Capítulo 6: La gran oportunidad.
Cuando al otro día Alan abrió sus ojos, no tenía ni idea de cómo comenzar su día. Se sentía aturdido, fuera de lugar. Escuchar las palabras del médico diciendo que su hija padecía esa horrible enfermedad producto a la poca atención de su madre le partía el alma. ¿Por qué no había estado con ella en esos momentos tan duros? ¡A claro! Porque Serena se lo ocultó. Pero estaba más que dispuesto a enmendar ese error. Por el momento demandaría a Serena por abuso infantil, ya luego pediría la custodia de Hazel.
Alan se había dirigido a la estación de policía para poner la demanda en contra de Serena, su libertad tenía los días contados. Ella era la causante de que su pequeña estuviera sufriendo.
—Buenos días —saludó Alan a los oficiales de policía de la puerta —, vengo a poner una denuncia por abuso infantil.
Los dos oficiales se miraron entre sí para luego echarse a reír. Alan les lanzó una mirada cargada de odio, él no le veía la gracia a aquella situación.
—Señor, y... ¿a quién pretende demandar? —indagó uno de los oficiales.
—Serena Rice, la madre de mi hija —dijo Alan todo satisfecho.
Una hora después, Serena recogía algunas pertenencias de Hazel para llevarlas al hospital, por suerte, Marla se había ofrecido a quedarse con la pequeña ese tiempo. Ya tenía la maleta lista para irse devuelta al hospital. Salió del apartamento con ella en mano, cerrando con llave la puerta. Bajó por el ascensor, y el frescor de la calle enseguida calmó su inseguridad. Justo en el instante en que iba a subirse en su coche, una patrulla de policía le impidió el paso.
—¿Qué pasa? —preguntó ella confusa.
—Señorita Rice, queda detenida por abuso infantil a la menor Hazel Rice. Tiene derecho a guardar silencio, de lo contrario todo lo que diga será usado en su contra —el oficial al mando del operativo le puso las esposas mientras la conducía al interior del coche patrulla.
Habían desplegado todo un arsenal de patrullas y carros de guerra, como si ella fuera una criminal acusada de terrorismo. Serena estaba confusa, el oficial había dicho que abuso infantil, a su propia hija, eso era una locura. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin poder controlarlas, maldecía el día en que había regresado a Nueva York a contarle la verdad a ese desgraciado de Alan Cook. ¿Qué sería de su pequeña pelirroja? ¿Acaso Alan lo había planeado todo desde el principio? Todas aquellas preguntas rondaban la cabeza de Serena; ninguna tuvo respuesta.
Sin perder ni un segundo, a primera hora de la mañana Marla estaba preocupada por Serena, hacía tres horas se había ido y aún no regresaba. Algo malo debía de haberle pasado para no asistir al cuidado de su hija. Se cansó de llamarla a su celular pero nunca hubo respuesta. Y sucedió lo que más temía; entró la llamada de un número desconocido. Asustada, Marla descolgó el teléfono.
—¿Si? —preguntó nerviosa.
—Marla, soy yo...Serena —estaba llorando —, me han detenido por abuso infantil, por favor, necesito un abogado y que te ocupes de Hazel.
—¿Qué, por qué?
—Te lo acabo de decir, pero céntrate en el abogado y en Hazel —se quejó Serena.
—Si, si, tranquila. Solo dime en qué delegación estás.
—En la 1479 Broadway, NY 10036.
Luego de colgar con Serena, Marla llamó a Jonah, nadie mejor que él sabía de abogados y cárceles. Jonah le había dicho que se encontrarían en el mismo hospital. Dejaron a Hazel al cuidado de una enfermera y juntos fueron al bufete Pérez-Llorca, ubicado en la 375 Park Ave. Jonah condució como un loco hacia la dirección.
Llegados al lugar, Marla fue la primera en dar el paso hacia la entrada del edificio. Preguntó en recepción si algún abogado la podía atender y le dieron cita con un tal Cooper Llorca, para ese mismo día. Tuvieron que esperar más de dos horas a que el señor los atendiera, hasta que finalmente los hicieron pasar.
—Señor Llorca, mi nombre es Marla y él es Jonah. Necesitamos su ayuda para defender a nuestra amiga. Serena es inocente —Marla le extendió unos documentos donde se podía leer de qué acusaban a Serena.
—Hm, abuso infantil. Va a ser un caso complicado —respondió Cooper examinando el dossier.
—¿Nos puede ayudar? —preguntó Jonah, preocupado por la respuesta del abogado.
—Sí. De hecho lo haré porque me llama la atención el caso. Y porque hace un tiempo tuve una hija que se llamaba como usted —Cooper miró a Marla con interés, y ella desvió su mirada.
—¡Muchas gracias, señor Llorca! —gritó Marla con demasiado entusiasmo y Jonah le tendió la mano para despedirse.
