Osito Teddy Nocturno
Inspirado de las melodías de Lucas King…
El viento pasaba lento, pero susurrando a sus adentros que se sentía abandonado. La ciudad estaba gris y llena de tristeza, no había nada que le diera vida y ni había nada que le diera alegría. Un hombre de pequeña estatura caminaba por las calles de forma lenta, pero segura. Miraba las casas, quebradas y aparentemente abandonadas. Su semblante era totalmente serio y su trayecto era completamente preciso; sabía muy bien lo que pasaba y a donde se dirigía. Algo dentro de él esperaba encontrar aquello ahí, tenía que, el cálculo era irrefutable.
El sol se estaba poniendo, dando por terminado aquel fatídico día. Un día lleno de desesperanza y destrucción; un día lleno de rabia e ira, o mejor dicho, de capricho; un día más en la vida extraordinaria de este pequeño y para nada excéntrico hombrecito. Cada paso que daba hacía retumbar las pequeñas rocas a su alrededor, una aura imperceptible rodeaba el cuerpo de este hombre, haciendo que las cucarachas que rondaban temerosas por lo ocurrido aquella tarde, salieran despavoridas a sus escondites nuevamente.
«Estoy cerca», se dijo a sí mismo mientras emitía una ligera sonrisa.
Entonces introdujo su mano adentro de su saco y extrajo de él un oso de peluche bastante tierno. El hombre volteó al frente, sabía que estaba a nada de llegar a su destino. Con el peluche en mano, decidió continuar el recorrido que se había propuesto a sí mismo.
Ahora bien, ¿qué ocurrió?
«Irrelevante», contestó el hombre, quien no podía evitar reír ligeramente, sintiéndose culpable de la escena en la que se encontraba; pero no era una sensación de culpabilidad, llena de aflicción, sino un sentimiento soberbio y orgulloso.
Los árboles estaban secos y carentes de vida, uno de aquellos soltó una de sus últimas hojas. El hombre se posicionó perfectamente debajo de la misma y extendió su mano. La hoja aterrizó suavemente dentro de la palma de aquél y cerró su puño para entonces desintegrar lenta y meticulosamente esa última hoja.
«La vida es la muerte y la muerte es la vida, oh, mi hojita tan despreciada», murmuró mientras reía descaradamente.
El viento se acercó a los restos de la hoja y los cargó para llevárselos consigo, ahora el viento ya no estaría tan solo y el simbolismo de la destrucción misma de aquella tierra tan oscura y vacía, lo acompañaría por el resto de su existencia.
El hombre seguía caminando, mientras denotaba una postura que no se inmutaba ante todas las faltas que en ese poblado se presentaban. Las avenidas estaban destrozadas y hechas ceniza, los objetos de valor habían perdido dicho valor y las personas… simplemente habían dejado de ser.
Finalmente arribó a la casa que tanto anhelaba alcanzar. Se acercó a la puerta y de pura broma tocó el timbre.
«¿Buenas noches? ¿Hay alguien en casa?», bromeó y prueba de ello eran sus incesantes carcajadas. Estaba satisfecho, se sentía muy bien.
Abrió la puerta y entró al hogar de una familia más que había desaparecido por completo de la faz de esta tierra. El hombre era un sádico, se había dado una vuelta por la casa entera. Fue a la cocina y se preparó un emparedado.
«¿Qué quieren de cenar? Oh, es verdad, están todos muertos», nuevamente se rio, mientras veía los cadáveres de las personas reposando en uno de los sillones. El hombre se sentó en otra parte y vio la televisión totalmente en negro, él mismo se decía que el mejor entretenimiento era la imaginación. Ingirió su alimento con mucho despecho, sintiendo la gloria recorrer su cuerpo. Lo que le daba mayor gracia era saber que su cuerpo no necesitaba alimento y sólo lo hacía para ver la magnificencia de su obra.
Posteriormente, decidió que era hora de levantarse. Educadamente fue a la cocina de nuevo y limpió el plato que había utilizado. Dejó todo como estaba y se fue a la planta de arriba, seguía cargando aquel curioso peluche. Entonces inspeccionó uno de los cuartos y fue cuando encontró lo que buscaba.
«Aquí estás, oh, mi bella», declaró el hombre mientras observaba con delicadeza a una bebé de cabello rubio, descansar acompasademente dentro de su cuna. El osito que abrazaba había perdido la cabeza y se sobresalía el relleno de felpa. La pequeña respiró profundo y no pudo evitar soltar un estornudo, provocando que se moviera por la incomodidad del asunto.
El hombre se acercó despacio y recargó ambas manos en la cerca de la cuna y miró con sumo cuidado a la bebé.
«Así que aquí estamos. Oh, mi linda y adorada pequeña, no serás más que otra de aquellas de mis cosas», replicó con cierto desprecio mientras sonreía.
Con cuidado apartó al osito dañado que abrazaba con fervor, incluso se rehusó a soltarlo, mostrando un gesto de enojo al querer agarrarlo. Sin embargo, el hombre no se dejó vencer y se lo arrebató. La bebé emitió un ligero chillido de tristeza, pero antes de que esta se pusiera a llorar, el hombre le colocó el otro oso de peluche.
Lily Loud se aferró al objeto tan suave y tierno que tenía a su costado y lo abrazó con toda su fuerza. Su corazón latía rápido y desesperado, buscando la compañía de alguien o algo. Tristemente, la pequeña se había dormido sola y nadie le había acompañado, fue arrullada por una melodia que sonó tras el acto de malicia de un sólo hombre… y aquel hombre estaba posado a un lado de ella, sonriente.
«Te quiero mucho… y cuidaré de ti», fue lo que dijo el osito de peluche. Algo dentro de la pequeña se reconfortó y su semblante de enojo se dispersó, relajando su cuerpo para continuar durmiendo.
«Yo sé que lo harás, oso. Te la encargo», y dicho aquello último, el hombre se retiró.
James sabía que no sería la última vez que sabría de aquella niña, pues apenas estaba forjando los inicios de un personaje en lo cual haría lo posible por volverla… invencible.
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