Capítulo quince
A las tres de la madrugada, una mujer totalmente ebria gritó bajo la ventana de su amada dispuesta a llamar su atención. Al ver que ésta no mostraba señal alguna de interesarse por sus tonterías de borracha, trepó torpemente por el árbol cercano a su ventana dispuesta a hacerse escuchar.
Se coló en la habitación de Jinsol tan sigilosamente como un elefante en una cacharrería, y cayó al suelo al tropezar con una silla, desplomándose sin saber cómo volver a ponerse en pie. Una mujer furiosa encendió la luz de su habitación y, mirándolo irritada, le increpó:
—¿Se puede saber qué haces aquí, Kim Jungeun?
Jungeun se dispuso a pedir perdón cuando recordó por qué motivo estaba allí. Decidida, se puso torpemente en pie y, cuando el suelo dejó de moverse, se dirigió hacia ella sacando la lista del bolsillo de sus pantalones y comenzó a recitar cada uno de sus puntos.
—Quiero que sepas que yo también he hecho una lista sobre mi mujer perfecta.
—¿Y no podías esperar a mañana para comentármela?— inquirió molesta, sentándose en la cama a la espera de que Jungeun comenzara con sus desvaríos.
—No, por una vez te vas a sentar y me vas a escuchar.— ordenó Jungeun con firmeza.
—Jungeun, ya estoy sentada.
—Mejor, pero no te muevas tanto que me distraes.— añadió la castaña tambaleándose, mientras exponía su primer punto.— Uno. Que tenga muchas tetas (por lo menos dos).— comentó entre risas.
—Por ahora tu mujer ideal se parece más a una vaca que a una persona.— ironizó Jinsol.— Como el siguiente punto sea que tenga cuernos y rabo, comenzaré a pensar que tienes un tremendo problema.
—¡Calla y escúchame con atención! Dos. Que tenga un buen culo para poder apoyar la cerveza.
—Estoy confusa, ¿quieres una mujer o un aparador con tetas?
—Tres. Que hable poco, tan solo lo necesario (para decir «sí» a todo lo que yo diga).
—Decididamente Jungeun, lo que me estás describiendo es una muñeca inflable, seguro que ella no te negaría nada, aunque tampoco podría mantener una conversación contigo.
—Cuatro. Que no me interrumpa con sus cotorreos cuando esté viendo los deportes.
—Sí, la muñeca hinchable es tu mejor opción hasta ahora.— concluyó Jinsol, quien, irritada por la falta de sueño, añadió.— Te regalo una por tu cumpleaños si me dejas dormir de una maldita vez, Jungeun.
—Cinco. Que nunca me diga «ya te lo dije». Ésta es la última y más importante de todas.— finalizó Jungeun orgullosa mientras le tendía la lista a Jinsol.
—¿Y se puede saber por qué estúpida razón has subido hasta mi cuarto a estas horas de la noche para relatarme una lista de lo más majadera?
—Para demostrarte que yo también podía hacer una lista y que tú tampoco eres perfecta. ¿O es que acaso cumples con alguno de estos puntos?
—No, ni quiero hacerlo, porque hay algunos hombres a los que les gusto tal y como so.— señaló acercándose a ella mientras le golpeaba en el pecho con el arrugado trozo de papel que le había dado.
—Pero yo nunca te pediría que fueras así.— intervino Jungeun.— Porque tú me gustas con tus defectos y virtudes, sin ellos no serías tú. Pero tú... Tú buscas una perfección que no existe.
—¡Sí existe! He encontrado un hombre que cumple cada uno de mis requisitos y me voy a casar con él.— sentenció Jinsol empujando su pecho intentando apartarla de su lado.
—No, no cumple todos tus requisitos.— declaró abrazándola fuertemente para evitar que se alejara mientras la miraba codiciando sus besos.
—¿A qué te refieres?— suspiró Jinsol, con su boca no muy lejos de sus labios.
—A que sus besos nunca serán especiales y tampoco será el mejor amante del mundo para ti.—alegó avasallándola con sus labios, devorando su boca con ardor y haciéndola responder a su lengua que buscaba hambriento su sabor.
Ella gimió, atrayéndola, agarrándola del cuello a la vez que la mayor la izaba contra su cuerpo. Jinsol se agarró con las piernas a su cintura y comenzó a restregarse contra su erección. Mientras caminaba, Jungeun decidió ir hacia la cama, eliminando el estorbo de su ridículo pijama por el camino.
