobornado a su hermano Taehyung, que estaba en casa resfriado, con darle mil wons si saqueaba el buzón de Jungeun en cuanto llegara el cartero.

Cuando Jinsol llegó a casa ignoró la cara de satisfacción de Jungeun, quien la esperaba junto al buzón; ella entró en su hogar y vio cómo su hermano, tumbado en el sofá, leía muy atento una carta adornada con corazones mientras comía unas galletas caseras.

—Tae, ¿hiciste lo que te pedí?— preguntó Jinsol emocionada.

—Sí, pero creo que estas cartas son demasiado subidas de tono para ti. ¡Dios! Ni yo sabía que se podían hacer estas cosas. Le voy a tener que preguntar a Jungeun cómo consigue que las chicas le hagan esto.

—¡Dame eso!— contestó Jinsol mientras le arrancaba la carta a su hermano y cogía toda la demás correspondencia de Jungeun para meterla en su mochila.— ¿Y esas galletas?— preguntó Jinsol nuevamente.

Taehyung se apresuró a comérselas todas de una vez antes de que su hermana se las arrebatase y luego contestó con la boca llena que eran para Jungeun.

Jinsol lo miró furiosa antes de recriminarle.

—¡Ahora no podré comérmelas delante de ella! Bueno, ¿y mi correo?— preguntó resignada.

—Se me olvidó recoger el correo. Estaba demasiado liado leyendo las cartas y se me fue el santo al cielo.— contestó Taehyung antes de cerrar los ojos y hacerse el dormido.

Ante la respuesta de su hermano, Jinsol corrió hacia el buzón donde la seguía esperando la Rana de la vecina.

—Este año has recibido una caja de bombones, riquísimos por cierto, un ramo de rosas que le he dado a mi madre, así como una carta, que era demasiado ñoña e imperfecta para ti, así que la he tirado.— le comentó Jungeun tendiéndole una caja de bombones vacía.

Jinsol lo miró furiosa, guardó la caja vacía en su mochila y sacó las cartas que había recibido Jungeun, paseándolas por delante de sus ojos. Comenzó a leerlas antes de romperlas una por una. Pero hubo una que no pudo terminar de leer:

—«Querida Jungeun, soy yo: tu amada y ardorosa Yuna. Quiero volver a hacer cosas prohibidas contigo, besarte hasta que las das estemos calientes, lamer tu pecho fuerte y vigoroso y bajar tus...»

Jinsol, sulfurada y toda colorada, dejó de leer en voz alta.

—¡Sigue, quiero saber cómo termina!— dijo Jungeun entre risas.— ¿Al final me baja o no me baja los pantalones?— preguntó burlonamente.

Jinsol lo miró rabiosa, rompió la carta de Yuna en mil pedazos más que las anteriores y, cuando observó a Jungeun muerta de risa, sin pensar en las consecuencias, le tiró un zapato a la cabeza.

Jungeun lo cogió después de que le golpeara y, antes de que ella pudiera decirle nada, se lo llevó consigo al interior de casa de su abuela. Desde fuera Jinsol oyó cómo la señora Kim preguntaba a su hija:

—Cariño, ¿qué te han regalado este año por San Valentín?

—Un zapato de chica, mamá .— respondió Jungeun.

—¡Un zapato! Qué cosas más raras os regaláis los jóvenes de hoy en día.

Jinsol no esperó más en el camino de casa. Ella ya sabía que Jungeun no volvería para devolverle su calzado, así que subió al porche de su casa y gritó a su madre:

—¡Mamá he vuelto a perder otro zapato!

—¡Otra vez! ¡Te juro que no sé lo que haces con ellos!— vociferó su progenitora irritada.

—Yo tampoco, mamá, yo tampoco.— contestó Jinsol resignada a quedarse sin sus zapatos de diario favoritos.

Por la tarde, mientras se arreglaba para la fiesta de San Valentín del instituto, su hermano Chan entró en su cuarto, como de costumbre sin llamar, y soltó en medio de su habitación una gran bolsa negra de basura con un gran lazo rosa.

—¿Qué es eso? — preguntó Jinsol confusa y molesta.

—Un regalo de San Valentín que han dejado en la puerta.

—¿Quién?

