Capítulo diecinueve
El día de la celebración de su boda, la novia llegó a las cinco de la mañana a casa de sus madres. Entró silenciosamente por la puerta principal con los zapatos en la mano para evitar el ruido de sus pasos en el sensible y viejo parqué, pero todo cuanto hizo para evitar la escrutadora mirada de sus familiares fue en vano, pues en el gran sillón del salón esperaba sentado su hermano Chan mientras Taehyung dormitaba como una marmota en el sofá.
—¿Qué hacéis aquí?— preguntó Jinsol sorprendida.
—Relevé a mamá hace dos horas.— comentó el mayor a la vez que propinaba una patada a su hermano para despertarlo.— Como siempre, estaba tremendamente preocupada por su pequeña y nosotros no podíamos decirle dónde estabas, ¿verdad?
—Gracias por no contar nada, Chan, eres un buen hermano.— alabó Jinsol agradecida.
—No, soy un buen amigo. No quería que mamá fuera a casa de Jungeun y la apuntara con su escopeta. Porque supongo que habrás pasado la noche allí.
—Sí.— confesó Jinsol avergonzada.— ¡Pero nada de esto hubiera sucedido si vosotros no me hubierais dejado allí sola y atrapada!— reprochó a sus hermanos.
—Y cuando te acostabas con Jungeun todos los veranos desde los dieciocho años, ¿también nosotros teníamos la culpa?— preguntó irónicamente Taehyung.
—¿Ella os contó eso?—preguntó Jinsol molesta.— ¡No tenía ningún derecho!
—Me lo dijo a mí cuando me confesó, loca de contenta, que te amaba y que quería formar una familia contigo. Me lo reveló antes de conocer a Don Perfecto y sentirse como una mierda porque ese hombre cumplía todos y cada uno de los puntos de tu lista y eso la dejaba a ella fuera de la ecuación.— explicó el mayor de los Jeong con enfado.
—¿Cómo puedes decir que eres perfecta, si eres la mujer con más defectos del mundo?— añadió Taehyung disgustado.
—Yo no soy así...— objetó la pelinegra, indecisa.
—Eras una niña repelente e insufrible hasta que apareció Jungeun y te convirtió en una cría revoltosa y divertida.— recordó el del medio.
—Desprecias continuamente los sacrificios de Jungeun por intentar ser una mujer que no existe; sin embargo, alabas a ese petimetre con el que pretendes casarte y que no ha hecho ningún esfuerzo por merecerte.— continuó Chan disgustado ante la ceguera de su hermana.
—¿Cómo puedes elegir pasar el resto de tu vida junto a un hombre que no amas por una estúpida lista? ¡Estás desperdiciando la posibilidad de ser feliz el resto de tu vida!— gritó Taehyung furioso sin dejar de pasearse por el salón.
—Yo amo a Heeseung...— contradijo apocadamente Jinsol.
—¡Sí, claro, por eso te acuestas con Jungeun! —la acusó su hermano.
—¿Sabes qué es lo peor de todo? Que has jugado con Jungeun durante todos estos años y le estás rompiendo el corazón a una mujer que realmente te ama.— recriminó Chan a su hermana.
—Pero yo no amo a Jungeun.—aclaró entristecida.
—¡Sigue diciéndote eso, algún día acabarás por creértelo!— apuntó el de cabellos castaños claros saliendo colérico de casa de sus madres.
—Yo solo quiero que mañana no te arrepientas de nada.— Chan abrazó cariñosamente a su hermana.
—No te preocupes, Channie, Heeseung es el mejor hombre del mundo.— declaró Jinsol decidida mirando a los ojos a su protector hermano.
—Sí... Pero ¿es el mejor para ti?— insinuó saliendo tranquilamente en busca de su hermano, para calmar sus ánimos. Taehyung no debía cometer ninguna locura en la boda de su hermana; después de todo, la decisión de su futuro le pertenecía únicamente a ella y a nadie más.
A pesar de que sus planes de futuro fueran un tremendo error.
Jinsol subió a su habitación lentamente; su cuerpo parecía no tener ánimos, estar sin vida, como si le faltara algo, y en medio de todo el caos de su boda solo podía pensar en dónde estaría Jungeun.
...
Se duchó como si de un autómata se tratase. Sin apenas percatarse de nada pasaron las horas y llegó el momento de ponerse el vestido. Su madre, junto con sus damas de honor Jiwoo y Chaewon, dos amigas de la universidad con las que compartió piso en Nueva York, la ayudaron a vestirse el pomposo y molesto traje de novia.
