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Capítulo nueve

En la sala del comité encargado de organizar los actos y la decoración de las fiestas navideñas de ese año únicamente había hombres, motivo por el cual las mujeres de Dorang-Sae habían protestado. Park Sunghoon, alcalde del pueblo, calmó a las masas prometiendo que el año siguiente se encargarían de ello las mujeres, disponiendo de la intervención de los hombres solamente para aquellas tareas que les resultaran demasiado pesadas.

Culminó su discurso ante las féminas afirmando que con ello pretendía hacer que todos se diesen cuenta de cuán importantes son las mujeres en la sociedad, y que lo más probable era que ese año todo fuese un auténtico fiasco, con lo que darían una lección a los hombres, que habían protestado por el dinero gastado en esos eventos años anteriores.

—Bueno, señor Park, ¿cómo le ha ido?— preguntó Jungeun preocupada por la parte clave de su plan.

—Lo hice tal y como me aconsejaste y las manejé a mi antojo. ¡Chica, tienes que enseñarme más trucos de ésos!— respondió el señor Park, feliz.— Le comenté a mi esposa que este año quería a un ciudadano ejemplar para el encendido del árbol de Navidad y ella me recomendó a San, a lo que yo me negué rotundamente. Le dejé darme un poco el coñazo y le miré enfadado pero tajante, y le concedí que sería él solo si lo hacía junto a los encargados de los adornos, que sois tú y los chicos de las Jeong.

—¡Perfecto!— exclamó Jungeun con alivio.— ¿Y qué tal las instalaciones de los alrededores: sonidos, luces, adornos...?— preguntó una sonriente Jungeun dirigiéndose a otro de sus compinches.

—¡Todo listo!— expresó con entusiasmo Ricky, el electricista local.

—¿Y vosotros, chicos? ¿Todo listo?— inquirió dirigiéndose a los demás.

—Sin problema alguno.— contestaron todos.

—¿Dónde están los varones Jeong?— quiso saber Sunoo.

—Están distrayendo al sujeto, por eso hoy no han podido venir.— respondió Jungeun.— Pero la señora Jeong Haseul me ha comentado lo impaciente que está por todo esto del acto de encendido del árbol.

—Pobrecita, una baja en combate.— señaló Sunoo ante los demás.

—Sí, pero solo hemos perdido pequeñas batalla.— repuso Jungeun alentando al grupo.— ¡La victoria en la guerra será nuestra!— voceó animándoles a unirse a sus gritos de victoria.

—¡Sí!— clamó el alcalde emocionado.— Dentro de cuatro días encenderemos y nadie podrá olvidar esa fecha.

—¡Sííííí!—exclamó la multitud enfebrecida.

...

Desde fuera de la sala, Miss Seola, una mujer de avanzada edad que esperaba ser atendida por el alcalde y que se dedicada a la filantropía, se preguntaba a qué se destinaría ese año el dinero aportado para los eventos navideños, ya que los gritos provenientes del interior de la sala parecían procedentes de una batalla en vez de representar un acto de paz y amistad como bien señalaba el espíritu de estos días.

La noche que la estrella del árbol navideño fue colocada en su lugar y las luces se encendieron fue una noche que todo Dorang-Sae recordaría: por las mujeres, para que ese evento nunca volviera a ser organizado por los hombres, y por los varones, para tener algo que recriminar a sus mujeres.

Todo el pueblo se reunió en la plaza del pueblo junto a un pequeño escenario donde cantarían los niños del coro y, después, sería alzada la estrella hasta la cúspide del árbol para que luego una mano inocente encendiera las luces del gran árbol de Navidad, colmándolos a todos del espíritu navideño.

Montones de luces adornaban las farolas y los edificios cercanos al evento. Todos los habitantes vestían sus mejores ropas y los ojos de todos, por un motivo u otro, estaban fijos en el escenario.

En cuanto la familia Jeong llegó, el alcalde guio a Chan, Taehyung y San hasta detrás de las cortinas del escenario. Jungeun ya los esperaba allí, terminando de organizarlo todo.

—Los niños saldrán ahora a cantar unos cuantos villancicos y después nos tocará a nosotros poner la estrella en el árbol, y a ti encenderlo tras el discurso.— indicó Jungeun señalando a San.

—¿Qué discurso? ¡Nadie me ha dicho nada de un discurso!— protestó San indignado.— En fin, con lo bueno que soy actuando, seguro que se me ocurre algo.

—Sí, seguro.— murmuró Jungeu con enfado.— Por cierto, no toquéis ese micrófono, lo hemos desconectado porque está defectuoso y creo que todavía sigue dando calambres.— advirtió Jungeun antes de proseguir con la función del coro.

