Capítulo dieciocho
Faltaba un solo día para que Jeong Jinsol se convirtiera en Lee Jinsol, y la novia estaba que echaba humo porque la estúpida de su vecina todavía no le había devuelto su preciado anillo de compromiso.
¡Cómo se suponía que iba a subir el altar sin el anillo de Heeseung! ¡Qué le iba a decir en el momento en que le preguntara por él! Hasta ahora había conseguido evitar comentarle el extravío de la alianza sugiriéndole que era tan caro que le daba miedo que se lo robaran, por lo que lo tenía guardado en la caja fuerte. A saber dónde narices guardaba realmente Kim Jungeun su anillo, seguro que lo tenía por algún lugar tirado despreocupadamente.
Jinsol había esperado hasta el último momento para darle la oportunidad a Jungeun de ser una buena persona y devolver el objeto robado, pero estaba visto y comprobado que la Salvaje nunca había sido una buena persona.
¡Decidido! Ésa era la noche en la que recuperaría su anillo, no podía esperar ni un segundo más a que esa majadera hiciera lo correcto, pero ni loca iría sola: esperaría a que ella no estuviera en casa y cometería un allanamiento de morada con la inestimable ayuda de sus hermanos. Seguro que ellos no le negarían nada de lo que les pidiera, después de todo era su encantadora hermana pequeña y ellos la adoraban.
—¿Estás loca? ¡Ni por todo el oro del mundo te voy a ayudar a robar en casa de nuestra amiga Jungeun!— exclamó Chan tras escuchar la proposición de Jinsol.
Ella miró suplicante a Taehyung a la espera de su respuesta.
—Jinsol, tú sabes lo alocado que soy, pero, en serio, ¿allanamiento de morada? ¿No te parece algo demasiado drástico? ¿Por qué no le pides el objeto que te ha quitado y ya está?
—¿Es que acaso no creéis que lo he intentado, que no le he suplicado y llorado que me lo devuelva?
—Jinsol, tú no sabes suplicar, seguro que más bien se lo has ordenado.— sentenció el más mayor.
—¡Sois mis hermanos, se supone que tenéis que apoyarme en todo!
—Sí, Jinsol, pero no en un robo. Además, ¿qué es eso tan importante que te ha quitado, a ver?—quiso saber Chan, interesado.
—Mi anillo de pedida.— murmuró después de unos momentos de indecisión en los que no supo si contárselo a sus hermanos o no.— ¡Vale, me robó descaradamente mi alianza de pedida y se niega a devolvérmela! ¿Cómo me presento mañana ante el altar sin ella?
—¿Se puede saber cómo te robó Jungeun tu anillo de pedida sin que te dieras cuenta?— indagó Tae asombrado.
—¡Eso no es de vuestra incumbencia!— contestó Jinsol sonrojada al recordar el momento exacto de la pérdida del anillo.
—¿Has intentado emplear la amabilidad y el encanto, para variar, a la hora de pedirle que te lo devuelva?— curioseó Chan.
—¿Crees que eso me va a funcionar con Kim Jungeun, la mujer que me lleva torturando desde pequeña?
—Jinsol, os torturabais mutuamente, por eso nos negamos a meternos en medio de vuestras peleas.— señaló Chan.
—Bien, si no me ayudáis me veré obligada a decirle a Heeseung que vais a su despedida de soltero. Sé que estáis deseosos de asistir.— chantajeó Jinsol admirando la cara de espanto de sus hermanos.— Ah, y no tendré más remedio que sentaros junto a mi cuñada y a mi suegra, ya que creo que no hay otro sitio libre para vosotros.
La cara de sus hermanos pasó del espanto al horror en pocos segundos. Esperó a que asimilaran la terrible situación antes de añadir:
—Claro que, si me ayudáis, siempre puedo excusaros con Heeseung o buscaros otros asientos más adecuados, quizá junto a las damas de honor.
—¡Joder, Jinsol! Si nos lo pides así...— comentó Taehyung.
—... No podemos negarnos.— finalizó el otro hermano.
...
Jungeun estaba sorprendida ante la inusual petición de Lee Heeseung de que acudiera a su hogar para tomar medidas para unos nuevos muebles que pretendía encargar. Sobre todo porque ése era el día previo a su boda y también el día previsto para su despedida de soltero.
En el momento en el que tocó el timbre, el mismísimo dueño de la casa en persona abrió y le invitó a entrar, le condujo a su despacho y le sirvió una copa mientras lo invitaba a sentarse.