Sus amigas apenas habían llegado hacía dos días y todavía no conocían bien toda la historia, así que se quedaron impresionadas cuando su madre comenzó a recordar las aventuras de ella con su vecina.
Kahei se disculpó ante sus invitadas y salió de la estancia con la intención de traer unos refrigerios antes de partir hacia la iglesia. Ése fue el momento preciso que sus amigas aprovecharon para acribillarla a preguntas sobre su relación con Jungeun.
—Vamos a ver si lo entiendo.— comenzó confusa Chaewon, una voluptuosa y rebelde morena de impresionantes curvas vestida de rojo.— Tienes a una chica que está loca por ti desde que era niña, ¿y te casas con Don Estirado?
—No está loca por mí, simplemente tontea conmigo... Además, Heeseung es perfecto.
—Sí, es perfectamente aburrido.— concluyó Chaewon acompañando sus palabras de un sonoro bostezo.
—Que a ti no te cayera bien no significa que sea malo para Jinsol.— intentó poner paz Jiwoo, una inteligente pelicaramelo de bonita figura a la que siempre tomaban los hombres por tonta.
—Ah, entonces te casas con Aburriseung porque esa tal Jungeun es fea o jorobada, ¿no?— insistió Chaewon decidida a saber la verdad.
—No, Jungeun es muy atractiva y, a pesar de sufrir una grave lesión que la alejó del deporte profesional hace algunos años, su cuerpo es perfecto.— comentó Jinsol sonriente mientras peinaba sus cabellos lisos negros frente al espejo de su tocador.
—¡Te has acostado con ella!— señaló Chaewon acusadoramente.— ¡Y te gustó mucho!— indicó emocionada.
—Entonces, Jinsol, ¿por qué te casas con Heeseung?— quiso saber Jiwoo, confusa.
—Porque él es perfecto y Jungeun es totalmente lo contrario a la perfección.— insistió Jinsol.
—¡Bah! Lo perfecto es tremendamente tedioso...— sentenció Chaewon ayudándola con su peinado.
—El hombre perfecto no existe.— opinó Jiwoo entristecida.
—Pero Heeseung...
—Es humano, ¿verdad? Pues entonces tendrá sus defectos como todo el mundo; después de todo, los errores forman parte del hombre.— sermoneó Chaewon.
—Aunque no de la mujer.— recalcó Jiwoo sonriente chocando la mano con su amiga mientras las tres rompían el silencio con escandalosas carcajadas.
La señora Jeong entró alegremente en la estancia contenta de que su hija estuviera feliz. Momentos antes parecía triste, sin vida, resignada a un destino que no quería. Ahora volvía a ser ella y Kahei dudó por unos instantes en darle la carta que le había entregado Kim Jungeun.
Pero le había prometido que se la entregaría a su hija, ya que Jungeun, extrañamente, se había negado a entrar en su hogar. La muchacha parecía desolada cuando la dejó en el porche hablando con su esposa sobre negocios. ¿Qué le habría sucedido para que perdiera su eterna sonrisa y su aire jovial de un día para otro? Posiblemente lo mismo que a su hija: una boda.
Kahei depositó los refrescos encima de la cómoda mientras se dirigía a su hija con indecisión.
—Kim Jungeun me ha entregado esto para ti, me ha rogado que no lo abriera y cuando la he invitado a entrar se ha negado. ¿Sabes lo qué le pasa, Jinsol? Parecía muy triste, no era la mismo Jungeun revoltosa que conocemos desde niña.
—Habrá madurado, mamá.— comentó fríamente Jinsol cogiendo con manos temblorosas el sobre.
—Sí, será eso.— comentó despreocupadamente la señora Jeong, y tras unos instantes desapareció, llevándose consigo la bandeja con los vasos vacíos y el plato de aperitivos intacto.
Las impacientes amigas de Jinsol la apremiaron a que abriera el sobre.
La pelinegra las ignoró y las echó del cuarto, dispuesta a terminar con su impecable aspecto de novia ideal.
Ignoró el sobre durante unos minutos, haciendo como si éste no existiera, pero allí estaba, así que finamente lo abrió con lentitud sin saber qué podía esperar de Kim Jungeun.
Nada la había preparado para aquello y sus ojos se llenaron de lágrimas en cuanto vio lo que contenía: una hoja doblada, de hacía años, donde ella misma había escrito una ridícula lista. Había sido tratada con cariño y conservada a pesar del paso del tiempo. Algunos puntos habían sido tachados, otros tenían anotaciones como «me falta poco» o «en un año lo consigo».
