Capítulo dieciséis
Desde que Jinsol anunció en su casa la noticia de su inminente boda, todo estaba descontrolado en el hogar de las Jeong: sus hermanos le hacían un profundo vacío por no haber elegido a su amiga del alma; su madre Haseul la miraba en silencio sin apenas dirigirle la palabra, siempre meditabunda y distraída, y su madre Kahei estaba llena de euforia ante la perspectiva de una boda.
Los preparativos avanzaban de forma acelerada. Jinsol, su madre y la madre de Heeseung, una señora un poco estirada, elegían a los invitados, las tarjetas, los adornos florales, la iglesia...
Todo era agobiante.
Jinsol tenía que permanecer siempre en medio de su madre y su futura suegra para que no se tiraran de los pelos, porque, en el mismo momento en que se conocieron, surgieron chispas de odio entre ellas.
Todo empezó con una simple presentación antes de una elegante cena. Heeseung, amablemente, presentó a su madre Seulgi y a su padre Jay a las señoras Jeong. Todo fue cordialidad y sonrisas hasta que Heeseung se excusó durante unos instantes, ya que había visto a unos amigos que deseaba saludar.
Fue entonces cuando todos descubrieron lo larga y bífida que era la lengua de la señora Lee.
—Bueno, ¿y cómo fue que mi hijo y tú os conocisteis?— preguntó Seulgi aparentando amabilidad.
—Fue en un restaurante como éste.— respondió Jinsol con una sonrisa.— Yo me alejaba enojada con mi cita fallida cuando tropecé con él y, en cuanto nos vimos, supimos que éramos perfectos el uno para el otro.
—Bueno, no eres tan perfecta como otras de las chicas con las que ha salido mi hijo, pero servirás. Después de todo, él te ha elegido. Te tienes que sentir halagada porque entre miles de mujeres te haya elegido a ti.— comentó la señora Lee prepotente.
Su marido reaccionó abriendo los ojos escandalizado por su ataque gratuito, pero, sin reunir el valor para enfrentarse a la perfidia de su esposa, simplemente bebió toda su copa de un trago y pidió más vino al camarero.
Jeong Haseul frunció el ceño enfadada, dirigiéndoles una mirada asesina a sus futuros parientes en la que podía leerse claramente «cuando llegue a casa, saco la escopeta»; luego miró con lástima a su hija y continuó cortando su filete, imaginando que era la larga lengua de alguna que otra señora.
Jeong Kahei, por su parte, no guardó silencio.
—Mi hija es perfecta, pregunte a todo el pueblo de Dorang-Sae y le comunicarán lo mismo que yo. Tal vez sería su hijo quien tendría que estar agradecido, ya que no es la primera vez que se declaran a mi pequeña. ¿Podría usted decir lo mismo de su hijo?
—Hay muchas mujeres que van detrás de mi Heeseung tanto por su fama como empresario como por su fortuna. Seguro que su hija tiene algún encanto oculto por el que los chicos caen rendidos a sus pies.— insinuó repasando reprobatoriamente la apariencia de Jinsol.
—¡Mi hija es una gran artista que ha trabajado en una de las mejores galerías de arte de Nueva York!— manifestó con orgullo Kahei.
—¡Ah, sí! ¿Ha expuesto algo? Tal vez tenga alguno de sus cuadros en mi hogar.
—No, aún no ha expuesto nada, pero seguro que algún día lo hará.
—Entonces en Nueva York trabajabas solo vendiendo cuadros de otros con más talento que tú y, ahora que has vuelto, ¿a qué te dedicarás, querida?— preguntó maliciosamente Seulgi.
—Ha ocurrido todo tan rápido que realmente no sé lo que haré con mi vida profesional.
Antes de que su futura suegra la acusara de cazafortunas y de que su madre saltara por encima de la mesa para morder en la yugular a la mujer que osaba insultar a su hija, apareció la impasible presencia de Heeseung que calmó a todo el mundo con unas simples palabras.
—Ella hará lo que quiera con su futuro mamá, y cualquier cosa que haga me parecerá perfecta, porque ella es la mujer idónea para mí.
La escandalosa lengua de Seulgi cesó de exhalar su veneno cuando su hijo volvió junto a ellos, y a partir de ese momento se comportó con amabilidad y educación, aunque las Jeong ya habían sacado sus conclusiones sobre su futura familia política y, si no fuera porque con ello serían unas madres nefastas, encerrarían a su hija con tal de no verla unida a ese montón de...
