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Capítulo diez

Con veintidós años, apenas faltaba uno para que Kim Jungeun finalizara sus estudios en la universidad. Los ojeadores cazatalentos ya llamaban a su puerta para posibles fichajes profesionales y tenía ante sí un futuro brillante lleno de fama y fortuna haciendo lo que más le gustaba, jugar al fútbol americano. Sus calificaciones no eran espectaculares en la simple carrera de Ciencias Audiovisuales que estaba cursando, pero los profesores pasaban mucho la mano a los deportistas. 

Su futuro se anunciaba maravilloso hasta que en un partido todo terminó repentinamente con el violento placaje de un rival que la llevó a sufrir una terrible lesión en la rodilla. La sacaron del campo en camilla y la llevaron al hospital, donde la sedaron, por lo que apenas se enteró de nada hasta que volvió a abrir los ojos y el dolor comenzó a atormentarla.

La fría habitación blanca le agobiaba, le asfixiaba.

Mientras intentaba respirar entre esas cuatro paredes, Jungeun fijó su vista en su vendada e inmóvil pierna. Tocó el timbre desesperada preguntándose cuál era su lesión y cuánto tardaría en volver al campo. A cada segundo que pasaba sin recibir respuesta, se temía lo peor.

Unos minutos después, que a ella le parecieron horas, entró una enfermera y Jungeun le preguntó por su médico: quería hablar con él sobre cuándo volvería a jugar. Al percatarse de cómo la enfermera esquivaba su mirada y sus preguntas, lo supo sin lugar a dudas: su brillante futuro había desaparecido ante sus ojos a tan solo unos días de la gloria.

Pasó varios días en el hospital, donde recibió las visitas de sus familiares y amigos. Como una autómata, debido a su estado de postración y a no poder ir a ningún sitio, su mente se retraía evitando la realidad. Únicamente podía rememorar una y otra vez la conversación que había mantenido con el médico.

—En unos meses y con dura rehabilitación podrás volver a caminar, incluso a correr.— anunció un doctor de mediana edad que cargaba con su expediente.

—¿Podré volver a jugar profesionalmente?— planteó Jungeun emocionada ante la buena noticia.

—Lo siento, pero has sufrido una lesión muy grave para un deportista profesional: rotura total de los tres ligamentos de la rodilla, la llamada tríada. Los tres ligamentos se han roto por completo, y la operación de reconstrucción no los deja perfectos. Si vuelves a jugar, no será profesionalmente.

—Pero tengo muchos equipos profesionales interesados en mí, ¡no puede pasarme esto ahora! —se quejó Jungeun.— Seguro que en un año volveré al campo, ¡necesito poder jugar!

—Puedes intentarlo.— declaró el médico.— Pero esto lo he visto ya muchas veces. En cuanto vuelvas al campo, se te puede reproducir la lesión. Tienes alta probabilidad de que eso ocurra, pues la zona ya está dañada y, por otra parte, no hay muchos equipos que se arriesguen a contratar a una novata con esa carga. Si ya fueses profesional, tal vez habría posibilidades, pero en tu caso...

—Entonces, ¿qué hago? ¿Me rindo? ¿Tiro todo mi futuro por la borda por una estúpida rodilla?—exclamó al médico una enfurecida Jungeun.

—Alégrate de que la lesión no haya sido más grave de lo que es, lucha por recuperarte y más adelante ya veremos si puedes intentar volver al mundo profesional.

Tras estas palabras, el doctor le dejó sola, sumida en sus pensamientos.

—Para qué luchar...— susurró en voz baja mientras derramaba en silencio lágrimas de dolor por lo perdido.

...

Cuando Jinsol volvió ese año de la universidad se extrañó al no ver a Jungeun en casa de su abuela. Preocupada, preguntó a sus hermanos, quienes, a pesar de no ir a la misma universidad que ella, eran amigos inseparables de la vecina.

Después de los abrazos y besos que recibía todos los años al retornar a casa, se sentó en el porche con una deliciosa limonada junto a Chan y Taehyung. Ellos permanecían tensos, a la espera de sus preguntas, parecían no querer contarle lo que sucedía, ya que evitaban continuamente su mirada.

—¿Dónde está Jungeun?— inquirió finalmente Jinsol; sus hermanos se miraron entre ellos, decidiendo quién sería el que daría la mala noticia, y fue Chan el que comenzó a contestar a sus cuestiones.

—Jungeun tuvo una lesión a principios de verano. Está bien.— añadió Chan al ver como su hermana se disponía a levantarse para ir en su busca.— Pero no creen que pueda volver a jugar profesionalmente.

—¿Y eso qué más da? Lo importante es que esté bien y se esté recuperando, porque se está recuperando, ¿verdad?

—Físicamente puede, pero...

—Pero psicológicamente está hecha una mierda.— acabó Taehyung por su hermano.

—¿Por qué? No lo comprendo; no tendrá una carrera brillante pero aún puede terminar la universidad y centrarse en su futuro.

—No lo entiendes, Jinsol: ése era su futuro, las notas de Jungeun son pésimas y sin la perspectiva de contar con una buena futbolista, la universidad pronto se deshará de ella.

—¡Pero eso no es justo! Ella es muy inteligente, seguro que puede finalizar su carrera y hacer algo.

—No quiere hacer nada, se ha rendido.— comentó Chan apenado.

—¡Tengo que ir a verla!— exclamó Jinsol decidida mientras se incorporaba, pero las apesadumbradas palabras de su hermano Taheyung la detuvieron.

—No nos permitió entrar, Jinsol. Chan y yo cogimos dos autobuses para poder ir a verla. Cuando llegamos al fin, la enfermera nos negó la entrada. Después de discutir con medio hospital supimos que ela no deseaba ver a nadie, eso también nos incluía a nosotros.

—Si quieres saber más de ella, tal vez deberías ir a hablar con la señora Kim. Está muy sola desde que su hija se marchó para cuidar de su nieta, y parece ser que las noticias que le dan no la animan demasiado.— indicó Chan, abatido por el destino de su amiga.

Jinsol se levantó dispuesta a ir en busca de Jennie cuando la mano de Taehyung la detuvo.

—Si averiguas algo, cuéntanoslo. Estamos muy preocupados por nuestra amiga.

—No te preocupes, averiguaré algo.— prometió ella sonriente mientras se dirigía con decisión a casa de las Kim.

Jennie vio a la joven de las Jeong desde la silla de su viejo porche.

La saludó alegremente con la mano mientras esperaba su visita, porque ella sabía que esa jovencita iría a preguntar por su nieta, una nieta a la que ya apenas reconocía. La vida la había golpeada, pero Jungeun no parecía sacar fuerzas para seguir luchando. Según ella, no tenía ninguna razón para levantarse de esa cama de hospital que, a cada día que pasaba, parecía tragarse un poco más su vitalidad.

Jennie lloraba por estar perdiendo a su jovial nieta a cambio de un extraña desapegada que parecía estar muerta aunque su corazón seguía latiendo.

Jinsol se sentó junto a ella en otra de sus viejas sillas, la miró en silencio comprendiendo su dolor y, cuando la abuela esperaba otra de esas estúpidas frases de consuelo por lo ocurrido que la hacían desear llorar, la pequeña Jinsol sacó de sus labios una sonrisa.

—¿Tan malas son sus notas?

—No sé, nunca nos las quiso enseñar.

—Con lo mayor que es y escondiendo las notas a su madre, ¿no le da vergüenza?

—¿Te has enterado de todo?— preguntó finalmente Jennie a Jinsol.

—Sí, ¿se puede saber por qué no deja que lo vea nadie?

—Según mi hija, está abatida, apenas come y hace ya una semana que debería haber comenzado con la rehabilitación para no perder la movilidad de la pierna, pero se niega a hacer otra cosa que no sea estar tumbada en esa estúpida cama autocompadeciéndose por su desgracia. Yo fui a verla al principio, pero soy mayor y no puedo estar mucho tiempo durmiendo en esos incómodos sillones. Ahora llamo todos los días, esperando alguna buena noticia que nunca llega.— confesó Jennie rompiendo a llorar.