Después del punto número diez había uno más añadido por Jungeun, escrito de su puño y letra, que decía:
«11. Que te ame tanto como la estúpida de tu vecina.»
Las lágrimas de Jinsol se derramaron en silencio manchando el papel de su ridícula lista. Decidida a no estropear más su maquillaje, metió bruscamente la nota en el sobre y descubrió en él la sencilla alianza de oro que Jungeun le había puesto en una ocasión. Una vez más leyó la inscripción de sus nombres en su interior y, sin saber por qué, rompió a llorar con desesperación en el que sin duda debía ser el día más feliz de su vida.
Cuando bajó las escaleras hacia la limusina su aspecto era impecable: su vestido permanecía perfecto, sin mácula alguna que alterara su blanco radiante; su maquillaje era simple y realzaba sus rasgos de princesa de cuento de hadas, y sus cabellos lisos estaban intachablemente recogidos en un elegante peinado.
Nadie quedaba en la casa familiar para acompañarla, solo su madre Haseul, que la esperaba pacientemente en el porche. Sus hermanos y su madre se habían marchado junto a las damas de honor hacia la iglesia para aguardar su gran entrada.
Jeong Haseul se levantó con lágrimas en los ojos, sin poder creer que su hija finalmente se marcharía de su hogar para formar otro con un hombre que sin duda la adoraría y amaría tanto como se merecía. Y, si no, ya se encargaría ella de que lo hiciera: por unos años aún permanecería cerca de su amada escopeta, por si ese Don Perfecto no era lo que parecía.
¡Qué bella estaba su Jinsol! Su perfecta niña que hasta hacía poco acogía felizmente entre sus brazos y fingía con alegría que se casaba en el jardín trasero con su querido peluche Pinki, el cerdito.
Su hija descendió hacia ella con ese encantador vestido y se quedó atascada en la puerta, por lo que Haseul, sonriente, corrió en su ayuda sabiendo que, para ella, Jinsol siempre seguiría siendo su pequeña princesita, aunque en esos momentos hablara como un camionero.
—¡Maldito vestido del demonio! ¡Cuando termine este día juro que lo haré pedazos!
—Tranquila, querida, te ayudaré a salir.— auxilió Haseul tirando de su hija hacia el exterior de la casa.
Finalmente, tras algún que otro empujón y forcejeo, salió despedida hacia delante.
Los rápidos reflejos de su madre impidieron que acabara en el suelo.
Jinsol se dirigió hacia la limusina con paso sereno, como de reina, y entró en ella no sin un poco de dificultad. Menos mal que la limusina que había contratado Heeseung para la ocasión era inmensa. Su madre, sonriente, se sentó junto a ella cuanto le permitió el voluminoso vestido.
—¿Sabes? Hoy he visto a Jungeun y me ha dado algo para ti.— comentó Haseul a la espera de la reacción de su hija.
—No quiero nada de ella.— contestó la novia a punto de llorar al recordar sus otros regalos.
—Pero éste siempre lo has deseado, desde niña. ¿Te acuerdas de la vieja casa del lago que le regalé a Jungeun?
—Sí, ahora es su hogar.
—No.— negó la señora Jeong.— Te la ha regalado. Ahora es tuya.
—Pero ¿dónde vivirá ella? Era todo cuanto tenía.— preguntó asombrada preguntándose el motivo del generoso regalo de Jungeun.
—No lo sé, me dijo que lo estuvo arreglando para ti durante todos estos años. Me comentó que no era justo que no disfrutaras de ella cuando, en realidad, siempre había sido tuya.
—Mamá, ¿por qué se la regalaste a Jungeun aquella Navidad?— indagó Jinsol con curiosidad.
—Porque siempre te estaba cuidando y te protegía de todos. Pensé que te casarías con Jungeun y hasta hace poco ella también lo pensaba.
—Yo no sé si podre aceptarla, mamá.— señaló Jinsol llorosa.— Será mejor que se la restituyas. Después de todo, se la ha ganado.
—No creo que pueda, Jinsol: Jungeun se ha marchado del pueblo esta mañana.
—Pues cuando vuelva se la devuelves y...
—No me has entendido, hija mía: se ha marchado para siempre.— aclaró Jeong Haseul justo antes de que la limusina se detuviese frente a la iglesia y una novia muy confusa se bajara del vehículo con dificultad.
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