—Caracoles en salsa de rioja amenizado con pasas.— presentó el camarero colocando una bandeja en la mesa a la que todos las Jeong miraron con asco, debido a su aspecto poco apetecible, mientras que por su parte Seulgi la atacó con deleite, dejándola en pocos minutos vacía ante la mirada de asombro de Kahei, que susurró a su esposa:
—Ahora comprendo por qué es así: de lo que se come, se cría.
Y la señora Jeong Haseul sonrió por primera vez esa noche ante las ocurrencias de su mujer.
Jinsol, desesperada una vez más, intentaba que sus tarjetas no fueran de un horrible color marrón vetusto, porque le agradaba a Seulgi, o de color limón chillón, porque le gustaba a su madre. Finalmente, después de dos horas de discusión para elegir solo unas tarjetas, golpeó frustrada el libro de muestras contra la mesa, se levantó alterada y susurró:
—Necesito un respiro.— y se alejó de las dos irritantes mujeres que habían decidido hacer de su boda un campo de batalla.
En el porche, su madre Haseul descansaba tomando una cerveza bien fría sentado en una de las viejas sillas. Cuando la vio aparecer, le tendió la botella solícito y Jinsol se la arrancó de la mano, sentándose junto a ella para tomarse un descanso.
—¿Estás segura? Todavía puedes huir.— preguntó Haseul entusiasmada ante una posible respuesta afirmativa.
—Es mi hombre ideal, mamá.— respondió Jinsol.
—Sí, ¿pero es tu media naranja?
—Mamá, eso es lo mismo.
—No, no lo es.— rechazó Haseul.— Mi mujer ideal era una hermosa chica como las que aparecen en las revistas masculinas, pero en cuanto conocí a tu madre supe que no podría vivir sin ella, y no tardé en darme cuenta de que ella era mi media naranja.
—Creo que Heeseung es perfecto para mí. Mamá, ¿por qué no has comentado nada sobre mi boda hasta ahora? Siempre permaneces callada y a veces pareces ausente.— indagó Jinsol algo preocupada por su reacción.
—Todavía me estoy haciendo a la idea de que mi pequeña se casa; si parezco estar en otro mundo es porque aún recuerdo esos momentos en los que jugaba contigo, y no me puedo creer que hayas crecido tan rápido y que ahora te vayas a ir de casa. Me parece que fue ayer cuando le estabas golpeando la cabeza a la vecina con tus zapatos.
—Mamá, fue ayer: le golpeé con mis zapatos nuevos por intentar jorobarme las invitaciones de boda al llamar al encargado para poner su nombre en ellas.
—Últimamente está de lo más fastidiosa, ¿verdad?— preguntó su madre sonriendo ante las travesuras de Jungeun.
—¡No me deja en paz!— se quejó Jinsol.— A cada paso que doy, intenta arruinar todo lo que he hecho.
—Parece que no quiere que te cases. ¿Por qué será?— insinuó la señora Jeong riendo.
—Madre, ¿qué intentas decirme?— preguntó Jinsol algo molesta.
—Cariño, esa mujer está loca por ti desde que tenía diez años. Cuando era pequeña me pedía tu mano por lo menos una vez al mes y cuando fue adulta no sé cuántas veces más. ¿Sabes lo que me ha dicho ahora? Que no me preocupe por nada, que no te casarás con Don Perfecto. Incluso todo el pueblo comenta que ha apostado muchísimos wons a que la boda no se llevará a cabo.
—¡Esa gusana miserable no puede haber hecho eso!
—Pregúntaselo tú misma: está en la antigua casa de los Cho haciendo reformas.
—¡Sí!— comentó decidida mientras buscaba sus llaves en el interior de la casa.— ¡Ahora mismo voy a cantarle las cuarenta a esa Don Juan de pacotilla! ¿Quién se cree que es para decir que no me casaré...?
Jeong Haseul sonrió alegremente mientras veía a su hija alejarse furiosa en busca de la única persona que conseguía sacarla de sus casillas. Ésa era su verdadera Jinsol, pensaba Haseul, y no la Doña Perfecta que todos creían.
Jeong Kahei salió de la casa farfullando insultos como una camionera, y es que nadie que pasara más de dos segundos a solas con Seulgi era capaz de mantener un lenguaje educado.
—¿Dónde demonios ha ido Jinsol?— preguntó Kahei desquiciada al pensar en tener que volver nuevamente al interior de la casa y enfrentarse sola a esa vieja maliciosa.
—Creo que ha ido a arreglar una casa.— señaló Haseul tendiéndole su cerveza.
—¿Con la chica de las Kim?
—Sí.