—Y yo qué sé, para tu información lo he abierto y sólo son un montón de zapatos viejos que...

Jinsol no dejó que su hermano terminara de hablar, corrió hacia la gran bolsa negra y leyó la gran tarjeta de San Valentín que incluía: «Feliz día de San Valentín, Cenicienta. PD: Al final me bajó los pantalones.»

Jinsol volcó furiosa la bolsa y encontró en ella cada uno de los zapatos que le había tirado a la vecina desde que tenía ocho años.

Airada por saber que los había guardado durante tanto tiempo y no se había dignado a devolvérselos, sacó la cabeza por la ventana de su habitación y gritó a pleno pulmón para que la vecina la oyera:

—¡Ocho! ¡Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuándo debe dármelo!

Jungeun, que por lo visto estaba con sus hermanos en el porche, se asomó al jardín al oírla.

—¡Tomo nota, pececita! Entonces, ¿te ha gustado el regalo?— preguntó con sorna.

Jinsol le contestó arrojándole un zapato. Eso sí, de los más viejos y feos que había en la bolsa.

—¡Éste lo guardo para el regalo del año que viene!— indicó Jungeun mientras se lo guardaba.

...

El baile de San Valentín se celebraba todos los años en el instituto.

Solo podían asistir los alumnos de los dos últimos años y, por supuesto, aquellos que habían sido invitados por alumnos mayores. Jinsol había sido invitada por un chico de la clase de Jungeun y todo el pueblo estaba expectante ante la idea de que las dos fueran a un baile.

Se hacían apuestas sobre si Jungeun acabaría en la fuente de ponche, si Jinsol sería encerrada en el lavabo, si se pelearían en mitad de la pista de baile o si, por el contrario, acabarían por fin dándose cuenta de lo perfectos que eran la una para la otra.

El baile comenzó como cualquier otro.

El gran salón de actos del instituto se había convertido en una inmensa pista de baile iluminada por luces parpadeantes, acompañado por un DJ local y una decoración un tanto recargada repleta de ostentosos globos rojos de corazones y estúpidos muñecos de papel que pretendían representar a Cupido. En un rincón se hallaba la gran fuente de ponche atentamente vigilada por los profesores, que en algún que otro momento serían distraídos para el tradicional sabotaje de tan insulsa bebida.

Jinsol, hermosísima con su vestido negro de noche y un recogido de sus brillantes cabellos negros que caían en cascada haciéndola parecer mayor, bailaba con su acompañante, Jeon Jungkook un joven de unos dieciocho años, vestido con un esmoquin negro.

Jeon le susurraba al oído una hermosa poesía y alabanzas sobre su persona, sin saber que Kim Jungeun le lanzaba miradas asesinas cada vez que se acercaba demasiado a Jinsol.

Jungeun estuvo más pendiente esa noche de dónde estaban Doña Perfecta y el pegajoso Jeon que de su propia pareja, por lo que Yuna, una radiante y voluptuosa pelirroja de poco cerebro que lucía un cortísimo y escotado vestido rojo, acabó enfurruñada en un rincón.

Casi al final de la velada Jungeun perdió de vista a Jinsol, por lo que se enfureció con ella, con ella misma por prestarle atención a Yuna y también con los hermanos de Jinsol por no saber dónde estaba cuando ella les preguntó.

—Taehyung, ¿sabes dónde está tu hermana?— inquirió Jungeun al verlo pasar junto a ella de camino hacia el coche alquilado que los llevaría a todos de vuelta a casa.

—¡Yo que sé! Pero como no se dé prisa va a tener que volver en el coche de Jungkook.— contestó Taehyung despreocupadamente.

—¡Joder Tae, es tu hermana y tiene dieciséis años! ¡Deberías preocuparte más por ella!— le recriminó Jungeun furiosa y con ganas de golpear a alguien.

—Posiblemente esté detrás del escenario.— conjeturó Taehyung.— Allí es donde van todas las parejas a darse el lote.

—¿Qué? ¿Que Jinsol va a manosearse con ese imbécil? ¡Por encima de mi cadáver!— gritó Jungeun mientras se dirigía hacia el escenario.

