Capítulo siete
Cuando llegaron al lago, Jungeun dejó las luces de la furgoneta encendidas en dirección a la orilla y aparcó lo más cerca posible de ésta. Sin esperar a ver lo que hacía Jinsol, se quitó toda la ropa excepto los calzoncillos y el top deportivo y salió corriendo hasta zambullirse de cabeza en el agua.
Jinsol, por su parte, se quitó la ropa lentamente, doblándola en el asiento delantero, hasta quedarse en ropa interior y probar despacio el agua con un pie antes de retirarse y comentar.
—¡Dios, está helada!
—¡No me seas gallina!— retó Jungeun antes de darse la vuelta y verla en ropa interior.
Luego quedó muda.
Jinsol llevaba un conjunto de ropa interior de encaje negro.
El sujetador realzaba sus pechos, que estaban a punto de desbordarse mientras el frío excitaba sus duros pezones destacándolos a través de la tela. En esos momentos a Jungeun se le hizo la boca agua por las ganas que tenía de volver a probar el sabor de su cuerpo, pero se contuvo y siguió observando la gran tentación que se hallaba al alcance de su mano. Sus braguitas también eran de encaje, no un tanga, sino un culotte de lo más sexy que se ajustaba maravillosamente a su lindo trasero.
Y mientras ella se introducía poco a poco en el agua mojando su exuberante cuerpo, Jungeun hacía lo posible por evitar abalanzarse sobre ella, con una erección que era insensible al agua helada y que se hacía más grande a cada paso que daba Jinsol hacia ella.
Jungeun se alejó nadando como una loca cuando Jinsol estuvo a su lado, para evitar la tentación.
«¿Quién demonios se cree? ¿Phelps?», pensó Jinsol mientras nadaba despacio disfrutando del agua y flotando plácidamente boca arriba con el cuerpo relajado. En ese momento vio por el rabillo del ojo cómo Jungeun se hundía una y otra vez y nadaba con dificultad; se acercó a ella segura de que necesitaba su ayuda, pero cada vez que la pelinegra se acercaba la contraria se alejaba, hundiéndose más en el agua.
—¡Te quieres estar quieta idiota, que te vas a ahogar!— gritó finalmente Jinsol enfadada, y Jungeun reaccionó dejándola hacer.
Cuando llegaron a la orilla, Jinsol le ayudó a tumbarse sobre una toalla que había colocado en el suelo.
—Un calambre.— comentó Jungeun dolorida mientras se agarraba la pierna.
—Deja que te dé un masaje.— propuso Jinsol a la vez que acariciaba dulcemente su pierna dolorida.
—No creo que sea la mejor idea.— explicó Jungeun, pero seguidamente se tumbó en la toalla.
Jinsol masajeó con delicadeza su pierna dolorida haciéndole recuperar la sensibilidad, pero mientras aliviaba el dolor de su pierna también avivaba el de otro de sus miembros que a cada momento que pasaba estaba más caliente y duro. Así que, sin molestarse en explicarle el efecto que causaban en ella sus caricias, Jungeun la apartó bruscamente de sí.
—Ya vale, la pierna está mejor.
—¡Pero qué narices te pasa!— gritó Doña Perfecta enfadada, preparándose para llevar a cabo una de sus regañinas.— ¡En el agua por poco te ahogas, y aquí intento ayudarte y me apartas como si fuera la peste! Debes estar mal de la cabeza...
No lo aguantó más, verla allí riñéndole con los brazos sobre la cintura, y el gesto fruncido, mientras miles de gotitas de agua acariciaban su dulce cuerpo cubierto únicamente por un escueto conjunto de ropa interior... Eso la llevó directa a la locura, y Jungeun finalmente acalló sus palabras cogiéndola entre sus brazos y besando sus labios con la ardiente pasión que latía en su interior impidiéndole emitir sonido alguno que no fueran los gemidos ardientes que no tardaron de salir de su boca.
¡Jungeun estaba loca, se había abalanzado sobre ella para besarla como una idiota enamorada! Tenía que quitársela de encima, pensaba Jinsol mientras se dejaba besar, pero el problema era que sus besos eran tan dulces, tan tiernos... Mordisqueaba su labio inferior con delicadeza y luego lo besaba calmándole el leve dolor, introducía su lengua en su boca y jugaba con la suya haciéndola arder y, sin apenas darse cuenta, responder a sus besos.
Cuando sus brazos la atrajeron hasta su mojado y fuerte cuerpo, ella se dejó, y las caderas de Jungeun se pegaron a las suyas haciéndola sentir lo excitada que estaba.