—¿Qué crees que pasará?— preguntó la hongkongesa, pensativa.
—¿Esas dos en una casa medio en ruinas? ¡Quién sabe! O la terminan de arreglar o la derrumban con sus discusiones.
—Me refería a ellas dos.
—No lo sé; por cierto, ¿cuánto tenemos ahorrado?— preguntó sonriente Haseul a su mujer.
—¡Oh, Jeong Haseul, borra esa sonrisa de tu boca! ¡Por nada del mundo voy a dejarte apostar en el bar de Sana!
...
Mientras Jungeun amartillaba las bisagras de las nuevas puertas de las habitaciones, oyó el chirriar de unos neumáticos pertenecientes a un estruendoso deportivo. Sonrió satisfecha al reconocer los furiosos pasos que se dirigían hacia ella por el nuevo parqué de la casa, y esperó impaciente el siguiente movimiento de Doña Perfecta, que no tardó mucho en hacerse esperar.
Un precioso zapato de tacón de color azul voló hacia su cabeza precedido de un grito airado de mujer; Jungeun lo esquivó por muy poco mientras se alejaba de la loca mujer armada aún con el otro de sus peligrosos tacones.
—Kim Jungeun, ¿cómo has podido?— gritó encolerizada.
—¿Qué he hecho ahora? ¿Acaso no me he mantenido lejos como me pediste que hiciera?
—¡No! ¡No te has mantenido lejos! ¡Cada dos por tres estás haciendo cosas para estropear mi boda! ¡Primero fueron las invitaciones que tengo que elegir de nuevo porque alguien que no estaba invitada puso su nombre en ellas como si fuera la novia...!
—Admite que mi nombre queda mejor junto al tuyo que el de Don Perfecto.— añadió Jungeun con sorna.
—¡Luego fueron las flores, elegidas por una chica con pésimo gusto!
—Creí que te gustaban las flores silvestres.
—¡Y por último me entero de que has apostado a que mi boda no se celebrará! ¿Quieres dejar de fastidiar mi enlace? ¡Ya te he dicho una y mil veces que no me casaré contigo!
—Y yo una y mil veces que no lo harás con Don Perfecto.
—¡Tú no tienes derecho alguno a decidir sobre mi futuro!— exclamó amenazándola con el zapato que le quedaba.
—Tú me lo diste cuando, después de prometerte con ese petimetre, te acostaste conmigo.
—¡Eso... Eso fue un error!
—Un error que no hubiera ocurrido si de verdad amaras a ese hombre perfecto tuyo.— sentenció la castaña enfrentándose a ella.
—Yo lo quiero...— contestó Jinsol débilmente.
—¡Y una mierda!— insistió Jungeun cogiéndola entre sus brazos y arrojando al suelo el zapato que tenía agarrado como un arma.— ¡Dime que no se te acelera el corazón cuando estás entre mis brazos, dime que no te falta el aire teniéndome tan cerca, dime que tu cuerpo no se estremece ante lo que sabes que quiero hacerte...!—declaró la de orbes almendras juntando más su cuerpo con el de ella.
—No me... Ocurre... Nada de... Eso.— contestó Jinsol nerviosa e impaciente mientras se humedecía los labios.
—No quieres admitirlo, bien, pues dime que pare.— a continuación Jungeun devoró la boca de Jinsol con impaciencia, dirigiendo su cuerpo contra la pared y haciendo que rodeara su cintura con sus bonitas piernas. El hermoso vestido azul que llevaba puesto Doña Perfecta se arrugó entre las manos de Jungeun cuando ésta lo alzó hábilmente para acariciar sus dulces muslos y su firme trasero por encima de su liviana ropa interior de encaje negra.
Jungeun devoró su cuello, y Jinsol arqueó su espalda contra la dura pared ofreciéndole sus pechos, algo que la mayor aceptó deseosa bajando su escote bruscamente y liberándolos de la presión de sus vestiduras. La pelinegra no usaba sujetador, por lo que sus perfectos senos se bambolearon frente a la golosa boca de Jungeun, con los pezones erectos y excitados a la espera de sus caricias.
La de melenas castañas los lamió lentamente con su áspera lengua para luego succionarlos duramente y mordisquearlos sin miramiento alguno, castigándola con su placer. De la boca de Jinsol no emergió protesta alguna, solamente gemidos de placer a la vez que sus manos buscaban el fuerte contrario cuerpo femenino, acariciando y arañando excitada su fornida espalda.