—¿Qué pasa? ¿No ibas a ir tú en busca de Jinsol?— preguntó Chan a Taehyung mientras entraba por la puerta instantes después de que Jungeun desapareciera.— El coche está fuera esperando y le dije a mamá que nuestra hermana no llegaría muy tarde a casa.— señaló, molesto por la espera.

—No te preocupes, Jungeun ha ido a por ella.— respondió Taehyung.

—¡Joder! ¿Estás loco? ¡Esto puede ser una masacre!

—No, Jungeun nunca le haría nada a Jinsol. A Jungkook puede que lo machaque, pero a Jinsol no le hará nada.

—¡Lo de la masacre lo decía por Jinsol, no por Jungeun!— repuso Josh.— Ahora mismo voy a buscarlas antes de que la líen.

—Un momento.— dijo Taehyung interponiéndose en el camino de su hermano.— Tú has apostado a que no pasaría nada en el baile, ¿verdad?

—Y tú a que esas dos se pelearían, ¿cierto?— dedujo Chan  viendo al fin la brillante jugada de su hermano.

Definitivamente en el baile hubo una pelea: los Jeong se apalearon mientras decidían si ir o no en busca de su hermana.

Jungeun la encontró tal y como Taehyung le había dicho: detrás del escenario y poniéndole morritos a Jungkook a la espera del beso que nunca llegó. En lugar de besar a Jinsol, Jungkook besó la mano que Jungeun puso en medio de los dos tortolitos.

—Gracias por el beso.— dijo Jungeun sonriendo burlonamente a ambos mientras se aguantaba las ganas de machacar al baboso de Jungkook.— Jinsol, es hora de irse a casa.

—¡Pero Jungeun, yo no quiero irme todavía, y mis hermanos no han venido a por mí, así que date una vuelta con Miss Tetona y dile a mis hermanos que no me has visto!— se quejó Jinsol ganándose una mirada de odio de Jungkook.

—Tus hermanos te están esperando en el coche y me han enviado a por ti. Así que vamos.—apremió Jungeun enfurecida, apartándola de Jungkook.

—Déjame que yo hable con ella, cielo. Entre personas llenas de testosterona nos entendemos.—se entrometió Jungkook muy chulito.

«Oh, cada vez tengo más ganas de golpear a este imbécil», pensó Jungeun mientras se apartaba de Jinsol y se alejaba para hablar con Jungkook en un rincón. «Sí, eso, escoge un rincón oscuro y apartado.— continuó pensando Jungeun maliciosamente.— Así nadie me verá darte de hostias.»

—Venga Jungeun, amiga, tú sabes lo fogosas que son estas chicas con los jugadores como nosotros, y cómo te agradecen el haberlas invitado a un baile de mayores. Déjame que la lleve a casa después de unos cuantos magreos. Me cubrirás las espaldas, ¿verdad compañera?

Cuando Jungkook vio la mirada de odio de la muchacha se dio cuenta del error que había cometido, pero ya era demasiado tarde para él. Jungeun agarró a Jungkook por el cuello, lo golpeó contra la pared y lo retuvo allí mientras le advertía:

—No soy tu amiga, ni tu colega, vas a desaparecer del baile y como te vuelva a ver rondando a Jinsol te rompo las piernas, por lo que creo que perderás la oportunidad de una beca.

Tras esta amenaza lo soltó, dejándole vía libre para poder escapar, pero el muy estúpido no lo hizo.

—¿Qué pasa? ¿Te gusta Doña Perfecta? ¿Te da rabia que vaya a aceptar besos de mí, pero que a ti siempre te rechace? Como me pegues, te suspenderán. Ya sabes que no puede haber broncas entre los jugadores, y si te suspenden, despídete de la universidad, después de todo tú no eres una estudiante brillante.

«¡Dios, cuántas ganas tengo de pegar a este imbécil!», pensó Jungeun antes de hundir el puño en la pared junto a la cara de Jungkook.

Y el idiota le sonrió, y se dispuso a marcharse de rositas cuando la pérfida mente de Jungeun, acostumbrada a las gamberradas, despertó.

—Eso es lo que me parecía a mí.— dijo el cretino orgulloso de verse libre.— Que tu beca era más importante que una simple mujer.

Cuando Jungkook se alejaba, oyó a su espalda cómo Jungeun le comentaba de lo más convincente al capitán del equipo de lucha:

—Eh, Yeonjun, ¿no querías saber quién iba detrás de tu chica? Pues aquí el seductor me ha estado contando cómo planeaba tirársela por diversión. Me ha dicho que se aburría con Doña Perfecta y que ahora iba a por ella.

Jungkook no pudo dar ni un paso más cuando una masa llena de músculos se le tiró encima y empezó a golpearlo sin piedad.

Los del equipo de fútbol intentaron acudir en su ayuda, pero el capitán se interpuso en su camino.

—Chicos, no podéis lesionaros antes del partido. Pensad en los ojeadores.

Además, Jungkook iba detrás de la chica de otro y eso no se hace.

Todo el equipo estuvo de acuerdo con Jungeun y se alejaron esperando que el capitán solucionara la pelea, ya que eran un equipo y él siempre los ayudaba.

Cuando Jungeun pensó que el idiota había recibido su merecido, convenció a los chicos del equipo de lucha para que ayudaran a separar a Yeonjun de la piltrafa sanguinolenta que era Jeon.

Junguen se agachó como si estuviera ayudando al herido y le susurró:

—Esta paliza no es nada comparada con la que te daré cuando termine la temporada. Tú solamente acércate a Jinsol y verás.

Después de estas palabras Jungeun se marchó la mar de contento en busca de Doña Perfecta, que lamentablemente ya no tenía pareja de baile, pues se lo llevaban para el hospital.

Jinsol no dejaba de dar vueltas de un lado para otro preocupada por Jungkook, pero seguro que la salvaje de Jungeun no le haría nada a uno de sus compañeros de equipo. A lo mejor hacía algo para espantarlo. Últimamente tenía la sensación de que todos los chicos huían de ella. ¡A saber por qué! Serían sus hermanos, nuevamente con su vena protectora.

Al fin, después de media hora, apareció Jungeun, pero, como había supuesto desde un principio, Jungkook no lo acompañaba.

—¿Dónde está Jungkook?— preguntó furiosa.

—Ha tenido que marcharse rápidamente a un sitio, no me ha dicho dónde.— y era verdad, ya que atontado con la medicación antes de entrar en la ambulancia, Jungkook no había dicho nada.

—¡Seguro que le has hecho algo!— lo acusó Doña Perfecta.

—Te juro, pececita, que yo no le he puesto ni un dedo encima.

«Ahora bien, ¡Yeonjun se los ha puesto todos!», pensó Jungeun con satisfacción.

—Bueno, pues no me voy a marchar de aquí hasta que aparezca Jungkook. Él y yo tenemos cosas pendientes.

—Ya te he dicho que se ha ido y el coche nos está esperando, así que vamos.— ordenó Jungeun enfadada mientras la cogía de la muñeca y la arrastraba hacia la salida.

—¡Suéltame Jungeun! ¡He venido aquí dispuesta a dar mi primer beso y no me iré hasta dar mi primer beso!— gritó Jinsol rabiosa zafándose de la contraria.

—¡Pues eso tiene fácil solución!— respondió Jungeun con un brillo malévolo en sus ojos a la vez que agarraba a Doña Perfecta fuertemente contra sí y bajaba sus labios hacia los que tantas veces lo habían tentado durante ese último año en el que Jinsol comenzaba a convertirse en una hermosa mujer.

La besó con dulzura al principio, luego mordisqueó sus sensibles labios, animándolos a abrirse, y en cuanto pudo aprovechó el asombro de Jinsol ante lo sucedido para meter su lengua en su boca, probándola, buscándola.

Jinsol no tardó en reaccionar, y por unos instantes contestó a su beso con dulzura e inocencia, pero cuando el beso se tornó más fogoso y las manos de Jungeun descendieron hacia su trasero juntando sus cuerpos para que notara su excitación, ella se asustó.

Por lo visto sí era su primer beso, porque en cuanto se separó de ella le lanzó los zapatos a la cabeza y salió corriendo.

Cuando Jungeun corrió tras ella, el coche de alquiler había desaparecido yJinsol y sus hermanos se habían esfumado. Aella tan sslo le quedaban dos zapatos de tacón alto y una larga caminatahasta casa.

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