Jinsol decidió que era el momento de apartarse de ella antes de dejarse llevar por la locura de ese beso, así que posó sus manos en el pecho de Jungeun dispuesta a alejarla. Pero entonces la castaña bajó su cabeza y besó sus pechos por encima de la húmeda tela de encaje.
Con los dientes bajó su sujetador, dejando expuesta su piel desnuda al frío de la noche; sus pezones se irguieron por el frío, o tal vez por la excitación del momento; fue entonces cuando Jungeun jugueteó con sus senos, mordisqueando suavemente sus pezones, para luego continuar con las caricias de su lengua y sus delicados besos.
A la vez que su boca la enloquecía, sus fuertes manos alzaron sus nalgas, sin dejar de acariciarla y acunar lo más íntimo de su cuerpo contra la firme erección de la mayor.
Su interior estaba cada vez más húmedo, su cuerpo gritaba pleno de excitación y finalmente Jeong Jinsol dijo adiós a su cordura cuando una de las manos de Jungeun acarició su húmeda entrepierna por encima de su culotte.
Ella alzó sus manos y, cuando parecía que iba a rechazar los avances de Jungeun, simplemente se rindió a su mayor. Se agarró a sus fuertes hombros y alzó sus piernas cogiéndose firmemente a su cintura, restregándose contra su duro miembro, mientras gemía ardientemente en busca de su placer.
Jungeun rugió enfebrecida por la pasión. Sin dejar de agarrar fuertemente a Jinsol contra su cuerpo, la tumbó en la toalla y reclamó sus labios mientras sus manos buscaban frenéticas la liberación de sus pechos.
El sujetador no tardó mucho en desaparecer. Entonces Jungeun jugó con sus senos acariciándolos, apretándolos entre sus fuertes manos. Sus dedos no tardaron en acariciar sus enhiestos pezones y pellizcarlos haciéndola sollozar de pasión.
Su boca abandonó los labios de Jinsol y fue bajando despacio por su cuerpo en busca del recuerdo del sabor de su deseo. Besó con delicadeza su cuello, sus hombros... Cuando llegó a sus pechos los devoró haciéndola enloquecer. Sus manos bajaron por su cintura hasta llegar a su culotte y acarició por encima de éste su húmedo interior.
Jinsol gimió moviéndose contra la ruda mano de Jungeun, suplicándole con su cuerpo el placer que se resistía a darle, pero sus manos siguieron prodigándole caricias excitantes ignorando una y otra vez ese lugar que lo reclamaba húmedo y dispuesto.
Acarició sus piernas, desde la punta de los pies hasta sus firmes muslos, que se abrieron sin protesta alguna cuando los besó y lamió muy cerca de donde su deseo latía con necesidad. El cuerpo de Jinsol estaba tenso como una cuerda, lleno de deseo, a la espera de sus caricias en el lugar más íntimo.
Finalmente, cuando Jungeun alzó sus caderas y la saboreó a través del culotte, como si fuera una hambrienta y ella su comida, Jinsol gritó extasiada mientras tenía su primer orgasmo. Pero Jungeun no se detuvo y le arrancó la ropa interior sin dejar de devorarla.
Jinsol, aún sensible, volvió a excitarse cuando una de sus manos acarició un pecho y la otra introducía uno de sus dedos en su húmedo interior, embistiéndola a la vez que su lengua acariciaba su lugar más sensible. Cuando Jungeun introdujo un segundo dedo, ella gritó su nombre una y otra vez mientras tenía su segundo orgasmo y agarraba fuertemente la cabeza de la castaña contra su cuerpo.
Con el cuerpo lánguido y relajado, Jinsol soltó la cabeza de Jungeun, que pareció mostrarse satisfecha, pues se retiró de su lado haciéndole darse cuenta del frío de la noche. La mayor se quitó la ropa interior y mostró su enorme erección ante los ojos inocentes de Jinsol, mientras su mirada llena de lujuria insatisfecha la devoraba.
—Nunca tendré bastante de ti.— declaró Jungeun dirigiéndose hacia ella.— Si quieres parar, si quieres decirme que no, ¡por Dios hazlo ahora, porque si no lo haces te voy a hacer mía una y otra vez!
Jinsol la miró confusa, pero tan solo echar un vistazo a su fuerte cuerpo desnudo y a su excitante miembro la llenó nuevamente de un vivo deseo, por lo que se olvidó de quiénes eran y de todo lo demás, y alzó la mano para acariciar su miembro. Se sintió poderosa al escucharla gemir de placer mientras ella apretaba su pene y movía su mano haciéndola reaccionar.
Las caderas de Jungeun se movieron contra su mano mientras ella gruñía su nombre una y otra vez; Jinsol se humedecía ante la respuesta del cuerpo de Jungeun y finalmente fue ella la que tomó la iniciativa guiándola hacia su interior.
Jungeun se detuvo unos momentos en busca de protección. Cuando la encontró entre sus pantalones, Jinsol la esperaba húmeda e impaciente. Fue la pelinegra la que, entre caricias, le puso el preservativo, haciéndola sufrir ante la tortura de sus caricias. Y cuando finalmente Jungeun se introdujo despacio en su apretado interior, para la castaña fue el paraíso, pero Jinsol gimió de dolor.
Mientras Jungeun intentaba introducirse enteramente en ella, se dedicó a volver a excitar su tenso cuerpo con el fin de hacerle olvidar el dolor de la primera vez. La acarició de nuevo con una de sus manos en busca de su placer y con su boca tomó otra vez sus pechos.
Jinsol no tardó en reaccionar y exigirle que se introdujera en su cuerpo; Jungeun se resistía a ser brusca y arrebatarle la virginidad de una sola embestida, pero fue Jinsol la que le obligó a hacerlo cuando alzó sus caderas aceptándola completamente en su interior. Jungeun gimió extasiada cuando se halló toda apretada por su húmedo cuerpo, Jinsol gritó de dolor, exigiéndole que se quitara de encima, hasta que empezó a moverse para apartarse de la castaña y comenzó a gustarle.
—Jinsol, no te muevas.— suplicó Jungeun dispuesta a mantener el control y a no tomarla como una posesa.
Pero Jinsol le ignoró volviendo a alzar las caderas al ver que su contraria no se movía; gimió de placer y arañó su musculosa espalda atrayéndola hacia ella, exigiéndole más.
—¡A la mierda el control!— gruñó entre dientes Jungeun mientras embestía con fuerza el cuerpo de Jinsol.
La oyó gritar su nombre una y otra vez mientras tenía un orgasmo y, a la vez que su cuerpo se convulsionaba de placer, el de Jungeun llegó al límite y explotó con bruscas arremetidas liberándose en su interior.
La mayor cayó rendido sobre el cuerpo de Jinsol, luego se apartó para no aplastarla con su peso y se acurrucó a su lado abrazando su cuerpo satisfecha. Sonrió feliz al tenerla por primera vez entre sus brazos sin que hubiera discusión alguna entre ellas.
—Esto ha sido un error que no se puede volver a repetir.— intervino Jinsol rompiendo el bonito momento que las amantes tienen después de hacer el amor.
—¿Por qué?— preguntó Jungeun enfurecida.
—Porque tú y yo nunca podríamos tener una relación.— indicó Jinsol mientras se levantaba y buscaba sus ropas esparcidas por el suelo.
—¿Y se puede saber por qué piensas eso?— cuestionó indignada.
—Porque eres una salvaje inmadura que dentro de unas semanas volverá a la universidad, donde te esperan miles de gruppies. Tú estarás en una punta del país estudiando quién sabe qué, y yo estaré en la otra estudiando arte y concentrándome en mi futuro. Y, además, no eres el tipo de persona que se puede resistir a ninguna mujer y tampoco eres la mujer adecuada para mí.
—¡Yo puedo ser fiel!— replicó Jungeun.— Para tu información, si me acostara con todas las chicas que se me han insinuado ya lo tendría desgastado de tanto uso. ¿Y qué es eso de que no soy la mujer adecuada para ti? ¿Quién es la persona adecuada para Doña Perfecta?— preguntó irónica mientras la perseguía desnuda incordiándola con sus preguntas.
—¡Para empezar, una que no me persiga en pelotas mientras intento vestirme!— contestó furiosa a la par que se ponía los pantalones.
—¡Bien, ya no estoy desnuda!— dijo Jungeun después de ponerse los calzoncillos.— ¿Qué más tengo que hacer para ser tu mujer ideal?
—Tengo una lista Jungeun, una lista de diez cualidades. Tú no tienes ni una sola de ellas, ni una. ¿Eso no te hace pensar que entre tú y yo no tiene cabida relación alguna?
—¡No me jodas, Jinsol! ¡Por una estúpida lista no soy apta para una relación! Y lo que ha ocurrido entre nosotras, ¿qué es? — preguntó Jungeun enfurecida de nuevo.
—Un error.— contestó Jinsol mientras se ponía la camiseta.
—¿Y qué se supone que tiene que hacer ese hombre perfecto tuyo: partir nueces con el culo, pelar una cebolla sin llorar, cagar oro?
—Ninguna de esas cualidades está en mi lista, mira tú por dónde.— contestó Jinsol irónicamente.
—¡Quiero una copia de esa lista!— exigió Jungeun.— Voy a convertirme en tu mujer perfecta y, cuando lo consiga, tú y yo nos casaremos.
—Estás como una cabra, tú nunca serás una persona perfecta. Eres la antítesis de ese concepto.
—¿Es que temes que llegue a convertirme en tu persona ideal?— preguntó con sorna, retándola.
—No, pero ¿para qué quieres convertirte en la mujer perfecta? Yo no te intereso, solo soy una más en tu catálogo de mujeres.
—¡Tú no eres una más, tú serás mi esposa!— declaró Jungeun con decisión.
—Jungeun, estás como una cabra si piensas que alguna vez me casaré contigo. ¿Qué pasa? ¿El acostarte con una chica que no es idiota y tetona te ha afectado? Pobrecita.— dijo acariciándole la cabeza burlonamente mientras se subía a la furgoneta.
Jungeun se vistió con rapidez, ya que estaba segura de que si no lo hacía sería abandonada sin vehículo alguno nuevamente. Subió enfadada al asiento del conductor y antes de arrancar la miró seriamente.
—Dame un tiempo para ser tu persona ideal y, si no lo consigo, te dejaré en paz.
—Jungeun, es imposible que estemos destinadas a estar juntas: siempre estamos discutiendo, no sabemos hacer otra cosa que no sea pelearnos como dos crías.
—No te pido una relación ahora, solo que no te enamores de nadie en el tiempo que estés fuera. Cuando vuelvas después de la universidad, yo te demostraré que soy esa mujer.
—Y tú mientras tanto te enamorarás y tendrás una familia, ¿no?— preguntó irritada.
—Prometo no tener ninguna relación seria hasta que vuelvas. ¡Joder, Jinsol! ¿Tienes miedo a darme una oportunidad, a descubrir que yo puedo ser esa persona a pesar de mis imperfecciones?— gritó Jungeun frustrada.
—Si en algún momento a lo largo de estos años encuentro a ese hombre que es perfecto para mí, que cumple todas y cada una de las cualidades de mi lista y no eres tú la afortunada, no lo podrás asustar, ni espantar, ni hacer nada que pueda alejarlo de mi lado.
—Juro que si encuentras a Míster Perfecto lo dejaré en paz. Entonces, ¿tenemos un trato? ¿Me dejarás demostrarte lo perfecta que puedo llegar a ser?
—Debo de estar loca, pero como siento hambre, estoy medio dormida y tengo ganas de llegar a casa, acepto. Tenemos un trato. Te doy cuatro años, que son los que tardaré en terminar mi carrera de Bellas Artes. Cuatro años para demostrarme lo equivocada que estoy. Y cuando cada año que pase nos veamos en vacaciones te preguntaré si quieres seguir con esta ridícula idea, que puedes abandonar en cualquier momento y dejarme en paz.
—Cada año te responderé lo mismo.
—¿Y qué es lo que me dirás?
—Pregúntamelo el año que viene y te contestaré.— comentó Jungeun felizmente mientras arrancaba la furgoneta.
JUNGEUN
¡Jodida lista de los cojones! No había por dónde cogerla.
A la mañana siguiente de nuestra escapada al lago había incordiado a Jinsol hasta que me había arrojado la lista por la ventana de su habitación dentro de un zapato que me había dado en la cabeza. ¡Qué puntería tenía cuando quería la muy condenada!
Como suponía que Doña Perfecta querría llevar todo lo referente a su lista en secreto, esperé a que no hubiera nadie en casa agobiándome con sus sermones para subir a mi habitación y desenrollar la fotocopia que Jinsol me había tirado.
Al principio estaba escrita con letras muy infantiles. Pero a cada punto de su lista iba notándose como la letra se mostraba más femenina, más de mujer en vez de niña pequeña. Por lo visto había tardado años en hacerla.
Recordé entonces haber visto esa lista de pequeña, pero no podía ser la misma, era imposible, pensé mientras buscaba el feo dibujo de una rana que yo había hecho con rotulador, y sin escudriñar mucho ahí estaba el bicho, mirándome y burlándose de mí como diciéndome «tú eres la rana».
Me senté en la cama preocupada y comencé a leer lo que Jinsol había escrito a lo largo de estos años:
«Mi perfecta rana azul»
1. Tiene que ser el más guapo.
2. Que no sea un salvaje.
3. Que sepa dibujar.
4. Que sea educado en todo momento. (No parecerse a la cerda de la vecina.)
5. Que me defienda de todos los matones del mundo (incluida mi vecina.)
6. Que no lo busque la policía.
7. Que cante como los ángeles.
8. Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuándo debe dármelo.
9. Que sus besos sean especiales.
10. Que sea el mejor amante del mundo.
Al final de la lista había una nota escrita en rotulador rojo que me retaba: «No tienes ni una de estas cualidades. Además, espero que mi hombre perfecto me sea fiel (sin gruppies)», añadía la muy pilla riéndose de mí.
—Bien.— me dije en voz alta, decidido.— Repasaré la lista punto por punto.
En lo referente a ser la más guapa, ya lo soy. Solo me tengo que encargar de que no encuentre chicos más guapos que yo. Nota mental: rodearme siempre de troles para parecer la mejor de las opciones.
Segundo, lo de ser salvaje. Yo no era ninguna salvaje, aunque me apodaran así en el pueblo. En ocasiones tenía demasiado carácter, pero eso era todo. ¿Cómo solucionar el problema? Pues evitando que me llamasen así en el pueblo. ¿Cómo hacerlo? Amenazando a todo aquel que me lo llamara, eso sí, con discreción y sin salvajismo.
Tercero, lo de dibujar no se me daba tan mal. Además, mi rana era perfecta. No obstante, tomaría clases de dibujo en la universidad. Sin embargo, ahora que lo veía con atención, mi batracio podía confundirse con una vaca, ¡joder, realmente dibujaba como el culo!
Cuarto, educada. Yo soy muy educada, casi nunca digo palabrotas, solamente cuando me irrito si algo me saca de mis casillas, y respecto a lo de la «cerda de la vecina», yo no tengo ninguna cerda. Mejor ignoro este punto y no me doy por aludida, esta jodida lista me está tocando los huevos...
Quinto, defensa antimatones. ¿Cómo narices voy a defenderla de todos los matones del mundo? Ésta quiere que sea Chuck Norris... ¿Estará libre para poder contratarlo como guardaespaldas? Bueno, mejor paso al siguiente punto.
Sexto, no ser buscada por la policía. La policía no me busca, eso seguro, aunque las multas sin pagar se van acumulando y... Será mejor que ahorre y pague todas las malditas multas de una vez.
El punto siete definitivamente me tiene mosqueada, la pregunta clave es: ¿cómo coño canta un ángel? Tan mal no canto, ¿verdad? Aunque el profesor de música del instituto amenazó con saltar de la azotea si me apuntaba a su clase... Bueno, pues a tomar clases de canto.
Octavo, regalos perfectos. ¿Cómo demonios sabes cuándo y qué regalar? Con las mujeres nunca se acierta: si les regalas bombones, están a dieta; si les regalas ropa interior, eres una pervertida, y si les dices que se compren algo, que tú lo pagas, no lo quieren porque no te molestas en elegirlo tú, blablablá... En fin, sobornaré a sus hermanos para saber cuándo y qué regalarle.
Noveno, el beso especial. Vale, abandono. ¿Cómo leches sé si mis besos son especiales? ¿Qué quiere decir eso? ¿Y qué parte es la que tengo que besar para que sea especial? En fin, besaré todo su cuerpo, seguro que de casualidad acierto.
Décimo, mejor amante del mundo. Que soy una buena amante, lo soy, pero ¿cómo soy la mejor del mundo? ¿Me tengo que cepillar a medio mundo para averiguarlo?, ¿me bastará con un cuarto de la población? Compraré el Kamasutra a ver las ideas que puedo sacar de ahí.
Leer esa mierda de lista me deprimió más que animarme, pero aún tenía la esperanza de convertirme en su mujer perfecta. «¿Por qué las mujeres tienen que ser tan complicadas?», grité frustrada; luego me calmé al pensar que tenía ante mí cuatro largos años por delante para demostrarle todas mis cualidades. Empezaría por revelarle que, sin duda, los puntos nueve y diez los cumplía.
Además, eran los más entretenidos de la lista.
JINSOL
—¡Esto ha sido un error!— grité una vez más histérica al cuerpo desnudo de Jungeun que me sonreía con mofa sabiendo que sin duda ese error se volvería a repetir, ya que llevaba todo el verano diciéndole lo mismo cada vez que hacíamos el amor.
Al principio había sido fácil resistirse a sus avances, solo tenía que pensar que pronto se marcharía y estaría rodeada de chicas.
Me dediqué a centrarme en mis futuros estudios y en la nueva vida que me esperaba. Intenté ignorarla y olvidar la noche que había pasado con Jungeun en el lago, pero por las noches soñaba con ella y con el momento vivido entre sus brazos, así que a la mañana siguiente me levantaba húmeda y excitada, con ganas de tenerla una vez más dentro de mí. Así fue como empecé a hacer footing para desfogar mi cuerpo del acaloramiento matutino.
Por desgracia, ella también comenzó a correr por las mañanas, y ver su cuerpo fuerte y sudoroso no me venía nada bien para bajar mi libido.
Jungeun comenzó a seguirme a todos lados, discutiendo todos los temas de la lista como si fueran negociables, y a rebatir cada uno de los puntos con sus estúpidos argumentos: que si cómo cantan los ángeles, que si cómo sabes lo que tienes que regalar, etc., etc., etc.
En algunos momentos llegué a desear no haberle hablado nunca de esa lista; en otros deseé hacérsela tragar a ver si así conseguía que se callara y me dejara en paz. Pero fue en uno de esos días en los que ya no puedes más cuando reaccioné haciendo algo que estaba fuera de lugar en la señorita que hay en mí.
Nos hallábamos nuevamente en una fiesta que ofrecía mi amiga Minnie, apartadas de todos porque quería hablarme una vez más de la lista de las narices.
Tras escuchar su cháchara durante un buen rato, ya no pude más y, después de ver que no había nadie que nos observara, para que se callara de una vez, me levanté la camiseta y le enseñé las tetas, ya que ese día no me había puesto sujetador. Algo básico y sin sentido, pero que funcionó a la perfección: por fin se calló.
Pero su silencio tuvo consecuencias, y antes de atraerme fuertemente junto a su cuerpo me susurró al oído:
—Eso me recuerda a los puntos nueve y diez de tu lista.
Esa noche fue algo rápido pero maravilloso: me alzó la camiseta y cogió mis pezones erectos y excitados entre sus labios dando pequeños tirones, haciéndome gemir de placer. Luego los succionó y mordisqueó deleitándose en lo que hacía; me cogió entre sus brazos sin dejar de devorarme los senos, conduciéndome a la parte más oscura y solitaria del jardín. Allí me apoyó en un árbol, metió una de sus fuertes manos bajo mi falda, entre mis muslos, y la deslizó hasta tocar lo húmeda que estaba. Después apartó el tanga hacia un lado mientras me introducía uno de sus dedos y con el pulgar acariciaba mi clítoris. Yo eché la cabeza hacia atrás extasiada; estaba a punto de gritar llena de placer cuando Jungeun pareció sospecharlo, porque tapó mi boca con su otra mano dándome la libertad de gritar contra ella, ya que ahogaba el sonido de mi pasión.
Cuando estuve a punto de llegar al orgasmo solo con sus caricias, se apartó de mí, por lo que le mordí la mano como protesta. Segundos después me penetró fuertemente mientras alzaba mi cuerpo y yo le rodeaba la cintura. Ella continuó jugando con mis senos, y una de sus manos, que agarraba fuertemente mi trasero, movía mi tanga haciéndolo rozar con mi clítoris a la vez que Jungeun me embestía sin piedad.
Fue entonces cuando grité como una loca, convulsionándome de placer sobre su miembro mientras ella se endurecía más aumentando el ritmo de sus acometidas, explotando finalmente dentro de mi cuerpo.
Cuando se retiró de mi interior me percaté de que se había puesto un preservativo y respiré aliviada porque una de las dos había conseguido pensar en algo antes de aparearnos como animales.
Luego me enfadé conmigo misma y le dije, mientras intentaba sin éxito arreglar mi aspecto:
—Esto ha sido un error.
Y caía en ese error todo el verano, porque, cuando discutíamos, nos quedábamos solas, o volvíamos a acordarnos de esa estúpida lista, una de las dos hacía algo que encendía a la otra y adiós cordura.
—¡Lo digo en serio!— le grité a Jungeun dejando de pensar en el pasado mientras le señalaba con el dedo.
Luego me agaché desnuda para buscar las malditas bragas debajo de su cama y cuando su erección acarició mis nalgas, mi sexo se humedeció y me olvidé de todo.
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