Mientras los niños disfrazados de querubines cantaban como los ángeles todos les prestaban atención, hasta que se oyó por los altavoces una voz conocida. Todos escucharon con gran interés las palabras de San, ya que hablaba sobre su amado pueblo.

—¡Idiota, ten cuidado! Te vas a achicharrar.— apuntó San a Taehyung de muy malos modos.

—No pasa nada, el micrófono está desconectado. Por cierto, ¿de qué tratarás en el discurso sobre mi pueblo?

—Ni idea, tal vez de alguna sensiblería sobre el espíritu navideño, los pueblos como éstos siempre se tragan toda esa mierda.

Todos los habitantes, ofendidos, alzaron el rostro, furiosos, dispuestos a protestar, cuando vieron a Jungeun apoyada en un lateral del escenario junto al coro haciendo gestos y rogando silencio a la concurrencia, por lo que todo Dorang-Sae continuó escuchando.

—¿Y cómo es que conoces otros pueblos así?— interpeló Chan, molesto.— ¿Tú no eras huérfano y solo tenías a tu madre borracha en una caravana y no sé qué más historias?

—¡Bah! Eso son historias que me invento para llevarme a chicas a la cama, y hay que admitir que tu hermana está muy buena.

Jungeun le dirigió en esos momentos una mirada de reproche a Jinsol, que no apartaba su rostro sorprendido de ella preguntándole silenciosamente «¿me obligarás a cumplir la apuesta?», a lo que Jungeun contestó con un gesto afirmativo sin dejar de repasar con deseo cada una de las curvas de su cuerpo.

—¿Y las historias lacrimógenas que les has contado a mis madres?— preguntó Chan irritado.

—¡Bah! Tonterías sensibleras para que tu madre me invitara en verano y poder seguir tirándome a tu hermana.

En ese momento, Jeong Haseul miró por primera vez en veinticinco años a su esposa con una sonrisa de satisfacción en el rostro por llevar al fin la razón en algo.

Jeong Kahei contestó en susurros para no perderse nada de las palabras de aquel idiota: «Cuando lleguemos a casa te daré la escopeta».

—¡No te acerques a mi hermana!— exigió Chan enfurecido.

—¿Tú también?— repuso burlón San.— La estúpida de la vecina fue la primera en amenazarme así cuando me vio mirándole el culo a Jinsol. Te diré lo mismo que a ella: ¿qué vas a hacer?, ¿decírselo a tu hermana o a tu madre? No te creerán, y yo seguiré pareciendo a sus ojos un hombre solitario y falto de amor y cariño.

—¡Eres un farsante!— clamó Chan, rabioso.

—¡Vamos, vamos, no exageres!— intervino Taehyung despreocupadamente en ese momento.— Toma San.— le dijo Taehyung en tono de guasa mientras le tendía el micrófono averiado.— Desahógate, dime lo que le dirías realmente a este pueblo si pudieras.

San le siguió la broma y tomando el micro comenzó su verdadero discurso, sin adornos, instigado por su «amigo» Tae:

—Queridos ciudadanos de este pueblo minúsculo que está en la quinta puñeta, ¿os escondéis porque sois unos mierdas o porque vuestras mujeres, a pesar de ser hermosas, son estúpidas y fáciles de llevar a la cama? Me encanta que acabe de llegar y me hayáis ofrecido, como si fuera un honor, encender las luces de un árbol irrisorio comparado con los de la ciudad, y unos eventos tan aburridos que preferiría mil veces el suicidio asistido antes de verlos una vez más. Sin olvidarnos de los mocosos vestidos como... ¿Eso son ángeles? ¡Cantan como urracas! En fin, ¡feliz Navidad a todos y, si logro tirarme a Jeong Jinsol antes del verano, no me volvéis a ver el pelo!

Mientras recitaba el final del discurso, las cortinas se alzaron y Jungeun recibió a San en el escenario a la vez que comentaba sonriente:

—¡Bonito discurso!

San halló ante él una multitud enfurecida que comenzó a tirarle cosas mientras le gritaban insultos y acusaciones de todo tipo.

—¡Mi hijo no canta como una urraca!— vociferó la madre de uno de los chicos del coro iracunda, avivando a todas las demás a unirse a un apaleamiento en masa.

Pero Jungeun se interpuso en su camino y calmó a todos con una pérfida sonrisa mientras comentaba:

—¡Es hora de colocar la estrella en el árbol!

Tras estas palabras, Taehyung y Chan le colocaron un arnés a San, que estaba demasiado aturdido como para reaccionar con prontitud, y lo engancharon a una cuerda, mientras Jungeun los ayudaba dirigiéndolos hasta que al fin consiguieron colocar a San en la cima del árbol.

—Definitivamente él sí que no canta como los ángeles.— bromeó Jungeun micrófono en mano calmando los ánimos.— Y ahora, después de haber colocado este... ¿Ángel?— preguntó indecisa a la multitud mientras ésta reía.

—¡Urraca de Navidad, más bien!— chilló una de las mujeres ofendidas.

—Bien, pues después de poner en el árbol a la urraca de Navidad, prosigamos con los eventos; por favor, niños...— pidió Jungeun al coro, el cual volvió a interpretar alegremente cada una de sus canciones mientras todos ignoraban los gritos, lloros y súplicas del individuo que colgaba de un irrisorio árbol a unos quince metros del suelo.

Miss Seola miró sorprendida al ruidoso muchacho colgado del árbol, escandalizada ante lo que los hombres de ese pueblo habían hecho con un evento tan hermoso.

Más tarde fue informada por el resto de las féminas de cómo se habían desarrollado los acontecimientos, y entonces estuvo de acuerdo con que ese hombre merecía una lección, ¿pero tenían que habérsela dado en su árbol?, pensó resignada a no ver la iluminación ese año. En fin, decididamente los hombres no volverían a formar parte del comité de adornos y festejos como que ella se llamaba Yoon Seola.

Ese año nadie aplaudió más que los hombres y Jungeun cuando el árbol fue encendido mientras miraban con una sonrisa de satisfacción a sus mujeres a la vez que expresaban, con una mirada de superioridad, «ya te lo dije».

Por desgracia, el adorno final era demasiado molesto para los oídos como para dejarlo toda la noche allí, así que sobre las doce, cuando habían finalizado todos los eventos, el jefe de policía lo bajó del árbol con la ayuda de alguno de sus hombres, y le concedió un alojamiento adecuado para pasar la noche.

...

A la mañana siguiente Jeong Jinsol se levantó temprano y después de recibir sus preciados regalos, un estuche de dibujo profesional de sus madres y libros de pintura artística por parte de sus dos hermanos, se atavió esmeradamente y fue en busca de Jungeun.

—Buenos días, ¿está Jungeun levantada, señora Kim?— preguntó Jinsol a la madre de Jungeun cuando ésta le abrió la puerta.

—Sí, está en su habitación leyendo un libro de jugadas y tácticas. Pero dame el abrigo pequeña, ¡te vas a asar!

—Es que estoy destemplada, señora, creo que ayer cogí frío. Si no le importa, me lo dejaré puesto.— respondió Jinsol.

—Claro que no, pasa, ¿y qué llevas ahí?— preguntó Taeyeon confundida por la visita de su vecina.

—Es un cuaderno de dibujo, Jungeun quería aprender a dibujar y, en agradecimiento a lo que hizo, he decidido enseñarle.

—Me parece algo muy loable por tu parte, no os molestaré. A ver si aprende a hacer algo bonito con el lápiz además de morderlo cuando está nerviosa.

—No se preocupe, soy muy buena maestra.

—Bueno, pues sube. Su habitación está todo recto y a la izquierda.

Cuando Jinsol se halló frente a la puerta del cuarto de Jungeun no llamó: simplemente entró, cerró y echó el pestillo.

Jungeun, que estaba tumbada en la cama, soltó su libro y le preguntó extrañada:

—¿Qué haces aquí, Jinsol?— tras lo que quedó muda, ya que Jinsol se despojó de su abrigo dejándolo caer lentamente al suelo y mostrándole que no llevaba nada puesto. Bueno, sí que llevaba algo: un lazo rojo estratégicamente colocado que le cubría ambos pechos, se perdía en su cintura y volvía a aparecer en su entrepierna formando un bonito lazo que ocultaba el triángulo de su entrepierna.— ¡Dios Jinsol, me vas a matar!— gimió Jungeun mientras la veía acercarse hacia su cama.

—Esto es lo que querías por Navidad, ¿no?— preguntó decidida mientras se acercaba a su cama.

—Sí.— confesó seriamente Jungeun.— A ti, solo a ti.

A continuación se puso en pie y se dispuso a desenvolver su regalo.

Jungeun tiró despacio del lazo y lo apartó con delicadeza de la zona más íntima de la chica con una de sus rudas manos. Siguió desprendiendo el lazo de su cuerpo por su trasero, que acarició lentamente, al igual que los costados de su espalda, y subió hasta sus pechos, cuyos pezones ya estaban erectos. Quitó el lazo de ellos haciéndola gemir por el contacto de sus manos y lo desprendió de su cuello, dejándolo caer al suelo.