Jungeun cogió una de sus manos y lamió cada uno de sus dedos, besando la palma de ésta, mientras su otra mano jugueteaba con sus húmedas braguitas. Jinsol echó su cabeza hacia atrás, extasiada, cuando comenzó a acariciar su clítoris y sus manos impacientes comenzaron a buscar el botón de sus pantalones... En ese momento su pasión fue interrumpida bruscamente por el sonido de un coche que se acercaba a la casa.
Fue como si un cubo de agua fría cayera sobre ella. Miró sorprendida a Jungeun mientras ésta se alejaba e intentaba recomponer sus ropas. La pelinegra por su parte intentó mostrar una apariencia un poco menos culpable que no delatara lo que habían estado haciendo hasta hacía poco contra una sucia pared.
—Parece, pececita...— se pavoneó Jungeun acariciando su liso cabello que tras días sin plancharlo comenzaba a ondularse.— Que no puedes pedirme que pare.
—No, ¡pero lo haré!— contestó furiosa a sus provocaciones.
—Y dime, ¿Don Perfecto besa tan bien como yo? ¿Te ocurre lo mismo cuando estás entre sus brazos? ¿O solo es conmigo con quien sale tu lado salvaje?
—Sus besos son simplemente perfectos.— señaló Jinsol regocijándose con su dolor.
—Sí, princesa, pero hay un problema con eso.— susurró Jungeun en su oído.
—¿Cuál?— preguntó la menor, confusa.
—Que a ti te gustan más los besos salvajes.— finalizó Jungeun acallando sus posibles protestas con un beso demoledor. Después simplemente salió a atender a un posible nuevo comprador de la casa que había estado arreglando hasta la interrupción de Jinsol.
Ella estuvo a punto de marcharse furiosa hasta que se fijó en quién era el nuevo comprador; entonces decidió quedarse.
Otra pelinegra despampanante con un estrecho y escueto vestido con estampado de arcoíris bajó lentamente de un moderno deportivo, enseñando en el proceso al completo sus largas piernas y parte de su voluminoso escote.
Cuando sus ojos vieron a Jungeun, la devoraron despacio. Jinsol se colocó con rapidez al lado de ésta para salvarla de las garras de esa mujer, pero ella apenas le dedicó una mirada; como si a su lado no tuviera la menor oportunidad, la descartó como a un simple insecto y comenzó a preguntar a Jungeun por la casa mientras a cada paso que daban se insinuaba no muy sutilmente.
—Buenos días, soy Sooyoung, pero puedes llamarme Joy.— se presentó la mujer tendiéndole una tarjeta con su teléfono.— Mi hermano me ha dicho que esta casa estaba en venta y que preguntara por Kim Jungeun.
—Ésa soy yo, señorita.— respondió Jungeun sonriente intentando tenderle una de sus manos, ya que su otro brazo estaba ocupado por Jinsol, que se había cogido a ésta como si de una lapa se tratase en cuanto la pelinegra contraria salió del coche.
—¿Y ella es?— preguntó Joy sin importarle mucho la respuesta.
—Es una amiga que ha venido a ayudarme con las reparaciones.
—¿También se dedica a reparar casas?— preguntó la contraria, extrañada.
—No, ella es una gran pintora y licenciada en Bellas Artes.— comentó mirándola orgulloso.— Quiero intentar convencerla de que me ayude con las casas pintando hermosos murales de paisajes en las distintas habitaciones; seguro que podré venderlas más caras y sacar mucho más dinero por ellas.
—¡Es una idea muy original que no carece de atractivo! Pero dígame.— solicitó Joy agarrándose lascivamente a su otro brazo.— ¿Qué paisaje podría interesarme ver a mí cuando me despierto por las mañanas?
—Un elegante París, o tal vez una hermosa Venecia.
—Puede que disfrutara del paisaje, pero solo si me acompañara la persona adecuada.— comentó la pelinegra del vestido de arcoíris acariciando con sus suaves uñas el fuerte brazo de Jungeun.
—Pues entonces esta casa no es para usted, porque yo había pensado en dibujar un cementerio o tal vez un monasterio.— increpó una molesta Jinsol a la contraria.
—Oh, ¡pero yo deseo ver la casa para decidir si es la adecuada o no!— se quejó la mujer sin dejar de aferrarse a Jungeun en ningún momento.
—No se preocupe, yo se la enseñaré.—concluyó finalmente una Jinsol harta, con una malévola sonrisa en el rostro.— Jungeun tiene que continuar con las reparaciones, no querrá interrumpir su trabajo, ¿verdad? ¡Claro que no!— terminó Jinsol por ella, y seguidamente la arrastró por toda la casa, mostrándole habitaciones que no conocía e inventando historias espeluznantes para disuadir su interés por la casa y, de paso, por Kim Jungeun.
