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Capítulo trece

Por fin después de dos años regresaba a su hogar. Ahora era muy diferente a como era cuando se marchó de Dorang-Sae. A sus veinticuatro años, Jinsol había madurado entre las elegantes calles de Nueva York y los suntuosos restaurantes. Su trabajo la había hecho más responsable y paciente, más distinguida y sensata de lo que fue en alguna ocasión. 

Tras meses de tratar con extravagantes personajes, entre los que podían llegar a catalogarse tanto artistas como clientes, estaba totalmente preparada para volver a ver a Kim Jungeun y no saltar ante sus provocaciones.

Esta vez venía decidida a no caer de nuevo entre sus brazos como una joven insensata y buscar al fin a ese hombre ideal que la estaba esperando en algún lugar. Si por una casual Kim Jungeun conseguía mostrarle que ella era esa persona, tal vez, solo tal vez, se rendiría a la evidencia y accedería a su alocada propuesta.

Hacía un año que había cambiado su viejo coche por uno nuevo y más exquisito, mucho más lujoso y apropiado a su nueva imagen de mujer de negocios: un deportivo descapotable de color plateado que apenas aparentaba ser de segunda mano. Gracias a las comisiones de sus ventas en la galería de arte, había conseguido ahorrar algo para poder decidir qué hacer en esos instantes en los que retornaba a casa sin un rumbo concreto marcado en la vida.

Lo primero sería buscar a sus hermanos para sorprenderlos con su llegada adelantada y su nueva imagen de chica perfecta. ¿Serían capaces de reconocerla con su nuevo aspecto? ¿La reconocería Jungeun después de tanto tiempo? ¿O podría jugar un rato con ella simulando ser otra?

Tal vez podría enredarse con ella en un bar, seducirla en el baño y después de besar esos excitantes labios, de acariciar esos fuertes brazos y ese musculoso pecho, de dejarse avasallar por su pasión salvaje y penetrar por su duro miembro mientras observaba la imagen de ambas en el espejo y le confesaba entre embestidas quién era, entonces Jungeun...

¡Mierda! Todavía no la había visto y ya se estaba volviendo loca de deseo, ¿se puede saber qué narices tenía Kim Jungeun para hacerla recaer siempre ante su persona? Lo mejor sería buscar a sus hermanos y olvidarse de Jungeun por un tiempo, al menos hasta que sus hormonas dejaran de estar revueltas y su cuerpo estuviera menos avivado.

Jeong Jinsol aparcó delante de la tienda de alimentos del señor Kim, bajó de su coche dejando a todos los curiosos de los alrededores con la duda acerca de quién sería ella, cerró con delicadeza y guardó las llaves en su bolso rojo de Cartier, regalo de un artista algo chiflado por haber vendido todos sus cuadros.

Jinsol se dirigió con paso firme hacia la tienda sobre sus tacones rojos de diseño y buscó entre las personas de la tienda a Kim Sunoo, uno de los cotillas más grandes del lugar. Si él no sabía dónde estaban sus hermanos, entonces no lo sabía nadie.

—Buenos días, señor Kim, ¿me podría decir dónde están mis hermanos? Estoy deseosa de volver a verlos después de tanto tiempo; por cierto, lo veo igual de joven que siempre.— comentó Jinsol sonriente.

—Esos modales tan refinados y de perfecta señorita solamente pueden ser de Jeong Jinsol.—dijo sonriente el viejo tendero mientras la abrazaba fuertemente con cariño.— A ver que te vea.— expresó apartándola de sí para fijarse otra vez en su nueva imagen.— Apenas te reconocería si no fuera por tus exquisitos modales. ¿Y bien? ¿Vienes para quedarte, o te irás con tu arte a otra parte?— bromeó el señor Kim.

—Por ahora me quedaré un tiempo.— respondió Jinsol.— Hasta que decida qué hacer. ¡Quién sabe! A lo mejor monto aquí un negocio propio y me quedo para enseñarles a todos lo que es el arte.

—Oh, aún recordamos en este pueblo tu artística colaboración a la cabalgata aquel año.— se rio Sunoo al rememorar viejas trastadas de esa jovencita.

—¡Señor Kim!— lo regañó Jinsol entre risas.— Eso fue solamente la travesura de una joven alocada.

—¡Ah, pero qué travesuras! Nos pasábamos días hablando de ti y de la chica de las Kim. Por cierto, Jungeun se ha convertido en una mujer de éxito, ha abierto una tienda de muebles y ha hecho algún que otro arreglo a casas ruinosas llegándolas a transformar en auténticas maravillas. Si te quedas deberías comprar una de sus casas, los forasteros se pelean por adquirirlas.

