Capítulo doce
Habían pasado dos años desde que Jinsol se marchó de nuevo a la universidad. Durante las Navidades había estado ocupada con su nuevo trabajo, y en verano, con tan solo unas pocas semanas de vacaciones, no tuvo tiempo de regresar a casa.
Dos años sin poder ver su rostro ni oír nuevamente su risa, dos años recibiendo noticias a través de sus hermanos y madres, dos años que Kim Jungeun había pasado mejorando su forma de ser y su vida para poder tener un futuro junto a Jinsol.
La casa del lago había pasado de ser un horrible montón de ruinas a una asombrosa construcción de paredes blancas, tejas rojas y ventanas de vidrios embellecidos por hermosos dibujos. El interior disponía de nuevos suelos de madera y una hermosa combinación de muebles rústicos y clásicos, la mayoría de ellos fabricados por la castaña.
Jungeun ya no se encerraba en la casa del lago para evitar a sus vecinos, ahora ése era su hogar. Después de la marcha de Jinsol había vuelto a salir, y sus amigos y vecinos la habían ayudado a labrarse un futuro: ahora poseía una pequeña tienda de muebles y había ganado bastante dinero comprando casas viejas del pueblo para luego reformarlas y venderlas a un coste mucho más elevado.
Su socio en este negocio era la señora Jeong. Cuando Haseul vio la que fue su vieja casa del lago convertida en un espléndido hogar, no tardó mucho en tocar a su puerta y ofrecerle un trabajo.
La primera vivienda para rehabilitar la compró Haseul; Jungeun puso algo de dinero para los materiales y juntas pagaron alguna que otra ayuda a bajo coste. El resultado fue que ganaron el triple de lo invertido. Jungeun se quedó con el veinte por ciento, suficiente para que la siguiente casa la compraran a medias y corrieran a partes iguales con los gastos. El resultado fue mejor que el anterior, ya que los nuevos propietarios quedaron tan encantados que pagaron cuatro veces su valor inicial. En total había realizado ya cinco reformas, ganando finalmente una considerable cantidad de dinero para poder abrir una pequeña tienda.
Su madre, animada por la idea, había insistido en encargarse de vender los muebles que Jungeun fabricase; así, ella únicamente tenía que construirlos en su casa y llevarlos a la tienda del pueblo, donde Taeyeon apuntaba encargos especiales de los vecinos, ya fueran de muebles o de arreglos en sus hogares.
De esta manera, Jungeun con tan solo veintiséis años, disponía de un hermoso hogar y un futuro prometedor. Ahora nada más le faltaba convencer a Doña Perfecta de que se casara con ella, y eso era, sin duda alguna, lo más difícil de todo.
—Dime una vez más por qué te estoy ayudando a cargar con este armatoste en mi día libre.— se quejó Chan entre resuellos, ya que estaba ayudando a Jungeun a bajar un pesado escritorio de un camión que anunciaba «Muebles La Salvaje».
—Porque te prometí fabricar una mecedora para tu mamá y una librería para tu madre.
—¡Joder, Jungeun! ¿Por qué no haces los muebles en la tienda? Así no tienes que utilizar a tus amigos como mulos de carga cuando los muebles pesan como diez hombres.
—No exageres, solo pesa como cinco.— contestó Jungeun posando delicadamente el escritorio en el suelo de la acera para tomarse unos segundos de descanso antes de volver a cargar con él hacia el interior de la tienda.
—Por cierto.— comentó Chan mientras secaba el sudor de su frente.— El señor Min me ha rogado una vez más que hable contigo para que abandones definitivamente sus clases de canto. Así que, ¿por qué no dejas de torturarnos los oídos a todos y lo dejas, tía? Nunca vas a ganarte la vida cantando.
—No es eso, es que tengo que conseguir cantar bien.— respondió Jungeun.
—¿Por qué narices tienes que atormentarnos a todos en el proceso? Si lo estás haciendo por una chica, no merece la pena.
—Toma.— le tendió Jungeun un papel viejo y doblado a su amigo.
—¿Qué mierda es ésta?— exclamó Chan después de leer la lista.
—Es la lista que tengo que cumplir si quiero casarme con tu hermana.
—¡Un momento! ¿Tú te quieres casar con Jinsol?— planteó un sorprendido Chan.— ¡Pero si os lleváis como el perro y el gato y hace dos años que no os veis!
—Ella prometió darme un tiempo para convertirme en su mujer ideal y cuando vuelva este año la convenceré de que soy esa persona.
—¡Pero Jungeun, tú y mi hermana...! ¡Ni siquiera habéis salido juntas! ¿Cómo sabes que a ella le gustas?
Jungeun levantó una de sus cejas mientras miraba a su amigo sin saber cómo describir su relación con Jinsol.
—¿Tú qué crees?— se limitó a responder, decidido a que Chan imaginara el resto.
—¿Con mi hermana? ¿Te has estado acostando con mi hermana? ¿Desde cuándo?— indagó Chan, molesto.
—Desde que ella tenía dieciocho años y yo veinte. Todos los veranos y Navidades que volvíamos a encontrarnos acabábamos en la cama.
—Y el verano en el que arreglamos tu casa, ese año estábamos nosotros, no pudiste... ¿o sí?
—Por poco nos pilláis un par de veces, pero sí.— confesó Jungeun con una sonrisa.
—Sabes que ahora tendré que matarte, ¿verdad? Luego lo hará Taehyung y, finalmente, mi madre te pegará un tiro.— se arremangó furiosamente la camisa mientras se dirigía hacia su amigo.
—¡No me jodas, Chan! Te lo he contado porque estoy harta de ocultarlo. La primera vez que vi a tu hermana me enamoré de ella, y cuando conseguí acostarme con Jinsol lo primero que hice fue pedirle una relación seria. Si no le propuse matrimonio en ese instante fue porque hubiese salido corriendo. ¿Y qué hizo ella? Me dijo que era imposible y me mostró esta estúpida lista. Llevo más de cinco años intentando parecerme un poco a esto.— indicó mostrándole la lista.
Chan se calmó un poco al ver lo enamorada que estaba su amiga de su hermana.
Finalmente se acercó a ella para darle un fuerte abrazo.
—¡Así que seremos cuñados!
—Solo si logro demostrarle a Jinsol que soy mejor que esto, y si no aparece míster perfecto mientras tanto, claro.
—Tía, no es posible que en el mundo haya un tipo que sea así por su propia naturaleza. Tranquilízate, ahora que lo sé, Tae y yo te ayudaremos.
—Eso no me tranquiliza en absoluto.— comentó Jungeun mientras volvían a cargar con el escritorio.
—¿Quieres un consejo de hermano y amigo?— añadió Chan en ese momento.— No le dediques nunca una serenata, cantas como una urraca apaleada.
—Ya lo hice cuando tenía quince años, por eso está en la lista.
—¡Vaya! ¿Y qué hizo Jinsol?
—Llamó a la policía.
—¡No me jodas! ¿La vaca moribunda acompañada de una banda de rock eras tú?— preguntó Chan entre carcajadas mientras Jungeun contestaba con un seco «sí», apremiándolo a entrar en la tienda para que pudieran olvidar ese lamentable incidente del pasado y no se lo recordaran a Jinsol y su implacable lista.
Por desgracia para Jungeun, Don Perfecto sí que parecía existir, y lo peor de todo era que se había trasladado a Dorang-Sae. Él fue uno de los primeros en conocerlo.
A los pocos minutos de conseguir meter el pesado escritorio de caoba de estilo rústico en la tienda, su madre le informó de que uno de sus nuevos vecinos había pedido exactamente ese estilo de mueble, así que, ante las furiosas miradas de su amigo, que no paraba de quejarse, volvieron a meter el mueble en el camión y se dirigieron los dos hacia la nueva dirección.
No tardaron en llegar a una hermosa mansión de dos plantas con columnas nórdicas que adornaban la entrada, y una fachada de estilo clásico que asemejaba el hogar de un antiguo conquistador.
Cuando tocaron el timbre, fueron recibidos por una agradable mujer de mediana edad uniformada que amablemente les hizo pasar hasta el recibidor. Por dentro la casa parecía un palacio: era grandiosa y cada mueble, cada objeto que decoraba el lugar, hacía saber a todos el poder y dinero que ostentaba su dueño.
El señor de la casa no les hizo esperar demasiado. Se trataba de un hombre de veintiséis años, con cabellos rubios y lisos, unos destacables ojos marrón chocolate, un porte altivo y elegante, con la musculatura necesaria para que pareciera atractivo, y vestido de la cabeza a los pies con un traje gris de Dior.
Cuando bajó las escaleras principales solo le faltó que apareciera un halo en su cabeza para que Jungeun supiera que ése era un hombre que le traería problemas.
—Buenos días, gracias por venir tan rápido. No esperaba que el mueble estuviera aquí hasta dentro de unas semanas.
—Lo acabé hace unos días.— respondió Jungeun.— Iba a exponerlo en mi tienda cuando mi madre me ha comentado que esto es lo que usted buscaba.
—¡Sin duda alguna!— dijo acariciando la mesa, admirado por el trabajo de artesanía.— ¡Perdone mis modales, aún no me he presentado! Soy Lee Heeseung.— comentó como si tal cosa tendiendo la mano hacia sus invitados.
—Yo soy Kim Jungeun, y éste es mi amigo, Jeong Chan.— tendió su mano brevemente mientras presentaba a su amigo.
—Usted es el nuevo médico, ¿no es cierto?— añadió Heeseung dirigiéndose a Chan.— Me han hablado estupendamente de sus servicios.
—¿Ah sí? ¿Y quién le ha hablado de mí?— preguntó Chan, curioso.
—Mi tío, Park Sunghoon, el alcalde. Es un bromista. Me contó historias asombrosas de su hermana y una chica a la que apodan la Salvaje.
—Yo soy a la que apodan la Salvaje.— gruñó Jungeun molesta al saber que le habían hablado de Jinsol y sentía interés por ella.
—¡Perdón! No pretendía ofenderla; de hecho, le admiro. Yo de niño era tan formal y serio que mis padres en ocasiones se preguntaban si no me habrían cambiado en el hospital.
—Bien, ¿y qué le trae por aquí, señor Lee?— preguntó Chan evitando que Jungeun lo acosara con sus rudas preguntas.
—He venido para quedarme a vivir aquí. Mi tío me ha dicho que este pueblo es perfecto para mí. Por ahora todos los habitantes que he conocido me han recibido con los brazos abiertos y les estoy muy agradecido.
—¿Y a qué se dedica, si puede saberse?— preguntó Jungeun con brusquedad, ante lo que Heeseung solo reaccionó abriendo profundamente los ojos al sentirse ofendido, para en unos segundos volver a recuperar su compostura y contestar con cortesía.
—Me dedico a hacer movimientos en la bolsa; es algo estresante, pero, como puede observar, en poco tiempo he amasado una gran fortuna. Ahora solo quiero descansar, dejar que mi dinero se mueva solo y buscar a alguien con quien compartirlo, tal vez una buena esposa. Pero no hay prisa, la mujer perfecta puede tardar años en aparecer.
—O te puede dar una lista...— susurró Chan, que fue interrumpido por el codazo de su amiga Jungeun.
—Bueno, gracias por la información de su vida.—cortó Jungeun.— ¿Es lo que buscaba?— inquirió señalando el escritorio con impaciencia.
—Sí, es perfecto.— contestó Heeseung sin mostrar emoción alguna.
—Entonces, ¿dónde lo colocamos?— se apresuró Chan a preguntar antes de que Jungeun le gruñera alguna grosería.
—Siento comunicarles que mi despacho está en la planta de arriba.— comentó señalando las enormes escaleras principales y, por unos momentos, Chan habría jurado que sus fríos ojos chocolate brillaron llenos de satisfacción.
Tras colocar el escritorio en el despacho de la segunda planta, Junguen le pidió por él un precio desorbitado que Heeseung pagó como si fuera calderilla. Se despidieron amablemente hasta que al señor Don Perfecto se le ocurrió preguntar por Jinsol. Fue en ese instante en el que Chan tuvo que alejar a su amiga del magnate para que no lo mordiera o algo peor.
—Me alegro mucho de haberles conocido. Por cierto, me han dicho que dentro de poco llegará al pueblo su hermana Jinsol, quien es una entendida en arte. Tal vez podría hablar con ella para que me hiciera una visita y me recomendara alguna obra para invertir.
Chan no contestó, cogió rápidamente a su amiga del hombro y la dirigió hacia el camión mientras ésta gruñía y apretaba los puños con fuerza, aguantándose las ganas de golpear a ese idiota pedante.
Cuando al final consiguió meter a Jungeun en el camión y cerrarlo con llave, contestó alegremente:
—Se lo comentaré.— a la vez que se alejaba de allí tan rápido como podía para que la Salvaje no apaleara a Don Perfecto.
—Tienes un problema, amiga.— comentó Chan señalando su violento temperamento.
—Lo sé.— gruñó Jungeun fijando su vista en la esplendorosa mansión.
...
Días después de conocer a Lee Heeseung, Jungeun obligó a sus amigos a acompañarlo al bar de Sana, donde sentados en la barra disfrutaban de una cerveza a la vez que recopilaban información.
—¡Venga ya! No puede ser tan perfecto.— se quejó Taehyung porque lo obligaran a escuchar cotilleos de viejas.
—Tú no lo viste, Jungeun es un mierdecilla a su lado.— señaló Chan a su hermano.
—¡Gracias!— contestó Jungeun, irónica.
—No es por ofenderte, pero hay que ser realista: esa lista describe a un hombre imposible que tú nunca llegarás a ser.
—Dibujas fatal...— apuntó Tae.
—Y cantas como el culo.— añadió el mayor de los tres dando un sorbo a su cerveza.
—Tienes un genio de mil demonios y...— continuó Taehyung, que fue interrumpido por el gruñido de su amiga.
—Bueno, ¿venís a ayudarme o a hundirme un poquito más en la miseria?
—¡A ayudarte!— repusieron al unísono los hermanos.
—Bien. Quiero que escuchéis los rumores que hay sobre él en el pueblo. A ver si averiguáis que no es tan perfecto como parece, y si cumple todos los requisitos de la puñetera lista.— expuso Junguen entregándoles una copia a cada uno.
Dos horas después, Jungeun planeaba cómo deshacerse del Lee de los cojones entre las quejas de sus dos amigos.
—¡Tía, canta en un coro en la Fundación Ayuda para los Niños Desamparados!— contaba Taehyung emocionado.
—¡Y dibuja óleos que luego vende en subastas a favor de los pobres!— añadió Chan con alegría.
—Además, el lema de su organización benéfica es «Defender al que no puede».
—Las mujeres del pueblo dicen que es sensible y romántico, y los niños, que les encantan sus regalos.
—¿Le vais a hacer una estatua?— gruñó Jungeun a sus amigos, furiosa con las cualidades de Don Perfecto.
—Nosotros no, pero el pueblo...— señaló Taehyung impasible.
—Lo siento Jungeun, pero éste es el hombre de la lista de Jinsol, lo ha clavado en todo. ¿Qué vas a hacer?— preguntó Chan preocupado.
—Hacerlo desaparecer: le prenderé fuego, o lo espantaré con una de mis jugarretas, lo que sea. Pero lo importante es que nunca conozca a Jinsol, porque, si no, ya sé a quién va a terminar eligiendo Doña Perfecta.
—Tal vez la deberías dejar elegir...— comentó Taehyung despreocupadamente.
—¿Quieres tener de cuñado a Don Perfecto?— repuso Chan.
—¡Ni de coña! Bastante tengo con una remilgada en la familia, como para tener un clon suyo en masculino. ¿Os imagináis cómo serían sus hijos? Totalmente perfectos.
—¡Aquí nadie va a tener hijos con Jinsol a no ser que sea yo la madre!— gritó Jungeun enfurecida.
—¡Vale! Mejor será que pensemos en algo.— calmó Chan, que era la voz de la conciencia.
Después de varias horas en las que descartaron ahogarlo en el lago, enterrarlo vivo, mandarlo al Congo con los niños que pasan hambre u obligarlo a salir del pueblo a punta de escopeta,todas ellas espléndidas ideas aportadas por Kim Jungeun "la Salvaje", llegaron a la conclusión de que lo mejor era ocultarle a Jinsol la presenciade su tan esperado príncipe azul.
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