Por su parte Jungeun prefirió permanecer de pie, al mismo nivel que su odiado competidor, y esperar a ver qué tenía que decirle, porque sin duda ese día no había sido llamada para hacer ningún trabajo, sino para ser intimidada por el dinero y el poder de Don Perfecto. Aunque había un problema con eso: ella nunca se dejaba intimidar por nadie.
—Bien, ¿para qué me has llamado?— preguntó Jungeun impaciente ante la pasividad de Heeseung.
—Creo que ya lo sabes; no obstante, te lo recordaré: mañana es el día de mi boda y quiero que dejes en paz a mi mujer.— ordenó mirándola fríamente.
—Todavía no te has casado.— repuso Jungeun.— Aún tengo la esperanza de que Jinsol recapacite y te deje plantado en el altar.
—¿Crees de verdad que Jinsol haría algo así? Ella es educada y culta, una perfecta señorita; si tuviera dudas, ya la hubiera dejado.
—Tú conoces a Doña Perfecta, pero yo conozco a Jeong Jinsol, y créeme cuando te digo que ella es capaz de eso y de mucho más.
—¿No te has preguntado nunca por qué solo tú conoces la parte más desagradable de ella? ¿No será porque no le gustas?
—Oh, sí que le gusto.— contestó Jungeun sonriendo ladinamente.
—Entiendo.— comentó Heeseung flemáticamente, sin mostrar furia alguna.— Que hace años os hubierais acostado no te da derecho alguno sobre ella.
—Jinsol es mía y, aunque decida casarse contigo, siempre será mía.— indicó Jungeun con decisión.
—Y dime, entonces, ¿por qué no se casa contigo mañana en vez de conmigo?— preguntó maliciosamente Heeseung.
—Porque, según ella, tú eres su hombre ideal.— refunfuñó una molesta Jungeun.
—Ah, entonces ella te ha dicho que no... ¿Cuántas veces? ¿Y cuántas más te tendrá que rechazar para que desistas?— insistió Heeseung metiendo el dedo en la llaga.
—Eso es entre ella y yo.
—Sí, pero desde mañana pasará a ser problema mío. Cuéntame cómo podrás seguir aquí viéndola vivir su vida a mi lado, tener mis hijos...
—Yo...
—Y si has pensado en convertirme en un cornudo, te diré que no me agrada en absoluto; además, ¿has meditado sobre cómo podrá vivir ella consigo misma si me es infiel?
—Ella no se casará contigo.— insistió firmemente Jungeun.
—Pero, si decide hacerlo, te diré que no me convence para nada la idea del divorcio, así que, aunque se dé cuenta después de la boda de que ha cometido un error, según tú, yo ya no la dejaré escapar.
Tras una breve pausa, Heeseung continuó:
—Dime cómo solucionamos este asunto: ¿la metemos a ella en nuestra lucha diaria y la hacemos tremendamente infeliz o uno de los dos se marcha mañana del pueblo y no vuelve a aparecer nunca más en la vida de Jinsol? ¿No te gusta tanto hacer apuestas? ¡Pues apostemos! Si ella se casa conmigo mañana, tú te vas para siempre. Si por el contrario me abandona en el altar, soy yo el que se larga de aquí sin mirar atrás.— propuso Lee Heeseung.
Jungeun miró la mano extendida de su enemigo a la espera de que aceptara el acuerdo. Tras pensar en lo que sería su vida diaria observando desde lejos a Jinsol con otro, estrechó su mano cerrando el trato.
—Espero que a pesar de tu apodo seas toda una dama y cumplas con tu parte del trato.— sugirió Heeseung.
—No te preocupes, Don Perfecto, yo cumplo siempre mi palabra. Espero que tú también, porque, si tengo que sacarte del pueblo, yo no actuaré como una caballera.
—¡Yo siempre mantengo mi palabra!— replicó Heeseung indignado.
—Bien, mejor para ti. Y ahora te dejo, tú tienes mucho que hacer en tu despedida de soltero y yo tengo que impedir una boda: la tuya.
—Espero que no hagas nada demasiado drástico para intentar impedirla.
—No te preocupes, ¿qué tendrías que temer de una mujer a la que todos apodan la Salvaje?—concluyó alegremente mientras se terminaba la copa de un trago y se marchaba decidida hacia su hogar a esperar la visita de Jinsol, porque estaba totalmente segura de que esa noche sería visitado por la novia en su búsqueda desesperada del anillo.