—Tranquila, señora Kim, yo conseguiré levantarla de la cama aunque sea a base de patadas.—prometió Jinsol.

—No te dejará entrar, hija mía. No deja entrar a nadie.

—Oh, no se preocupe señora Kim. No tengo que estar presente para hacerla enfurecer. Ya verá usted como al acabar el verano tiene a su nieta en casa gruñendo como nunca, pero de pie.

Jinsol conversó un rato más con ella sobre cosas banales, le hizo recordar historias pasadas de cuando ella y su nieta eran niñas y no paraban de hacerse trastadas y, por primera vez en mucho tiempo, la anciana volvió a reír con ganas.

«Ojalá esa chica pudiera hacer milagros», pensaba Jennie mientras la veía marcharse, porque sin duda alguna eso es lo que necesitaría para hacer que su nieta volviera a ponerse en pie.

...

Taeyeon nunca hubiera imaginado que el día en el que su hija volvió a tener nuevamente deseos de ponerse en pie comenzaría con la estrambótica presencia en su habitación de varias coronas de flores para difuntos.

A las diez de la mañana comenzaron a llegar las flores.

Su hija permanecía en la cama, una vez más haciendo como que dormía aunque solo estaba recordando todo lo que había perdido, compadeciéndose de nuevo de sí misma. Su aspecto estaba muy desmejorado: estaba pálida, había perdido peso y en su rostro lucían unas ojeras dos semanas. A primera vista apenas parecía viva, a no ser por el movimiento de su pecho al respirar.

Tocaron a la puerta y luego, con paso solemne y gesto fúnebre, entró un mensajero con una corona de flores silvestres.

—Señora Kim, lo siento mucho.— expresó con gran pompa tendiéndole las flores.

—Debe de haber un error...— comentó Taeyeon mientras cogía las flores y las colocaba junto a la silla donde ella dormitaba.

—No señora: usted es Kim Taeyeon, ¿verdad?

—Sí, pero...

—Estas cosas pasan, seguramente ella era muy joven, pero la vida sigue...— el mensajero interrumpió su discurso y se quedó petrificado cuando el supuesto cadáver se alzó enfurecido del lecho y gritó:

—¡Mamá, se puede saber quién narices me ha mandado una corona de muertos!

—Le dije que había sido un error, mi hija no ha fallecido.— comentó la señora Kim intentando sacar del estado de shock al pobre mensajero.

—¡Quién ha sido el graciosillo que me ha mandado esto!— vociferó iracunda la paciente, que esta vez había conseguido ponerse en pie y, apoyándose en el mobiliario, había llegado hasta donde se hallaba la corona de flores. Leyó atentamente la nota adjunta; tenía alguna sospecha acerca de quién podía ser el molesto gamberro, y esa sospecha se confirmó cuando el mensajero contestó, algo más sereno:

—Las envía Jeong Jinsol.

—¡Pues lléveselas de vuelta!— exclamó Jungeun airada.

—Lo siento, pero ya están pagadas.— apuntó el mensajero.

Después de que Taeyeon firmara el resguardo de entrega, porque así lo dictaba el protocolo, el mensajero se dispuso a marcharse ante las enfurecidas protestas de la supuesta muerta, pero entonces otro mensajero con una nueva corona de flores abrió la puerta.

—Cuidado, que esta muerta grita mucho.— comentó el primer mensajero al segundo mientras salía rápidamente de la habitación.

A lo largo de la mañana llegaron en total doce coronas de flores, que se fueron acumulando en la pequeña habitación.

Los mensajes eran de lo más original: había desde un: «Lázaro, levántate y anda», hasta un: «Recuerdo de tu querida y amada vecina», sin olvidar el típico: «Todo el pueblo te recordará con cariño».

Taeyeon no pudo leer los dos últimos porque su hija, furiosa, se puso en pie nuevamente y se los tiró a la cabeza a los pobres mensajeros.

Kim Taeyeon no sabía si reír o llorar con la broma pesada de Jinsol, pues, a pesar de que era de muy mal gusto, había conseguido levantar a su hija de la cama, aunque solo fuera para gritar como una energúmena a los mensajeros.

Al final de la tarde Taeyeon acabó llorando de la risa mientras agradecía a Dios la nueva intervención de Jeong Jinsol: alguien llamó a la puerta y Taeyeon corrió a abrir antes de que su hija profiriera una nueva amenaza a un pobre inocente. Ante ella apareció un cura preparado para dar las amonestaciones y la extremaunción. Era algo mayor, un poquito más bajo que ella, medio calvo, y lo poco que le quedaba de pelo estaba encanecido por el paso de los años. Portaba unas grandes gafas y su rostro parecía simpático y benevolente.

—Señora, ¿dónde está la moribunda?— preguntó el sacerdote respetuosamente muy dispuesto a cumplir con su deber.

Taeyeon quedó muda ante su presencia. El cura entró en la habitación y se dirigió hacia Jungeun mientras comenzaba con sus oraciones en latín y hacía la señal de la cruz.

—Bien, hija, ¿quieres confesar tus pecados antes de cruzar hacia el otro lado?— inquirió el religioso.

—Sí, ¡voy a matar a mi vecina!— gritó Jungeun irritada.

—¡Hija mío!— se escandalizó el sacerdote.— Eso es muy grave, mancharte las manos con la sangre de una inocente es...

—¡Oh, no! ¡No es para nada inocente! ¡Joder! ¿Es que nadie me va a creer hoy cuando le digo que no me estoy muriendo?

—Perdónela, padre.— se disculpó Taeyeon ante las palabras de su hija.— Pero es verdad, ella no se está muriendo: es solo una lesión en la rodilla.

—No puede ser, una jovencita muy amable me contó que una amiga suya se estaba muriendo en el hospital. Me aseguró que yo podría hacer algo por ella. Le comenté lo de la extremaunción y me dijo que eso serviría.

—Ésa es mi vecina.— gruñó Jungeun entre dientes.

—¡Ah, sí! ¡Pues de ningún modo voy a permitir que mates a esa dulce jovencita!— exclamó indignado el sacerdote.

—Padre, lo dijo en broma. Desde pequeñas no hacen más que hacerse trastadas.— explicó Taeyeon antes de que el cura llamara a la policía.

—Entonces, ¿qué es lo que te pasa?— preguntó el cura, molesto, a Jungeun.

—Una rotura de ligamentos en la rodilla. No podré volver a jugar profesionalmente al fútbol.

—¿Eso es todo? ¡A Cristo lo clavaron en una cruz! ¡En esta misma planta hay decenas de niños enfermos que no llegarán al final de esta semana!, ¿y tú te lamentas por una rodilla? ¡Me voy! ¡No aguanto a estos jóvenes que se quejan por nada! ¡Y como le pase algo a esa jovencita adorable, sabré que has sido tú!— dijo el sacerdote señalándolo acusadoramente, a la vez que salía de la estancia.

—Esto es lo último.— gruñó Jungeun antes de coger el teléfono móvil.—¡No se te ocurra enviarme nada ni a nadie más, loca de las narices!— gritó enfurecida.— ¡No! ¡No voy a hacer rehabilitación para...! ¡No serás capaz! ¡Joder, Jinsol, ni tú tienes tanto dinero como para comprar eso!, ¿qué has hecho una colecta? ¡Sí, de acuerdo! ¡Voy a hacer rehabilitación, solo para ir allí y pegarte una patada en el culo! ¡Y ni se te ocurra enviarme el ataúd!— rugió Jungeun a través del teléfono antes de arrojarlo sobre la mesa.— Mamá, mañana empiezo con la rehabilitación.— informó Jungeun a su madre cayendo rendida ante todo lo ocurrido ese día.

Taeyeon salió de la habitación, y llena de dicha llamó a Jennie para darle la buena noticia.

—Jungeun por fin ha decidido levantarse y todo es gracias a...

—Jeong Jinsol.— contestó la anciana sin dejarla terminar.

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