—Por ahora no sé dónde me quedaré, lo más probable es que vaya a casa de mis madres. Por cierto, ¿ha visto a mis hermanos? Tengo que hablar con ellos sobre eso precisamente.

—Ah sí, pequeña, hace un momento me dijeron que estaban los dos en el bar de Sana junto con Jungeun tomando unas cervezas.

—Bien, entonces será mejor que me marche antes de que se larguen de allí.— contestó Jinsol con un brillo travieso en los ojos que no engañaba a nadie.

Cuando Doña Perfecta salió por la puerta, Sunoo levantó el teléfono y, con una sonrisa, comentó.

—La chica de las Jeong ha vuelto y está muy cambiada, apuesto veinte a que Kim Jungeun no la reconoce.

...

Todos los hombres en el bar de Sana volvieron sus ojos hacia la puerta cuando una despampanante pelinegra de pelo liso que le llegaba hasta los hombros y ojos miel entró por ella.

Sus caderas se bamboleaban sobre unos tacones rojos de infarto. Su falda de tubo podría parecer sobria si no fuera porque se pegaba a todo su cuerpo como un guante, torneando su hermoso trasero. La elegante blusa roja se adhería a su cintura, moldeando sus pechos y mostrando a través de su escote el bordado negro de una selecta ropa interior. Una chaqueta negra que completaba su atuendo colgaba del hombro despreocupadamente mientras caminaba con decisión hacia una de las sillas vacías que se hallaban junto a Kim Jungeun.

—¿Estás sola?— le susurró al oído inclinándose hacia ella y mostrándole su ropa interior.

—Sí, estoy sola, ¿quieres una copa?— preguntó la Salvaje devorándola con la mirada.

—Pues ahora que lo dices, estoy sedienta. ¡Hola, me llamo Hyoyeon!— dijo alegremente tendiéndole la mano.

Jungeun cogió con delicadeza su mano y se la llevó a sus labios, besándola con ternura; luego le dio la vuelta despacio y besó su muñeca, seduciéndola con sus labios. Cuando por fin la dejó escapar, se presentó con un tono seductor que la hizo temblar.

—Me llamo Kim Jungeun, ¿qué hace una chica como tú por aquí?

—Agobiada por la gran ciudad, he venido a este recóndito pueblecito, pero me aburro con facilidad, ¿me puedes decir qué puedo hacer para divertirme?— preguntó mientras sus finos dedos acariciaban provocativamente su muslo, acercándose cada vez más a su miembro.

—Si quieres podemos quedar esta noche para cenar en un buen restaurante, luego te puedo enseñar lo que tú quieras.— la castaña movió su femenina mano lentamente hasta depositarla sobre su erección y mostrarle lo que en verdad quería enseñarle.

—Vale, de acuerdo.— dijo Jinsol tragando saliva e intentando retirar su mano.— Pero quedamos aquí y luego me guías hasta el restaurante.

Al final Jungeun dejó su mano libre; ella se puso en pie decidida a marcharse, pero ella se bajó del taburete, la cogió bruscamente y la pegó a su firme cuerpo mientras le susurraba al oído:

—A las siete y media aquí, no lo olvides pelinegrita.

Después de besar su cuello la dejó ir temblorosa hacia la salida y, cuando por fin estuvo fuera del alcance de su vista, sonrió satisfecho hacia sus amigos, que se dirigían furiosos hacia ella.

—¿Se puede saber quién era ésa?— gritó furioso Chan.

—¡Sí! ¡Dices que te mueres por Jinsol y, a la primera tía buena que se te pone por delante, la olvidas!— recriminó Taehyung.

—¡Si piensas que te vamos a ayudar a conquistar a nuestra hermana cuando ya estás pingoneando por ahí, estás loca!— continúo el mayor de los tres.

—¿Habéis acabado ya con vuestro sermón?— preguntó Jungeun hastiada.

—¡No!— contestaron los dos hermanos furiosos, y antes de que los Jeong se aliaran para pegarle un tiro, Jungeun los interrumpió.

—Lo mejor que podemos hacer es dejarla en manos de mapá y su escopeta, seguro que ella...

—Chicos, chicos, ésa era vuestra hermana.— aclaró Jungeun dejándolos con la boca abierta.

—¡Eso no puede ser!— exclamó Chan.

—¡Ni siquiera nos ha saludado!— se quejó Taehyung.