La visita de esos muchachos había removido la conciencia de Cooper Llorca. Durante años se ha reprochado el no haber conocido a su única hija, pero cuando supo de su existencia y fue a buscarla para hacerse cargo de sus actos, la vecina le había dicho que ambas, madre e hija, habían muerto en un accidente de auto, hacía dos meses. Cooper vio en esa muchacha algo especial, un hilo rojo que le decía que debía conocerla. Es posible que la muchacha tuviera la misma edad que ahora tuviera su Marla. Después de pensarlo tanto, Cooper se dijo que debía intentar una última cosa antes de cerrar ese capítulo de su vida: visitaría a Tanya Lynn, la que fuera vecina y mejor amiga de la madre de su hija. No estaría mal saldar cuentas otra vez.
Decidido, agarró las llaves de su toyota blanco y salió apresurado de su oficina. Le dijo a su secretaria que cancelara todas sus citas y emprendió su viaje hacia Queens.
El 13347 en la 37th Ave en Queens se notaba en penumbras desde afuera, no parecía haber nadie en la propiedad. Cooper se apeó del coche y caminó hasta tocar el timbre. Al primero nadie respondió, pero cuando iba a sonarlo otra vez una señora de cincuenta y tantos años abrió la puerta. Tanya se había quedado paralizada, delante de ella tenía al gran Cooper Llorca, no lo podía creer, hacía años que no sabía nada de él, en concreto treinta años.
—Hola, Tanya —saludó Cooper.
—Cooper —hizo una pausa muy significativa —, ¿qué haces aquí?
—Vengo a buscar las respuestas que me negaste hace treinta años —le recriminó él en tono firme.
—No sé de qué me hablas —mintió, porque sí lo sabía, y muy bien.
—Si lo sabes. ¿Qué fue de mi hija? Y quiero la verdad.
—Mira, ya me cansé de seguir escondiendo la verdad. —Tanya se armó de valor —. La llevé a un orfanato después de que su madre falleciera por sobredosis de crack.
Cooper no podía creer lo que escuchaba, su pequeña en un orfanato, eso no podía se cierto.
—Te puedo dar la dirección, pero solo si no vuelves por aquí nunca más —dijo Tanya.
Él asintió, no tenía voz para hablar.
Cuarenta y cinco minutos después, aparcó el coche delante del Graham Windham Services, necesitaba respuestas, porque era posible que su pequeña hubiera sido adoptada por alguien mas; alguien generoso, bueno, y que la cuidara como no supo hacerlo él. Tenía sus esperanzas puestas en aquella opción. Abrió la guantera del coche y extrajo de su interior una fotografía de una niña sonriente. Levantó la foto cautelosamente, como su pudiera hacerse polvo en sus manos. La nila tenía una sonrisa tonta en su cara mientras se recostaba en las tablas de un establo. Su pequeña Marla era preciosa. Dejó caer la foto como si se hubiera quemado, pero cuando se agitó al caer en la guantera para descansar allí, los ojos azules de la niña seguían mirándolo fijamente. No había reproche en ellos; eso era lo único que le recordaba que la foto era de hace mucho tiempo.
Ya fuera del coche, Cooper se dirigió a la puerta del antiguo orfanato. Pero justo cuando estaba alcanzando la manilla, alguien le agarró la muñeca.
—Señor Llorca.
Era la chica de antes, la que se parecía mucho a su hija. Levantó la vista hacia esos ojos azules y de repente se dio cuanta de que sabía quien era: su hija.
—Que sorpresa usted por aquí —dijo Marla.
Él sonrió.
—Ah... vengo a saber de mi hija —le explicó sin dejar de mirarla.
—Sí, la que se llama igual a mi —dijo ella sospechando de inmediato.
Cooper le ofreció una media sonrisa. Necesitaba saber con certeza de que aquella chiquilla sonriente fuera su hija.
—Sabe, yo crecí en este lugar —confesó Marla de repente —. Y no sabe cuanto me alegro, mi msdre murió y mi padre... bueno, realmente no sé si tengo padre —dijo agachando su cabeza.
Si que tenía padre, una idiota, pero lo tenía; y ahora mismo estaba parada delante de él. A Cooper le partió el alma escuchar esas palabras. Dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta que estaba conteniendo. Finalmente Marla se fue y él entró con la cabeza bien alta.
Salió de allí paralizado. Sacudió su cabeza, convencido de que todo iba a mejorar. Tragó saliva, sus ojos se posaron en su coche. Pensó en entrar en el; pensó en salir corriendo y contarle a Marla, su cliente, que ella era su Marla, su hija. Pensó tantas cosas, que ya no sabía que creer. Solo estaba convencido de algo; iba a estar cerca de ella, aunque fuera como su abogado. Tiempo al tiempo. Por lo pronto trataría de hacerse una prueba de paternidad, pero él estaba seguro que era su hija.
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