Pero Joy solo la miraba por encima del hombro, preguntándole continuamente «¿de verdad?», mientras seguía empeñada en quedarse en ese lugar.
Cuando terminó la visita guiada, su paciencia se agotó al ver cómo la mujer devoraba a Jungeun con ojos lascivos al observarla trabajar en el salón sin camisa y solo con un top debido al ardiente calor, con su increíble y fuerte torso sudoroso desnudo.
—Me encantaría dejar la marca de mis uñas en su espalda...— susurró Joy en celo.
Y ésa fue la gota que colmó el vaso: Jinsol tropezó y tiró a la contraria pelinegra encima de unos botes de pintura que en esos momentos permanecían abiertos. Joy gritó airada, insultando a Jinsol en medio de un gran charco de pintura blanca que cubría prácticamente todo su cuerpo y parte del suelo.
Después de que Jungeun la ayudara a incorporarse, la pelinegra provocativa gritó unos cuantos insultos más y finalmente se marchó dando tumbos en su elegante deportivo.
Jungeun caminó decidido hacia Jinsol, la acorraló contra la pared y se enfrentó a su enfurecido diablillo.
—Ésa es la muestra de celos más descarada que he visto.
—¡Yo no estoy celosa!— gritó Jinsol a la cara de Jungeun.
—Sí claro, pregúntaselo a la pelinegra esa.— contestó riéndose de ella.
Jinsol, rabiosa, se deshizo de la prisión de sus brazos y le lanzó la pintura del cubo que quedaba aún sin derramar.
Una Jungeun teñida de blanco la miró asombrada y sonriendo lobunamente la persiguió por toda la casa para darle un cariñoso abrazo, pero nunca llegó a atraparla, ya que Jinsol se dirigió con gran agilidad y rapidez hacia su coche y, mientras arrancaba su deportivo, gritó:
—¡Yo no estoy celosa!
...
Cuando Jinsol llegó a casa de sus madres aún despotricando contra Joy y Jungeun, su madre Haseul le tendió una cerveza, sonriente.
—Ha llamado Jungeun, dice que no has heredado mi talento para las ventas.
—No convenía vendérselo a esa pelinegra de silicona sin sesos en la cabeza; seguro que, en cuanto la tuviera, haría reformas atroces.
—También me ha comentado que como pintora eres un desastre. Has ensuciado todo el parqué nuevo. ¿No se supone que tenías que pintar en las habitaciones y no en el salón?
—¿Jungeun te comentó esa ridícula idea de pintar las paredes con paisajes...?
—No me parece ridícula en absoluto, tienes mucho talento, ¿y qué mejor forma de darte a conocer que haciendo lo que te gusta en un gran lienzo, dejando un cuadro único para cada hogar?
—Mamá, qué cosas más bonitas dices...— comentó Jinsol abrazándola con cariño.
—No son palabras mías, sino de Jungeun. Así fue cómo me convenció para que te dejara entrar en el negocio.
—¿Te ha comentado Jungeun algo más de mí?— preguntó Jinsol rezando para que la vecina no le hubiera contado a su madre nada de lo ocurrido.
—Me comentó que conociste a tu cuñada y que no te cayó demasiado bien.
—Yo no he conocido aún a la hermana de Heeseung.— se extrañó Jinsol a la vez que su madre Kahei salía exultante de alegría al porche.
—¡Por fin me he librado de esa arpía!— exclamó alegremente.— ¡Gracias a Dios que una histérica le ha lanzado un cubo de pintura a su hija y se ha tenido que marchar para ayudarla a quitarse el potingue de encima!
Jinsol entró en casa desolada decidiendo que definitivamente ése no era su día cuando la voz de su madre Haseul la detuvo.
—También me ha dicho que habías perdido algo, que, si querías recuperarlo, la llamaras.
Jinsol revisó su bolso, su cartera, las invitaciones, sus ropas, hasta que al fin se fijó en su mano derecha: donde debería de estar el grandioso diamante de Heeseung no había tal cosa, sino una sencilla alianza de oro con bonitas incrustaciones.
Por dentro estaba grabado su nombre, ¡y cómo no!, el de Jungeun.
—Oh, ¡ahora mismo voy a llamarla!— espetó decidida mientras marcaba bruscamente su número y, tras varios intentos sin recibir contestación alguna, dejaba un largo mensaje repleto de insultos en su contestador.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro