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Capítulo 7: Bienvenida, esperanza.

Cassidy miró su reloj de pulsera de Vacheron Constantin. Eran las ocho y media de la mañana y llevaba despierta desde hacía un buen rato. En ocasiones tenía aquellas pesadillas horribles, desde la muerte de Bryan no volvió a dormir a pierna suelta. Ya nada era lo mismo sin su pequeño en casa, aquel suceso había dejado en shock a toda la familia Cook. Bryan Cook era el hijo menor de Oliver y Cassidy, y el hermano menor de Alan. Hacía doce años había muerto en un accidente doméstico, la antigua casa de los Cook se había incendiado con el niño dentro. Los bomberos no llegaron a tiempo y el niño perdió la vida a la corta edad de nueve años.

Sacudiendo su cabeza, tomó su taza de té y la llevó a la cocina para tirarla por el desagüe. Miraba el sol brillando por la ventana de la misma cuando su esposo entró en ella.

—Buenos días —murmuró Oliver, observando a su mujer chismosear por la ventana.

—Buenos días, cariño.

—Deja que lo adivine, la vecina tiene nuevo amante ¿quién es esta vez? ¿el jardinero? ¿el doctor? ¿el cartero? —Oliver la miró sonriendo.

—¡Dios, no! —gritó ella divertida —. Cariño, estaba pensando en nuestra nieta. Cuando Alan gane la custodia tendrá que venirse a vivir con nosotros, él no tiene condiciones para criar solo a una niña tan pequeña.

—Eso no pasará. Alan no ganará el caso —espetó Oliver con toda seguridad.

—Oliver, tiene que ganarlo. Nosotros lo ayudaremos para que eso pase.

—No cuentes conmigo para ello —dio media vuelta y se marchó de la cocina.

Cassidy lo siguió.

—¡Por eso no conté contigo para cambiar el sexo de Alan! —gritó a los cuatro vientos.

Oliver se paró en seco. ¿Qué había dicho, cambio de sexo?

—¿Qué dijiste? —indagó él, girándose con los ojos entrecerrados.

—¿No lo dije claro? —Cassidy frunció el ceño —. Alan nació intersexual. Cuando me lo entregaron después de dar a luz el médico me lo informó. También me dijo que podía operarlo y escoger qué género quisiéramos los padres —explicó con tanta naturalidad como si se tratara de escoger color de zapatos.

—¿Y por qué en veinte y nueve años nunca me dijiste nada de esto?

—No lo sé, supongo que tenía miedo de tu reacción —se excusó ella.

Oliver siguió su camino sin mirar atrás, no tenía nada que hablar con ella. ¿Cuantas cosas más le había ocultado? Recogió en su habitación algunas de sus pertenencias y salió de la casa camino a un hotel. No soportaba estár delante de aquella mentirosa.

La noche cubría la ciudad cuando Cassidy determinó hacerle una visita inesperada a Serena en la delegación de policía. Tomada la decisión y sin demorarse en tiempos tontos, Cassidy llamó por teléfono a su contacto de la policía para solicitar su visita a la detenida. Subió a su auto con decisión, dispuesta a acabar con las esperanzas de aquella chica.

—No hay mejor cosa que tener dinero —se burló ella ante su ingente despliegue de medios para obtener las cosas.

Por dentro, la delegación era toda oscura. Había más espacio en aquel lugar que en todo el bar de su hijo.

—Señora Cook, un placer tenerla aquí —la saludó un oficial.

Cassidy asintió y se acomodó en bolso en el hombro. El oficial le ofreció su mano para ayudarla a subir el molesto escalón de acceso a los calabozos. En media hora, Serena Rice quedaría destrozada y sin fuerzas para luchar. Una vez dentro del lugar, Cassidy estuvo frente a frente con su enemiga, porque ya ella la había determinado así, tenía que reconocer que la chica era hermosa, su hijo tenía bien gusto. Se quedaron unos segundos mirándose la una a la otra, sin decir nada. La voz del oficial las devolvió a la realidad.

Cassidy carraspeo y apartó la mirada.
Serena ya sabía de quién se trataba, la había reconocido de las revistas y la tele. Pero jamás imaginarse que esa mujer prepotente era la madre de Alan, o sea, la abuela de Hazel.

—¿Qué hace aquí? —quizo averiguar Serena —¿No le basta a usted y a su hijo haberme jodido la vida?

—No, no basta, querida —comentó Cassidy con voz gélida.

—¿Qué quiere? —espetó Serena, mostrando su fastidio.

—Solo vengo a decirte que puedes olvidarte de volver a ver a Hazel, esa niña ya no te pertenece.

—Soy su madre, tengo derecho a estár con ella —aseveró ella con lágrimas en sus ojos.

—Los perdiste cuando ocultaste a la niña de nosotros —rebatió Cassidy.

Serena bufó. ¡Que cabrona era esa mujer!

—Ya me retiro, pero ten siempre presente que soy tu enemiga.

Serena contuvo el aliento en la garganta. ¿Por que esa mujer se estaba tomando tantas atribuciones? No entendía por qué la odiaba de esa manera.

Aquel fue el día de las visitas, porque solo tres horas después de la horrible estancia de esa señora, Alan había aparecido por allí con Hazel en sus brazos. La niña llevaba, como siempre, su osito rosa entre sus brazos. A Serena le hacía ilusión volver a ver a su hija, a su pequeña pelirroja. Llevaba tres días y dos noches sin saber nada de ella. No la dejaban recibir visitas. Su abogado ya estaba trabajando en el caso, pero aún no habían novedades

Serena suspiró.

—Hola —dijo Alan.

Serena se acercó a la reja de la celda mugrienta y le acarició la cabecita a Hazel. La niña estaba a punto de quedarse dormida.

—Hola, cariño. Es mamá —le sonrió mientras le hablaba a la niña —. Saldremos de esta, como siempre hemos hecho.

Acercó su rostro al de Hazel por entre los barrotes de la celda. Por un momento Alan creyó que iba a tocarlo a él, y le hubiera gustado que así fuera.

—Serena, vengo a decirte que ya salieron los resultados de los exámenes —Alan hizo una pausa —, soy compatible con nuestra hija.

A Serena se le iluminó el rostro.

—Entonces, ¿lo vas a hacer? —preguntó casi con un murmullo.

—Voy a donarle mi vida si hace falta —enunció Alan.

Él se alegraba de que su hija, sangre de su sangre, por fin tuviera una vida normal sin presencia de médicos, enfermeras y material de hospital. Iba a ser una operación riesgosa, pero valdría la pena por su hija, y por supuesto, también su madre. Porque aunque Alan intentara odiar a Serena, no podía. No pasó dos meses enteros buscándola como para no sentir algo por ella.

Las palabras de Alan sonaban esperanzadoras, pero ella no iba a estar presente en ese momento decisivo en la vida de su hija. Después de todo estaba agradecida con Alan, quizá fuera el primer paso hacia una relación civilizada. Puede que, sí ambos ponían de su parte, lograrían llegar a un acuerdo. Ella lo haría por su hija.

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