—Se ha hecho pasar por otra chica; no sé por qué pensó que yo no la reconocería.— comentó Jungeun.

—Tal vez porque está muy cambiada.— señaló Chan.

—Reconocería a tu hermana aunque se vistiera con un saco de patatas y se rapara al cero. Además, los zapatos que llevaba se los regalé yo.— sonrió lobunamente al recordar el día en el que la obsequió con ese presente.

—Sigo sin pensar que esa chica pueda ser Jinsol, está demasiado bien para ser ella.— comentó el del medio de los Jeong enfadado.

—Pues ve a casa de tus madres y, si la misma pelinegra que estaba insinuándose a mí no está abrazando a tus madres, te regalo todas las reformas de tu desastroso apartamento.

—¿Y las de la clínica? —añadió Chan.

—También las de la clínica.— concedió Jungeun antes de que sus amigos corrieran hacia la salida dándose empujones para ver quién llegaba antes a casa de sus madres.

Por su parte, Jungeun siguió deleitándose con su fría cerveza, intentando descubrir a qué quería jugar Jinsol con ella haciéndose pasar por otra; fuera lo que fuese, pensaba divertirse con ella mientras lo averiguaba.

Sus lujuriosos pensamientos fueron interrumpidos cuando recibió una llamada de sus amigos pidiéndole perdón y confirmando lo que ella ya sabía; rio ante las absurdas quejas de ambos por haberse quedado sin su premio, y prometió hacer las reformas gratis si lo ayudaban a distraer a Don Perfecto para que no se encontrara con Jinsol.

Tras colgar sin más ante las absurdas peticiones de reformas de sus amigos, Sana, curiosa, le preguntó:

—Jungeun, ¿quién era esa chica, la pelinegra del traje negro? Su cara me suena.

—No me extraña, Minatozaki, esa rubia era Jeong Jinsol, mi querida Doña Perfecta.— confirmó Jungeun pidiéndole otra cerveza.

—Ésta corre por cuenta de la casa; después de todo, hoy paga Sunoo.— respondió Sana alegremente alejándose hacia la cocina.

...

«¡Fiel, las narices!», pensaba Jinsol dirigiéndole otra sonrisa fingida a Jungeun, quien no dejaba de devorarla con los ojos. Desde que habían entrado en el restaurante no había dejado de sobarla sutilmente. Parecía ser que su vestido de diseño italiano la traía loca: se trataba de un vestido de tirantes, rojo, corto por las rodillas, entallado, con un insinuante escote por delante y por detrás, ya que enseñaba gran parte de su espalda. Llevaba los mismos zapatos rojos que esa mañana y un bolso rojo de noche que hacía juego con ellos.

Se había vestido para seducir, pero creyó que ella se resistiría un poco más ante los avances de una desconocida. Quitó una vez más la mano que por debajo de la mesa acariciaba su muslo hacia lugares más prohibidos mientras intentaba sonsacarle información.

—¿Y no estás esperando a nadie especial?— preguntó Jinsol.

—Solo a ti, pelinegrita.—contestó la contraria atrevidamente.

—Entonces, ¿en estos momentos no hay nadie en tu vida ni lo habrá dentro de poco?— quiso saber Jinsol, molesta.

—Bueno, para serte sincera hay una chica con la que me voy a casar, pero primero tengo que convencerla de que soy perfecta para ella.

—¿Ah sí? ¿Y cómo lo harás?— indagó algo enojada.

—No te preocupes, ella no puede resistirse a mis encantos.— se vanaglorió Jungeun sonriendo a Doña Perfecta.

—¿Y cómo es esa mujer con la que piensas casarte?

—¿Ella? Testaruda, quisquillosa, en ocasiones algo despiadada, no sabe cocinar, constantemente pierde los zapatos porque acaba tirándomelos a la cabeza...

—¡Vaya, qué virtudes!— ironizó Jinsol interrumpiéndola, mordiéndose la lengua para no insultarla.

—Sí, ¿a que es perfecta?— exclamó Jungeun, poniendo una vez más su mano sobre su muslo.

Jinsol, ya desquiciada, apartó bruscamente su mano y se dirigió hacia los lavabos de señoras.

—Idiota descerebrada, batracio apestosa, rana y mil veces rana...— insultó al espejo sabiéndose sola.

Cuando oyó abrirse la puerta, intentó mantener la compostura simulando retocar su maquillaje, hasta que unas fuertes, grandes y femeninas manos le rodearon la cintura y la pegaron contra un musculoso cuerpo.