Jungeun observó su cuerpo desnudo preguntándose por dónde empezar mientras ella reaccionaba excitándose ante su escrutinio. Sus pezones se endurecieron más aún, su entrepierna se humedeció ante la espera y ella, nerviosa, mordió sus labios preguntándose por qué no hacía nada, ¿es que no le gustaba lo que veía?

Sus preguntas no tardaron mucho en ser respondidas cuando Jungeun se colocó tras ella, pegando sus nalgas desnudas junto a su erecto miembro, solo separados por la tela del pantalón de la castaña. Mientras sus manos la sujetaban por la cintura, Jungeun le susurró al oído:

—Verás, tengo un problema con los regalos de Navidad. Me gusta desenvolverlos poco a poco y, una vez les he quitado el envoltorio, me encanta jugar con ellos hasta hartarme.

—No... Podemos... Hacer... Mucho ruido.— señaló entrecortadamente Jinsol por culpa de una de las manos de Jungeun que acariciaba tortuosamente uno de sus senos.

—Tendrás que controlarte.— apuntó un sonriente Jungeun junto a su oído mientras deslizaba la otra mano por su sexo y la oía gemir.

—Tu madre nos puede oír.— gimió Jinsol al sentir cómo un dedo se introducía dentro de ella.— Será mejor dejarlo para otro día.— dijo entre grititos al sentir cómo su dedo entraba y salía de su húmedo interior y acariciaba lentamente su clítoris en el proceso.

—¿Creías que por tener a mi madre y a mi abuela en casa te librarías de mí?— se burló Jungeun.— Lo siento cielo, pero tú desnuda y en mi habitación es algo que nunca dejaría escapar.— sonrió satisfecha frotando su miembro contra su trasero.

Las piernas de Jinsol temblaron cuando su mano comenzó a pellizcar sus pezones, a acariciar sus senos, jugando con ellos despacio sin dejar en ningún momento de estimular su clítoris con la otra mano, cuyo travieso dedo entraba y salía de su humedad imitando el movimiento de sus embestidas.

Cuando Jungeun introdujo dos dedos, fue Jinsol la que comenzó a mover sus nalgas impacientemente contra su duro miembro. La mayor continuó jugando con su cuerpo mientras besaba su dulce cuello y le arrebataba sollozos de placer una y otra vez.

Jungeun, excitada, comenzó a relatarle todas las cosas que le haría a su apetitosa amante, y Jinsol se humedeció más, haciendo que los dedos de la castaña profundizaran en su interior. Jungeun los sacó lentamente acariciando de nuevo su clítoris y haciéndole mover las caderas violentamente sobre su mano en busca de la liberación.

Cercana al orgasmo, Jinsol miró a Jungeun asustada sin saber cómo acallar sus gemidos de placer. Jungeun subió la mano que cubría sus pechos y tapó su boca con ella, luego le susurró al oído:

—Tócate los pechos para mí, date placer mientras te acaricio...

Jinsol se sonrojó y le miró confusa, pero cuando ésta alejó sus dedos de su interior, protestó contra su mano y comenzó a acariciarse como Jungeun le había enseñado. Se acarició despacio uno de sus pezones con la mano y luego lo pellizcó retorciéndose de placer; la castaña volvió a mover sus dedos en su húmedo interior llevándola al límite. Jinsol se arqueó inquieta contra su cuerpo sin poder dejar de moverse contra su mano y acariciándose cada vez más apasionadamente, próxima al orgasmo.

Su otra mano agarraba el fuerte antebrazo de Jungeun para no caer sobre sus piernas temblorosas, y el brazo de la mayor acariciaba sin proponérselo su otro pecho, estimulando su pezón y haciéndola estremecer.

Jungeun aumentó el ritmo de sus caricias y Jinsol estimuló más hábilmente sus pechos moviéndose desesperada contra la mano de la contraria, sin dejar de notar en sus nalgas desnudas la potente erección.

El orgasmo hubiera sido escandaloso si su boca no hubiera estado acallada por una decidida mano que apagó sus gritos. Su cuerpo se retorció entre los brazos de Jungeun durante un rato hasta que finalmente, entre gemidos, terminó.

Jinsol se desplomó entre los brazos de Jungeun, exhausta, y la mayor la llevó a su cama.

Se desnudó y rebuscó entre sus cosas hasta dar con su regalo.

—Toma, es para ti.— dijo Jungeun tendiéndole una bonita caja blanca envuelta con un lazo rojo.

Jinsol la miró sorprendida y mientras abría la caja comentó:

—¿Qué es? ¿Algún juguete pervertido?