Jungeun sonrió mientras palpaba en su bolsillo, donde se hallaba oculto el ostentoso diamante de Heeseung. «¡Pobrecito!— pensó Jungeun mirando a Don Perfecto.— Aún no sabe que juego sucio».
...
—¿Me queréis explicar por qué narices habéis venido a robar vestidos de blanco? ¡Un poco más y os ponéis un letrero luminoso en el culo!— gritó Jinsol a los descerebrados de sus hermanos.
—Perdón, no sabía que había una etiqueta de vestimenta para cometer un robo.— comentó Chan sin arrepentirse en absoluto de llamar la atención.
—¡Pues la hay!— exclamó Jinsol, sulfurada.— ¡Negro, joder, negro para que no se te vea en la noche! ¡No blanco luminoso ni amarillo chillón! ¡Simplemente negro! ¿Es que no ves las películas de ladrones?
—No me gusta ese género, ¿por qué tengo que admirar a un tipo que le roba a otro por diversión? Que se gane el dinero como todo el mundo: trabajando.— zanjó Chan.
—¡Pues no sabes lo que te pierdes! ¡Las de Ocean's Eleven están muy bien!— comentó el hermano del medio emocionado.— Además, hay unas chicas que...
—¿Hemos venido a robar o a hablar de cine?— cortó la mujer con enfado.
—Hombre, si tenemos dos posibilidades, yo preferiría el cine.— bromeó Taehyung.
—¡No, me vais a ayudar! Para eso sois mis hermanos.— concluyó ella.
—Está bien, si insistes...— se resignaron los dos mansamente al recordar las consecuencias de no prestar su ayuda a su inestimable hermana.
—Bueno, ahora vamos a comprobar si alguna de las ventanas está abierta y me aupáis para que yo pueda entrar en la casa y abriros la puerta.
—La de la cocina está abierta.— apuntó Chan.
—¡Bien! Pues ayudadme a entrar.— ordenó Jinsol dirigiéndose hacia la ventana de la cocina.
Chan elevó a Jinsol, y ésta intentó entrar, pero la ventana sólo estaba ligeramente entreabierta, así que al final Jinsol quedó atrancada y sin poder moverse hacia fuera o hacia dentro de la casa. Simplemente gritaba y pataleaba escandalosamente apremiando a sus hermanos a que la sacaran de allí.
—¡No te preocupes! Ahora mismo entramos.— explicó tranquilamente Chan.— Debo tener la llave por alguna parte.— dijo tanteando sus pantalones.
—¡No me digas que tienes una llave de la casa de Jungeun!— chilló Jinsol.— Entonces, ¿me puedes decir, Jeong Chan, por qué narices estoy atorada en esta maldita ventana?
—Por impaciente.— repuso Taehyung mientras los dos la dejaban pataleando para dirigirse con lentitud hacia la entrada.
Finalmente sus hermanos se dignaron a entrar en la cocina, pero en vez de ayudarla fueron hacia el frigorífico y rebuscaron en él, sacando dos cervezas frías que se tomaron con gran tranquilidad mientras estudiaban qué podían hacer para sacarla de allí.
—La ventana está demasiado atrancada. Voto por dejarla aquí e irnos a celebrar la despedida de soltero de Heeseung por nuestra cuenta.— propuso Tae alegremente.
—No sé... ¿Adónde podríamos ir?— contestó Chan ignorando los gritos de su hermana.
—Hay un club en las afueras del pueblo donde las tías hacen striptease, y me han dicho que hay un espectáculo donde una de ellas se agarra de la barra únicamente con las tetas, ¿te imaginas cómo deben de ser?— manifestó Taehyung emocionado.
—¡Eso no me lo pierdo!— comentó su hermano olvidándose de la pelinegra, que parecía un animalillo salvaje capturado en una trampa.
—¡No seréis capaces de dejarme aquí así! ¡Os juro que os pondré junto a los más desagradables parientes de Heeseung durante el resto de vuestra vida!— gritó Jinsol, histérica.
—Bueno, bueno... Ya te sacamos, sólo estábamos de broma.—dijo el del medio resignado a quedarse sin ver el espectáculo de la chica, la barra y las tetas.
Los Jeong comenzaron a tirar de su hermana hacia el interior de la casa hasta que oyeron el ruido inconfundible de la furgoneta de Jungeun; fue entonces cuando los muy cobardes la soltaron y salieron corriendo, dejándola a ella incrustada en la ventana de la cocina como a una ladrona cualquiera.
Ella les gritó, les suplicó que volvieran para sacarla de allí. Finalmente acabó maldiciéndolos e insultándolos mientras esperaba a la dueña de la casa en una posición algo comprometida.
—Este culito me suena.— declaró una Jungeun sonriente acariciando el trasero de Jinsol sensualmente.
—¡Estate quieta, Kim Jungeun! ¡No tienes ningún derecho a sobarme!— gritó ella furiosa.
—¡Ah, pero si es el precioso culito de Jeong Jinsol! Cariño, si querías ofrecerte a mí, no hacía falta que te pusieras en una posición tan complicada: con que me esperaras en la cama, bastaba.
—¡No me estoy ofreciendo!— chilló Jinsol removiéndose inquieta.
—¿Estás segura? La otra opción es que has intentado colarte en mi casa, ¡chica mala— exclamó Jungeun dándole varias palmadas en el culo.
—¡Kim Jungeun, sácame de aquí!— pidió una llorosa Jinsol.
—¿De verdad estás atrapada?— preguntó Jungeun algo preocupada.
—Sí.— lloró Jinsol desesperada.— Y no puedo ni salir ni entrar de la casa.
—Vale, tranquilízate preciosa, yo te sacaré de ahí.— dijo acariciando mansamente el trasero de la pelinegra.
—¡Deja de sobarme!— vociferó ella entre lágrimas.
Jinsol esperó impaciente a que Jungeun diera la vuelta a la casa y entrara en su hogar. No tardaron mucho en oírse sus pasos decididos hacia la cocina, donde la encontró encajada en la ventana situada encima del fregadero gritando como una histérica, llena de dolor.
—Tranquila.— susurró suavemente Jungeun mientras sacaba su caja de herramientas y se disponía a desmontar la ventana.
Tardó unos quince minutos en desmontar todo el marco para que Jinsol pudiera salir con facilidad. La alzó por encima del fregadero y la sentó en la barra de la cocina para poder examinar sus heridas.
Subió lentamente su jersey, donde encontró un leve enrojecimiento en la zona de la cintura y le aplicó una pomada para calmar las magulladuras, tras lo que le propinó un rápido beso en los labios, intentando apaciguar sus sollozos y su nerviosismo.
—Ya está Jinsol, ya ha pasado todo.— murmuró estrechándola con fuerza entre sus brazos.
—Menos mal que has llegado. Los burros de mis hermanos me iban a dejar así toda la noche.
—Pero si Chan tiene una llave.— indicó Jungeun confusa.
—Lo sé, pero se querían vengar de mí por obligarlos a acompañarme y no me lo dijeron.—Jinsol lloró desconsolada mientras se abrazaba con firmeza a Jungeun.
—Bueno, pececita, ya ha pasado todo, cálmate.— pidió la mayor limpiando gentilmente sus lágrimas con el dorso de su mano.
—Gracias, Jungeun.— dijo mimosa acurrucándose contra su robusto pecho.
La mencionada sonrió satisfecha al verla en el sitio al que siempre había pertenecido: sus fuertes brazos, que una vez más se negaban a dejarla marchar.
—¿Por qué has venido, Jinsol?— preguntó Jungeun levantando su rostro para que se enfrentara a su acusadora mirada.
—A por el anillo.— titubeó Jinsol.
—Entonces ya sabes lo que quiero a cambio.— dijo Jungeun señalando el dormitorio.
—¡No es justo! ¡Eso es chantaje!—le recriminó la pelinegra alejándola de ella.
—¡No me digas lo que es justo! ¡No es justo que tenga que ver cómo te casas con otro cuando tú y yo sabemos que me amas a mí! ¡No es justo que me pase todas las noches muerta de celos preguntándome si ésa será la noche que pasarás en los brazos de Don Perfecto! ¡No es justo que me rechaces por una estúpida lista, y no es justo que tenga que pasarme el resto de mi vida intentando olvidarte cuando sé que no lo voy a conseguir jamás!— confesó una inquieta Jungeun sin dejar de moverse por la estancia.— Solo te pido una última noche para guardar tu recuerdo, mañana te volveré a preguntar si te quieres casar con Don Perfecto y, si es así, desapareceré para siempre de tu vida y no volveré a molestarte jamás.
—Sabes que no cambiaré de opinión, Jungeun.— sentenció Jinsol bajándose de la encimera.
—Déjame intentarlo.— suplicó esta acercando sus labios a los suyos.
—Nuestra última noche.— confirmó Jinsol ensimismada mientras besaba con delicadeza a Jungeun, dándole con ello una respuesta.
La mayor la atrajo fuertemente contra su cuerpo, profundizando el beso con una pasión infinita. Luego la tomó entre sus brazos y la llevó en silencio por las escaleras hacia su habitación.
Allí la depositó en la cama que había hecho para ella, en la habitación que hacía años compartieron durante las tórridas noches de verano en las que ella podía evitar a sus hermanos.
—Al final convertiste este cuarto en tu dormitorio.— comentó asombrada Jinsol, ya que ésa era la habitación que ella había utilizado cuando pasó sus días en esa casa.
—Sí, me traía muy gratos recuerdos.— sonrió Jungeun.
—Es muy bonita.— elogió Jinsol fijándose en los hermosos muebles de madera que adornaban el lugar.
La gran cama tenía tallados a mano pequeños relieves de hojas de árboles; las dos mesitas de noche hacían juego con la cabecera, y el armario de cedro descansaba en un rincón de la estancia rematando la belleza natural del conjunto. Un par de alfombras antiguas y hogareñas descansaban en el suelo, junto a la cama, y un gran espejo de cobre se situaba junto a la cómoda cerca del cuarto de baño.
—La hice pensando en ti, en que tú vivirías aquí, conmigo.— contestó Jungeun pensativa, admirando la estancia.
—Jungeun, yo...— comenzó a decir ella, apenada.
—Ni una palabra, Jinsol, quiero que seas mía por última vez en la que debería ser nuestra cama, en el que debería ser nuestro hogar.
Jungeun la besó poniendo fin a sus protestas y la tumbó con delicadeza en el colchón. Jinsol profundizó en el beso, agarrándola del cuello y besándola a su vez con la desesperación de saber que no habría un mañana.
La castaña le quitó la ropa con lentitud sin dejar de mirarla continuamente a los ojos. Su jersey negro voló por la habitación, al igual que sus pantalones; su ropa interior no tardó mucho en seguir el mismo camino y muy pronto estuvo completamente desnuda debajo de ella.
Jungeun admiró su cuerpo con cariño mientras con suavidad acariciaba cada una de sus curvas, memorizándolas en su mente para sus futuras noches solitarias. Luego pasó a besar y a lamer cada parte de su delicioso cuerpo, no quería olvidar su sabor.
Acarició sus pechos con adoración, besó sus senos con deleite y succionó sus pezones llenando su cuerpo de una intensa lujuria.
Jinsol se arqueó impaciente contra su cuerpo cuando la mayor comenzó a acariciar su húmeda feminidad con sus expertos dedos, y no pudo quedarse quieta, pues deseaba tocarla, besarla, amarla, como Jungeun la estaba amando a ella. Le quitó con timidez pero con impaciencia su camisa, luego su camiseta interior, que arrojó despreocupadamente a un lado, para acariciar ávidamente su musculoso torso y sus pechos. Tocó despacio sus fuertes músculos con sus delicadas manos y la hizo estremecer cuando llegó a la cintura de su vaquero, que desabrochó temblorosa, y solo con su ayuda logró despojarlo del resto de sus ropas.
Jinsol la atrajo hacia su cuerpo caliente y necesitado y Jungeun se introdujo despacio en su interior, gimiendo de placer, embelesándose con el modo cómo lo acogía en su húmedo y ardiente cuerpo.
Sus acometidas fueron lentas pero placenteras, haciéndola gritar de necesidad. Jinsol arañó su espalda atrayéndola más hacia su cuerpo, rogándole que no parara, y Jungeun la complació entrando más profundamente en su interior y con más fuerza. Llegaron a la vez a la cima del éxtasis y descansaron una en brazos de la otra como dos amantes fugitivas intentando no pensar en el mañana.
Hicieron el amor durante toda la noche, en todos los sitios, con desesperación porque el tiempo parecía acabárseles.
Cuando el sol comenzó a despuntar, Jungeun la abrazó una vez más entre sus poderosos brazos y le preguntó seriamente, mirándola a los ojos:
—¿Te casarás hoy?
—Sí.— contestó Jinsol decidida mirándola a los ojos.
Jungeun, sin dejar de mirarle a los ojos ni un instante, le quitó lentamente su anillo y lo sustituyó por el de Don Perfecto, la besó con ternura en los labios antes de decirle que se iba. Luego desapareció, y por más que Jinsol la buscó por toda la casa para preguntarle qué quiso decir con esas palabras, no la halló.
La casa que tantos recuerdos guardaba estaba ahora vacía y, sin su presencia, parecía desamparada.
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