Miró al espejo donde su atacante le devolvía la mirada risueño mientras besaba lentamente su cuello. Jinsol vio a Jungeun confusa y excitada, su cuerpo se recostó contra el de ella, languideciendo ante sus caricias, que habían pasado de rozar su cintura por encima del vestido a agarrar uno de sus pechos con una de sus hábiles manos, torturando con sus dedos el enhiesto pezón. Jinsol gimió estimulada por sus manos.

—Mi mujer perfecta también es apasionada.— besó su cuello.— Hermosa como ninguna otra.—lo lamió.— Una gran artista.— la mordisqueó suavemente.— Y es la única mujer en la que puedo pensar día y noche.

Una de sus manos se dirigió hacia su entrepierna y alzó su vestido introduciéndose en sus braguitas de encaje.

—¿Y por qué no estás con ella?— se estremeció Jinsol confusa intentando resistirse a Jungeun.

—Lo estoy...— comentó adentrando uno de sus dedos en su húmedo interior.— Jinsol...— sacó el dedo y lo introdujo de nuevo, lentamente, acariciando en el proceso su clítoris, haciéndola gemir.— Cuando te pongas esos zapatos...— introdujo otro dedo dejando que ella moviera sus caderas desesperadamente contra su mano, mientras sacaba uno de sus pechos del confinamiento de su vestido y lo pellizcaba produciendo a la vez dolor y placer.— ... Recuerda quién te los regaló.

Jinsol no pudo más y se convulsionó contra su mano llegando al orgasmo mientras gritaba de placer. Su cuerpo extenuado y tembloroso se apoyó en ella mientras su cerebro desconectado intentaba recordar las palabras de Jungeun.

Cuando juntó todas las piezas del rompecabezas, se apartó furiosa de la mayor y la encaró llena de ira.

—¡Lo sabías! ¡Desde un principio sabías que era yo y no me dijiste nada!

—Quería averiguar lo que traías entre manos. ¿Qué pasa, Jinsol? ¿No te gusta que jueguen contigo, pero tú sí puedes jugar conmigo?— preguntó Jungeun molesta con su manera de actuar.

—Solo quería saber si aún te acordabas de mí.— respondió Jinsol confusa.

—¿Seduciéndome con otro nombre?, ¿haciéndote pasar por otra?

—No... No quería llegar tan lejos.— comentó arrepentida.

—¿Eso es lo que has aprendido en Nueva York, a tirarte a desconocidos en los lavabos de los restaurantes?— Jungeun se dejó llevar por su furia y en el mismo instante que estas palabras salieron de su boca supo que eran un error.— Lo siento, Jin...

Jinsol no aceptó sus disculpas y cruzó su cara de una bofetada.

—¡No soy tu novia, Kim Jungeun! ¡No soy tu amante para que me exijas nada, y a partir de ahora no soy siquiera tu amiga! Para tu información, he tenido la oportunidad de tirarme a muchos hombres, pero estaba trabajando duro y no mezclo el placer con los negocios. Querías cuatro años para demostrarme algo y lo has hecho: ¡eres la última persona del mundo con la que me casaría! Te ha sobrado tiempo para demostrarme lo imperfecta que eres.

Jinsol salió del baño con restos de lágrimas en los ojos, sin correr, sin descontrolarse, con un perfecto y rápido paso que marcaba la salida de una diosa.

Jungeun corrió detrás de ella dispuesta a ponerse de rodillas para obtener su perdón, pero el destino fue más rápido que ella y Jungeun observó desde lejos y sin poder hacer nada cómo a Jinsol se le caía el bolso al suelo cerca de unos caros zapatos de hombre y un elegante traje negro de Dior. El hombre se agachó junto a ella y educadamente la ayudó a recoger sus cosas mientras le tendía uno de sus inmaculados pañuelos blancos para que enjugase sus lágrimas; ella sonrió ante una broma del engalanado hombre de negro y, cuando se incorporaron, como Jungeun temía, Don Perfecto la acompañaba fuera del local con suma elegancia.

Había visto el magnífico encuentro desde fuera como un simple espectador de una pésima película romántica, y esa historia no le gustaba nada, ya que ella era la mala.

Destrozada por la idiotez de sus actos, llamó a sus amigos para que lo ayudaran a arrastrarse para obtener el perdón de su hermana.

—A Jinsol nunca debes hacerla enfadar.— señaló Taehyung.

—Porque Jinsol nunca perdona.— añadió Chan.

Sus amigos eliminaron así las últimas esperanzas que tenía su estúpido corazón de no haberla perdido para siempre.

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