La camisa de rayas voló por los aires, y cuando al fin la depositó en su lecho, le arrancó bruscamente los minúsculos pantalones, arrastrando con ellos sus escuetas braguitas.
Jungeun devoró con sus ojos el hermoso cuerpo de Jinsol permaneciendo vestida mientras decidía cómo torturarla como castigo a su larga espera.
Comenzó besando sus pechos, metiéndolos en su boca, lamiendo y succionando sus pezones, para luego mordisquearlos produciéndole pequeñas punzadas de dolor que no tardaron en convertirse en un placer sublime. Ella se retorcía arqueando su espalda, ofreciéndose a la contraria.
Jungeun alzó su cuerpo para deleitarse aún más con sus jugosos senos. Sus manos acariciaron lentamente los femeninos muslos haciendo que los separase para poder acceder a su húmedo interior.
Introdujo uno de sus dedos, arrancando de su cuerpo gritos de placer. Añadió un dedo más, y acarició con su pulgar el clítoris haciéndola convulsionarse desesperada contra su mano en busca de un placer que no terminaba de culminar.
La juguetona lengua de Jungeun se deslizó despacio por su cuerpo dejando tras de sí sus enrojecidos y erguidos pezones; lamió y besó su cintura, descendió hacia su delicado ombligo y continuó besándola más allá de éste.
La mayor arrastró el cuerpo de Jinsol hasta el filo de la cama y Jungeun se puso de rodillas ante su sexo húmedo y dispuesto. Besó sus húmedos pliegues y alzó sus piernas sobre sus hombros. Su lengua no tardó en iniciar una tortura llena de pasión, haciéndola gritar su nombre una y otra vez; sus lametones eran lentos y largos, recorriendo todo su interior, haciéndola estremecerse y contonear sus caderas buscándolo.
Cuando ella intentaba moverse más rápido contra su boca, Jungeun la obligaba a detenerse, llenando de frustración su cuerpo necesitado. Tras lo que a Jinsol le parecieron horas de tormento en las que gimió, protestó y se quejó porque se le negara el orgasmo, Jungeun sonrió satisfecha contra su feminidad y hundió lentamente la lengua acariciando su clítoris, a la vez que sus dedos volvían a penetrarla profundamente con movimientos rápidos y certeros que la hicieron gritar su nombre al convulsionarse ante su lengua y contraerse contra sus dedos, llegando al fin al orgasmo tan ansiado.
Saciada e irritada por los juegos de su ávida boca, Jinsol permaneció tumbada en la cama, en la misma postura, sin mover un solo músculo.
Jungeun se apresuró a incorporarse y a deshacerse con celeridad de su ropa.
—¿Qué haces?— preguntó un poco aturdida aún por su orgasmo.
—Según tú, cometer un error.— susurró Jungeun mientras se situaba sobre su cuerpo colocando las largas y perfectas piernas sobre sus hombros y la penetraba fuertemente de una sola embestida llegando a lo más profundo de su ser, haciéndola chillar.— Pero para mí esto es el paraíso.— expresó entrecortadamente, moviéndose cada vez con más fuerza y más rapidez en su interior. Jungeun acarició de nuevo su clítoris con una de sus manos, volviéndola a excitar y humedeciendo más su interior, provocando que sus estocadas pudieran ser más placenteras.
Cuando su cuerpo no pudo más, se contrajo sobre el duro miembro de Jungeun, y Jinsol gritó llegando a su segundo orgasmo mientras arrugaba fuertemente entre sus manos las blancas sábanas de su cama. La de orbes almendra aumentó el ritmo cogiéndola con fuerza de las caderas, arremetiendo con violencia en su húmedo interior, llegando a la culminación del placer y derramándose en ella.
Jungeun se desmayó exhausta encima de Jinsol a la vez que ésta intentaba ordenar sus confusos pensamientos.
—Jungeun, estoy confundida... Puede que tú no seas tan imperfecta para mí después de todo.— dijo Jinsol mientras acariciaba la fuerte espalda de Jungeun, que permanecía sobre ella llenando todavía su lánguido cuerpo con su miembro. »Puede que tenga que replantearme la lista, ¿por qué nunca puedo resistirme a ti?»— murmuró aturdida.
La repuesta de Jungeun fue un sonoro ronquido cerca de su oído que por poco la deja sorda.
—¡No! ¡No te puedes haber quedado dormida después de lo que hemos compartido!— protestó furiosa mientras forcejeaba para quitársela de encima.
Cuando por fin pudo apartarla de sí, comprobó airada el poderoso y fuerte cuerpo desnudo que tenía junto a ella. Sus músculos eran perfectos, parecía que aún continuaba ejercitándose a pesar de no seguir jugando al fútbol, ya que sus piernas seguían siendo firmes, sus poderosos brazos tenían una buena musculatura y su abdomen estaba marcado por el ejercicio diario.
A pesar de que su rostro mostraba algún que otro duro rasgo de deportista, seguía siendo la mujer más atrayente de todas, con sus ojos almendra y sus largos cabellos castaños.
Dirigió una lenta mirada hacia su miembro, que pese a permanecer en reposo seguía teniendo un buen tamaño, y fue entonces cuando se encolerizó, ya que se dio cuenta de que no habían utilizado precaución alguna y ella no tomaba la píldora anticonceptiva.
¿Lo habría hecho a propósito para no dejarle opción alguna, para que tuviera que elegirlo a ella de entre todos los demás, para obligarla a casarse con ella?
Acalorada por el momento de ira, Jinsol intentó despertarla varias veces para exigirle explicaciones, pero era una masa de músculos inamovible que roncaba como un camionero. Cansada por todo lo ocurrido esa noche, le dio la espalda al femenino y musculoso cuerpo de Jungeun que ocupaba prácticamente toda la cama y se tapó con la sábana, declarando indignada:
—No puedo resistirme a ti, pero lo intentaré.
...
Jungeun abrió los ojos en medio de un infernal dolor de cabeza. Era como si un elefante le hubiera pateado los sesos. Los primeros rayos de sol la hicieron gemir; se incorporó con lentitud para comprobar finalmente que no estaba en su cama, y que un bonito cuerpo desnudo descansaba junto al suyo. Al intentar recordar lo ocurrido aquella noche le sobrevino una fuerte punzada de dolor, pero las pocas imágenes que acudieron a su memoria le hicieron sonreír satisfecha.
Su Jinsol se había rendido nuevamente entre sus brazos y las dos habían disfrutado de una magnífica noche de sexo desenfrenado.
Ella acarició despacio el hermoso rostro de su amada, apartando sus lisos mechones de pelo y, emocionada, apartó con delicadeza la sábana que cubría su desnudez para deleitarse con su belleza: sus senos habían crecido un poco, haciéndolos perfectos para abarcarlos con sus rudas manos, y su trasero era firme y perfecto para acoger su miembro entre sus duras nalgas. Las curvas de su cuerpo se habían moldeado, dándole un toque entre mujer adulta y sexy gatita que le hacía volverse loca. Sus piernas seguían siendo largas y torneadas a pesar de que ella fuera más pequeña que ella. Su rostro era, sin duda, de inigualable belleza, con sus suaves cabellos negros y sus preciosos e intensos ojos miel que le hacían pensar en el majestuoso color del amanecer dorado después de una fuerte lluvia.
Sus rasgos constituían una mezcla entre la princesa perfecta y un duendecillo malvado. Eso era lo que más le gustaba de ella: su capacidad de pasar en unos segundos de ser Doña Perfecta a un travieso diablillo que intentaba parecer inocente.
Una fresca brisa penetró por la ventana y ella se acurrucó más, en busca de calor, mientras mascullaba entre sueños.
—Idiota descerebrada.
—Seguro que se refería a mí.— suspiró Jungeun resignada mientras cubría otra vez su desnudo cuerpo con la sábana.
Al parecer, lo ocurrido la noche anterior no había aclarado mucho las cosas entre ellas dos, pero Jungeun había sacado una cosa en claro: Jinsol no amaba a Don Perfecto, porque, de lo contrario, no hubiera pasado la noche entre sus brazos gritando constantemente su nombre.
Sonrió decidida besando sus labios, para desearle los buenos días.
Tras arrancar un suspiro de su boca, Jinsol se despertó algo desorientada, y Jungeun supo el momento preciso en el que rememoraba lo ocurrido, porque fue entonces cuando la miró furiosa, echándole toda la culpa y apartándose de ella mientras enrollaba la sábana en su cuerpo como si de una toga se tratase.
—¡Vete de aquí, Jungeun!— vociferó Jinsol, histérica.
—Pero preciosa, tenemos que hablar.— repuso Jungeun sentándose en el lecho sin molestarse en vestirse.— Sé que cuando llegaste al principio del verano me comporté como una idiota, pero estaba celosa y... No tengo perdón, pero quiero que me perdones y que empecemos de nuevo.
—¡Tú y yo no tenemos nada, Kim Jungeun, y nuestro trato se rompió en el preciso instante en el que planeaste cómo echar a Heeseung del pueblo! Me prometiste que no lo harías, que me dejarías en paz ¡y me has mentido!
—¡Joder Jinsol, me he controlado! Ni siquiera le he tocado un pelo a ese señoritingo al que tengo ganas de asesinar. ¡Pero no me pidas que renuncie a ti porque eso no puedo hacerlo! Te quiero Jinsol y nunca dejaré de luchar por estar contigo.
—¡Me prometiste dejarme en paz cuando lo encontrara!— insistió Jinsol.— Cuando tú estás cerca no me dejas pensar, no puedo aclarar mis ideas y todo se confunde en mi mente.— explicó entre lágrimas descontroladas.
Jungeun la abrazó fuertemente contra sus pechos consolándola y limpiando con dulzura su rostro con el dorso de la sábana.
—Si no estás segura de que él sea tu príncipe perfecto, no te puedes casar con él aunque te lo haya pedido. Sobre todo después de que lo hayamos hecho sin protección, podrías estar embarazada de mí.
Jinsol le apartó de su lado llena de rabia y le encaró.
—¿Cómo sabías tú que Heeseung me pidió ayer la mano en matrimonio?
—Porque te estaba espiando, como en todas las citas que has tenido con ese estúpido niño mimado.— confesó sin arrepentimiento alguno al ser descubierta.
—¿Con qué intención viniste ayer a mi cuarto? ¿Querías relatarme una estúpida lista o querías acostarte conmigo para dejarme embarazada sin darme opción alguna a elegir?
—No lo sé Jinsol, estaba borracha y hablé de muchas cosas con tus hermanos...
—¿Con qué intención?— exigió Jinsol, trastornada.
—¡Joder, Jinsol! No te voy a mentir diciéndote que no se me pasó por la cabeza dejarte embarazada, pero si lo hice te juro que fue inconscientemente y...
—¡Fuera!—chilló tirándole la ropa.— ¡Vete antes de que coja la escopeta de mi madre y te pegue un tiro, que es lo que debí hacer ayer cuando entraste en mi habitación!— señaló finalmente indicándole la ventana como única vía de escape para su retirada.
Jungeun se vistió rápidamente antes de abrir la ventana y volverse con la determinación marcada en el rostro.
—Jinsol, esto no va a quedar así.— declaró Jungeun sin perderla de vista mientras se marchaba y ella cerraba con pestillo su ventana, recordándole con ello que nunca había sido invitada a su cama.
...
En el bar de Sana todos los asistentes estaban un poco decaídos al saber que sus apuestas sobre las chicas de las familias Kim y Jeong habían finalizado. Ya no podrían decidir quién sería la vencedora en una pelea, o quién fastidiaría más a la otra en alguno de los actos públicos de la comunidad.
Ya no habría más pizarras con anotaciones ridículas ni botes repletos a repartir entre algunos. Ninguna ronda correría por cuenta de la casa cuando hubiera empate y no podrían meterse con Sunoo diciéndole que se dedicara a echar las cartas en la televisión cuando ganara varias veces seguidas.
Ya no habría tardes alocadas donde recordaran con cariño las viejas hazañas mientras intentaban averiguar cuáles serían las nuevas.
Esa mañana Jeong Taehyung había entrado deprimido al local y, entre trago y trago de una infusión especial que hacía Sana para remediar la resaca, había relatado cómo fue la pedida de mano de su hermana y su respuesta: un rotundo sí que había dejado a Kim Jungeun destrozada y dándose a la bebida, lo cual explicaba la resaca del demonio que traía Tae encima cuando cruzó la puerta del establecimiento.
