2. Niño bonito
Aquellos ojitos verde dorado, llenos de lágrimas, se fijaron el el pequeño ojiazul a su lado, casi sobre él.
¿Qué haces en mi cama?, quería preguntar Magnus, pero había un nudo en su garganta, no podía hablar. Había ruido afuera, había truenos, la lluvia golpeaba fuerte en la ventana y el pequeño cuerpo de Magnus tembló. Sus labios en un puchero, sus mejillas húmedas...
Alec hizo un pucherito también. Se acercó más a Magnus, sus manitas yendo a aquellas mejillas. Miró con admiración infantil cómo su piel blanca contrastaba con la acaramelada de Magnus. Sus dedos regordetes limpiaron las lágrimas y lo repitió: -No llores, Magus.
Su pucherito se acentuó y sus labios temblaron también. Si seguía llorando, él iba a llorar también. Porque había un dolor ahí en su pecho, dolía verlo llorar.
-No llores -volvió a decir limpiando sus mejillas. Se acercó más a él y dejó un inocente beso en una de sus mejillas húmedas-. Yo te cuido.
Y los pequeños bracitos de Alec intentaron rodear al niño nuevo.
-No puedes cuidarme -el niño de ojos bonitos sonaba tan triste que Alec apretó más su abrazo.
-Yo te cuido -repitió con toda la seguridad que su corta edad le permitía. Él siempre cuidaba a Jace, ¿por qué no a Magus? Podía llorar por él también si lo necesitaba.
-Mi mami me dejó aquí -Magnus dijo, con su vocecita rota-. Papi no me quería.
Alec no entendía porque él no conoció a su papá ni a su mamá. Así que dijo lo único que le ocurrió: -Yo te quiero, Magus.
Magnus incluso sonrió. Los adultos lo llamaban "Magnus" y los niños no le hablaban, así que era él el primero en llamarlo así, era bonito, le daba cosquillas en su pancita y lo hacía sonreír.
¿Cómo iba a quererlo un niño que no conocía? No importaba, quería que lo quisieran, y con el niño de ojos azules ahí, la lluvia no lo asustaba tanto.
-¿Te quedas aquí? -preguntó Magnus.
Alec asintió muy serio. -Sí, Magus.
Magnus sonrió. Sí, le gustaba "Magus" si lo decía el niño bonito.
-Yo soy... -el niño hizo una pausa y se trabó varias veces antes de lograrlo-, Alesande -su pequeño ceño se frunció-, puedes decirme Aleg -y el sonido de la "k" fue más como "g".
Pero no importaba porque si el niño bonito, con su bonita pijama lo decía, a Magnus le gustaba. Le gustaba Aleg.
Y si los adultos decían que tenías que crecer para dar su corazón, se equivocaban, ellos se lo dieron esa noche de tormenta.
CONTINUARÁ...
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