Luego contempló los hermosos zapatos de ante, rojos, con el pequeño adorno de un falso rubí en la punta, y corrió extasiada a probárselos ante el espejo sin importarle estar desnuda.

Cuando le preguntó a Jungeun cómo le quedaban, ésta estaba tumbada boca arriba en la cama con su erección expectante, devorándola con los ojos a la vez que se ponía un condón y le señalaba:

—Arriba.

Jinsol se acercó excitada hacia su enorme erección, decidida a montarla.

—Deja que me quite los zapatos, no quiero estropearlos.

Jungeun negó con la cabeza y le volvió a indicar que se sentara sobre ella.

Jinsol se aproximó, provocadora, menando sus caderas, se subió lentamente encima de Jungeun y poco a poco lo introdujo en su húmedo interior, haciéndole gemir mientras descendía por su firme miembro.

—Después de todo, sí era un juguete pervertido.— susurró Jinsol en su oído mientras marcaba un ritmo a su cabalgada.

—Contigo cualquier cosa puede llegar a ser un juguete pervertido.— gruñó Jungeun apremiándola a ir más rápido cogiéndola de las caderas; inclinó su cuerpo hasta poder deleitarse con sus sensibles pechos, chupándolos, acariciándolos, mordiéndolos. La oyó gemir desesperada y la vio moverse descontrolada encima de su cuerpo, pero eso no le bastaba, así que una de sus manos se dirigió a su sensible clítoris y lo acarició mientras la pelinegra la montaba cada vez con más pasión, hasta que finalmente fue Jinsol la que tapó la boca de ambas acallando los gritos de éxtasis mientras arqueaba su cuerpo a la vez que se convulsionaba teniendo un segundo orgasmo de lo más memorable. Jungeun embistió con fuerza al sentir cómo Jinsol se contraía contra su miembro haciéndolo derramarse en su interior.

Jungeun disfrutó unas buenas horas de su regalo hasta que éste se fue y la abandonó. Cuando despertó después de haberse quedado dormida con ella entre sus brazos, únicamente encontró una nota, pero ésta le sacó una sonrisa. En ella venían anotados dos puntos de la famosa lista:

 «5. Que me defienda de todos los matones del mundo.

8. Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuando debe dármelo.»

Al final de la misma, ponía como advertencia:

«¿Estás segura de que quieres seguir intentándolo?»

Jungeun, llena de felicidad, tachó de su copia de la lista lo que había conseguido y guardó la nota de Jinsol ante posibles reclamaciones. Luego bajó a ver a su madre y a su abuela dispuesta a mantener la pésima coartada de Jinsol.

—Qué quieres que te diga, hija, a mí esta rana me parece una vaca. ¡Pobrecita! Con lo ilusionada que bajó comentándome las mejoras que habías hecho.

—Bueno, mamá, he mejorado mucho.

—Pues entonces no quiero saber a lo que se asemejaba antes esta rana.— bromeó Taeyeon tirando el dibujo.— Definitivamente, hija mío, el dibujo no es lo tuyo.

—Pero lo será mamá, lo será.— comentó Jungeun alegremente a la vez que besaba y abrazaba a su madre antes de marcharse de la cocina.

Cuando las vacaciones de Navidad terminaron, Jinsol volvió a huir de ella afirmando que solo había cumplido con su apuesta, pero Jungeun simplemente sonrió.

Había podido llegar a parecerse un poco al hombre de su lista y ella siempre se rendía entre sus brazos, la vida era maravillosa y Jungeun lograría ser todo lo que ella deseara y más.

Al final de ese año Kim Jungeun recibió la propiedad de una casa destartalada en un terreno apartado del pueblo junto al lago, de parte de la señora Jeong. Jungeun intentó rechazarlo, pero, tras varios intentos fallidos, finalmente con sus ahorros comenzó a realizar las reformas de lo que según ella sería el futuro hogar de Doña Perfecta.

Antes de marcharse de nuevo a la universidad recibió una carta de Jinsol en la que ella le preguntaba si quería continuar aspirando a ser su mujer ideal, recordándole jocosamente que a lo largo de un año sólo había conseguido dos cualidades.

Jinsol, por su parte, recibió un misterioso paquete de parte de Jungeun. Cuando estuvo a solas en su habitación, lo abrió y observó confusa su interior, donde había un gran lazo azul y una nota que decía: «Sólo me quedan ocho. PD: Ya sabes lo que quiero para mi cumpleaños.»

Jinsol miró la nota con enfado y la hizo trizas junto con el lazo.Jungeun estaba loca si creíaque eso se iba a volver a repetir: todo había sido un error, un grave error.

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