Tras pagar las apuestas a los ganadores, Sana borró la pizarra algo deprimida, pues le gustaba pensar que Jinsol se casaría alguna vez con Kim Jungeun y que tendrían unos preciosos diablillos que darían tanta guerra como ellos.
«En fin.— pensó aburrida mientras limpiaba las mesas.— «La vida es así, cuando menos te lo esperas aparece al fin tu príncipe azul»; aunque éste, para su gusto, era un poco estirado.
¡Ay, cuánto se habría divertido todo el pueblo viendo el día a día en la vida de esas dos! Cuando Jungeun olvidara un aniversario, o cuando Doña Perfecta colmara la paciencia de la Salvaje; o cuando la castaña se pusiera nerviosa como hacían todos al tener su primer hijo, o cuando a éste lo educaran con ideas tan distintas como tenían ambas...
Los niños podrían haberse parecido a la Salvaje y las niñas, a Jinsol, o al revés, y siempre los hubieran hecho reír como lo hacían sus madres.
Pero ahora Jinsol se casaría con Lee Heeseung y tendrían hijos perfectos e impecables que nunca darían una voz más alta que otra y que siempre guardarían la compostura.
Todos los parroquianos suspiraban aburridos esa tarde cuando la puerta del bar se abrió con violencia dando paso a unaKim Jungeun de lo más salvaje que nunca hubieran visto en la vida: sus pelos estaban revueltos y sus ropas, tremendamente arrugadas. Se sentó en la barra algo impaciente y, cuando Sana se dirigió a tomarle nota, preguntó:
—¿Y la pizarra y las apuestas? ¿Dónde están?
Sana la miró confundida, preguntándose quién sería el chivato que había soltado la lengua sobre las apuestas.
—No sé de qué me hablas.— contestó Sana intentando aparentar inocencia.
—¡Vamos, Minatozaki, enséñamela! Taehyung me lo contó todo ayer en medio de nuestra borrachera.
—No sé para qué quieres que te la enseñe ahora. Está vacía.— comentó la japonesa despreocupadamente mientras sacaba la pizarra de la cocina ante la insistencia de la Salvaje.
—Es una pizarra muy grande.— señaló Jungeun mientras la observaba.
—Es que apostaba todo el pueblo.
—Excepto Jinsol y yo, ¿verdad?
—Siempre hemos procurado mantenerlo en secreto, no queríamos que os sintierais ofendidas ante una sana diversión.
—Ya veréis la que va a formar Jinsol cuando se entere.— sonrió Jungeun divertida a todos los clientes.
—Intentaremos que no se entere, ya sabes lo delicada que es...
—Sí, tanto como un puercoespín. Pero guarda la pizarra a buen recaudo porque esta vez Jinsol se va a enterar de las apuestas.
—¿Por qué? ¿Es que sospecha algo?— quiso saber Sana, preocupada.
—No, se va a enterar porque esta vez yo voy a hacer una apuesta.
—Jungeun, ¡tú no puedes hacer una apuesta si estás relacionada con ella!
—¡Qué te juegas!— retó mientras se dirigía hacia la pizarra y apuntaba algo en ella. Luego puso un cheque en la barra y sin decir nada más se marchó dejando a todos intrigados y muy confusos con su comportamiento.
Los parroquianos que se hallaban en ese momento en el bar corrieron entre empujones hacia la pizarra. Sunoo, que como siempre fue el primero en llegar, leyó en voz alta para que todos oyeran lo que Jungeun había escrito en ella.
«¿Se celebrará la boda de Jeong Jinsol con Don Perfecto?», era la frase principal que daba paso a la apuesta, donde la pizarra había sido dividida en dos mitades: en una se leía claramente «Sí» y, en el otro lado, «No».
—Kim Jungeun apuesta que no.— confirmó Sunoo a todos los presentes.
—¿Y cuánto dinero apuesta, Sana?— preguntó un jugador, curioso.
Sana levantó el cheque de la barra del bar, lo abrió despacio y lo observó asombrada mientras contestaba a sus amigos y vecinos:
—¡Kim Jungeun apuesta cuatrocientos mil wons!
Todo el bar guardó silencio sorprendido durante unos segundos. Después se abrieron las apuestas y esta vez no favorecían para nada a Don Perfecto, porque, si la Salvaje se atrevía a jugar tanto dinero a una simple apuesta, era más que seguro que planeaba algo.
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